China y la Argentina en el Siglo 21

    Por Jorge Castro (*)

    Lo que sigue es una versión condensada de la introducción y de uno de los capítulos del reciente libro de Jorge Castro, “China y la Argentina en el Siglo XXI”, editado por Pluma Digital Ediciones, Amenabar 3672–13, CABA.
    opacheco@plumadigitaledicion.com.ar  y www.plumadigitaledicion.com.ar 

    La prioridad china es ahora el desarrollo industrial de Brasil
    China ha modificado en sus raíces su estrategia de vinculación con América del Sur, y en especial con Brasil, principal país industrial de América latina y único que logró industrializarse a través del ciclo completo de sustitución de importaciones, y llegó incluso a la fase de exportación de manufacturas (1968 / 1972).
    El primer ministro Li Keqiang anunció en Brasilia (19–05–15) la creación de un fondo de desarrollo industrial (US$ 30.000 millones) para impulsar la internacionalización productiva de la manufactura brasileña y por extensión de América del Sur.
    El Fondo Soberano chino (CIC / US$ 685.000 millones) estableció esa semana un fondo especial de US$ 70.000 millones destinado a “…promover las exportaciones de la capacidad industrial china”, diferenciándola de la venta de bienes manufactureros en el exterior.
    “Se trata –dijo Gu Dawei, titular de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (NDRC), organismo de planificación de la República Popular– de exportar la industria china como un todo, a través del traslado al exterior de su capacidad manufacturera”. Son las inversiones directas (IED /greenfield) de nuevas plantas y sistemas de equipamiento industrial.
    Por eso señaló Li Keqiang que China quiere ayudar a Brasil ” … a diversificar su economía y la estructura de su comercio exterior (centrado hoy en las exportaciones de materias primas / 62% del total en 2014); y esto exige ante todo elevar la calificación (upgrading / nivel de productividad) de su industria”.
    “En este momento –advirtió Li Keqiang en la CEPAL, cuna de la estrategia de industrialización sustitutiva de América latina– los países avanzados pujan por reindustrializarse, y el mundo emergente necesita promover su industrialización y urbanización; y esto exige avanzar dentro de la cadena internacional de producción, en el momento en que experimenta una nueva revolución industrial”.
    Los términos de Li Keqiang son inequívocos: la estrategia de desarrollo industrial de los países emergentes convierte la fase de globalización en sinónimo de participación en el sistema integrado transnacional de producción.
    El desarrollo industrial es hoy igual a internacionalización productiva; y esto exige, a diferencia de la etapa de industrialización sustitutiva (1950–1974), abrir en forma profunda e irreversible la economía nacional. Terminó históricamente la etapa del desarrollo doméstico.
    “El continuo avance de la globalización –precisó Li Keqiang– implica que los países modifican continuamente los lugares que ocupan en la cadena transnacional de producción; y al hacerlo (es el caso de China en los últimos 6 años), trasladan a los países emergentes líneas industriales de producción de bienes de equipo y capital así como capacidades de gestión empresarial y tecnologías avanzadas.” El objetivo de la inversión china en Brasil es ahora diversificar la producción industrial, “…fusionándola con las tecnologías más avanzadas de EE.UU. y Europa”.
    Brasil atrajo US$ 62.495 millones de IED en 2014, que aumenta a US$ 96.851 millones si se agrega la reinversión de ganancias de las compañías transnacionales. Por eso se ha convertido en el tercer país del mundo en atracción de IED, después de China y Estados Unidos. También absorbe prácticamente la totalidad de la IED manufacturera china en América latina (90% del total / US$1.100 millones).
    Comienza un nuevo ciclo en el vinculo bilateral China /América del Sur. El comercio entre las dos partes creció 22 veces entre 2000 y 2014, y 90% de la IED china se destinó a minería e hidrocarburos.
    Ahora China se convierte en la principal palanca para el desarrollo industrial de América del Sur.

    El freno del desarrollo industrial brasileño es doméstico
    Brasil recibió US$65.000 millones en inversión extranjera directa (IED) de las empresas transnacionales en 2014, encabezadas por 490 de las 500 principales del mundo (Fortune 500).
    La IED aumentó 6,5% en 2014, y al mismo tiempo el flujo de capitales líquidos que ingresó en la Bolsa de San Pablo (BM&FBovespa) se elevó a una tasa similar, en una cifra que puede estimarse en US$ 200.000 millones.
    Brasil es el tercer país del mundo en capacidad de atracción de la inversión directa de las empresas transnacionales, sólo por detrás de China y EE.UU. En estas condiciones, el déficit de cuenta corriente alcanzó a 3,7% del PBI en 2014 y la balanza comercial resultó deficitaria en los primeros 10 meses del año, con exportaciones por US$ 200.000 millones y compras en el exterior que ascendieron a US$ 202.300 millones.
    La inversión transnacional obtenida por Brasil en los últimos 10 años es de última generación tecnológica, especialmente en el sector automotor, salud (diagnóstico de imágenes) y farmacéutico. Sin embargo, la industria brasileña de capital transnacional prácticamente no exporta.
    Es una omisión provocada por el nivel de costos de la producción brasileña. El costo promedio de la industria manufacturera (“custo Brasil “) es 23% mayor que el estadounidense y casi 50% superior a los de Corea del Sur o China.
    Por eso es que la manufactura brasileña sólo puede exportar a Mercosur/Argentina, y se ha excluido del resto de los mercados, ante todo de los asiáticos, eje de la demanda global.
    El núcleo del “costo Brasil” es la suma de baja productividad (+1% anual desde 2009), colapso de la infraestructura y presión tributaria (38% del PBI), la más elevada del mundo emergente, el doble que la china.
    Todo este retraso está enmarcado en una red de densas regulaciones burocráticas sin parangón en América latina. En la última década se han aprobado más de 4 millones de leyes en los tres niveles del Estado (800 por día).
    Pero la raíz del “costo Brasil” no está allí, sino que es estructural. Surge de la baja tasa de inversión (18% del PBI) y del bajísimo nivel de ahorro doméstico (15% del producto), que tornan extremadamente débil el proceso de formación de capital.
    La industrialización brasileña (1950-1980) no se realizó a través de un aumento sistemático de la tasa de inversión, sino mediante la inversión extranjera (industria automotriz/Juscelino Kubischek, 1956-1960), el endeudamiento externo (general Ernesto Geisel, 1974-1979) y el financiamiento proveniente de la megainflación que tiene como punto de partida la construcción de Brasilia. De ahí el dato invariable del alto costo de la producción en los últimos 50 años.
    El problema de Brasil no es la ausencia de capacidad innovadora. El gasto en I&D crece 7% anual, y es el segundo del mundo después de China (11% por año). Se realiza en 25 centros de alta tecnología de nivel mundial, con base en las industrias de aeronavegación, energía y automovilística. En Río de Janeiro hay 227 laboratorios de investigación sísmica reunidos en un cluster de I&D situado en la frontera del sistema, especializado en el pre-sal y las perforaciones en aguas profundas.
    Brasil es el segundo mercado de tecnología de la información (IT) del mundo emergente, detrás de la República Popular; y en él se han invertido US$ 134.200 millones en 2014, con un sistema de Internet móvil (smartphones) que se expande 28% anual.
    Las grandes transnacionales brasileñas eran 3 en 1990, y ahora son 25; y han invertido en el exterior US$ 160.000 millones, con Embraer a la cabeza, la tercera empresa de producción de aeronaves del sistema mundial.
    En el mundo de hoy la competitividad/productividad tiene un carácter sistémico: no compite sólo el sector exportador, sino la totalidad del sistema productivo, incluyendo al Estado
    El punto clave de las impostergables reformas estructurales brasileñas reside en la drástica reducción del “costo Brasil”. Las cosas tienen un principio, una prioridad.

     

    Lo fundamental en China son las tendencias

    La inversión directa (IED) de los países emergentes (80% Asia) alcanzó un récord de US$ 484.000 millones en 2014 (+30%) y se convirtió en la principal fuente de capitales del sistema, tras superar a Norteamérica (EE.UU./Canadá) y Europa (Alemania/ Reino Unido)/UNCTAD.
    China lidera este giro histórico; y colocó en el exterior US$ 266.000 millones de inversión directa en 2014, sólo por detrás de EE.UU., (US$ 290.000 millones), aunque lo supera si se le suma Hong Kong (US$120.000 millones).
    La clave en China no son las cifras de su economía, por asombrosas que sean, sino las tendencias que revelan. La IED que recibía del exterior hace 10 años era 18 veces mayor que la que invertía en el mundo, y en 2014 fue una vez y media superior a la proveniente del sistema mundial. Y se apresta ahora a duplicarla en 2020. La IED global china era 12% del total en 2007, y escaló a 36% el año pasado.
    También ha modificado la naturaleza de sus inversiones en el exterior. Más de 2/3 de su IED se destina ahora a nuevos proyectos o a compras y fusiones (M&A) de empresas del capitalismo avanzado, ante todo de alta tecnología.
    La IED de Norteamérica y Europa proviene ante todo de la reinversión de ganancias de sus transnacionales (ETN) en el exterior, que en el caso de las estadounidenses, proviene de sus asociadas o afiliadas en el mundo emergente (US$ 1,5 billones en 2014).
    La capacidad de inversión de China depende en forma directa de la magnitud de su superávit de cuenta corriente, que ascendió a 10,3% del PBI en 2007 (US$ 380.000 millones) y cayó a 2% en 2014. Ha sido nulo o negativo en los últimos 4 trimestres.
    China prevé importar bienes y servicios por US$ 10 billones en los próximos 5 años; y fueron 115 millones los turistas chinos el año pasado (2/3 fue a Europa y EE.UU.), que gastaron US$ 8.500 por viaje.
    Lo que está haciendo China es redesplegar las reservas del Banco del Pueblo de Beijing, que se concentró en los últimos 15 años en la compra de títulos del Tesoro, hasta convertirse en la primera acreedora externa de EE.UU. y en la segunda interna, después de la Fed. Las reservas chinas son 4 veces superiores a las de Japón (US$ 1,3 billones), las segundas en orden de importancia.
    Este giro estratégico fundamental, de importancia histórica global, es acompañado por tres medidas decisivas: la plena liberalización de la cuenta capital (ocurriría en 2020); la completa internacionalización del renminbi (tendría lugar en 2025, o antes); y la instalación definitiva de un nuevo sistema de instituciones en Shanghai (Zona de Libre Comercio/FTZ Shanghai), que implica la total integración al mercado financiero internacional, igual o más profunda que la de Hong Kong, y se realizaría en 5 años.
    Finalizadas las tres dimensiones de este giro histórico, Shanghai se transformaría en 15 años en la principal fuente de capitales del sistema en el siglo XXI, por encima de Wall Street y la City de Londres.
    El superávit de cuenta corriente de 2014 ha sido sólo levemente inferior al récord de 10,3% del PBI en 2007, debido a la ampliación de la base económica (US$330.000 millones en 2007/US$280.000 millones en 2014); y aun si se reduce todavía más con relación al producto, aumentaría a US$485.000 millones en 2019 (Deutsche Bank).
    La inversión en capital es el núcleo decisivo de la acumulación capitalista; y la República Popular se convierte en 10 años en la principal fuente de inversiones del sistema capitalista. Este es, sin duda, el dato estratégico fundamental que define su significado histórico.
    China no es más un gran país entre otros, sino el nuevo rostro de la economía mundial.

     

    Papel de China en la agricultura mundial

    Detrás de la caída del precio de las materias primas no agrícolas y del alza récord del valor de los granos que ha ocurrido a partir de 2009, hay un solo responsable, que es China. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), la República Popular consumió en 2011 más de 40% de los metales básicos del planeta –cobre, mineral de hierro, plomo, estaño, zinc, níquel– , y 23% de la oferta mundial de commodities agrícolas (maíz y trigo), así como 60% de la producción global de soja.
    Por eso, lo que sucede en la economía china impacta directamente en el mercado mundial de commodities, a punto de convertirlo en una función del ciclo de la demanda doméstica de la República Popular.
    La situación económica china se presenta en estos términos: en los primeros 6 meses de 2013, el PBI creció 7,8% anual, como resultado de una expansión de 8,1% en el primer trimestre y de 7,6% en el segundo.
    Significa que su PBI crecía entonces 4 puntos por debajo del nivel de expansión que experimentó en los primeros 10 años del siglo (11% anual), y 2,5 puntos menos que el nivel de crecimiento experimentado a lo largo de los 33 años posteriores a 1978, cuando se desató el proceso de reformas y apertura de la economía (9,8% anual).
    El crecimiento chino no sólo es ahora menor, sino que se expande a través de la demanda interna y del consumo individual, y no mediante el auge de las exportaciones y de la inversión, como sucedió después de 1978. La demanda doméstica crece más de 10% anual, guiada por el consumo individual, que aumenta entre 8% y 15% por año.
    La clave de la situación alimentaria mundial se encuentra en el siguiente dato de la República Popular: el arroz y el trigo son los dos granos de mayor consumo doméstico, se autoabastece en ambos, al tiempo que es el primer productor mundial.
    La cosecha de trigo aumentó por décimo año consecutivo en 2013; y la de arroz llevaba doce años de expansión continuada, mientras que el stock de reserva de ambos era suficiente para satisfacer 4/5 años de la demanda doméstica.
    Esta es la razón por la que el boom de los precios agrícolas se redujo al de la soja y el maíz, que son insumos para la alimentación animal. China faena 600 millones de cabezas de ganado porcino por año.

     

    Contaminación y productividad agrícola

    El Ministerio de Medio Ambiente de China señaló en 2014 que 20% de la tierra fértil se encontraba contaminada, y estaba perdida irreversiblemente para la producción agrícola.
    China tiene 22% de la población mundial (1.340 millones de habitantes), y 7% de la tierra fértil del mundo; y más de 250 millones de campesinos pasaron del campo a las ciudades en los últimos 30 años, en tanto la población urbana aumentó de 30% en 1990 a 54% en 2014.
    Hay que agregar que un millón de hectáreas de tierras fértiles se pierden por año, debido a que cambian de función y se destinan al desarrollo urbano.
    La causa de esta extraordinaria polución –16 de las 20 ciudades más contaminadas del planeta son chinas– son los residuos tóxicos provenientes de las actividades industriales, sumados al uso intensivo e impropio de fertilizantes y pesticidas en la agricultura.
    China es el mayor productor de granos del mundo (586 millones de toneladas en 2013), y 4/5 partes de su producción se realiza con riego intensivo (la proporción de agua por habitante es 25% –1/4– del promedio mundial); y en el transcurso de los últimos 30 años no ha habido limitaciones en el uso de pesticidas y fertilizantes, porque los objetivos de la política alimentaria eran esencialmente cuantitativos, sin consideración de factores ecológicos o ambientales.
    La abrumadora mayoría de las tierras contaminadas (82,8%) son obra de la industria; y el daño ha sido mayor en las 13 provincias costeras del sur, donde ha tenido lugar el crecimiento explosivo de la manufactura en las últimas tres décadas.
    La provincia de Hunan, en el centro de la República Popular, es la mayor productora de arroz (respondió por 16% de la cosecha en 2013), y al mismo tiempo es una de las 3 más contaminadas.
    Las tres regiones más afectadas por la contaminación son las principales productoras industriales: el Delta del Río Yangtsé, en el Este del país; la cuenca del Río Pearl, en el Sur, con eje en Shenzhen/Hong Kong; y las tierras situadas en el Noroeste, origen histórico de la manufactura pesada.

    Consumo de carnes

    China faena 600 millones de cerdos por año, 1 por cada 2,2 habitantes, y el consumo de carnes rojas equivale a la mitad de la producción mundial.
    Entre 2000 y 2010, la República Popular importó 500.000/600.000 toneladas de carne de cerdo por año. Es más de 30% del comercio mundial. Aun así es menos del 1% de su consumo anual.
    El punto culminante se alcanzó en 2008, con 1,9 millones de toneladas de carnes compradas en el exterior. Fue consecuencia directa de la aceleración de la transición dietaria que experimenta su población (vuelco masivo al consumo de proteínas cárnicas).
    El impulso fundamental del boom importador han sido los precios récord del producto en el mercado doméstico, que aumentaron 53% en 2009.
    El Departamento de Agricultura de EE.UU. (USDA) señaló que hay un vínculo directo entre el precio doméstico de las carnes rojas y el auge de las importaciones. La cifra de importaciones de carnes en 2009 ha sido récord en el mercado mundial.
    La producción de carne porcina en China es una de las más afectadas por la nueva ley agraria, sancionada en 2008. Este régimen establece que los derechos de uso sobre la tierra pueden ser vendidos a otros productores individuales o a grandes empresas, incluso de capital extranjero, especializadas en la producción agroalimentaria.
    De ahí que más de 50% de los productores individuales hayan abandonado la actividad en los últimos 10 años, y migrado a las ciudades. El sector de punta de la producción está ahora constituido por grandes corporaciones, muchas de ellas creadas con fondos del sistema financiero internacional y dotadas de equipos técnicos y gerenciales de alto nivel.
    Estas firmas faenan ya más de 100 millones de cabezas por año (70% del valor total), muchas con marcas globales.
    El gobierno chino respalda la modernización de la industria. Por eso acelera su transformación estructural (disminución del número de pequeños productores), e incentiva el protagonismo de las grandes empresas.
    La política de modernización incluye tres variables: industrialización (fin de la ruralidad); estandarización, según las pautas del mercado; e incremento en la escala de producción. El objetivo es acelerar la integración de la cadena de valor, y establecer marcas reconocidas por su calidad y seguridad alimentaria.
    La producción de carnes rojas tiene para China un carácter estratégico, porque es el núcleo de su seguridad alimentaria. La prioridad es asegurar la concentración, modernización y transnacionalización de la industria, y en ellas se ha comprometido la más alta autoridad del Partido y el Estado.
    La República Popular ha crecido durante 33 años a una tasa promedio de 9,9% anual, y en ese período ha aumentado 13 veces el PBI.
    Esta extraordinaria expansión –la más prolongada y a la tasa más alta de la historia del capitalismo–, se revela en el incremento del consumo de alimentos: la ingesta per cápita de carne se cuadruplicó entre 1978 y 2010; la de leche se multiplicó por 10; la de huevos, por 8; y el consumo de calorías alcanzó a 3.040 diarias (+40% en 3 décadas).
    En los últimos 10 años, el consumo de carne de cerdo ha crecido 36% en las áreas rurales, y 12,2% en las urbanas. El promedio es ahora 36,9 kilogramos anuales por cabeza, y se duplica antes de 2030.

    Inversión agrícola china en el exterior

    El fondo soberano de inversión de China (China Investment Corporation/CIC) cuenta con US$ 650.000 millones, provenientes de las reservas del Banco Central (US$ 4,31 billones). CIC ha invertido en el exterior U$S 200.000 millones, que se duplicarían en 2020, orientándose sobre todo a Estados Unidos, Europa y América latina.
    El año pasado, 17% del total de las compras y adquisiciones de las empresas chinas en el exterior se realizó en firmas agroalimentarias (fue 5% en 2000); y se se duplicaría en 2015, hasta llegar a 40%.
    La novedad es que China ha decidido reorientar sus inversiones en el exterior hacia la producción agrícola; y esta decisión estratégica se ejecuta a lo largo de la totalidad de la cadena de valor, desde la actividad primaria a los sistemas globales de distribución, incluyendo a las grandes marcas.
    La prioridad del CIC responde a la política de la nueva conducción del Partido y el Estado (Presidente Xi Jinping), que aspira a crecer sobre la base del aumento del consumo en el mercado doméstico, y no sólo mediante el alza de las inversiones y el auge de las exportaciones, como ocurrió en los 30 años previos, en lo que se constituyó en una de las características principales del crecimiento económico de la República Popular. En esta nueva etapa, las importaciones crecen más rápido que las exportaciones (60% vs. 40%), y las de los de alimentos son las de mayor expansión.
    Xi Jinping señaló que China prevé importar productos por U$S 10 billones en los próximos 5 años, y que realizará en ese período inversiones en el exterior por U$S 500.000 millones, totalizando U$S 1,25 billones al concluir 2025.
    La República Popular presume que las importaciones de soja y maíz se multiplicarían por 4 o por 6 en los próximos 10 años; y que esta tendencia acarreará probablemente una nueva crisis alimentaria en el sistema mundial, tanto o más aguda que las de 2009 y 2011.
    Las previsiones del gobierno chino son las siguientes: en 2012 se importaron 60 millones de toneladas de soja, 76 millones en 2014, y treparían a 105/110 millones de toneladas en 2020/2023. Coincide con estas previsiones el Departamento de Agricultura de EE.UU (USDA).
    Igual tendencia se manifiesta en el maíz: se importaron 6 millones de toneladas en 2012, que fueron 8 millones en 2014, para elevarse a 20 millones en 2020, y alcanzarían un piso de 25/26 millones de toneladas por año a partir de allí.
    El cálculo del CIC es que la población mundial superará 9.100 millones de habitantes en 2050, que serían más de 10.000 millones al concluir el siglo; y para asegurar su alimentación se requiere aumentar 70% la producción en las próximas 4 décadas.
    Para lograr esto, es preciso elevar más de 50% la tasa de inversión en la producción primaria; y en el caso de los países pobres de Ãfrica y Sur de Asia, ese incremento es superior a 70%.

    La Argentina y el agro chino

    El ingreso per cápita en China ascendió a U$S 7.800 en 2013 (en capacidad de compra doméstica/PPP); y la clase media, con ingresos por encima del promedio, superó 500 millones de personas, que serían 1.000 millones en 2030. Sería entonces una sociedad de clase media.
    La población china (1.340 millones de habitantes) experimenta la más grande transición dietaria de la historia, con un vuelco masivo al consumo de proteínas cárnicas, especialmente rojas (cerdo).
    Por eso importa cifras cada vez mayores de los insumos necesarios para la alimentación del ganado porcino (faena 600 millones de cabezas por año): soja, maíz y harina de soja.
    Esta particularidad de la República Popular –alza del ingreso per cápita y el consumo doméstico/ transición dietaria– otorga un status geopolítico especial a los grandes productores y exportadores de granos de la economía mundial, ante todo Brasil y la Argentina. En especial a la segunda, que es la mayor exportadora de granos del mercado mundial, en términos per cápita, y la principal exportadora de harina de soja (complemento básico de la alimentación animal) en términos absolutos.
    Tras 15 años de lograr autosuficiencia alimentaria, sobre todo en la producción de granos, China importó 76 millones de toneladas de soja (80% del consumo doméstico) en 2014, que serían 80/90 millones de toneladas en 2015, acompañadas por 7 millones de toneladas de maíz, en especial en EE. UU.
    Lo que ocurre con la soja –principal insumo para la alimentación del ganado porcino– es parte de una tendencia de fondo de la economía china.
    La República Popular producía y consumía 14 millones de toneladas de soja en 1995, y todavía cosechaba la misma cantidad en 2011, pero consumía 70 millones de toneladas, orientadas, en 4/5 partes, a los suplementos proteínicos para la alimentación animal.
    Este giro de fondo de la estrategia alimentaria china, al garantizar la seguridad alimentaria con la compra de granos (soja y maíz) en EE.UU., Brasil y la Argentina, ha modificado el mapa de la producción agrícola mundial, y le ha otorgado un peso fundamental, potencialmente decisivo en el largo plazo, a América del Sur, en especial a los grandes productores agrícolas del Mercosur.
    Si China decide importar 20% de su actual producción de granos (580 millones de toneladas en 2014), necesitaría comprar al mundo más de 100 millones de toneladas de esos productos.
    Situación política
    Xi Jinping asumió la presidencia de China en agosto de 2013, previamente lo hizo con la secretaría general del Partido Comunista (marzo de 2013).
    Es la cabeza de la 5° generación de líderes de la República Popular, en tanto la 1° tuvo en Mao Tse Tung (1949) a su jefe político y militar, así como el teórico de la visión estratégica característica de su cultura cívica. En los 12 meses posteriores a su asunción como máxima autoridad política y militar, 75% de los altos dirigentes del Partido y del Estado pasaron a retiro y abandonaron para siempre las decisiones partidarias y estatales.
    El principal desafío doméstico del nuevo liderazgo es la liberalización del sistema financiero, cuando se acelera la internacionalización del renminbi, que implica, necesariamente, la convertibilidad de la moneda y su integración al mercado global.
    La represión financiera, en especial el control de las tasas de interés de corto plazo, es el núcleo crítico de la estructura económica china surgida en los últimos 30 años y descripta por el premier Wen Jiabao como “inestable, desequilibrada, descoordinada e insostenible”.
    La tasa de interés a un año de los bancos chinos es negativa desde 2003 (en 1997/2003 era + 3%).
    El corolario es el bajo nivel de consumo (47% del PBI), la sobrecargada tasa de inversión (47%/50% del PBI) y el asombroso stock de reservas (U$S 4,3 billones), el más elevado del mundo. La represión financiera actúa como un subsidio para las provincias costeras exportadoras, las industrias capital–intensivas y las empresas y bancos del Estado, mientras discrimina a las regiones del interior y a las firmas de servicios orientadas al mercado doméstico. Por eso el actual mecanismo económico –estructuralmente “insostenible”– es ante todo un sistema de intereses creados, un concierto de poderes profundamente arraigados, surgidos del boom de las 3 primeras décadas de reformas.
    Este año es un punto de inflexión histórico en China, de una envergadura semejante a 1978, cuando Deng Xiao Ping lanzó el giro estratégico que volcó a la República Popular a la economía capitalista de mercado y a la integración con el sistema mundial.
    Al igual que en 1978, el giro estratégico que imponen los acontecimientos se realiza a través de una intensa lucha política y social, capaz de establecer un consenso de nuevo tipo sobre la necesidad de reformas que dejen atrás la macroeconomía “insustentable”creada en los últimos 30 años.
    Esta puja formidable tiene lugar cuando China experimenta una transformación política fundamental, con la emergencia de una poderosa clase media , con valores y expectativas propias de su condición, en una de las sociedades más interconectadas del mundo (500 millones de usuarios de Internet), y cuando deja atrás una percepción puramente nacional de su identidad y destino, y se convierte en actor global e integrante activo y de primer rango de una sociedad mundial profundamente integrada, hecho esencial de la primera mitad del siglo XXI.
    Considerar a esta transformación revolucionaria sinónimo de “democratización” es quedarse corto, salvo que el término se utilice en el sentido de Tocqueville, en el que prima lo social, cultural e históricamente irreversible sobre lo meramente institucional.
    La crisis global 2008-2009 se impuso sobre la macroeconomía “insustentable” y el superávit de cuenta corriente se redujo de 7,5% del PBI en 2007 a 2,1% en 2011. Y China comenzó a crecer sobre la base de su demanda doméstica y el consumo individual.
    El punto central de la incorporación de China al capitalismo avanzado –que puede llevar de 5 a 10 años– es la internacionalización del renminbi, que tendría su eje y punto focal en la City de Londres.
    La 5° generación es la más importante y cargada de responsabilidades de la historia política china desde 1978 y ocupa el tercer lugar en esa larga trayectoria que comenzó en 1921 (fundación del PCCh), junto con Mao Tse Tung y Deng Xiao Ping.

    600 millones de usuarios de Internet

    El Partido Comunista chino es la fuerza dominante en un complejo y diferenciado sistema político, cuya complejidad aumenta a medida que profundiza su transnacionalización, y que su creciente integración con el capitalismo avanzado modifica todas y cada una de sus particularidades domésticas.
    La más importante de estas modificaciones es la aparición de una poderosa opinión pública, en la forma de 600 millones de usuarios de Internet.
    Cada generación política –esta es la quinta en la historia de la República Popular– asume una particular tarea histórica. Esta no es impuesta por una corriente doctrinaria o una escuela de pensamiento, sino que es el resultado de un especial momento histórico, que surge de la fase alcanzada por su desarrollo doméstico y por la relación que ha establecido China con el sistema mundial.
    China es ya la primera potencia del mundo en lo que se refiere a los flujos de la globalización –comercio internacional/inversiones–; y en lo que hace al stock de producción, también llamado PBI, es también la primera si se mide en términos de capacidad de compra doméstica / PPP (U$S 17,69 billones vs. U$S 17,2 billones de EE.UU).
    Pero la principal modificación estructural ocurrida en los últimos 6 años, no es económica sino política. China comparte ahora las decisiones estratégicas con EE.UU respecto a la gobernabilidad del sistema global, al haber terminado irreversiblemente la unipolaridad hegemónica norteamericana que comenzó en 1991 (caída de la Unión Soviética).
    Esto es lo que convierte a Xi Jinping en una figura política mundial; y lo que importa ahora es fijar cuál es su prioridad doméstica, el punto principal de su agenda estratégica para los próximos 10 años de la historia china.
    Esa prioridad es el sistema financiero, y tiene su eje en la liberalización de las tasas de interés, hasta culminar, probablemente en 2025 o quizá antes, con la internacionalización del renminbi (Rmb). En el camino, el objetivo es transferir el eje del sistema financiero desde los bancos estatales a los nuevos mercados de capital, plenamente integrados con los centros de las finanzas mundiales (Wall Street, Londres, Frankfurt). Lo previsible es que Xi Jinping acelere la ola de desregulaciones en marcha e intensifique la internacionalización inmediata de los mercados bursátiles. En este contexto, la convertibilidad plena del Rmb puede ser un hecho en los próximos 5 años.
    Están presentes las condiciones para este vuelco histórico. El superávit de cuenta corriente ha disminuido a 2,6% del PBI en 2012 (11% en 2007); y el sector privado recibe ya más de 60% del total de los créditos. El Rmb es utilizado en 11% del comercio exterior (era 2% en 2009); y treparía a 30% o más en 2015; y se convertiría en una de las tres principales monedas del comercio global.
    El Rmb se ha apreciado 30% desde 2007, y ha alcanzado ya la tasa de equilibrio frente al dólar estadounidense.
    ¿Qué significa la convertibilidad de la moneda china? Es la plena integración de la República Popular en el sistema financiero global, y en ella desaparece el adentro y el afuera. Internacionalizar el Rmb implica transformar a Hong Kong, Shenzhen y Shanghai en núcleos esenciales del sistema financiero internacional; y esto sucede cuando la República Popular se ha convertido en uno de los destinos principales del flujo global de capitales.
    Es un extraordinario incentivo para el auge del consumo doméstico (hoy es 36% del PBI y sería 45% en 2020). Se convierte en el gran instrumento de canalización del ahorro mundial hacia el incremento del consumo doméstico.
    En 2000, el PBI era U$S 1,5 billones (dólares constantes), y ahora es una cifra 7 veces superior; y el ingreso per cápita se ha multiplicado por ocho en términos de capacidad de compra doméstica (U$S 1.135 / U$S 9.800). Los usuarios de Internet eran 45 millones hace 10 años, y en 2012 son 13 veces más; y la población urbana ascendía a 38% del total y en 2015 alcanzó a 51% (sería 60% en 2020).

    La transformación política es más relevante que la económica

    Un conflicto con la censura de periodistas y editores de un diario del Sur de China de escala menor se transformó en enero de 2013 en una cuestión nacional, debido a la poderosa resonancia que le dieron 600 millones de usuarios de Internet (59 millones de bloggers), que constituyen el resorte esencial de una de las más poderosas opiniones públicas del mundo contemporáneo.
    El régimen del Partido Comunista chino es profundamente legítimo, tanto en términos nacionales como sociales, tras haber unificado al país en 1949 y haberlo liberado de toda dominación extranjera por primera vez en 100 años. También por liderar durante 3 décadas el período más largo, a la tasa más alta, de crecimiento económico e inclusión social de toda la historia del mundo moderno.
    El sistema político chino ahora se ha modificado, y el Partido Comunista debe compartir las decisiones con la asamblea virtual digitalizada que ha surgido, constituida por los 600 millones de usuarios de Internet, que es el doble de la población estadounidense.
    Internet se ha convertido en China en una plataforma gigantesca de expresión, participación y deliberación de la población china, sobre todo de los jóvenes entre 18 y 29 años en las cuestiones político-estatales que la afectan en forma directa, como la censura.
    El incidente con la prensa de enero de 2013 ha tenido el mérito de la oportunidad, porque asumió el poder en China una nueva generación política –la quinta en la historia de la República Popular–, liderada por Xi Jinping, secretario general del partido, mientras se impone un cambio drástico en el proceso de acumulación iniciado en 1978, que ha alcanzado un punto de inflexión.
    La revolución de Internet en China ha provocado la emergencia de una vigorosa sociedad civil; y ha modificado en sus raíces la estructura del Estado, que no se reduce al aparato estatal, sino que ante todo es el vínculo con la sociedad civil.
    Ahora ese vínculo abarca, junto con el Partido Comunista, un foro descentralizado, instantáneo e interactivo que cubre a la mitad de la población y a 80% de los jóvenes.
    Lo que sucede en China en los últimos 6 años es una fundamental transformación política. Esto sucede cuando el giro estratégico global experimentado en los últimos 6 años ha convertido a China en el eje del sistema mundial, junto con EE.UU.
    Lo propio de la globalización es que lleva a desaparecer la diferencia entre el adentro y el afuera; y China, al convertirse en eje del sistema mundial, tiende a adquirir los rasgos de legitimidad propios de su papel global y de su nuevo liderazgo internacional.
    El vuelco de la economía china hacia un crecimiento guiado por el consumo doméstico, en vez del alza de las exportaciones y el aumento de la tasa de inversión provoca una intensa lucha política doméstica, la más vigorosa desde la muerte de Mao en 1976. Ahora se trata de enfrentar a los grandes intereses creados, sobre todo las empresas y bancos del Estado a partir del proceso de reformas lanzado en 1978.
    Este proceso de importancia mundial es sinónimo del traslado del centro de gravedad de la historia china desde la costa hacia el interior, debido a que la urbanización, que abarca ya a 51,27% de la población, llegará a 70% en 2035; y 2/3 ocurrirá en las provincias del Norte y el Oeste. La transformación política de la República Popular es el principal acontecimiento mundial de la segunda década del siglo XXI.

    Situación social

    China tiene 632 millones de usuarios de Internet y son 700 millones los poseedores de Internet móvil (smartphones), que eran 380 millones en 2012. Esta cifra de smartphones muestra un grado de penetración inferior al norteamericano (54% vs. 69%), pero una rapidez en el incremento de la titularidad tres veces mayor.
    El margen de crecimiento de Internet móvil es más de 50% anual.
    El uso de Internet en China ha estado centrado hasta ahora en el consumo y los juegos (probablemente vinculado al hecho de que 80% de los usuarios tienen entre 18 y 29 años). En el Día de San Valentín (14 de febrero), las compras en Internet ascendieron a US$ 6.000 millones (RMB 36.000 millones), el doble que en igual fecha en EE.UU.
    En los últimos 5 años, las empresas chinas han comenzado a volcar sus procesos y procedimientos en la red de redes; y 21% de ellas lo ha hecho directamente en la “nube” (cloud computing), la nueva plataforma de computación global.
    Lo que importa en China no son las cifras, sino la tendencia que revelan. La economía digital abarcó 3,3% del PBI en 2010, trepó a 4,4% en 2013, sería 6% en 2015, para alcanzar luego a 22% en 2030. De esta manera, superó en 2013 la de EE.UU., pero con un ritmo de expansión que la duplicaría en 2030. En la economía digital, el auge de la productividad tiene su correlato inverso en la caída de los costos laborales; y la estructura salarial tiende a disminuir, debido a que la principal forma de remuneración es crecientemente la participación en el paquete accionario.
    El resultado sería un crecimiento del producto de 7%/22% en 2023, según distintas hipótesis (McKinsey Global Institute). Lo decisivo no es el alza del PBI que acarrea la digitalización, sino la modificación de su naturaleza. Al menos la décima parte de las compañías que se han volcado a la “nube”, está constituida por nuevos emprendedores de alta tecnología; y esta proporción se multiplicaría por 3, o quizá por 4, en 2030.
    En ese caso, el auge de la productividad que provocaría sería mayor que el incremento del producto, en una proporción de 3 a 1.
    Más de 75% de la población urbana tendría ingresos entre US$ 9.000 y US$ 34.000 anuales en 2022. Es la nueva clase media.
    Esa franja era 4% de los habitantes de las ciudades en 2000 y trepó a 68% en 2012 (un alza de 160% en una década).
    Esta es la base social de los 110 millones de turistas chinos que viajaron al exterior en 2014 (casi 50% lo hizo a Europa y EE.UU.), que serían 150 millones en 2018. Es el sustento sociológico del vuelco al emprendimiento de alta tecnología en Internet; y del paso de los juegos y el consumo a la creación de nichos productivos de alcance global.
    Economía y política son fenómenos interna y necesariamente vinculados en el capitalismo, que es al mismo tiempo un mecanismo de acumulación y un sistema de hegemonía.
    Esto implica que la conversión de China en una sociedad de clase media, y sobre todo su transformación vía economía digital en una estructura de emprendimientos, acarrea inexorablemente la modificación de su sistema político. La lógica económica y política son distintas, pero su sentido es el mismo. Es imposible comprender a China si no se advierte la profunda legitimidad nacional y social de su sistema político y de su estructura de decisiones. Esta legitimidad surge de la capacidad del Partido Comunista chino, históricamente comprobada, de adelantarse a los acontecimientos y adaptarse a las nuevas realidades. Dice Deng Xiaoping: “Soy un aficionado en el campo económico; y he hecho algunas observaciones en ese terreno, pero todas desde el punto de vista político. Por ejemplo, propuse que China se abriera al mundo. En cuanto a los detalles y formas específicas, conozco muy poco”. Deng Xiaoping, el heredero de Mao, fue un ejemplo de capacidad de adaptación y de aptitud para adelantarse a los acontecimientos.

    La telefonía móvil es el motor de una nueva revolución social
    Los teléfonos celulares superaron en 2014 la población del planeta (7.100 millones de habitantes), y crecen con una tasa de 7% anual, lo que significa que en el primer trimestre se vendieron 120 millones de unidades, que fueron 500 millones al concluir 2014. Lo decisivo es que en cuatro años los aparatos de Internet móvil (smartphones) serían 65% del total de los celulares en uso (5.600 millones de ejemplares), con un nivel de expansión de 35% anual, mientras que sus precios caerían 10% por año, hasta llegar a US$ 165 por unidad en 2018.
    China es la clave del boom de demanda de smartphones. En 2014, se vendieron 600 millones de unidades en la República Popular (+ 50% con respecto a 2013), y el nivel de penetración es sólo 47% del mercado.
    El auge de la telefonía móvil multiplica por 10 el tráfico de información en los próximos 4 años, tendencia que corre en paralelo al auge de las suscripciones en las redes súper-rápidas (4G/LTE), que alcanzarían a 7.600 millones en 2020, abarcando a 85% de los smartphones.
    La combinación redes hiper-rápidas/Internet móvil de última generación cubriría 90% del mercado de EE.UU. en 2018. En China sería 40%, y 25% en la Unión Europea (UE). La “nube” o cloud computing –nueva revolución tecnológica más allá de Internet– tiene dos componentes: la “nube” en sí misma, como plataforma global de computación con capacidad exponencial de procesamiento de información prácticamente sin costos; e Internet móvil (smartphones), equipos de acceso cuya potencia aumenta a medida que sus costos disminuyen.
    Ambos constituyen una unidad, tanto conceptual como histórico–estructural; y su sentido puede ser aprehendido a partir tanto de uno como de otro. Esta dupla simbiótica ha creado un espacio de conectividad instantánea a escala global; y cada punto que conecta (persona/objeto) lo transforma en un instrumento de predicción y especulación, dotándolo de identidad digital.
    Estas identidades digitales pronto se convierten en poderosas emisoras de información, cuyo valor supera el de los instrumentos que la transmiten, cuyo destino es transformarse en commodities sin significado económico.
    En este espacio de conectividad global e instantánea, la productividad de la información aumenta a medida que crece el número de protagonistas; y el nivel de auge de la productividad lo establece el grado de incremento de la innovación, y por lo tanto de creación de valor agregado.
    Este sistema de conectividad global crecientemente integrado, siempre instantáneo, es el nuevo mecanismo de acumulación del capitalismo en el siglo XXI.
    Aquí está la fuente de creación de valor en la frontera del sistema.
    La dupla “nube”/smartphones convierte al mundo (población + realidad física) en una sola red global hiper-conectada y súper-intensiva que funciona en tiempo real. En ella desaparecen el tiempo y el espacio, y sólo sobrevive la instantaneidad, el eterno presente. El ritmo de expansión de esta red (celeridad + densidad) lo revela el hecho de que el volumen global de información aumentaría 40 veces hasta 2020. Significa que habría que multiplicar por 40 los 47.000 millones de e-mails (sin Spam) que se emiten diariamente, y los 30.000 millones de contenidos que los usuarios de Facebook transmiten cada 24 horas.
    En esta nueva época, quienes capturan el valor agregado son los que disponen de capacidad para recolectar, agregar, procesar y monetizar el gigantesco y exponencialmente creciente flujo de informaciones.
    Todo lo que asciende converge. En este rumbo, desaparece la desconexión, y también el aislamiento y la marginalidad. Comienza una nueva época en la historia humana. Lo que viene después no se sabe. Lo que es seguro es que se desvanece la base material del “yo autosuficiente” y obsesionado hasta la arrogancia con su subjetividad, característico del mundo moderno.

    El cambio chino disminuye la pobreza en el mundo
    El dato central de la situación mundial en la segunda década del siglo XXI es que cae la pobreza y crece la economía global, arrastrada por el auge de los países emergentes, encabezada por la expansión de la nueva clase media en Asia, Ãfrica y América latina. En 1980, 52% de la población mundial vivía bajo los niveles de pobreza (U$S 1,25 /día) y ese porcentaje había descendido a 22% en 2008.
    La clave de esta fenomenal disminución de la pobreza en el mundo es lo que ha ocurrido en Asia (3.600 millones de habitantes), donde 77% de la población vivía con menos de U$S 1,25/día en 1980, y ahora ese porcentaje ha caído a 12%. En el caso de China, en los últimos 30 años, 663 millones han salido de la pobreza y se han incorporado a la clase media; ahora los pobres son 13% de la población y eran 84% en 1981.
    Este es un fenómeno del mundo emergente que sucede en todas partes y al mismo tiempo; y esto ocurre cuando ya son 80 los países emergentes que crecen por encima de EE.UU. (en términos de ingreso per cápita y alza de la productividad), mientras que eran 20 los que se expandían de forma similar entre 1980 y 2000. Pero esto no es todo.
    La clase media global, que asciende hoy a 1.800 millones de personas, alcanzaría a 4.900 millones en 2030 (sobre una población mundial de 8.300 millones); y su crecimiento tendría lugar en un 85% en los países emergentes. En dos décadas, el mundo se convertiría en una sociedad de clase media.
    China marca el rumbo.
    En 2030, 75% de su población pertenecería a la clase media y la pobreza extrema habría sido eliminada. Además, la pobreza cambia de naturaleza en ese período. Más de 65% de los 600 millones de habitantes de Ãfrica Subsahariana poseen hoy telefonía móvil interactiva (smartphones). Significa que, aun siendo pobres, han dejado de ser marginados y excluidos. Se han incorporado de manera masiva al mundo virtual hiperconectado, núcleo tecnológico y estructural de la época.
    Indonesia tiene hoy 240 millones de habitantes y 220 millones de teléfonos móviles. De ahí que la población rural de sus 3.000 islas disponga ahora de la información, los servicios bancarios y el precio de los mercados, propios del mundo avanzado.
    El caso de Facebook es suficientemente representativo. Los cinco principales usuarios en el mundo son Brasil, India, Indonesia, México y EE.UU., en ese orden.
    El consumo anual de los países emergentes alcanzaría en 2025 a U$S 30 billones.
    Para entonces, 3/5 partes de los 1.000 millones de hogares que tendrían ingresos por U$S 20.000 anuales estarán en el Sur y en el Este del planeta (Asia, Ãfrica y América latina).
    La participación de la clase media en el mundo emergente es todavía mayor en la fuerza de trabajo. Era 25% en 2001, trepó a 42% en 2011 y alcanzaría a 55% en 2017. Es un dato de importancia estratégica.
    El factor “clase media” va más allá de lo demográfico y se convierte en un elemento esencial del incremento de la productividad. Son 19 los países emergentes que en la última década duplicaron el ingreso per cápita (2.600 millones de personas) y 8 corresponden al continente africano. Ãfrica Subsahariana creció 60% desde 2000 y su PBI per cápita se expandió 40%.
    El cálculo del PNUD es que China, India y Brasil tendrán en 2020 un PBI combinado superior al de Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Canadá y EE.UU., sumados. En ese período, Asia no japonesa se expandiría 56,4%, en tanto Japón lo haría 1,7%.
    Lo que se puede hacer es identificar tendencias, que son formas comprimidas –y explosivas– de las fuerzas más vigorosas del presente histórico.
    La clave en ellas es distinguir lo esencial de lo accesorio y orientar toda la atención y la capacidad de acción sobre lo primero. Hay que suplantar el anacrónico optimismo y el mucho más anacrónico pesimismo por la confianza en la realidad.
    La mayor reductora de pobreza en la historia del mundo
    Cae la pobreza en el mundo y disminuye la desigualdad. Esta es la situación social del planeta en la segunda década del siglo XXI, y los grandes reductores de la pobreza y la desigualdad son los países emergentes: China ha disminuido en 600 millones el número de pobres en los últimos 30 años; India, 250 millones y Brasil, en el período 2003-2010, 40 millones.
    La reivindicación de la justicia social es inseparable de la comprensión de este aspecto esencial de la globalización, resultado directo de la incorporación de los países emergentes al capitalismo globalizado.
    El Banco Mundial (BM) ofrece las siguientes precisiones: los tres segmentos de abajo de la población del mundo (en ingreso per cápita U$S 2 / US$ 16 por día) aumentaron sus rentas 54,8% entre 1988 y 2008, y los tres deciles de arriba lo hicieron sólo 25,1%.
    China es una categoría aparte. El promedio mundial de ingreso per cápita ha aumentado 24,6% en ese período, y 178,3% en la República Popular. De ahí que el índice Gini de desigualdad haya caído en China de 32 a 20,6 entre 1986 y 2008.
    El sector más favorecido por el auge del ingreso per cápita es ahora 40% del total de la pirámide mundial, mientras era 23% en 1988.
    ¿Quiénes son los grandes ganadores de la globalización?
    La respuesta del BM es inequívoca: 90% de la población mundial que ha logrado el mayor incremento del ingreso per cápita pertenece al Asia; y partes de ella corresponden a China e India. Entre los 420 millones de personas que menos han aumentado sus ingresos, 365 millones son ciudadanos del G-7.
    La caída de la pobreza tiene una relación causa efecto con el aumento extraordinario de la clase media, que hoy asciende a 1.800 millones y sería 4.900 millones en 2030 (60% de la población mundial entonces).
    Global Trends 2012-2030 hace la siguiente advertencia: “el crecimiento de la clase media global constituye un giro tectónico en la historia del mundo (…) Es la primera vez que la mayoría de la población mundial no será pobre y en que la clase media se convertirá (en 2030) en la inmensa mayoría de la población de la mayor parte de los países.” La clase media era prácticamente inexistente en China en 1980 y lo mismo ocurría en Asia emergente. Esta ausencia se mantenía en 1990 y 2000, con la excepción de Corea del Sur y Taiwán, y en menor escala Malasia y Tailandia.
    De pronto, se produjo una explosión y la clase media del sudeste asiático con eje en China alcanzó a 50% de la población, tras haber sido 20% diez años antes.
    El proceso ha entrado en una nueva fase en la República Popular. Los sectores medios y altos de la clase media (US$ 15.000 / US$ 35.000) serán 30% en 2020 y fueron 12% en 2010. Más aún, los ricos –que triplican o quintuplican los ingresos anteriores– alcanzarán a 100 millones al concluir la década; y todo esto mientras el ingreso per cápita promedio pasa de US$ 7.500 anuales a US$ 16.000 en 2020.
    China se convertirá en una sociedad de ingresos medios, próspera.
    Es imprescindible colocar a la pobreza en sus términos reales y advertir que el hecho central de la época es su excepcional disminución y su contrapartida, la nueva clase media global, que se expande sobre todo en Asia y América latina.
    Este esfuerzo de lucidez y adecuación a la realidad es una tarea prioritaria para quienes, como la Iglesia Católica, han hecho una “opción preferencial por los pobres”.
    El pensamiento católico por definición es hiperrealista, no ideológico; y la fe está unida con la razón en la búsqueda común de la encarnación, que es la realidad.
    Quien advertiría el significado del estudio del BM, si viviera, sería Matteo Ricci, sacerdote jesuita, que para convertir al Imperio chino en el siglo XVII se transformó en un excelso sabio confuciano. “Para convertir –dijo– hay que convertirse”, esto es, encarnarse.

    El sistema global, una sociedad de clase media
    La conversión del mundo en una sociedad de clase media “abre la posibilidad –dice Global Trends– del surgimiento de una ciudadanía global, con efectos transformadores de la economía y de la política”.
    Al mismo tiempo, la pobreza caerá a la mitad.
    Las personas situadas por debajo de los niveles de “pobreza extrema” –U$S 1,25 / día– alcanzan hoy a 1.000 millones y serán menos de 500 millones en dos décadas.
    Correlativamente, la clase media global, que hoy asciende a 1.800 millones de personas, treparía a 4.900 millones en 2030, en un mundo que tendría entonces 8.300 millones de habitantes. El auge de la clase media global tendría lugar en un 85% en Asia, y en más de 75% en solo dos países: China e India. El Banco Asiático de Desarrollo (ADB) estima que “la clase media puede explotar en China, hasta abarcar a 75% de su población, y la “pobreza extrema” sería eliminada.
    Asimismo, la pobreza remanente cambia de naturaleza en los próximos 20 años.
    Deja de ser sinónimo de exclusión y marginalidad, y se integra a la corriente central de la sociedad mundial a través de la utilización masiva de telefonía inteligente de segunda generación con acceso a Internet.
    En Africa subsahariana, más de 65% de sus 500 millones de habitantes disponen ya de telefonía celular, lo que significa que sus pobres, incluso extremos, se han incorporado al mundo virtual, que es la infraestructura tecnológica de la sociedad global.
    Pero la pobreza en el mundo, que abarca a un número creciente de ex trabajadores industriales de los países avanzados, en primer lugar en EE.UU., ha modificado también su composición en un sentido antropológico, al afectar la integridad de la persona humana, en una doble dimensión social e individual.
    Así, la pobreza ha experimentado en los últimos 30 años un “daño antropológico”, que otorga a los aspectos culturales y espirituales mayor relevancia que los meramente económicos y sociales para enfrentarla e intentar su reversión. Pero “allí donde quema, allí donde duele, allí también está el camino de la salvación”, dice Hölderlin.
    Quizás la inclusión de los pobres en el sistema virtual creado por la revolución tecnológica abra el camino para revertir y curar las miserias antropológicas que los afligen.
    Pero el principal efecto de la conversión del mundo en una sociedad de clase media es la transformación que provoca en la estructura de poder –en la política–, con una redistribución sin precedentes de las decisiones desde los gobernantes hacia los gobernados, lo que constituye un fenómeno cualitativamente superior de democratización hasta ahora nunca alcanzado en la historia humana. El desafío para el poder político, tanto nacional como global, es asegurar en estas condiciones la gobernabilidad.
    Un primer esbozo de lo que se aproxima tuvo lugar en la crisis global 2008-2009, en que la estructura del poder mundial vigente desde 1991 –unipolaridad hegemónica de EE.UU.– se reveló insuficiente para asegurar la gobernabilidad del sistema, y por eso terminó en forma irreversible.
    Es probable que la historia del mundo tenga un carácter más transformador y revolucionario en los próximos 15 / 20 años que en cualquier otro momento de las cuatro décadas que han transcurrido del proceso de globalización.

    La formación de capital humano
    China invierte US$ 250.000 millones por año en la formación de su capital humano. El resultado es que gradúa 8 millones de universitarios al año, cuatro veces más que en 2000, y lo hace en 2.409 universidades y colegios terciarios, el doble que hace una década.
    Significa que en 2020 tendrá 195 millones de graduados universitarios, que treparán a 270 millones en 2030 –más que la fuerza de trabajo actual de EE.UU.– y representarán a 20% de la población.
    La República Popular tiene 1.340 millones de habitantes, que destinan 30% de su ahorro a la educación de sus hijos y se hacen cargo prácticamente de la totalidad de los gastos de su educación universitaria. Es un fenómeno que no muestra diferencias entre los distintos segmentos sociales, aunque la nueva clase media (400 millones de personas, que serán 700 millones en 2030) usualmente reserva un porcentaje aún mayor para la formación universitaria de la siguiente generación.
    La tasa de ahorro doméstica asciende a 40% del PBI, la más elevada del planeta.
    Además, hay 194.000 estudiantes y graduados en las universidades norteamericanas, el triple que en 1997; y 3/4 partes lo hacen en ciencias duras y escuelas de negocios, entre ellas MIT y Harvard Business School. Este número récord no es una excepción.
    En los últimos 30 años, la República Popular ha enviado 2,5 millones de estudiantes a formarse en el exterior, 2/3 en EE.UU.
    Los trabajadores con grado universitario son 3 veces más productivos que los que se han limitado a la educación primaria (9 años de duración) y el porcentaje en los que han logrado un nivel secundario es 1,8 veces superior. Los estudiantes universitarios eran 3,4 millones en 1998 y cuatro años después habían aumentado 165%. El número de los que estudiaban afuera había trepado 152%.
    Entre 2000 y 2004, el número de matriculados aumentó 50%.
    La OCDE prevé que el 100% de los jóvenes chinos habrá completado en 2030 la escuela secundaria y 50% se incorporaría a la universidad.
    Una inversión semejante implica un agregado de 6 puntos porcentuales en la tasa de crecimiento anual. El crecimiento chino adelanta el futuro. En la franja de jóvenes de entre 25 y 34 años de edad que han completado la universidad, 18% son chinos y los norteamericanos 14%.
    Lo más importante de la inversión china en capital humano no es su número, sino su significado estratégico.
    Muestra que el crecimiento no responde primordialmente a la acumulación física de capital. Por eso, no tiende a disminuir debido a la menor tasa de retorno provocada por el incremento de la “composición orgánica” (auge del capital fijo sobre el capital variable /fondo salarial).
    Al contrario, como la economía se expande por el alza de la productividad de la totalidad de los factores (PTF), consecuencia de la calificación sistemática de su fuerza de trabajo, revierte la tendencia a la caída estructural de la tasa de ganancia.
    De ahí que, el PBI, en vez de declinar, tienda a elevarse en el transcurso del tiempo.
    Las universidades chinas ocupan el sexto lugar entre las 500 principales del sistema mundial. Entre ellas, hay 25 que aspiran a competir (esto es, a asemejarse) con las integrantes de la elite estadounidense.
    Lo hacen por sus recursos, sus profesores (muchos de EE.UU. y Europa) y la exigencia excepcional a sus cursantes. Esta convergencia con la más avanzada alta educación en el mundo podría producirse en 20/25 años. El test PISA de la OCDE otorgó el primer puesto en 2009 a los jóvenes de 15 años de Shanghai entre 65 países, por encima de estadounidenses, alemanes y japoneses. Dijo la OCDE: “Si lograron hacerlo en Shanghai en 2009, están en condiciones de realizarlo en 10 ciudades en 2019, y en 50 diez años después”.
    Una apreciación ajustada de las posibilidades de China exige ir más allá de las categorías de optimismo o pesimismo.

    La demografía marca el ritmo de la economía china
    China crece ahora en condiciones de pleno empleo urbano, con salarios reales que aumentan 20% por año y un incremento del PBI per cápita (+8% anual) superior a la expansión del PBI nominal (+7,5% anual en 2013).
    El resultado es que una tasa de crecimiento de 7,5% anual (dos puntos y medio inferior al nivel de expansión posterior a 1978) es mayor, en términos económicos, que el 10,1% del producto que aumentó en 2000, sobre todo en lo que se refiere al nivel de ingreso (U$S 7.800 per cápita, medido en capacidad de compra doméstica / PPP); y cuando 1/3 de la población (435 millones) dispone ya de ingresos reales tres veces superiores a los del promedio (U$S 22.000 anuales).
    De ahí que, mientras la economía se desacelera, aumentan en forma más que proporcional los capitales que ingresan del exterior.
    En enero de este año, los capitales líquidos que se incorporaron a la República Popular ascendieron a RMB 684.000 millones (U$S 85.500 millones), revirtiendo la disminución experimentada en 2012, en que surgió un déficit en la cuenta capital de U$S 117.000 millones.
    Más importante que el alza del PBI per cápita, y su contrapartida necesaria, el aumento de la productividad de todos los factores es la evidencia de que, mientras la economía china se desacelera, se profundiza la convergencia estructural (aumento del PBI per cápita + auge de la productividad por encima de los niveles norteamericanos).
    El cambio de fondo de la economía china es de orden demográfico: la fuerza de trabajo ha dejado de expandirse, y tiende a declinar. Por lo tanto, el principal factor del aumento extraordinario de su capacidad de crecimiento potencial de largo plazo (10% anual) de los últimos 30 años, se debilita y en el horizonte amenaza contraerse hasta 50%, o quizás 2/3 de los niveles posteriores a 1978. El Banco Mundial y el Consejo de Estado estiman que la fuerza de trabajo se reduciría en 200 millones de personas entre 2020 y 2050 (20% del total).
    Esta es la razón por la que los salarios reales aumentaron 18,3% anual desde 2004 y 20% por año a partir de 2009. También es la causa que obliga a la industria manufacturera a escalar en la cadena del valor agregado y la complejidad tecnológica, como respuesta al aumento de los costos laborales, o por el contrario salir del país.
    Por eso el gobierno chino prevé que la fuerza de trabajo industrial disminuirá en 80 millones de trabajadores en 2030 y que los restantes 50 millones adquirirán niveles de productividad semejantes a los de sus congéneres estadounidenses, los más productivos del mundo.
    La particularidad del crecimiento chino hace que el impacto de su desaceleración afecte en forma dispar al mercado mundial de commodities: perjudica a los exportadores de minerales, cuyos precios han caído 30% / 40% en el último año; y favorece extraordinariamente a los productores de commodities agroalimentarios, cuyos precios han trepado a niveles récord, con importaciones al mercado chino que crecerían 40% en los próximos 10 años.
    La segunda década del siglo XXI promete ser mejor para la Argentina que los primeros 10 años del siglo, gracias a China.