Cambios necesarios para mejorar las muertes

Una conversación honesta con el enfermo terminal debería ser parte de la medicina moderna.

5 febrero, 2018

En el último siglo cambió mucho el lugar, la forma y el momento en que ocurre la muerte Hasta 1990 la mitad de los decesos del mundo eran causadas por enfermedades crónicas; en 2015  esas enfermedades crecieron a dos tercios. En los países ricos la mayoría de las muertes se producen luego de años de deterioro progresivo. Aproximadamente unos dos tercios ocurren en un hospital u hogar de ancianos. Suelen suceder después de un tratamiento cada vez más desesperado. Muchos mueren luego de pasar por lo menos tres meses  en una unidad de cuidados intensivos, después de una intervención quirúrgica.

Todas esas intervenciones pueden ser una agonía para todos los involucrados. Los pacientes de cáncer que mueren en hospitales o clínicas son los que por lo general experimentan más dolor, estrés y depresión que otros pacientes que mueren en lugares similares o en su casa. Sus familias suelen discutir con los médicos y entre sí, sufren de desórdenes post traumáticos y sienten pena prolongada.

Lo que importa

Lo más importante es que estas muertes medicalizadas no parecen ser lo que quiere la gente. Las encuestas, incluyendo una realizada en cuatro grandes países por la Kaiser Family Foundation, un think-tank norteamericano y la revista The Economist, revelan que la mayoría de las personas sanas aspiran a que, cuando llegue su fin, puedan morir en su casa. Y muy pocos — cuando se les pregunta cuáles son sus aspiraciones para  sus últimos días, dicen que su prioridad es vivir lo más posible. Lo que dicen, en cambio, es que quieren morir sin dolor, en paz y rodeados de sus seres queridos para quienes no han sido una carga.

Algunas muertes son inevitblemente horribles. No todos van a estar en condiciones de brindar con champagne una muerte inminente, como hizo Anto Chekhov. Lo que la gente dice que quiere mientras está bien puede cambiar a medida que se acerca al final (una de las razones por las cuales los médicos son escépticos sobre las instrucciones dispuestas en los testamentos).  Morir en casa es menos atractivo si todos los equipos están en las clínicas. Un tratamiento que es insoportable en la imaginación puede aparecer como el menor de dos males cuando la alternativa es la muerte. Algunos pacientes van a querer luchar hasta perder toda esperanza.

Pero con bastante frecuencia los pacientes reciben tratamiento drástico a pesar de sus deseos de morir – cuando los médicos hacen “todo lo possible”, como fueron entrenados, sin interiorizarse de las preferencias de la gente o sin asegurar que el pronóstico se entiende con claridad. En Estados Unidos apenas a un tercio de todos los pacientes de cáncer terminal se les pregunta sobre sus obmetivos al final de la vida. Por ejemplo, si desean asistir a un acontecimiento especial, como el casamiento de un nieto, aunque eso signifique abandonar el hospital y arriesgarse a morir antes. En muchos otros países la proporción es menor. La gran mayoría de los oncólogos dicen que nunca les enseñaron a hablar con sus pacientes.

Hace falta legislación para permitir la muerte asistida por los médicos, para que los que están en pleno ejercicio de sus facultades mentales puedan ser ayudados a terminar su vida si ese es su deseo. Pero el derecho a morir es apenas una parte del cuidado en el final de la vida. La evidencia sugiere que la mayoría de la gente quiere esta opción pero que pocos elegirían ejercerla. Para dar a la gente la muerte que dicen que quieren, la medicina debería adoptar algunas medidas bastante simples.

Hacen falta más cuidados paliativos. Esta rama olvidada de la medicina se ocupa de aliviar el dolor y otros síntomas como la falta de aire o dar consejos a los enfermos terminales. Hasta hace poco era solo té y simpatía cuando desaparece toda esperanza. Pero una serie de estudios recientes demuestran lo equivocado de este camino. Brindándola antes en el curso de un cáncer avanzado junto con los tratamientos acostumbrados no solo reduce el sufrimiento sino que prolonga la vida.

Muchos profesionales entran a la medicina para ayudar a la gente a demorar la muerte, no para hablar de su inevitabilidad.  Pero deben hablar. Un buen comienzo sería hacer mayor uso de una guía realizada por Atul Gawande, cirujano y autor, titulada “Serious Illness Conversation Guide“. Se trata de un breve cuestionario diseñado para descubrir qué saben los pacientes terminales sobre su condición y para entender cuáles son sus objetivos a medida que se aproxima el final. Los estudios sugieren que  fomenta conversaciones y que reduce el sufrimiento.  
       

Estos cambios deberían ser parte de un amplio cambio en la forma en que los sistemas de salud encaran las enfermedades graves.  Gran parte del cuidado para los enfermos crónicos debería realizarse fuera de los hospitales. Eso significaría que parte del financiamiento deberia dirigirse a soporte social. Los incentivos financieros para los médicos y hospitales también deberían cambiar. Por lo general les pagan las aseguradoras y los gobiernos para que hagan cosas a los pacientes, no para tratar de impedir enfemedades o para que le hagan la vida más cómoda al paciente. El costo no es un obstáculo porque cuando un paciente está informado e interesado será menos proclive a pedir procedimientos innecesarios. Habrá menos juicios a médicos, porque un tema frecuente en la mala praxis es la falta de comunicación.

La mayoría de la gente siente terror cuando considera su mortalidad. Como la muerte ha sido escondida en hospitalesy geriátricos, la gente no está muy familiarizada con ella y le cuesta hablar del tema. Pero la conversación abierta y honesta con el enfermo terminal debería ser parte de la medicina moderna, tanto como recetar un medicamento o soldar un hueso. Una mejor muerte significa una mejor vida, hasta el final.

 

 

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