Chef lucha por mejorar la alimentación infantil

El joven chef británico Jamie Oliver ha emprendido en su país una campaña para mejorar la calidad de los almuerzos escolares. En entrevista con Tony Blair, consiguió del Primer Ministro la promesa de aumentar el presupuesto correspondiente.

2 mayo, 2005

Famoso por su programa en televisión, Oliver es un joven desaliñado
y malhablado que se escandaliza cada vez que entra a una cocina escolar. Su objetivo
es reemplazar comidas grasosas, saladas y azucaradas preparadas casi siempre con
elementos congelados por platos hechos con productos frescos, especialmente vegetales.

Con 29 años, es uno de los chefs más famosos de Gran Bretaña,
estrella televisiva y autor del libro de cocina más vendido. Su fundación
maneja un restaurante en el norte de Londres, que da trabajo a jóvenes
desempleados provenientes de barrios carenciados.

Ahora se ha propuesto un nuevo objetivo que consiste en mejorar la pobrísima
dieta que ofrecen los comedores escolares en todo el país. En abril, presentó
al primer ministro Tony Blair una petición con 271.000 firmas de personas
que apoyan su causa. Poco después, Blair anunció que había
apartado en el presupuesto £280 millones (unos US$ 536 millones, para mejorar
las comidas escolares. Oliver comenzó que el dinero es bienvenido, pero
que llega “20 años tarde” y agragó que el gobierno debería
avergonzarse de que Londres tenga los niños menos saludables de toda Europa”.

Comenzó su campaña cuando, al visitar escuelas como parte de su
trabajo de caridad, descubrió que los almuerzos eran prácticamente
incomibles, hechos son salchichas y congelados de algo que se parecía a
pollo, cerdo y pescado. Había porotos y papas fritas en todas partes y
los vegetales no existían. ¿Dónde están los responsables?
¿Quién se hace cargo de esto?, se preguntó.

Durante más de un año, él mismo se puso a cargo, al menos
hasta donde podía. Convenció a un distrito escolar que le permitiera
renovar sus menús. Dió clases a las cocineras escolares sobre cómo
hacer comidas frescas y a los alumnos les enseñó la diferencia entre
un puerro y un zapallito. A la hora del almuerzo, trataba de convencer a los niños
que comieran el plato que les ponía delante. No le fue fácil. Había
que estirar los 37 peniques por alumnos (unos US$ 70 centavos). Las cocineras,
acostumbradas a poner al horno formitas congeladas y combinarlas con papas fritas
o porotos enlatados, se resistían a preparar platos con hasta siete vegetales
frescos.

Los alumnos al principio odiaban la nueva comida. Algunos la escupían sobre
el mismo plazo. Oliver desarrolló una verdadera campaña de marketing
dentro de las escuelas para conquistar a los alumnos a la nueva manera de comer.
En lo que fue una verdadera técnica de shock, echó a la procesadora
de alimentos, una carcasa de pollo, trozos de piel, grasa y pan rallado, procesó
todo y mostró el resultado: una pasta repugnante que, una vez moldeada,
podría pasar por cualquiera de los nuggets que estaban acostumbrados a
comer.

Aprovechó su programa de televisión para entrevistar al director
ejecutivo de la compañía que vende a los colegios un notable plato
llamado “twizzlers” de pavo (ingredientes: 30% pavo y 70% de otras cosas).
Allí lo retó de una manera que haría palidecer de envidia
al periodista norteamericano Michael Moore.

Gradualmente se fue conquistando a los niños. En la escuela los maestros
comenzaron a ver mejoras en la concentración y desempeño académico;
en la casa, los padres informaron que sus hijos se portaban mejor.

Famoso por su programa en televisión, Oliver es un joven desaliñado
y malhablado que se escandaliza cada vez que entra a una cocina escolar. Su objetivo
es reemplazar comidas grasosas, saladas y azucaradas preparadas casi siempre con
elementos congelados por platos hechos con productos frescos, especialmente vegetales.

Con 29 años, es uno de los chefs más famosos de Gran Bretaña,
estrella televisiva y autor del libro de cocina más vendido. Su fundación
maneja un restaurante en el norte de Londres, que da trabajo a jóvenes
desempleados provenientes de barrios carenciados.

Ahora se ha propuesto un nuevo objetivo que consiste en mejorar la pobrísima
dieta que ofrecen los comedores escolares en todo el país. En abril, presentó
al primer ministro Tony Blair una petición con 271.000 firmas de personas
que apoyan su causa. Poco después, Blair anunció que había
apartado en el presupuesto £280 millones (unos US$ 536 millones, para mejorar
las comidas escolares. Oliver comenzó que el dinero es bienvenido, pero
que llega “20 años tarde” y agragó que el gobierno debería
avergonzarse de que Londres tenga los niños menos saludables de toda Europa”.

Comenzó su campaña cuando, al visitar escuelas como parte de su
trabajo de caridad, descubrió que los almuerzos eran prácticamente
incomibles, hechos son salchichas y congelados de algo que se parecía a
pollo, cerdo y pescado. Había porotos y papas fritas en todas partes y
los vegetales no existían. ¿Dónde están los responsables?
¿Quién se hace cargo de esto?, se preguntó.

Durante más de un año, él mismo se puso a cargo, al menos
hasta donde podía. Convenció a un distrito escolar que le permitiera
renovar sus menús. Dió clases a las cocineras escolares sobre cómo
hacer comidas frescas y a los alumnos les enseñó la diferencia entre
un puerro y un zapallito. A la hora del almuerzo, trataba de convencer a los niños
que comieran el plato que les ponía delante. No le fue fácil. Había
que estirar los 37 peniques por alumnos (unos US$ 70 centavos). Las cocineras,
acostumbradas a poner al horno formitas congeladas y combinarlas con papas fritas
o porotos enlatados, se resistían a preparar platos con hasta siete vegetales
frescos.

Los alumnos al principio odiaban la nueva comida. Algunos la escupían sobre
el mismo plazo. Oliver desarrolló una verdadera campaña de marketing
dentro de las escuelas para conquistar a los alumnos a la nueva manera de comer.
En lo que fue una verdadera técnica de shock, echó a la procesadora
de alimentos, una carcasa de pollo, trozos de piel, grasa y pan rallado, procesó
todo y mostró el resultado: una pasta repugnante que, una vez moldeada,
podría pasar por cualquiera de los nuggets que estaban acostumbrados a
comer.

Aprovechó su programa de televisión para entrevistar al director
ejecutivo de la compañía que vende a los colegios un notable plato
llamado “twizzlers” de pavo (ingredientes: 30% pavo y 70% de otras cosas).
Allí lo retó de una manera que haría palidecer de envidia
al periodista norteamericano Michael Moore.

Gradualmente se fue conquistando a los niños. En la escuela los maestros
comenzaron a ver mejoras en la concentración y desempeño académico;
en la casa, los padres informaron que sus hijos se portaban mejor.

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