Tecnología: un gurú que intenta volver del frío

Semanas atrás, George Gilder dijo que no había sido el único en equivocarse respecto de la burbuja tecnológica. Flaco consuelo para quienes, confiando en sus eufóricos pronósticos de 1999, apostaron hasta la camisa a las puntocom.

26 octubre, 2003

Al cabo de casi cuatro años de exilio, hoy algunos segmentos de telecomunicaciones parecen recobrarse lentamente. También Gilder: las acciones de firmas recomendadas en su “Technology Report” (una selección más diversificada que en otros tiempos) han rendido más que el promedio del Nasdaq compuesto entre octubre de 2002 y septiembre último.

Las cosas, empero, quizá ya no sean iguales. A principios de 2000, Gilder encabezaba un pequeño pero lucrativo imperio, apoyado en su carta de negocios –ya mencionada-, tres derivadas (Digital Power Reportes, Dynamic Silicon, Supply Side Investor), media docena de conferencias rentadas por año y un equipo de 55 personas.

Por entonces, el valor del conjunto (apenas siete millones) era mou módico según los cánones del negocio virtual. Pero –mostrando los excesos de la época- Merrill Lynch quería convertir la operación en una empresa cotizante en bolsa vía un paquete equivalente a US$ 150/200 millones.

Las publicaciones Gilder llegaban a 110.000 subscriptores de alto nivel. A mediados de 2000, el sueño se había esfumado. Ahora, sólo quedan el boletín inicial, con 8.500 abonados, y cinco personas trabajando.

Antes de la “nueva economía” y su derrape especulativo, la trayectoria personal de Gilder había sido bastante accidentada. En los 60 y 70, redactaba discursos para Richard Nixon, Nelson Rockefeller y George Romney (un conservador, un liberal, un socialdemócrata). También organizaba campañas antifeministas y atacaba jardines maternales, arguyendo que “el lugar de la mujer es la casa”.

Hace tres décadas, el semanario “Time” –medio no precisamente izquierdista- y lo nombró “male chauvinist pig” (cerdo machista) del año. Poco después, Gilder emigró a la economía ofertista, escuela compartida por Ronald Reagan, ambos Bush y, después, Carlos Ménem. Pero con alevosía: en “Wealth and power” (1981), sostenía que “el capitalismo empresario es intrínsecamente altruista y se orienta a las necesidades de la gente”.

El libro resultó muy bien vendido y lo hizo rico. Pero él ya estaba en otra cosa, quizá porque el ensayo ofertista de Reagan duró poco. En 1988, pues, descubrió los chips y dedujo que la vanguardia tecnológica era la clave de la economía futura. Con buena labia y un discurso entrador, pronto devino en uno de los gurúes favoritos del sector.

Ya en los 90, se prendó de un fenómeno que denominó “telecompucosmics”. O sea, la convergencia de telecomunicaciones y computadoras en nivel cósmico. En 1996, Gilder se hizo célebre con una predicción tan espectacular como errónea: a fin de siglo, todos lo hogares estarían conectados en banda ancha, en un “telecosmo” de fibra óptica y redes inalámbricas alrededor el planeta.

Por entonces, compañías como Global Crossing, Level 3 Communications, Globar Star Software o WorldCom se lanzaban a tender vastas redes, preparándose para una demanda en constante crecimniento.

El primer Gilder’s Technology Report también apareció en 1996. En poco tiempo, su influencia en las cotizaciones bursátiles de las firmas que promovía –muchas de ellas, emprendedoras casi desconocidas y sin valor en libros- pronto se conoció como “efecto Gilder”.

Su método era tan simple como peligroso. Poco después de que una compañía se registraba en bolsa, la ponía en su lista de recomendaciones. Esto inflaba la cotización, a veces hasta 80% en horas. Un sistema similar sería aplicado por Frank Quattrone (Crédit Suisse First Boston) para poner en Wall Street a los principales nombres de Silicon Valley. Hoy Quattrone afronta un largo proceso judicial.

Pero la realidad hizo pedazos a ambos. La demanda de banda ancha no respondió a las expectativas. Los dispositivos inteligentes múltiples son demasiado caros y complicados para el usuario común. Varias redes ópticas quedaron ociosas. La nueva economía se pinchó en pocos meses. Desde abril de 2000, casi todos los papeles recomendados por Gilder se derrumbaban y los subscriptores de sus boletines se ponían furiosos. “Estaban en la ruina –admite el gurú- y habían perdido no 50 u 80% de sus inversiones, sino 95 o 98%”.

Muchas empresas –por ejemplo, Global Crossing, Metromedia, WorldCom, Corning- quedaron diezmadas o desaparecieron. Gilder mismo perdió cientos de miles y todavía está pagando al fisco y diversos acreedores.

¿Cómo pudo equivocarse a tal punto? Según los críticos, porque se centraba demasiado en la tecnología y no reparada en las realidad del negocio. Además, idoliza los mercados (aún lo hace). “No confía en el gobierno, pero sí en la especulación financiera o bursátil”, señala Thomas Frank, editor de “The baffler”, un periódico sociocultural.

El gurú todavía le echa la culpa al gobierno. “Lo que no preví –insiste- es el efecto de una increíble masa de regulaciones, que afectaban el negocio de las telecomunicaciones. Todo el tiempo, creí que la tecnología triunfaría sobre los burócratas”. Por supuesto, Gilder no menciona las gruesas irregularidades contables de ciertos grupos ni sus balances trucados.

Un viejo amigo suyo, Richard Karlgaard –director de “Forbes”, un adalid de la libre empresa-, sale en defensa de Gilder. “Su concepción del mundo es de naturaleza religiosa. Cree que técnicos, científicos y empresarios cumplen una misión divina, revelando el nuevo plan del universo a los profanos. Pero su misión ha sido frustrada por los gobiernos, sus reglamentos y sus impuestos”.

Pero el profeta regresó del desierto y su influencia vuelve a notarse. En 52 semanas, su índice de acciones tecnológica ha subido 221%, contra apenas 71% del Nasdaq compuesto y 29% del Standard & Poor’s 500.

Sin embargo, para él lo esencial es que el retorno de la banda ancho lo reivindique. “Un avance que empezó en EE.UU. y fue frustrado por regulaciones, se reinicia en Asia Pacífico. Así, en Surcorea el 75% de las familias está conectado”. Gilder no ha reanudado las conferencias rentadas, aunque cada tanto marche a Washington para cabildear en la Casa Blanca contra –claro- las regulaciones. Ahora, lo hace como directivo en el Discovery Institute, una entidad ultraconservadora de Seattle. Entretanto, se ha pasado al neoconductismo económico.

Al cabo de casi cuatro años de exilio, hoy algunos segmentos de telecomunicaciones parecen recobrarse lentamente. También Gilder: las acciones de firmas recomendadas en su “Technology Report” (una selección más diversificada que en otros tiempos) han rendido más que el promedio del Nasdaq compuesto entre octubre de 2002 y septiembre último.

Las cosas, empero, quizá ya no sean iguales. A principios de 2000, Gilder encabezaba un pequeño pero lucrativo imperio, apoyado en su carta de negocios –ya mencionada-, tres derivadas (Digital Power Reportes, Dynamic Silicon, Supply Side Investor), media docena de conferencias rentadas por año y un equipo de 55 personas.

Por entonces, el valor del conjunto (apenas siete millones) era mou módico según los cánones del negocio virtual. Pero –mostrando los excesos de la época- Merrill Lynch quería convertir la operación en una empresa cotizante en bolsa vía un paquete equivalente a US$ 150/200 millones.

Las publicaciones Gilder llegaban a 110.000 subscriptores de alto nivel. A mediados de 2000, el sueño se había esfumado. Ahora, sólo quedan el boletín inicial, con 8.500 abonados, y cinco personas trabajando.

Antes de la “nueva economía” y su derrape especulativo, la trayectoria personal de Gilder había sido bastante accidentada. En los 60 y 70, redactaba discursos para Richard Nixon, Nelson Rockefeller y George Romney (un conservador, un liberal, un socialdemócrata). También organizaba campañas antifeministas y atacaba jardines maternales, arguyendo que “el lugar de la mujer es la casa”.

Hace tres décadas, el semanario “Time” –medio no precisamente izquierdista- y lo nombró “male chauvinist pig” (cerdo machista) del año. Poco después, Gilder emigró a la economía ofertista, escuela compartida por Ronald Reagan, ambos Bush y, después, Carlos Ménem. Pero con alevosía: en “Wealth and power” (1981), sostenía que “el capitalismo empresario es intrínsecamente altruista y se orienta a las necesidades de la gente”.

El libro resultó muy bien vendido y lo hizo rico. Pero él ya estaba en otra cosa, quizá porque el ensayo ofertista de Reagan duró poco. En 1988, pues, descubrió los chips y dedujo que la vanguardia tecnológica era la clave de la economía futura. Con buena labia y un discurso entrador, pronto devino en uno de los gurúes favoritos del sector.

Ya en los 90, se prendó de un fenómeno que denominó “telecompucosmics”. O sea, la convergencia de telecomunicaciones y computadoras en nivel cósmico. En 1996, Gilder se hizo célebre con una predicción tan espectacular como errónea: a fin de siglo, todos lo hogares estarían conectados en banda ancha, en un “telecosmo” de fibra óptica y redes inalámbricas alrededor el planeta.

Por entonces, compañías como Global Crossing, Level 3 Communications, Globar Star Software o WorldCom se lanzaban a tender vastas redes, preparándose para una demanda en constante crecimniento.

El primer Gilder’s Technology Report también apareció en 1996. En poco tiempo, su influencia en las cotizaciones bursátiles de las firmas que promovía –muchas de ellas, emprendedoras casi desconocidas y sin valor en libros- pronto se conoció como “efecto Gilder”.

Su método era tan simple como peligroso. Poco después de que una compañía se registraba en bolsa, la ponía en su lista de recomendaciones. Esto inflaba la cotización, a veces hasta 80% en horas. Un sistema similar sería aplicado por Frank Quattrone (Crédit Suisse First Boston) para poner en Wall Street a los principales nombres de Silicon Valley. Hoy Quattrone afronta un largo proceso judicial.

Pero la realidad hizo pedazos a ambos. La demanda de banda ancha no respondió a las expectativas. Los dispositivos inteligentes múltiples son demasiado caros y complicados para el usuario común. Varias redes ópticas quedaron ociosas. La nueva economía se pinchó en pocos meses. Desde abril de 2000, casi todos los papeles recomendados por Gilder se derrumbaban y los subscriptores de sus boletines se ponían furiosos. “Estaban en la ruina –admite el gurú- y habían perdido no 50 u 80% de sus inversiones, sino 95 o 98%”.

Muchas empresas –por ejemplo, Global Crossing, Metromedia, WorldCom, Corning- quedaron diezmadas o desaparecieron. Gilder mismo perdió cientos de miles y todavía está pagando al fisco y diversos acreedores.

¿Cómo pudo equivocarse a tal punto? Según los críticos, porque se centraba demasiado en la tecnología y no reparada en las realidad del negocio. Además, idoliza los mercados (aún lo hace). “No confía en el gobierno, pero sí en la especulación financiera o bursátil”, señala Thomas Frank, editor de “The baffler”, un periódico sociocultural.

El gurú todavía le echa la culpa al gobierno. “Lo que no preví –insiste- es el efecto de una increíble masa de regulaciones, que afectaban el negocio de las telecomunicaciones. Todo el tiempo, creí que la tecnología triunfaría sobre los burócratas”. Por supuesto, Gilder no menciona las gruesas irregularidades contables de ciertos grupos ni sus balances trucados.

Un viejo amigo suyo, Richard Karlgaard –director de “Forbes”, un adalid de la libre empresa-, sale en defensa de Gilder. “Su concepción del mundo es de naturaleza religiosa. Cree que técnicos, científicos y empresarios cumplen una misión divina, revelando el nuevo plan del universo a los profanos. Pero su misión ha sido frustrada por los gobiernos, sus reglamentos y sus impuestos”.

Pero el profeta regresó del desierto y su influencia vuelve a notarse. En 52 semanas, su índice de acciones tecnológica ha subido 221%, contra apenas 71% del Nasdaq compuesto y 29% del Standard & Poor’s 500.

Sin embargo, para él lo esencial es que el retorno de la banda ancho lo reivindique. “Un avance que empezó en EE.UU. y fue frustrado por regulaciones, se reinicia en Asia Pacífico. Así, en Surcorea el 75% de las familias está conectado”. Gilder no ha reanudado las conferencias rentadas, aunque cada tanto marche a Washington para cabildear en la Casa Blanca contra –claro- las regulaciones. Ahora, lo hace como directivo en el Discovery Institute, una entidad ultraconservadora de Seattle. Entretanto, se ha pasado al neoconductismo económico.

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