La red antisocial: juntos pero solos

El libro de Sherry Turkle – Alone together: Why we Expect More from Technology and Less from Each Other – dice que la tecnología conduce a menor interacción social. Los aparatos digitales están convirtiendo en privados los espacios públicos.

4 abril, 2011

<p>Con un doctorado en Harvard sobre sociolog&iacute;a y psicolog&iacute;a de la personalidad, Turkle estudia desde hace a&ntilde;os la forma en que los aparatos electr&oacute;nicos afectan las relaciones humanas. Si bien algunos de sus estudios &ndash; debido al veloz avance de las tecnolog&iacute;as– suenan un poco anticuados, el libro nos lleva a una reflexi&oacute;n: nuestra conectividad no nos ofrece, en realidad, la vida que queremos vivir. <br /><br />Cuenta Michael Rosenwald en Bloomberg Businessweek que cuando Sherry Turkle escribi&oacute; The Second Self, su primer libro sobre la psicolog&iacute;a de la cultura online<em>,</em> el furor del momento era una m&aacute;quina parecida a una caja color beige que amenazaba con matar los negocios de la m&aacute;quina de escribir y de la calculadora. El a&ntilde;o era 1984 y muchos dec&iacute;an que la Apple II y otras computadoras personales eran simplemente aparatos para ayudar a sumar, restar y tipear un poco m&aacute;s r&aacute;pido sin usar el l&iacute;quido borrador. <br /><br />Ya en aquellos a&ntilde;os Turkle, catedr&aacute;tica y psic&oacute;loga cl&iacute;nica del MIT, percib&iacute;a algo mucho m&aacute;s potente. En su libro, daba vuelta el argumento: La computadora personal no hac&iacute;a cosas <u>para</u> nosotros sino que <u>nos</u> hac&iacute;a cosas. &ldquo;Lo que me fascina&rdquo;, escrib&iacute;a, &quot;es la pregunta no formulada que est&aacute; detr&aacute;s de nuestra preocupaci&oacute;n por las capacidades de la computadora. Esa pregunta no es c&oacute;mo ser&aacute; la computadora en el futuro, sino c&oacute;mo seremos nosotros.&rdquo;<br /><br />La respuesta se deriva de una an&eacute;cdota al principio de su nuevo libro, Alone To<em>gether</em>, que ampl&iacute;a los argumentos que planteara en The Second Self y su secuela no oficial de 1995, Life on the Screen. Turkle cuenta de una mujer que va a entrevistar a una nueva ni&ntilde;era. &quot;Me presento en su departamento y abre la puerta la amiga con quien comparte la vivienda,&quot;. &quot;Es una mujer joven, de unos 21 a&ntilde;os, que est&aacute; texteando en su BlackBerry. Sus pulgares est&aacute;n vendados. La lastimadura producto del texteo no es, para Turkle, la parte preocupante. Cuando la&nbsp;visitante le pide que golpee a la puerta del dormitorio de la candidata a ni&ntilde;era, que est&aacute; a unos cinco metros, la jovencita contesta: &quot;&iexcl;No, nunca har&iacute;a eso!, eso ser&iacute;a entrometerme. Le textear&eacute;&rdquo;. Turkle saca una conclusi&oacute;n obvia: &ldquo;Nuestra vida de redes nos permite escondernos uno del otro, aunque estemos conectados&rdquo;. <br />&nbsp;</p>

<p>Para muchos este incidente sonar&aacute; conocido. El g&eacute;nero de &ldquo;c&oacute;mo los aparatos cambian nuestra vida&rdquo; est&aacute; hoy muy poblado, pero ese g&eacute;nero y sus ciberanalistas tienen una deuda de gratitud con Turkle, la madrina de la categor&iacute;a. La tecnolog&iacute;a cambi&oacute; notablemente en el cuarto de siglo en que ella trabaj&oacute;, y sin embargo sus tesis parecen m&aacute;s ciertas que nunca. En el mundo actual, nuestros aparatitos no s&oacute;lo contienen nuestras memorias &ndash; tel&eacute;fonos, direcciones, cumplea&ntilde;os, citas &ndash; sino tambi&eacute;n alojan nuestras emociones y nuestra identidad. En lugar de una taza de caf&eacute; con amigos, texteamos, actualizamos el estatus y compartimos fotos entre tel&eacute;fonos inteligentes con Instagram. Esas tecnolog&iacute;as nos permitieron filtrar y minimizar el contacto humano, tal vez en detrimento nuestro. <br />
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Hace rato que hemos tomado por este camino. En el primer siglo AF (Antes de Facebook) la carta dio lugar al telegrama, que permit&iacute;a a la gente comunicarse r&aacute;pidamente sin estar en la misma habitaci&oacute;n. Innovaciones siguientes originaron el tel&eacute;fono y luego el *69, que en Estados Unidos permit&iacute;a a la gente filtrar sus llamadas. Pero la vida segu&iacute;a m&aacute;s o menos como siempre. Fue s&oacute;lo cuando el acceso a Internet se masific&oacute; que las cosas empeoraron, argumenta Turkle. Las conexiones cara a cara se transformaron en <em>tweets </em>de 140 caracteres. <br />
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Estos d&iacute;as, un estudio de <em>comScore</em> muestra que m&aacute;s de 30% de los estadounidenses entran a las redes sociales desde sus aparatos m&oacute;viles. Veintisiete por ciento de los usuarios de Facebook son tan adictivos que se loguean en el ba&ntilde;o. <br />
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Esta conducta en el ba&ntilde;o no es lo que m&aacute;s preocupa a Turkle. Su verdadera preocupaci&oacute;n es c&oacute;mo los aparatos digitales est&aacute;n convirtiendo en privados los espacios p&uacute;blicos, aun cuando dos personas que se conocen comparten el mismo espacio, como todas esas parejas que salen a cenar para poner la mirada en sus respectivos <em>iPhone</em> en lugar de mirarse entre s&iacute;.<br />
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All&iacute; est&aacute; el verdadero valor del an&aacute;lisis de Turkle. &ldquo;La red&rdquo;, dice, &ldquo;es seductora&rdquo;. Su soluci&oacute;n no es desalentar la tecnolog&iacute;a sino ponerla en su lugar. <br />
<strong>Alone Together:<br />
Why We Expect More from Technology and Less from Each Other<br />
Por&nbsp;Sherry Turkle</strong></p>

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