Estados Unidos: ¿La tecnología aumenta la productividad?

En los últimos años del siglo XX, la productividad en Estados Unidos tuvo un aumento espectacular. ¿Puede atribuirse a la inversión de tecnología? Y si es así ¿ benefició a todos los sectores por igual?

10 enero, 2002

La productividad de la mano de obra no rural aumentaba en 1995-99 a razón de 2,5% anual acumulativo, según la oficina federal de estadística. Ese lapso sucedió a uno más largo (1972-94) durante el cual ese indicador había subido 1,4% cada año. Ampliando las comparaciones, la economía real aún no iguala aquel promedio de 2,9% anual registrado en el período 1947-71.

Sin embargo, el ritmo de 1995-99 generó una sensación de prosperidad suficiente para que el optimismo llegase a niveles inauditos en casi tres décadas. Por otra parte, el repunte económico general resolvió la “paradoja de Robert Solow”. En efecto, el Nobel de 1987 había postulado, años antes que “la era de las computadoras se nota en todos lados, menos en las estadísticas de productividad”.

A medida que se acercaba el fin del siglo, cada año se producían más semiconductores –o sea, mayor poder de procesamiento- con iguales recursos de capital y trabajo. Esta tendencia pasó pronto a los sectores que dependen de circuitos; por ejemplo computadoras y periféricos.

Pero, más allá de la vanguardia tecnológica, los mecanismos del crecimiento son menos transparentes. Los economistas coinciden en que la productividad ha aumentado junto con la calidad del reequipamiento efectuado en las empresas, factor que mejoraba el rendimiento laboral. Pero analistas como Robert Gordon (universidad del Noroeste) sostienen que la tecnología no ha alterado cualitativamente las nociones y funciones básicas de las estructuras empresarias.

De hecho, su impacto no se refleja en el crecimiento de un indicador clave, conocido como productividad a factores totales (PFT). Por ende “no ha habido una transformación fundamental en la economía de EE.UU.”

Otros expertos, como Stephen Oliner o Daniel Sichel (ambos del Sistema de Reserva Federal) replican que la PFT realmente viene acelerándose en muchos sectores económicos ajenos a la cibernética. Los dos estiman que el uso de tecnologías informáticas (TI) y la fabricación de computadoras representan apenas 0,67% del aumento de la productividad laboral durante el último quinquenio del siglo XX (es decir 1996-2000, no ya 1995-99). Si bien con diferencias en datos, Dale Jorgenson (Harvard) y Kevin Stiroh (RF, Nueva York) llegan a la misma conclusión.

Por su parte, un reciente estudio del McKinsey Global Institute (MKGI), perteneciente a la firma homónima, encuentra que seis sectores –comercio minorista y mayorista, intermediación con bonos, maquinaria y equipos industriales, electrónica, telecomunicaciones- han contribuido con 99% a la aceleración de la tasa de productividad en 1995-99. Acercándose a Gordon, pues, MKGI señala que la innovación, la competencia y, en menor grado, la demanda cíclica fueron, junto con las TI, fuentes principales de aumentos en productividad. Entre los ejemplos presentados figura la sostenida presión de Wal-Mart sobre el resto del comercio minorista.

Por otra parte, el mismo trabajo identifica algunos sectores que invirtieron mucho en TI (hoteles, banca minorista, telecomunicaciones a larga distancia), pese a lo cual su productividad ha ido en descenso. A criterio de MKGI, ello da a entender que ciertos gastos en TI –por ejemplo sistemas para almacenar datos de clientes o vastas redes telefónicas urbanas e interurbanas- tienen capacidad ociosa y no generan los resultados previstos.

Frente a tantos datos y conclusiones, subsisten en EE.UU. incertidumbres sobre crecimiento en actividades ajenas a la cibernética, aun si las avanzadas técnicas industriales mejoran la productividad general en mano de obra y equipos. De cualquier forma, la sostenibilidad de las recientes tendencias dinámicas se apoya mayormente en las perspectivas de avance tecnológico. Sobre todo en materia de semiconductores.

La productividad de la mano de obra no rural aumentaba en 1995-99 a razón de 2,5% anual acumulativo, según la oficina federal de estadística. Ese lapso sucedió a uno más largo (1972-94) durante el cual ese indicador había subido 1,4% cada año. Ampliando las comparaciones, la economía real aún no iguala aquel promedio de 2,9% anual registrado en el período 1947-71.

Sin embargo, el ritmo de 1995-99 generó una sensación de prosperidad suficiente para que el optimismo llegase a niveles inauditos en casi tres décadas. Por otra parte, el repunte económico general resolvió la “paradoja de Robert Solow”. En efecto, el Nobel de 1987 había postulado, años antes que “la era de las computadoras se nota en todos lados, menos en las estadísticas de productividad”.

A medida que se acercaba el fin del siglo, cada año se producían más semiconductores –o sea, mayor poder de procesamiento- con iguales recursos de capital y trabajo. Esta tendencia pasó pronto a los sectores que dependen de circuitos; por ejemplo computadoras y periféricos.

Pero, más allá de la vanguardia tecnológica, los mecanismos del crecimiento son menos transparentes. Los economistas coinciden en que la productividad ha aumentado junto con la calidad del reequipamiento efectuado en las empresas, factor que mejoraba el rendimiento laboral. Pero analistas como Robert Gordon (universidad del Noroeste) sostienen que la tecnología no ha alterado cualitativamente las nociones y funciones básicas de las estructuras empresarias.

De hecho, su impacto no se refleja en el crecimiento de un indicador clave, conocido como productividad a factores totales (PFT). Por ende “no ha habido una transformación fundamental en la economía de EE.UU.”

Otros expertos, como Stephen Oliner o Daniel Sichel (ambos del Sistema de Reserva Federal) replican que la PFT realmente viene acelerándose en muchos sectores económicos ajenos a la cibernética. Los dos estiman que el uso de tecnologías informáticas (TI) y la fabricación de computadoras representan apenas 0,67% del aumento de la productividad laboral durante el último quinquenio del siglo XX (es decir 1996-2000, no ya 1995-99). Si bien con diferencias en datos, Dale Jorgenson (Harvard) y Kevin Stiroh (RF, Nueva York) llegan a la misma conclusión.

Por su parte, un reciente estudio del McKinsey Global Institute (MKGI), perteneciente a la firma homónima, encuentra que seis sectores –comercio minorista y mayorista, intermediación con bonos, maquinaria y equipos industriales, electrónica, telecomunicaciones- han contribuido con 99% a la aceleración de la tasa de productividad en 1995-99. Acercándose a Gordon, pues, MKGI señala que la innovación, la competencia y, en menor grado, la demanda cíclica fueron, junto con las TI, fuentes principales de aumentos en productividad. Entre los ejemplos presentados figura la sostenida presión de Wal-Mart sobre el resto del comercio minorista.

Por otra parte, el mismo trabajo identifica algunos sectores que invirtieron mucho en TI (hoteles, banca minorista, telecomunicaciones a larga distancia), pese a lo cual su productividad ha ido en descenso. A criterio de MKGI, ello da a entender que ciertos gastos en TI –por ejemplo sistemas para almacenar datos de clientes o vastas redes telefónicas urbanas e interurbanas- tienen capacidad ociosa y no generan los resultados previstos.

Frente a tantos datos y conclusiones, subsisten en EE.UU. incertidumbres sobre crecimiento en actividades ajenas a la cibernética, aun si las avanzadas técnicas industriales mejoran la productividad general en mano de obra y equipos. De cualquier forma, la sostenibilidad de las recientes tendencias dinámicas se apoya mayormente en las perspectivas de avance tecnológico. Sobre todo en materia de semiconductores.

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