El uxoricidio ¿una señal de evolución masculina?

Amén de petróleo y temas mejicanos, la universidad de Tejas (Austin) se ocupa de psicología social. El jefe de cátedra, David Buss, sacó un libro donde postuta que matar mujeres es una marca evolutiva masculina. Pero lo refutan

1 junio, 2005

En efecto, según señala el “Wall Street Journal” en Internet, la obra “The murderer next door: Why the mind is designed to kill” (“El asesino de al lado: Por qué la mente está programada para matar”, en castellano y respetando los títulos kilómetros de moda en ensayos) exlica que el cerebro del varón ha desarrollado adaptaciones sobredefensivas que incluyen el instinto de matar. Especialmente a mujeres propias o ajenas.

¿Cuál sería la ventaja evolutiva? “Simplemente –sostiene Buss-, que quienes más mujeres tenían dejaban más hijos. Por ende, los otros se sentían impulsados a competir eliminando mujeres, o sea fuentes de descendientes potenciales, que disputarían espacios y recursos cuando llegasen a adultos”. Dicho de otro modo, el uxoricidio fue una etapa lo bastante extendida como creer (señala el estudio) que el “homo sapiens sapiens” actual desciende de asesinos”.

El académico esgrime como prueba un dato presente: hay más homicidas masculinos que femeninas. Durante cinco años, en Dayton (Ohio), 52% de mujeres asesinadas lo fue por esposos, amantes o ex parejas. Además, las de 15 a 24 años son vícimas más frecuentes que la más adultas. A criterio del autor, sólo las primeras etapas de madurez, más reproductivas, tienen peso en la evolución. Tangencialmente, la investigación de Dayton señala que los desocupados tienen mayor propensión a matar mujeres que los dejan por quienes tiene trabajo. No obstante, eso puede derivar del contexto social y económico, no del hombre de Cro Magnon.

“Los varones tienen más problemas para reemplazar el acceso perdido a un útero. Entonces, buscan aumentar atractivo sexual matando a la pareja infiel”, se lee en el libro. “Como tesis evolutiva, es un dislate”, opone la experta Sharon Begley. “Eliminar un útero que permitirá transmitir sus genes a la generación siguiente, clásico imperativo genético, lleva a un callejón sin salida, personal y evolutivo”.

A juicio de Begley y otro colega, Robert Süssmann, suponer que los hombres estén programados para matar parejas soslaya datos antropológicos, según los cuales el hombre primitivo era presa y no depredador. En otro plano, ambos objetores apuntan que “la teoría de Buss pasa por alto las largas etapas de matriarcado, características de las culturas paleo y neolíticas, donde se sacrificaban varones a diosas de la fecundidad”.

En efecto, según señala el “Wall Street Journal” en Internet, la obra “The murderer next door: Why the mind is designed to kill” (“El asesino de al lado: Por qué la mente está programada para matar”, en castellano y respetando los títulos kilómetros de moda en ensayos) exlica que el cerebro del varón ha desarrollado adaptaciones sobredefensivas que incluyen el instinto de matar. Especialmente a mujeres propias o ajenas.

¿Cuál sería la ventaja evolutiva? “Simplemente –sostiene Buss-, que quienes más mujeres tenían dejaban más hijos. Por ende, los otros se sentían impulsados a competir eliminando mujeres, o sea fuentes de descendientes potenciales, que disputarían espacios y recursos cuando llegasen a adultos”. Dicho de otro modo, el uxoricidio fue una etapa lo bastante extendida como creer (señala el estudio) que el “homo sapiens sapiens” actual desciende de asesinos”.

El académico esgrime como prueba un dato presente: hay más homicidas masculinos que femeninas. Durante cinco años, en Dayton (Ohio), 52% de mujeres asesinadas lo fue por esposos, amantes o ex parejas. Además, las de 15 a 24 años son vícimas más frecuentes que la más adultas. A criterio del autor, sólo las primeras etapas de madurez, más reproductivas, tienen peso en la evolución. Tangencialmente, la investigación de Dayton señala que los desocupados tienen mayor propensión a matar mujeres que los dejan por quienes tiene trabajo. No obstante, eso puede derivar del contexto social y económico, no del hombre de Cro Magnon.

“Los varones tienen más problemas para reemplazar el acceso perdido a un útero. Entonces, buscan aumentar atractivo sexual matando a la pareja infiel”, se lee en el libro. “Como tesis evolutiva, es un dislate”, opone la experta Sharon Begley. “Eliminar un útero que permitirá transmitir sus genes a la generación siguiente, clásico imperativo genético, lleva a un callejón sin salida, personal y evolutivo”.

A juicio de Begley y otro colega, Robert Süssmann, suponer que los hombres estén programados para matar parejas soslaya datos antropológicos, según los cuales el hombre primitivo era presa y no depredador. En otro plano, ambos objetores apuntan que “la teoría de Buss pasa por alto las largas etapas de matriarcado, características de las culturas paleo y neolíticas, donde se sacrificaban varones a diosas de la fecundidad”.

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