En Kansas, obligan a enseñar dislates bíblicos

El fundamentalismo de pueblo chico ha logrado que, desde el próximo ciclo lectivo, se enseñe la creación del mundo, según el Génesis. Pero no se animó a vedar la teoría de Charles Darwin y sus sucesoras.

10 noviembre, 2005

En realidad, pedagógicamente las teorías científicas racionales y su perpetua confirmación tienen una ventaja: forman un “corpus” coherente. Por el contrario, el exceso de compiladores y fuentes torna al Génesis en un amasijo poco claro de tres fuentes: sumerobabilónica, egipcia y cananea.

Por otra parte, hay rastros de dos deidades superiores. Una, Yahwé, era un dios ético, pastoril. Su propio nombres, tabú, es una forma del verbo ser/vivir: igual que Eva (Hawwá)). La otra entidad era colectiva, factor evidente en Elohim, plural de eloh/elí (dios en hebreo y lenguas afines). Tampoco es consistente la persistencia del politeísmo en forma de ángeles (uno de ellos cae y adopta el papel de demonio) y hasta la antigua triple diosa mediterránea: Eva, Lilit, la serpiente).

Con seis votos sobre diez, los “teólogos” de Kansas imponen una teorìa que, entre otros desatinos, imagina dinosaurios en el arca de Noé. Extraño, porque la atmósfera jurásica que respiraban hubiese matado a seres humanos (el patriarca y su esposa). En cuanto a la fecha de creación (4004 antes de la era común), ni siquiera abarca las eras glaciales o el mismísimo diluvio, una catástrofe desencadenada entre del mar Negro y la Mesopotamia hace unos noventa a cien siglos.

La ley de Kansas impone “estudiar evidencias del relato bíblico” (¿cuál de ellos?) y las “críticas científicas a la teoría de Darwin”. Esas “críticas” sòlo existen en algunas pseudociencias. Así ocurría, hasta Galileo, Copérnico y Brahe, cuando el papado amenazaba con la Inquisición a quienes negasen sus “enseñanzas, que eran en realidad formas de astrología, o sea de magia.

Extrapolando la historia occidental, podría temerse que los predicadores tipo Karl Rove llegasen, por ese camino, al extremo católico de 1600. Esto es, mandar a la hoguera a un Giordano Bruno redivivo que postulase la mecánica celeste, más tarde demostrada por Isaac Newton. Los iluminados del Discovery Institute (“lobby” creacionista allegado a la Casa Blanca) financian estas locas campañas.

Por supuesto, la causa esencial de estos dislates es un factor básico en las reformas de Lutero, Calvino y Zuinglio, génesis de excesos pronto neutralizados por el racionalismo de esa misma época. A saber, la lectura literal de la Biblia. Especialmente del antiguo testamento, con su carga de violencia, adulterio y hasta un incesto para salvar la pureza de una pequeña etnia pastoril.

No es casual ni arbitrario que la Iglesia Católica, con larga experiencia en las cosas del mundo, vedase la lectura de las escrituras por legos. Inclusive se las mantenía en los tres idiomas canónicos –hebreo clásico, griego alejandrino, latín tardío-, que el pueblo ya no entendía. Con el tiempo y debido a las traducciones protestantes, se permitieron “selecciones bíblicas” expurgadas. En cuanto a Kansas, esta vez triunfó una ley rechazada hace cuatro años. Sus riesgos pueden medirse asistiendo a cualquier “séance” pentecostal o de sectas similares.

En realidad, pedagógicamente las teorías científicas racionales y su perpetua confirmación tienen una ventaja: forman un “corpus” coherente. Por el contrario, el exceso de compiladores y fuentes torna al Génesis en un amasijo poco claro de tres fuentes: sumerobabilónica, egipcia y cananea.

Por otra parte, hay rastros de dos deidades superiores. Una, Yahwé, era un dios ético, pastoril. Su propio nombres, tabú, es una forma del verbo ser/vivir: igual que Eva (Hawwá)). La otra entidad era colectiva, factor evidente en Elohim, plural de eloh/elí (dios en hebreo y lenguas afines). Tampoco es consistente la persistencia del politeísmo en forma de ángeles (uno de ellos cae y adopta el papel de demonio) y hasta la antigua triple diosa mediterránea: Eva, Lilit, la serpiente).

Con seis votos sobre diez, los “teólogos” de Kansas imponen una teorìa que, entre otros desatinos, imagina dinosaurios en el arca de Noé. Extraño, porque la atmósfera jurásica que respiraban hubiese matado a seres humanos (el patriarca y su esposa). En cuanto a la fecha de creación (4004 antes de la era común), ni siquiera abarca las eras glaciales o el mismísimo diluvio, una catástrofe desencadenada entre del mar Negro y la Mesopotamia hace unos noventa a cien siglos.

La ley de Kansas impone “estudiar evidencias del relato bíblico” (¿cuál de ellos?) y las “críticas científicas a la teoría de Darwin”. Esas “críticas” sòlo existen en algunas pseudociencias. Así ocurría, hasta Galileo, Copérnico y Brahe, cuando el papado amenazaba con la Inquisición a quienes negasen sus “enseñanzas, que eran en realidad formas de astrología, o sea de magia.

Extrapolando la historia occidental, podría temerse que los predicadores tipo Karl Rove llegasen, por ese camino, al extremo católico de 1600. Esto es, mandar a la hoguera a un Giordano Bruno redivivo que postulase la mecánica celeste, más tarde demostrada por Isaac Newton. Los iluminados del Discovery Institute (“lobby” creacionista allegado a la Casa Blanca) financian estas locas campañas.

Por supuesto, la causa esencial de estos dislates es un factor básico en las reformas de Lutero, Calvino y Zuinglio, génesis de excesos pronto neutralizados por el racionalismo de esa misma época. A saber, la lectura literal de la Biblia. Especialmente del antiguo testamento, con su carga de violencia, adulterio y hasta un incesto para salvar la pureza de una pequeña etnia pastoril.

No es casual ni arbitrario que la Iglesia Católica, con larga experiencia en las cosas del mundo, vedase la lectura de las escrituras por legos. Inclusive se las mantenía en los tres idiomas canónicos –hebreo clásico, griego alejandrino, latín tardío-, que el pueblo ya no entendía. Con el tiempo y debido a las traducciones protestantes, se permitieron “selecciones bíblicas” expurgadas. En cuanto a Kansas, esta vez triunfó una ley rechazada hace cuatro años. Sus riesgos pueden medirse asistiendo a cualquier “séance” pentecostal o de sectas similares.

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