“El tiempo económico se detuvo pero el financiero no”, dice el economista. El mundo debe reducir la actividad económica para permitir el distanciamiento social, porque solo así se va a desacelerar la propagación del Covid-19. Esto debería ser algo que una sociedad próspera puede hacer.
El problema, dice Summers, es que la economía se detuvo pero las cuentas siguen llegando y la mayoría de los norteamericanos no están preparados: 39% de los hogares del país no podrían cubrir un gasto de US$ 400 sin pedir dinero prestado o vender algo. El pequeño negocio promedio en Estados Unidos tiene suficiente dinero efectivo en la mano para aguantar 27 días. Para las empresas y para las familias, suspender el trabajo por un par de meses sería un desastre.
Este es el tipo de problema que la actividad financiera debería ayudar. “en finanzas se puede viajar en el tiempo”, dice Gautam Kaul, de la universidad de Michigan. En su curso de introducción a las finanzas. Cuando se toma dinero prestado se puede pasar el gasto del futuro al presente; al prestarlo se hace lo opuesto. Pero cuando todos quieren viajar en el tiempo en la misma dirección, las cosas no funcionan. Toda esa demanda de préstamos infla los precios justo en un momento en que los inversores, asustados por las incertidumbre, están buscando lugares seguros para colocar su dinero. El mercado, librado a su suerte sólo va a prestar a tasas muy altas.
Y es especialmente difícil poner en pausa una economía obsesionada con la eficiencia. Durante años los inversores han pedido a las empresas de todo el mundo que se aligeren, que se aseguren de que los sueldos no sean más altos de lo estrictamente necesario para lograr buen desempeño. Esto crea una disyuntiva entre eficiencia y resiliencia, decía el año pasado Roger Martin, de la Universidad de Toronto. Estados Unidos en particular eligió eficiencia. Para terminar co esto los gobiernos tienen que intervenir. En Estados Unidos, la Small Business Administration tiene un programa para ofrecer préstamos por “daño económico”, que, según sus autoridades “son perfectos para estos momentos”.
Los pescadores de calamares cuyos negocios se arruinaron con el derrame de petróleo de BP pudieron obtener préstamos a tasas de interés bajas, por ejemplo. Esos préstamos pueden ayudar a que los negocios sobrevivan el distanciamiento social, pero antes los gobernadores de los estados tendrán que declarar el estado de emergencia para hacerlos posible.
El factor limitante aquí no es el capital sino la coordinación. Los gobiernos tienen que tener la capacidad y la credibilidad para actuar y deben querer hacerlo en beneficio no solo para los poderosos sino para todos. Lamentablemente, la excesiva acción financiera erosiona eso también. Un fuerte sector financiero podría querer fomentar la eficiencia y el crecimiento pero también captar el sistema político aumentando la desigualdad, pasando el riesgo a los individuos y erosionando la capacidad del estado. En Estados Unidos, y en muchas otras economías de mercado en todo el mundo, hemos creado economías que tienen que seguir moviéndose. Si pudiéramos retroceder 40 años, tal vez podríamos hacer las cosas de otro modo.