En el cine y la moda todos somos actores

En el año 1896 los hermanos Lumière filman Danse Serpentine, película inspirada en la coreografía de Loïe Fuller, un espectáculo en el que el vestido de la bailarina y su movimiento son protagonistas.

17 noviembre, 2021

Por Ana Pérez Valdés (*)

 En la pantalla, su cuerpo desaparece ante nuestros ojos, oculto por el aleteo de la seda.

Una imagen influyente de la que se harán un buen número de versiones en años posteriores. Por la importancia que tiene aquí el vestuario podríamos decir que estamos ante uno de los primeros fashion films de la historia. Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de fashion film?

La Danse Serpentine de los Lumière.

En los últimos años hemos visto cómo se recuperaba un término que ya era habitual en el cine de Hollywood allá por 1930. En esta época eran populares aquellas películas que tenían el mundo de la moda en el centro de la acción.

Los nuevos fashion films del siglo XXI nacen en el ámbito digital, lo que favorece la brevedad, y se caracterizan por un estilo donde la forma predomina sobre el contenido. En ellos la vestimenta tiene un papel protagonista o, al menos, no se subordina al argumento. Características habituales pero no indispensables, todas ellas presentes en la Danza Serpentina de los Lumière.

Lo que se esconde detrás de estos fashion films es una estrecha relación entre dos medios que, como vemos, se remonta al origen mismo del cine. Vamos a analizar algunas causas posibles e identificar algunas afinidades entre la imagen en movimiento y la moda.

Moda y cine como espectáculo

El cine nace ligado a la magia y los espectáculos de fantasmagorías. Sobre la pantalla se proyectan miedos, deseos e ilusiones. Jean-Luc Godard se refirió al cine de Hollywood como el arte de la cosmética en el que todos los medios se ponen a disposición de la estrella; una criatura mítica, una imagen de perfección que solo existe en la pantalla. Sin embargo, la construcción de la imagen no es una cuestión exclusiva de la ficción cinematográfica.

Cada uno de nosotros tiene algo de actor. Manipulamos nuestra apariencia en las fotos que nos tomamos o con la ropa que elegimos cada día. De forma temporal transformamos nuestro cuerpo y sus proporciones, lo cubrimos o desvelamos. Al igual que el cine lo fragmenta a través de planos cerrados, en el juego de exhibición y recato que nos ofrece la moda dirigimos las miradas ajenas hacia distintas partes de nuestro cuerpo.

A través de la moda y el cine, el cuerpo se disecciona de forma visual y simbólica, convirtiendo al sujeto en imagen y en objeto de deseo. Por la necesidad de contar con la presencia de los cuerpos en estos dos medios se produce una fuerte vinculación de ambos con el erotismo.

Espectros de la moda y el cine

Este juego de ocultamiento que se establece entre el cuerpo y la mirada para la seducción es utilizado también para el terror. Por su naturaleza, el cine siempre ha tenido algo de sobrenatural. La imagen de los actores pervive incluso después de su muerte. La pantalla se convierte en espacio fantasmal, fuera del tiempo, donde los actores seguirán hablando, riendo, bailando o llorando. El cine nos permite invocar a los muertos.

Estos fantasmas nos invitan a reflexionar sobre las contradicciones que nuestra cultura platónica proyecta sobre los cuerpos. Recipientes donde se encierra lo terrenal y lo celestial, lo vivo y lo muerto, lo fugaz y lo eterno.

Aunque parezca una problemática desfasada, la conflictiva relación que mantenemos con nuestro cuerpo no ha quedado atrás. Gracias a los avances médicos y científicos, su modificación resulta cada vez más radical y perfeccionada. Cuerpos que parecen innecesarios en el ciberespacio y el metaverso, nuevos paraísos de vida eterna.

Vanidad de vanidades

Mientras esto sucede, la moda toma parte en el conflicto. Walter Benjamin habla en su Obra de los Pasajes de una mercancía inorgánica, una segunda piel que oculta nuestra decadencia, un intento por derrotar o trascender la muerte. Esta sería una de las razones por las cuales, según Benjamin, las prendas imitan a menudo la naturaleza con el uso de cueros, plumas o flores.

La historia del arte está llena de cuadros que nos recuerdan la transitoriedad de la vida a través de la belleza efímera de una flor o de una joven. Ahora, la moda parece haber sustituido a la naturaleza como vanitas. Como la estrella de cine, el espectáculo de la moda a menudo nos seduce con una ilusión de perfección. Sin embargo, no podemos olvidar que las posibilidades de cambio y metamorfosis que permite la moda no atañen solo al exterior.

 Imágenes en diálogo

En nuestra formación como animales políticos aprendemos a interpretar unos signos que a lo largo de la historia se han cargado de significado. Signos que en este caso adquieren la forma de objetos de vestir. De la misma manera que las imágenes de cine se encadenan a través de la técnica del montaje, gracias a las relaciones que establecemos entre los objetos de moda construimos un discurso sobre nuestros propios cuerpos. Podríamos decir que nuestra identidad en relación al grupo se compone cada mañana y se descompone al llegar la noche.

En La Filosofía y el Espejo de la Naturaleza Richard Rorty reflexiona sobre la necesidad que ha tenido el hombre de pensar en una mente, incluso un alma, ante la dificultad para entender su cuerpo. Como hemos visto, tanto el cine como la moda se sitúan en esa frontera ilusoria que separa lo sensible de lo suprasensible. Estos medios despliegan ante nosotros herramientas ideales para la reflexión en torno a una de las grandes preocupaciones del ser humano, su dificultad para aceptar un destino irremediable.

No es de extrañar que en estos 125 años desde la filmación de la Danza Serpentina de los Lumière el cine haya mostrado una afinidad particular con la moda. Juntos se nos ofrecen como espacios de encuentro, diálogo y entendimiento con nuestros fantasmas, así como con otros cuerpos.

(*) Doctoranda en Creación e Investigación en Arte Contemporáneo, Universidade de Vigo.

 

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