¿Qué hay en una caja o un cerebro? El radiosensor lo sabe…

IBM invertirá US$ 250 millones en cinco años para aprovechar losr radiosensores. Una unidad específica promoverá sistemas que usen datos para detectar problemas de abastecimientos y ajustar entregas. Pero hay riesgos de otra clase.

30 septiembre, 2004

“Pasaremos de información en tandas a seguimiento continuo”, señala Gary Kohen, gerente de computación aplicada. Ante más de 1.200 técnicos y ejecutivos, esta semana en Baltimore, la compañía quiere subrayar avances y trabas en el empleo de marcas radiales (“radio tags”) para monitorear maquinaria y bienes de todo tipo. Como es habitual entre tecnócratas, no parecen inquietarlo los riesgos de invadir la intimidad de las personas.

La idea es persuadir al sector para que ese instrumento de tecnología sensorial móvil (TSM) se integre efectivamente para ser explotado Las marcas radiales, en efecto, pueden leerse en grupos, no ya una por una, y contienen muchos más datos que los códigos de barras. Aparte de indicar qué hay dentro de una caja, especifican cuándo y donde se fabricó el producto, amén del destino específico.

Los nuevos marcadores se conocen como identificación por radiofrecuencia pasiva (p-RFID: “passive radio frequency identification”). Son más delgados y baratos que los empleados en peajes (“E-Z pass tolls”), pues absorben energía suficiente de las señales enviadas por los lectores. Por ende, no requieren pilas.

Los esfuerzos de IBM confirman una tendencia general a adoptar marcas radiales pasivas –o de lectura-, impulsada por Wal-Mart Stores y el departamento federal de Defensa. Una firma especializada de Massachusetts, Oat Systems, reveló que Tesco (cadena de supermercados líder en Gran Bretaña) ha incorporado software para una red p-RFID con más de dos mil locales. En Baltimore, OS anunciará un convenio de marketing con Hewlett-Packard, pionero en la materia, para ofrecer servicios de consultoría a terceros.

Los grandes minoristas y las firmas de productos de uso final (Procter & Gamble, Gillette) al principio considerabas las “radio tags” como simples recursos para combatir robos y mejorar la eficacia de los proveedores. De hecho, Wal-Mart –fiel a su estilo autoritario- les ha dado plazo hasta el 1 de enero a sus cien abastecedores principales para aplicar e-RFID según normas de la firma EPCglobal (sigla derivada de “electronic product code”). Otras cadenas, como Albertson’s, Target o Best Buy, van sumándose al movimiento.

Esta tecnología crea interés en la Administración Federal de Alimentos y Drogas (FDA) y en las farmoquímicas. En general, la estiman útil para neutralizar falsificaciones, controlar fechas y acelerar reemplazos de partidas vencidas.

Hasta ahora, lo hecho en materia de bienes de consumo o uso final consistía mayormente en proyectos pilotos. Verbigracia, empleo de p-RFID en alquiler de libros, videos, DVD, etc. Precisamente estas aplicaciones –y el seguimiento de compradores en grandes locales- preocupan a defensores de la intimidad personal.

No sin fundamento (el inquietante departamento de Seguridad Interior, creado por un fanático como John Ashcroft, es uno), temen que esa tecnología permitirá acumular secretamente bases de datos sobre salud, conductas, gustos e ideas de la gente. El problema tomó estado público semanas atrás, vía una carta del senador demócrata por Florioda, William Nelson, a la Comisión Federal de Comercio. “La RFID plantea amenazas a la libertad y la privacidad de los ciudadanos”, sostenía el legislador.

“Pasaremos de información en tandas a seguimiento continuo”, señala Gary Kohen, gerente de computación aplicada. Ante más de 1.200 técnicos y ejecutivos, esta semana en Baltimore, la compañía quiere subrayar avances y trabas en el empleo de marcas radiales (“radio tags”) para monitorear maquinaria y bienes de todo tipo. Como es habitual entre tecnócratas, no parecen inquietarlo los riesgos de invadir la intimidad de las personas.

La idea es persuadir al sector para que ese instrumento de tecnología sensorial móvil (TSM) se integre efectivamente para ser explotado Las marcas radiales, en efecto, pueden leerse en grupos, no ya una por una, y contienen muchos más datos que los códigos de barras. Aparte de indicar qué hay dentro de una caja, especifican cuándo y donde se fabricó el producto, amén del destino específico.

Los nuevos marcadores se conocen como identificación por radiofrecuencia pasiva (p-RFID: “passive radio frequency identification”). Son más delgados y baratos que los empleados en peajes (“E-Z pass tolls”), pues absorben energía suficiente de las señales enviadas por los lectores. Por ende, no requieren pilas.

Los esfuerzos de IBM confirman una tendencia general a adoptar marcas radiales pasivas –o de lectura-, impulsada por Wal-Mart Stores y el departamento federal de Defensa. Una firma especializada de Massachusetts, Oat Systems, reveló que Tesco (cadena de supermercados líder en Gran Bretaña) ha incorporado software para una red p-RFID con más de dos mil locales. En Baltimore, OS anunciará un convenio de marketing con Hewlett-Packard, pionero en la materia, para ofrecer servicios de consultoría a terceros.

Los grandes minoristas y las firmas de productos de uso final (Procter & Gamble, Gillette) al principio considerabas las “radio tags” como simples recursos para combatir robos y mejorar la eficacia de los proveedores. De hecho, Wal-Mart –fiel a su estilo autoritario- les ha dado plazo hasta el 1 de enero a sus cien abastecedores principales para aplicar e-RFID según normas de la firma EPCglobal (sigla derivada de “electronic product code”). Otras cadenas, como Albertson’s, Target o Best Buy, van sumándose al movimiento.

Esta tecnología crea interés en la Administración Federal de Alimentos y Drogas (FDA) y en las farmoquímicas. En general, la estiman útil para neutralizar falsificaciones, controlar fechas y acelerar reemplazos de partidas vencidas.

Hasta ahora, lo hecho en materia de bienes de consumo o uso final consistía mayormente en proyectos pilotos. Verbigracia, empleo de p-RFID en alquiler de libros, videos, DVD, etc. Precisamente estas aplicaciones –y el seguimiento de compradores en grandes locales- preocupan a defensores de la intimidad personal.

No sin fundamento (el inquietante departamento de Seguridad Interior, creado por un fanático como John Ashcroft, es uno), temen que esa tecnología permitirá acumular secretamente bases de datos sobre salud, conductas, gustos e ideas de la gente. El problema tomó estado público semanas atrás, vía una carta del senador demócrata por Florioda, William Nelson, a la Comisión Federal de Comercio. “La RFID plantea amenazas a la libertad y la privacidad de los ciudadanos”, sostenía el legislador.

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