Un Nobel, dos medios y una polémica sobre venta de órganos

Todo empezó cuando Gary Becker, Nobel económico poco explicable, propuso “la compraventa legal de órganos”. Ahora, el “New York times” y el “Wall Street journal” se suman a la idea, pero el “San Francisco chronicle” los llama “vampiros”.

18 mayo, 2006

La propuesta más suave salió en el diario neoyorquino, que habla directamente de “un mercado lícito y regulado de órganos. En lugar de dinero, el donador podría recibir beneficios económicos y sociales. Por ejemplo, asistencia médica gratuita, subsidios educativos para sus hijos y otras formas de evitar que los más pobres sean los más tentados a vender”.

Eso y promover “transplantes para ricos y una especie de vampirismo son exactamente lo mismo”, opone el periódico californiano. Para apoyar su posición, cita un caso emblemático: el norteamericano Eric de León ha creado un “blog” donde cuenta una experiencia propia. Se trata de un transplante de hígado por US$ 110.000 en Shanghai cuyo donante era un condenado a muerte.

Por su parte, el “Wall Street journal” toma el esquema original de Becker. Vale decir, aboga por “un mercado libre y legal de órganos para transplante”, o sea va más lejos que el NYT y su articulista Salma Satel, del American Enterprise Institute. En el medio financiero, Richard Epstein (universidad de Chicago, claro) sostiene que “los prejuicios éticos –si pagamos por órganos desaparecerán los donantes desinteresados- ceden ante una realidad, las larguísimas listas de espera”.

A criterio del columnista, “dieciocho personas mueren diariamente en Estados Unidos por no conseguir órganos a tiempo y la culpa la tiene el Institute for Medicine, ente estatal que se niega a revisar las normas y permitir la compraventa. Sólo los bioéticos pueden preferir un mundo con miles de altruistas y 6.500 muertos anuales por falta de órganos suficientes”. Obviamente, Chicago ya no cree en los mercados virtuosos.

Satel es menos brutal, así como el NYT es más progresista que el WSJ. Reconoce las razones éticas y prácticas que los países centrales tienen para veda el comercio de órganos, algo “que no suele ocurrir en la periferia”, recuerda Epstein. Sea como fuere, en 2005 había 70.000 estadounidenses en lista de espera para un riñón y sólo 16.000 lo obtuvieron. Entonces ¿qué hacer? Bueno, seguir el ejemplo argentino, donde quien porte nuevos documentos de identidad será donante automático.

Satel ignora esa salida draconiana y habla de incentivos para casos de muerte súbita (hoy menos de 40% de norteamericanos es donante potencial). Ella y Becker suponen que, al no existir el factor monetario, el interés no será móvil predominante.

Por supuesto, están los países donde el negocio de transplantes se equipara con el de la cirugía estética y los costos no son tan altos. Así, mientras en Estados Unidos un riñón cuesta US$ 100.000 y 175.000 un hígado, el primero sale apenas 32.000 en India y 70.000 en China, pero en este caso el precio aumenta porque un intermediario canadiense tiene exclusividad y no hay lista de espera.

La propuesta más suave salió en el diario neoyorquino, que habla directamente de “un mercado lícito y regulado de órganos. En lugar de dinero, el donador podría recibir beneficios económicos y sociales. Por ejemplo, asistencia médica gratuita, subsidios educativos para sus hijos y otras formas de evitar que los más pobres sean los más tentados a vender”.

Eso y promover “transplantes para ricos y una especie de vampirismo son exactamente lo mismo”, opone el periódico californiano. Para apoyar su posición, cita un caso emblemático: el norteamericano Eric de León ha creado un “blog” donde cuenta una experiencia propia. Se trata de un transplante de hígado por US$ 110.000 en Shanghai cuyo donante era un condenado a muerte.

Por su parte, el “Wall Street journal” toma el esquema original de Becker. Vale decir, aboga por “un mercado libre y legal de órganos para transplante”, o sea va más lejos que el NYT y su articulista Salma Satel, del American Enterprise Institute. En el medio financiero, Richard Epstein (universidad de Chicago, claro) sostiene que “los prejuicios éticos –si pagamos por órganos desaparecerán los donantes desinteresados- ceden ante una realidad, las larguísimas listas de espera”.

A criterio del columnista, “dieciocho personas mueren diariamente en Estados Unidos por no conseguir órganos a tiempo y la culpa la tiene el Institute for Medicine, ente estatal que se niega a revisar las normas y permitir la compraventa. Sólo los bioéticos pueden preferir un mundo con miles de altruistas y 6.500 muertos anuales por falta de órganos suficientes”. Obviamente, Chicago ya no cree en los mercados virtuosos.

Satel es menos brutal, así como el NYT es más progresista que el WSJ. Reconoce las razones éticas y prácticas que los países centrales tienen para veda el comercio de órganos, algo “que no suele ocurrir en la periferia”, recuerda Epstein. Sea como fuere, en 2005 había 70.000 estadounidenses en lista de espera para un riñón y sólo 16.000 lo obtuvieron. Entonces ¿qué hacer? Bueno, seguir el ejemplo argentino, donde quien porte nuevos documentos de identidad será donante automático.

Satel ignora esa salida draconiana y habla de incentivos para casos de muerte súbita (hoy menos de 40% de norteamericanos es donante potencial). Ella y Becker suponen que, al no existir el factor monetario, el interés no será móvil predominante.

Por supuesto, están los países donde el negocio de transplantes se equipara con el de la cirugía estética y los costos no son tan altos. Así, mientras en Estados Unidos un riñón cuesta US$ 100.000 y 175.000 un hígado, el primero sale apenas 32.000 en India y 70.000 en China, pero en este caso el precio aumenta porque un intermediario canadiense tiene exclusividad y no hay lista de espera.

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