Hay un síntoma: en abril, los bonistas fueron sorprendidos en su buena fe (si la tienen) por la toma de Student Loan Management por US$ 25.000 millones, mejor conocida como “Sallie Mae”.Los inversores suponían que compañías cuyas utilidades dependen de colocaciones bien calificadas no deberían acumular deudas de menor calidad. Pero sucedió y afecta un sector que mueve más o menos US$ 85.000 millones anuales.
A criterio de algunos analistas, el factor riesgo en compras apalancadas ha sido groseramente minimizado. Por ende, ahora una cartera inversora tras otras opta por la cautela y desensilla hasta que aclare. Desde que el caso Sallie Mae estalló, el 16 de abril, los bonos colocados por firmas como CIT Group o American Express han perdido hasta US$ 5.000 millones de su valor nominal, revela un informe de la consultoría CreditSights. La operación SLM eliminó la última franja libera de tomas apalancadas que, desde principios de 2006, representan US$ 1,11 billones.
Ya a mediados de mayo, los inversores exigen una media de 86 puntos básicos sobre el rinde de letras de tesorería para retener bonos de compañías financieras. Son catorce más que antes del escándalo Sallie Mae y significan el mayor nivel desde 2003, señala un informe de Merrill Lynch, en un mercado que representaba a fin de abril US$ 482.000 millones en bonos.
Hasta entonces, las compañías financieras se consideraban inmunes a las compras apalancadas (o sea, a los fondos especulativos de capital cerrado), pues hacían diferencia entre costos pasivos –toma de dinero- y réditos de colocarlo. Ahora, al alza de primas es superior a la de otros segmentos de deuda calificados aptas para inversores; vale decir, con grados mínimos de Baa3 (Moody’s) o BBB- (Standard & Poor’s).
La diferencia equivale a US$ 1.400.000 anuales extra por cada mil millones de deuda. Brechas ulteriores pueden agregar 20 a 30 puntos básicos, por lo cual las pérdidas podrían inflarse a US$ 15.000 millones anuales.
En resumen, las advertencias formuladas hace poco por Bernard Bernanke (Reserva Federal) sobre fondos de cobertura –derivativos- valen ahora para los fondos de capital cerrado o privado. De hecho, un informe elevado esta semana al Grupo de los 8 califica de “langostas” a ambas categorías. Es lógico, pues la explosión de compras apalancadas lleva ya más de dieciséis meses y ha inducido en las principales bolsas –Wall Street, Londres, San Pablo, Fráncfort- una burbuja diferente, pero de volumen similar a la puntocom de 1997/2000 o a la de bonos basura hace dos decenios.
La nueva ola consiste se sabe, en tomar empresas de todo tipo financiando la operación de deuda nueva de las propias adquiridas. Los fondos de capital cerrado –“privado” es el eufemismo usual, pues no suelen recaudarse vía bursátil- sólo aportan dinero para la transacción en sí, pero no para cubrir costos de ajustes, en particular despido de personal. Después, el fondo o grupo comprador revenderá con ganancia un activo “limpio de polvo y paja”, o sea achicado.
Algunas fuentes sospechan ya que, en cuanto va de 2007, ese tipo de negocio cumula unos dos billones de dólares. Esta cifra dobla la de CreditSights, peor está convalidada por la masa de liquidez acumulada en 2006 por esos fondos (US$ 430.000 millones), que puede superar los 500.000 millones –medio billón- este año. Esta danza de números explica que varios economistas serios –no simple analistas financieros ni gurúes-vena tras el auge bursátil actual, fomentado por las compras apalancadas, una crisis sistémica en ciernes.¿Su detonante? Por ejemplo, que fracase la toma de Chrysler Group por Cerberus y éste no pueda sacarse el clavo de encima o deba revenderlo a menos de lo pagado.
Hay un síntoma: en abril, los bonistas fueron sorprendidos en su buena fe (si la tienen) por la toma de Student Loan Management por US$ 25.000 millones, mejor conocida como “Sallie Mae”.Los inversores suponían que compañías cuyas utilidades dependen de colocaciones bien calificadas no deberían acumular deudas de menor calidad. Pero sucedió y afecta un sector que mueve más o menos US$ 85.000 millones anuales.
A criterio de algunos analistas, el factor riesgo en compras apalancadas ha sido groseramente minimizado. Por ende, ahora una cartera inversora tras otras opta por la cautela y desensilla hasta que aclare. Desde que el caso Sallie Mae estalló, el 16 de abril, los bonos colocados por firmas como CIT Group o American Express han perdido hasta US$ 5.000 millones de su valor nominal, revela un informe de la consultoría CreditSights. La operación SLM eliminó la última franja libera de tomas apalancadas que, desde principios de 2006, representan US$ 1,11 billones.
Ya a mediados de mayo, los inversores exigen una media de 86 puntos básicos sobre el rinde de letras de tesorería para retener bonos de compañías financieras. Son catorce más que antes del escándalo Sallie Mae y significan el mayor nivel desde 2003, señala un informe de Merrill Lynch, en un mercado que representaba a fin de abril US$ 482.000 millones en bonos.
Hasta entonces, las compañías financieras se consideraban inmunes a las compras apalancadas (o sea, a los fondos especulativos de capital cerrado), pues hacían diferencia entre costos pasivos –toma de dinero- y réditos de colocarlo. Ahora, al alza de primas es superior a la de otros segmentos de deuda calificados aptas para inversores; vale decir, con grados mínimos de Baa3 (Moody’s) o BBB- (Standard & Poor’s).
La diferencia equivale a US$ 1.400.000 anuales extra por cada mil millones de deuda. Brechas ulteriores pueden agregar 20 a 30 puntos básicos, por lo cual las pérdidas podrían inflarse a US$ 15.000 millones anuales.
En resumen, las advertencias formuladas hace poco por Bernard Bernanke (Reserva Federal) sobre fondos de cobertura –derivativos- valen ahora para los fondos de capital cerrado o privado. De hecho, un informe elevado esta semana al Grupo de los 8 califica de “langostas” a ambas categorías. Es lógico, pues la explosión de compras apalancadas lleva ya más de dieciséis meses y ha inducido en las principales bolsas –Wall Street, Londres, San Pablo, Fráncfort- una burbuja diferente, pero de volumen similar a la puntocom de 1997/2000 o a la de bonos basura hace dos decenios.
La nueva ola consiste se sabe, en tomar empresas de todo tipo financiando la operación de deuda nueva de las propias adquiridas. Los fondos de capital cerrado –“privado” es el eufemismo usual, pues no suelen recaudarse vía bursátil- sólo aportan dinero para la transacción en sí, pero no para cubrir costos de ajustes, en particular despido de personal. Después, el fondo o grupo comprador revenderá con ganancia un activo “limpio de polvo y paja”, o sea achicado.
Algunas fuentes sospechan ya que, en cuanto va de 2007, ese tipo de negocio cumula unos dos billones de dólares. Esta cifra dobla la de CreditSights, peor está convalidada por la masa de liquidez acumulada en 2006 por esos fondos (US$ 430.000 millones), que puede superar los 500.000 millones –medio billón- este año. Esta danza de números explica que varios economistas serios –no simple analistas financieros ni gurúes-vena tras el auge bursátil actual, fomentado por las compras apalancadas, una crisis sistémica en ciernes.¿Su detonante? Por ejemplo, que fracase la toma de Chrysler Group por Cerberus y éste no pueda sacarse el clavo de encima o deba revenderlo a menos de lo pagado.