Thyssen-Bornemisza, refinamiento en el castillo del horror

Durante más de sesenta años fue casi un secreto. Pero las ruinas de Rechnitz ocultaban doscientos muertos anónimos. Eran judíos golpeados hasta morir o ultimados a tiros ante los lánguidos ojos de la implacable Margit Thyssen.

21 octubre, 2007

En realidad, esta historia ha estado decenios deambulando como un espectro imposible de exorcisar. La noche del 24 al 25 de marzo de 1945, con las tropas rusas a pocos kilómetros del castillo de Rechnitz, en la frontera austrohúngara, Margit –esposa del conde Ivan Batthyany- protagonizaba una deslumbrante fiesta para cuarenta jerarcas del partido nacionalsocialista, la Gestapo y la juventud hitleriana.

Hasta medianoche, vino, mujeres y canto. A esa hora, Franz Podezin –funcionario de la policía política, amante de Margit- reunió a la anfitriona y una veintena de invitados, y los proveyó de armas y bastones. En un ala deshabitada del enorme castillo, se alojaban 600 judíos que cavaban trincheras para frenar el avance del enemigo. Mientras Alemania misma se derrumbaba y Adolf Hitler planeaba un suicidio muy poco wagneriano.

Podezin habia seleccionado doscientos presos enfermos, inútiles para el trabajo, que esperaban en un patio interno-, y se los entregó a los convidados para que se divirtieran disparándoles o moliéndolo a palos. Bastante borrachos, hombres y mujeres primero desnudaron a las víctimas. Tiempo más tarde, Stefan Beiglböck se jactaba ante los rusos de haber matado a varios judíos con sus propias manos. Perecieron todos, salvo quince, destinados a cavar las tumbas y después liquidados.

Los soviéticos arribaron el 29 de marzo y, el 5 de abril, elaboraron un informe, donde se describen detalles de los hallazgos. Por ejemplo, 21 tumbas contenían diez o doce cadáveres cada una y, en apariencia, las víctimas habían sido apaleadas brutalmente antes de ser eliminadas a balazos. Este documento fue calificado de propaganda comunista y cayó en el olvido. En los años 60, algunos procesos relacionados con ese episodio fueron cerrados tras el asesinato de testigos claves.

Un periodista austríaco abandonó sus propias investigaciones, en los años 80, luego de recibir amenazas de muerte. Una filmación de la TV estatal austrìaca, donde una anciana testigo ocular relataba los hechos, desapareció misteriosamente. El brazo de los Thyseen-Bornemisza seguía siendo largo. Además, Austria y Baviera no han dejado de ser reductos de nostalgia nazi.

Margit huyó a Suiza donde su padre, Heinrich, vivía desde el estallido de la guerra. Como su rival Alfred Krupp, Thyssen abastecía de aceros, armas y municiones al Reich. Ambas empresas continuaron trabajando –como IG Farben y otras- para la posterior república federal de Alemania. Su relevancia estratégica las substrajo de la desnazificación. Igual que a Hjalmar Schacht, ministro de Hitler y después eminencia gris del “milagro aleman” atribuido al módico Ludwig Erhardt.

Esta historia fue reconstruida para el “Independent” por el inglés David Lichtfield. Luego la amplió el “Frankfürter allgemeine”. Ambos artículos –escrupulosamente ignorados en Argentina- levantan el velo de silencio sobre la familia germanohúngara Thyseen-Bornemisza, una de las más influyentes y ricas de Europa occidental. Margit falleció a los 89 años en Lugano. Jamás fue molestada por sus excesos vesánicos. Su hermano, Hans-Heinrich, se refugió al amparo del régimen franquista, se dedicó a coleccionar arte y se casó con Carmen Cervera, ex miss España.

El castillo fue destruido por los rusos, pero Margit regresaba a las ruinas, de vez en cuando, para practicar su “deporte favorito”, la caza mayor. Pero no ya de personas. Su vieja amiga Carmen, entretanto, posaba para Arno Breker, el escultor favorito de Hitler.

En realidad, esta historia ha estado decenios deambulando como un espectro imposible de exorcisar. La noche del 24 al 25 de marzo de 1945, con las tropas rusas a pocos kilómetros del castillo de Rechnitz, en la frontera austrohúngara, Margit –esposa del conde Ivan Batthyany- protagonizaba una deslumbrante fiesta para cuarenta jerarcas del partido nacionalsocialista, la Gestapo y la juventud hitleriana.

Hasta medianoche, vino, mujeres y canto. A esa hora, Franz Podezin –funcionario de la policía política, amante de Margit- reunió a la anfitriona y una veintena de invitados, y los proveyó de armas y bastones. En un ala deshabitada del enorme castillo, se alojaban 600 judíos que cavaban trincheras para frenar el avance del enemigo. Mientras Alemania misma se derrumbaba y Adolf Hitler planeaba un suicidio muy poco wagneriano.

Podezin habia seleccionado doscientos presos enfermos, inútiles para el trabajo, que esperaban en un patio interno-, y se los entregó a los convidados para que se divirtieran disparándoles o moliéndolo a palos. Bastante borrachos, hombres y mujeres primero desnudaron a las víctimas. Tiempo más tarde, Stefan Beiglböck se jactaba ante los rusos de haber matado a varios judíos con sus propias manos. Perecieron todos, salvo quince, destinados a cavar las tumbas y después liquidados.

Los soviéticos arribaron el 29 de marzo y, el 5 de abril, elaboraron un informe, donde se describen detalles de los hallazgos. Por ejemplo, 21 tumbas contenían diez o doce cadáveres cada una y, en apariencia, las víctimas habían sido apaleadas brutalmente antes de ser eliminadas a balazos. Este documento fue calificado de propaganda comunista y cayó en el olvido. En los años 60, algunos procesos relacionados con ese episodio fueron cerrados tras el asesinato de testigos claves.

Un periodista austríaco abandonó sus propias investigaciones, en los años 80, luego de recibir amenazas de muerte. Una filmación de la TV estatal austrìaca, donde una anciana testigo ocular relataba los hechos, desapareció misteriosamente. El brazo de los Thyseen-Bornemisza seguía siendo largo. Además, Austria y Baviera no han dejado de ser reductos de nostalgia nazi.

Margit huyó a Suiza donde su padre, Heinrich, vivía desde el estallido de la guerra. Como su rival Alfred Krupp, Thyssen abastecía de aceros, armas y municiones al Reich. Ambas empresas continuaron trabajando –como IG Farben y otras- para la posterior república federal de Alemania. Su relevancia estratégica las substrajo de la desnazificación. Igual que a Hjalmar Schacht, ministro de Hitler y después eminencia gris del “milagro aleman” atribuido al módico Ludwig Erhardt.

Esta historia fue reconstruida para el “Independent” por el inglés David Lichtfield. Luego la amplió el “Frankfürter allgemeine”. Ambos artículos –escrupulosamente ignorados en Argentina- levantan el velo de silencio sobre la familia germanohúngara Thyseen-Bornemisza, una de las más influyentes y ricas de Europa occidental. Margit falleció a los 89 años en Lugano. Jamás fue molestada por sus excesos vesánicos. Su hermano, Hans-Heinrich, se refugió al amparo del régimen franquista, se dedicó a coleccionar arte y se casó con Carmen Cervera, ex miss España.

El castillo fue destruido por los rusos, pero Margit regresaba a las ruinas, de vez en cuando, para practicar su “deporte favorito”, la caza mayor. Pero no ya de personas. Su vieja amiga Carmen, entretanto, posaba para Arno Breker, el escultor favorito de Hitler.

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