Sin solución de continuidad, los gobiernos de los últimos veinte años centraron las mayores virtudes de su accionar, en los beneficios que la obra pública derramaría en la sociedad.
El viejo adagio dice que son igualmente malos tanto un plan sin proyectos como los proyectos sin plan. La presente coyuntura no hace más que reafirmarlo.
Obviamente, esto no es nuevo. Peter Drucker postulaba que “la planificación estratégica no contempla las decisiones futuras sino el futuro de las decisiones de hoy día”, impulsando la línea de pensar antes de actuar. En idéntico sentido, Renato Cesarini sostenía que el fútbol era un juego que comenzaba en la cabeza y terminaba en los pies.
Promediando la pandemia, la discusión entre medicina pública y medicina privada parece casi una irrespetuosidad porque, finalmente, toda la medicina está destinada a la sociedad. Sin embargo, las carencias que la crisis sanitaria hizo visibles, no hacen más que reforzar el concepto esencial: siempre es el Estado el responsable final de suplirlas y de paliar los daños.
También es el responsable de haber decidido inversiones que traerían soluciones a supuestos problemas que, finalmente, no fueron los que se presentaron o no resultaron críticos. Y destinarles fondos que hubiesen resultado de mayor efecto social en otros rubros. Por ejemplo, en materia sanitaria.
Los “parches” presupuestarios derivados de la emergencia vienen a cubrir lo que no se previó, haciendo realidad lo expresado en su momento por Perón: “en política, quién no tenga cabeza para prever tendrá que tener espaldas para aguantar”
No se trata, por supuesto, de haber “adivinado” que la pandemia podía acontecer. Si, en cambio, de haber ensayado distintos escenarios de demandas de infraestructura social que pudieron plantearse en ellos. Hubiera implicado una aproximación sistemática sobre el “futuro” que tendrían las decisiones de inversión que estaban en carpeta. Si esto se hubiera hecho – casi el abc de la formulación presupuestaria y la evaluación de proyectos – se habría advertido que la marcada orientación del gobierno porteño hacia la infraestructura “pesada” en el bajo, por ejemplo, quitaba recursos para reforzar otros campos, tal el caso de aquellos donde hoy aparecen las principales vulnerabilidades.
A la vulnerabilidad propia de cada ser humano se le agregaron, por falta de previsión, las de la infraestructura y servicios sociales. En palabras de Gustavo Wilches-Chaux, “la vulnerabilidad determina la intensidad de los daños que produzca la ocurrencia efectiva del riesgo sobre la comunidad”
Por su parte, Eduardo H. Blanco citando a Bertrand de Jouvenel dice: “Respecto del pasado, la voluntad del hombre es inútil, su libertad nula, su poder inexistente. Al mismo tiempo que el pasado es el lugar de los hechos sobre los que ya no se puede nada, es también, simultáneamente, el lugar de los hechos cognoscibles.
Por su parte, el porvenir es para el hombre, en tanto que sujeto actuante, dominio de la libertad y del poder, y para el hombre, en tanto que sujeto que conoce, dominio de la incertidumbre”.
Agrega Eduardo Blanco: “Los proyectos de inversión son, por definición, asuntos del porvenir. Ellos están en el reino de la incertidumbre, pero, a la vez, en el de las cosas sobre las que todavía podemos actuar. Representan riesgos y, al mismo tiempo, oportunidades. El futuro que más se parece a nuestros sueños, comienza con la formulación de los proyectos adecuados. Otro modo de comenzar significa ponernos en manos del azar, dejar que el porvenir sea solo incertidumbre, y renunciar a las posibilidades de libertad y de ejercicio del poder que allí se nos ofrecen”.
Un escenario nuevo comienza, en el que se agregarán a la vulnerable situación económica y social, las consecuencias de la pandemia. Vulnerabilidad sobre vulnerabilidad. Todo ello en un contexto de recursos escasos. Por lo tanto, habrá que decidir con ponderados criterios, el destino de los mismos. Tal como usualmente se expresa, estamos frente a un problema. pero también ante una oportunidad.
(*) El autor es ingeniero