Siguen los debates sobre el futuro de Silicon Valley

Algunos creyentes en Silicon Valley dudan hoy de la sagrada ley que Gordon Moore postuló en 1965. Según el cofundador de Intel, la cantidad de transistores por chip se dobla cada año y medio. Hasta ahora era cierto, pero ¿seguirá siéndolo?

14 abril, 2003

Moore –hoy tiene 73 años- empezó sosteniendo que el lapso era un año pero, en 1968, extendió el lapso a dieciocho meses. Desde entonces, el mandamiento dictó el ritmo de obsolescencia e innovación en el célebre valle californiano. Pero, últimamente, algunos herejes –en particular Larry Ellison, cerebro de Oracle- advierten que la ley está por alcanzar su límite y eso tendrá severas consecuencias. Según ellos, debe renovarse la “cultura de los tecnólogos”.

“Olvidemos al patriarca, porque su ley comienza a ser insalubre”, sostiene Michael Malone, confundador del portal de subastas eBay y hoy autoexilado de Silicon Valley. “Moore es una obsesión. La vanguardia tecnológica se mira el ombligo y descuida, entre otras cosas, las estrategias de negocios. Fijémonos en qué les pasó al coche DeLorean, al Concorde y a la III generación inalámbrica. El mercado no los asimiló o se toma tiempo para hacerlo”.

Para el ex creyente, “hay una fijación con la ley, en desmedro de factores como rentabilidad, producto, servicio o mercado. Así tuvimos la burbuja puntocom y su desinfle”. Poética casualidad: el artículo de Malone apareció en el número final de “Red Herring”, la revista favorita del valle y sus capitalistas de riesgo, que ha caído víctima de la “tecnodepresión”. En efecto, algo en California huele a “red herring”; en inglés, pista falsa, rumor interesado).

Por supuesto, la de Moore no es una ley en el sentido convencional, sino una proyección basada en la economía del semiconductor. Durante más de tres décadas, la capacidad de procesamiento creció y el costo unitario bajó según sus postulados. Su carácter exponencial es manifiesto: en 1968, un transistor costaba un dólar pero, hacia 1995, ese dólar –que no valía como 27 años antes- compraba tres mil transistores. En 2003, paga 50 millones. En 1971, los chips Intel procesaban 100.000 instrucciones por segundo, nivel que pasó a 25 millones en 1989, 1.500 millones en 2000 y al doble hoy.

En realidad, hasta ahora el problema reside en el agotamiento de ciertos negocios. Por ejemplo, hace poco National Semiconductor –pionera en la materia- abandonó el rubro equipos informáticos, porque “insistir en acompañar la ley de Moore era cada vez más caro”, confesó el CEO Brian Halla. Como es lógico, quienes siguen prosperando no se preocupan. “Algunos se quedan fuera del negocio, pero muchos más siguen en nuestro ecosistema”, cree Kim Polese, cofundadora y presidente de Marimba, proveedor de software para sistemas empresarios o institucionales. “La innovación florece y nosotros con ella”.

Obviamente, el propio Moore se aferra a la ortodoxia. Hoy presidente honorario de Intel, predijo en febrero que su ley “funcionará durante otros diez años, más o menos, antes de que los diseñadores lleguen a límites físicos que impidan doblar la cantidad de transistores en determinado espacio”. Más fundamentalistas que él, unos pocos expertos –en su momento, trascendían al público sólo vía “Red Herring” o “Technology Review”- ven una salida a corto plazo, los chips poliméricos, y una a largo plazo, los chips lumínicos.

“Ninguna magnitud física puede aumentar exponencial o geométricamente por siempre”, admitía Moore. “La función de científicos y técnicos es empujar continuamente los límites”. Pero, justamente, los herejes que no le dan ni diez años más al mandamiento pertenecen a ambos grupos.

Moore –hoy tiene 73 años- empezó sosteniendo que el lapso era un año pero, en 1968, extendió el lapso a dieciocho meses. Desde entonces, el mandamiento dictó el ritmo de obsolescencia e innovación en el célebre valle californiano. Pero, últimamente, algunos herejes –en particular Larry Ellison, cerebro de Oracle- advierten que la ley está por alcanzar su límite y eso tendrá severas consecuencias. Según ellos, debe renovarse la “cultura de los tecnólogos”.

“Olvidemos al patriarca, porque su ley comienza a ser insalubre”, sostiene Michael Malone, confundador del portal de subastas eBay y hoy autoexilado de Silicon Valley. “Moore es una obsesión. La vanguardia tecnológica se mira el ombligo y descuida, entre otras cosas, las estrategias de negocios. Fijémonos en qué les pasó al coche DeLorean, al Concorde y a la III generación inalámbrica. El mercado no los asimiló o se toma tiempo para hacerlo”.

Para el ex creyente, “hay una fijación con la ley, en desmedro de factores como rentabilidad, producto, servicio o mercado. Así tuvimos la burbuja puntocom y su desinfle”. Poética casualidad: el artículo de Malone apareció en el número final de “Red Herring”, la revista favorita del valle y sus capitalistas de riesgo, que ha caído víctima de la “tecnodepresión”. En efecto, algo en California huele a “red herring”; en inglés, pista falsa, rumor interesado).

Por supuesto, la de Moore no es una ley en el sentido convencional, sino una proyección basada en la economía del semiconductor. Durante más de tres décadas, la capacidad de procesamiento creció y el costo unitario bajó según sus postulados. Su carácter exponencial es manifiesto: en 1968, un transistor costaba un dólar pero, hacia 1995, ese dólar –que no valía como 27 años antes- compraba tres mil transistores. En 2003, paga 50 millones. En 1971, los chips Intel procesaban 100.000 instrucciones por segundo, nivel que pasó a 25 millones en 1989, 1.500 millones en 2000 y al doble hoy.

En realidad, hasta ahora el problema reside en el agotamiento de ciertos negocios. Por ejemplo, hace poco National Semiconductor –pionera en la materia- abandonó el rubro equipos informáticos, porque “insistir en acompañar la ley de Moore era cada vez más caro”, confesó el CEO Brian Halla. Como es lógico, quienes siguen prosperando no se preocupan. “Algunos se quedan fuera del negocio, pero muchos más siguen en nuestro ecosistema”, cree Kim Polese, cofundadora y presidente de Marimba, proveedor de software para sistemas empresarios o institucionales. “La innovación florece y nosotros con ella”.

Obviamente, el propio Moore se aferra a la ortodoxia. Hoy presidente honorario de Intel, predijo en febrero que su ley “funcionará durante otros diez años, más o menos, antes de que los diseñadores lleguen a límites físicos que impidan doblar la cantidad de transistores en determinado espacio”. Más fundamentalistas que él, unos pocos expertos –en su momento, trascendían al público sólo vía “Red Herring” o “Technology Review”- ven una salida a corto plazo, los chips poliméricos, y una a largo plazo, los chips lumínicos.

“Ninguna magnitud física puede aumentar exponencial o geométricamente por siempre”, admitía Moore. “La función de científicos y técnicos es empujar continuamente los límites”. Pero, justamente, los herejes que no le dan ni diez años más al mandamiento pertenecen a ambos grupos.

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