<p>Por Ernesto Oldenburg</p>
<p>No existen banderas de un solo color. Hasta los pabellones de tonos uniformes llevan como insignia un detalle cromático. Esta imagen es la metáfora presente del vino argentino. <br />
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Mientras nos aseguramos de haber descubierto, mejorado e impuesto el Malbec patrio entre consumidores locales y del mundo entero, el sector –uno de los más inquietos de la industria nacional– se desvela en busca de encontrar la personalidad de su hermana blanca, una variedad de uva que nos represente con la misma intensidad del terruño tinto del tango, el fútbol y el asado.<br />
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“La Argentina tiene mucho que hacer respecto a los blancos”, sentencia José Alberto (Pepe) Zuccardi, lúcido timón de una familia argentina del vino. <br />
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Casi todos los que saben –y los que no saben tanto, también– señalan al Torrontés como el heredero del mismo destino que catapultó a nuestro Malbec al planeta enológico. Pero el camino se adivina largo.<br />
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De todos modos, hay escuela: tenemos una buena historia y larga tradición en la elaboración de vino. Se nos da muy bien el tinto y sabemos hacer blancos, aunque sea ésta una variedad de bajo consumo. Es más, se dice que –en términos generales– recién ahora estamos aprendiendo a diferenciar su calidad y diversidades.<br />
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Ya lejos de la era del “Borgoña” y “Chablis” (cuando las bodegas adoptaban denominaciones regionales francesas para identificar sus etiquetas primarias), la actualidad vitivinícola presenta la realidad en todas sus variantes.<br />
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Desde el <em>boom</em> del vino, el blanco recobró su identidad. Los hay varietales y de corte; de guarda y jóvenes del año; con o sin madera (o fumé: tan sólo un paso por roble); de terruños fríos o cálidos; de alturas diferentes; aromáticos, secos o tardíos; y “dulce natural”, de cosechas aletargadas; de alta gama y etiquetas a precios bajos para su digna calidad. Incluso los hay con gas carbónico agregado (estilo que vamos a obviar, destinado a principiantes).</p>
En busca del blanco argentino
La nuestra, dicen, es tierra de tintos, la cuna del Malbec. Pero hace tiempo que el suelo fértil es testigo de otra búsqueda: una cepa blanca que identifique al vino nacional. Hoy vivimos la actualidad de un nuevo desafío para la industria, que busca imponer la uva dorada, aquí y en el mundo.