Cuando las telcos cayeron, por la exuberancia irracional

¿Cuán bien funciona la memoria de las empresas? Inmersas en una crisis sin precedentes importa mantener la cabeza fuera del agua y avizorar la salida. Lo que es normal. Pero, ¿sirven las enseñanzas del pasado reciente o tal vez no tienen aplicación alguna? Veamos el caso de las empresas de telecomunicaciones y la crisis de principios de este siglo.

2 marzo, 2009

&iquest;Qu&eacute; pasa cuando convergen mitos, pron&oacute;sticos endebles y trampas financieras? Lo que ha ocurrido en el sector telecomunicaciones alrededor del mundo: &ldquo;exuberancia irracional&rdquo;. As&iacute; lo explica un an&aacute;lisis de la consultora Booz &amp; Co. (preparado por el argentino Ra&uacute;l Katz). <br />
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&rdquo;El proceso iniciado en 1996 desemboc&oacute; en un negocio con exceso de capacidad ociosa, depreciaciones de activos, crisis empresarias y escasez de capitales. A 18 a&ntilde;os de que los reguladores norteamericanos comenzaran a promover la competencia en telecomunicaciones, el mercado rezuma nuevos concurrentes y redes redundantes. Primero, fueron las redes de fibra &oacute;ptica a larga distancia, despu&eacute;s las telef&oacute;nicas locales y, por fin, los servicios inal&aacute;mbricos (donde la tercera generaci&oacute;n de dispositivos sigue congelada, porque el p&uacute;blico es reticente).<br />
&iquest;Por qu&eacute; cientos de ejecutivos se convirtieron en inversores imprudentes? &iquest;Qu&eacute; lecciones deparar&aacute; el actual fracaso a quienes definan pol&iacute;ticas en el sector p&uacute;blico y el privado?<br />
Precisamente mientras surg&iacute;a la fiebre de las telcos, en 1996, Alan Greenpan &ndash;entonces presidente del Sistema de Reserva Federal&ndash; acu&ntilde;&oacute; el t&eacute;rmino &ldquo;exuberancia irracional&rdquo; para definir el auge de la &ldquo;nueva econom&iacute;a&rdquo; y su burbuja burs&aacute;til. Hacia 2000, el economista Robert Shiller (Yale) caracteriz&oacute; el fen&oacute;meno como &ldquo;expresiones de deseos que niegan una realidad objetiva, en aras de variables externas a ella (eventos precipitantes). Esta actitud deja de lado an&aacute;lisis rigurosos sobre retornos de inversi&oacute;n y salvaguardias contables&rdquo;. <br />
Exactamente lo que les sucedi&oacute; a las telcos, donde &ndash;en los &uacute;ltimos a&ntilde;os&ndash; las decisiones inversoras de las empresas eran tan irracionales como las de cualquier individuo aislado, pese a las t&eacute;cnicas de gesti&oacute;n empleadas. Este rasgo condujo a la actual volatilidad, que el trabajo de Katz encara con el m&eacute;todo de Charles Kindleberger (<em>Manias, panics and crashes</em>, 1978; hay versi&oacute;n castellana, pero prefiere el subt&iacute;tulo de la original: Una historia de las crisis financieras), que parte de una premisa: ejemplos y an&eacute;cdotas, si se sistematizan, pueden ser evidencias.<br />
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<strong>Planes de negocios </strong><br />
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Com&uacute;nmente, cuando una firma resuelve entrar en un sector o segmento, sigue un proceso de tres fases. Empieza desarrollando un plan de negocios (oferta de bienes o servicios, mercados en la mira, plataformas tecnol&oacute;gicas, distribuci&oacute;n) que eval&uacute;a el retorno potencial sobre la inversi&oacute;n. Despu&eacute;s, se busca financiamiento externo a la empresa para armar y lanzar el proyecto. Finalmente, se gestionan fondos extras v&iacute;a emisi&oacute;n y colocaci&oacute;n de bonos y/o acciones en bolsa.<br />
En cada etapa, la mezcla de intereses internos contradictorios, an&aacute;lisis prejuiciosos y conductas arbitrarias puede generar decisiones incompatibles con expectativas racionales. Entretanto, el &ldquo;efecto manada&rdquo; &ndash;suponer que los rivales podr&iacute;an comprometer la rentabilidad o el ingreso a un mercado&ndash; exacerba lo irracional y, a menudo, induce a proyecciones err&oacute;neas en cuanto a oferta y demanda.<br />
En una conferencia sobre &ldquo;Las nuevas telecomunicaciones y los mercados financieros&rdquo;, Joseph Stiglitz (Nobel de Econom&iacute;a 2001) demostr&oacute; los nexos, a trav&eacute;s del tiempo, entre la desregulaci&oacute;n y las burbujas especulativas. De hecho, los nuevos marcos normativos &ndash;con que los gobiernos esperaban fomentar competencia&ndash; fueron fuentes de exuberancia irracional, en una actividad que, como la telef&oacute;nica, tiene fuertes econom&iacute;as de escala. Por ende, exige estrecha supervisi&oacute;n regulatoria y un n&uacute;mero limitado de concurrentes. Pero los gobiernos, particularmente en econom&iacute;as emergentes y perif&eacute;ricas, tienen un objetivo propio: recaudar. En el segmento inal&aacute;mbrico, cuanto mayor sea el espectro de frecuencias subastables, mejor ser&aacute; para el fisco que, claro, no pensar&aacute; en restringir el acceso de banda. <br />
Podr&iacute;a suponerse que los inversores privados fuesen m&aacute;s prudentes. Pero no: las empresas acompa&ntilde;an sistem&aacute;ticamente a los gobiernos y se apretujan en los nuevos mercados. Al no limitar la entrada v&iacute;a monopolio natural o concurrencia limitada, el estado fomenta exuberancia irracional. Los debates en torno de <em>wi-fi</em> ponen de manifiesto el problema en el campo inal&aacute;mbrico.<br />
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<strong>Mitos sobre demanda</strong><br />
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Otro error habitual es sobreestimar las posibilidades de un mercado. En telecomunicaciones, influyen dos mitos: el de la demanda potencial y el de la sustituci&oacute;n tecnol&oacute;gica. El primer mito hace creer a los inversores institucionales que un nuevo servicio o una innovaci&oacute;n cubrir&aacute;n necesidades insatisfechas existentes. As&iacute;, durante la man&iacute;a inal&aacute;mbrica las v&iacute;ctimas del mito ignoraron la diferencia entre demanda primaria y secundaria. En esta actividad, la demanda primaria se halla cubierta por tecnolog&iacute;as y servicios anteriores. A lo sumo, los nuevos concurrentes captar&aacute;n una porci&oacute;n de demanda secundaria; pero no encontrar&aacute;n usuarios con necesidades primarias insatisfechas. Por ejemplo, una parte de la demanda captada por la telefon&iacute;a m&oacute;vil estaba originalmente cubierta por una mezcla de tel&eacute;fonos fijos y celulares. Las proyecciones iniciales para el servicio inal&aacute;mbrico sobrestimaron la demanda por no tener en cuenta esos sustitutos preexistentes. <br />
En pa&iacute;ses menos desarrollados, se espera que los nuevos concurrentes sirvan a segmentos demogr&aacute;ficos de bajos ingresos. As&iacute;, en Latinoam&eacute;rica, 70% de la poblaci&oacute;n carece de tel&eacute;fono, lo cual parece una gran oportunidad de negocios. Pero explotarla se hace muy cuesta arriba: a esa gente no le alcanza para pagar el servicio.<br />
El otro mito deriva de una noci&oacute;n muy com&uacute;n en planes de negocios desde los a&ntilde;os &rsquo;90: &ldquo;En telecomunicaciones, basta 1% de un mercado para asegurarse adecuado retorno sobre la inversi&oacute;n&rdquo;. Esta idea subestima groseramente los riesgos, pues define un mercado como la suma de todos los servicios y, por tanto, eval&uacute;a incorrectamente la demanda primaria para las ofertas que se planean.<br />
&iquest;Por qu&eacute; persisten esos mitos y otros errores? Entre otras cosas, porque no se aplican pautas correctas para sopesar un mercado. Por ejemplo, para justificar el ingreso al segmento de transmisi&oacute;n de datos, los planes de negocios aceptan &ndash;sin an&aacute;lisis cr&iacute;tico&ndash; la tesis de que el tr&aacute;fico en la Red se dobla cada dos meses durante largos per&iacute;odos. Entonces, los inversores miden ese tr&aacute;fico en t&eacute;rminos de la primera fase de adopci&oacute;n, cuando el crecimiento es impetuoso, pero no extrapolan factores tales como los patrones de crecimiento en el uso de computadoras.<br />
El empleo de proyecciones tambi&eacute;n lleva a sobreestimar la demanda; por ejemplo, al extrapolar factores hist&oacute;ricos o geogr&aacute;ficos. Eso ocurre cuando una compa&ntilde;&iacute;a planea invertir en servicios celulares para el interior de un pa&iacute;s de menor desarrollo. Muchos t&eacute;cnicos presuponen que el ingreso medio por abonado provincial ser&aacute; igual al metropolitano. Pero no es as&iacute;: el tama&ntilde;o de las ciudades es muy inferior al de la capital o el puerto principal. La gente se moviliza menos y, por ende, no usa tanto el celular (cuando lo tiene). <br />
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<strong>Evaluaciones y trampas</strong><br />
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Durante la burbuja telco, las inversiones relativas a fusiones y adquisiciones (F&amp;A) ajustaban el valor de una empresa en funci&oacute;n de su trayectoria previa, aunque no tuviera relaci&oacute;n con el plan de negocios de la compradora. De ese modo, cuando la colapsada WorldCom tom&oacute; MFS Communications, la hab&iacute;a valuado en seis veces sus activos, sin tener en cuenta los flujos de ingresos de ambas firmas ni la estructura del mercado al momento de cerrar el acuerdo. Pero MFS pas&oacute; de un contexto duop&oacute;lico &ndash;que le significaba mayores ingresos&ndash; a uno de competencia abierta (el de WorldCom).<br />
La tercera falla en estos planes de negocios reside en estimar incorrectamente la porci&oacute;n del mercado a ganar. As&iacute;, cada inversor puede calcular con bastante exactitud la demanda total, pero sus proyecciones de participaci&oacute;n tal vez no reparen en que muchos concurrentes apuntan al mismo segmento. Entonces, sobreestimar&aacute;n enormemente la demanda primaria, porque habr&aacute;n sumado todas las porciones del mismo mercado que los rivales tratan de captar. En Estados Unidos, por ejemplo, la suma de porciones que calculaban las telef&oacute;nicas locales equival&iacute;a (en 2000) a 20 veces la demanda total efectiva.<br />
Kindleberger demostr&oacute; que los auges (man&iacute;as) eran fomentados por la expansi&oacute;n en el cr&eacute;dito bancario, en s&iacute; un est&iacute;mulo a la irracionalidad de los inversores. La historia reciente indica que las telecomunicaciones cayeron en esa trampa debido a dos efectos financieros yuxtapuestos. En primer lugar, la banca trataba de asegurarse negocios &ndash;seg&uacute;n confirman recientes revelaciones sobre v&iacute;nculos entre investigaci&oacute;n/an&aacute;lisis de valores y banca de inversi&oacute;n en firmas de Wall Street&ndash; y, con escaso rigor t&eacute;cnico, conced&iacute;a o ampliaba cr&eacute;ditos sin tener en cuenta la calidad de planes ni emprendimientos. <br />
Tambi&eacute;n los productores de equipos se subieron a la man&iacute;a en boga. Buscando competir asegur&aacute;ndose influencia en el sector de moda y aumentar ventas, los fabricantes sobrefinanciaban las compras de los nuevos prestadores de servicios y no cumpl&iacute;an con las diligencias financieras o contables debidas (una conducta similar por parte de grandes prestamistas condujo a la crisis de la deuda externa latinoamericana, 1982). Por cierto, la burbuja telco evidenci&oacute; que, en vez de actuar como restricci&oacute;n a excesos, la diligencia debida &ndash;por imperio de pujas internas&ndash; sol&iacute;a amplificar la irracionalidad. Semejantes interacciones, en especial las de &ldquo;<em>managers </em>visionarios&rdquo;, se daban en un contexto que Shiller define como &ldquo;socialmente complejo y problem&aacute;tico&rdquo;.<br />
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<strong>Irracionalidad en los mercados </strong><br />
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Completado el plan de negocios y la primera ronda de financiamiento, quienes ingresan en un nuevo segmento apelan a una oferta p&uacute;blica inicial (OPI) de bonos y/o acciones. Ac&aacute; surge otro factor de exuberancia irracional: los mercados burs&aacute;tiles.<br />
La plaza norteamericana aporta una muestra interesante del fen&oacute;meno. En medio de la burbuja telco, la &ldquo;sapiencia convencional&rdquo; de los operadores (t&eacute;rmino de John K. Galbraith tomado por Kindleberger, Shiller y Stiglitz), apoyada por los analistas de valores, prescrib&iacute;a que la capitalizaci&oacute;n burs&aacute;til de una empresa nueva dependiera de la cantidad de mercados alcanzados. Por lo mismo, el valor de las acciones se asociaba primordialmente a los gastos de capital en plantas, redes y equipos. No se ten&iacute;an presentes la captaci&oacute;n de clientes, las ventas ni las utilidades. <br />
En este proceso, las investigaciones del &aacute;rea ventas profundizaban la irracionalidad: analistas burs&aacute;tiles en firmas de valores y carteras de inversi&oacute;n generalmente interpretaban las se&ntilde;ales emitidas por compa&ntilde;&iacute;as en t&eacute;rminos de sus propias estrategias. O sea, pon&iacute;an en segundo plano la realidad objetiva del mercado. <br />
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<strong>&iquest;Qu&eacute; aconsejar&iacute;a Schumpeter?</strong><br />
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&iquest;Podr&iacute;a evitarse que inversores, analistas y prestamistas abandonasen una conducta intr&iacute;nseca al proceso de &ldquo;destrucci&oacute;n creativa&rdquo; postulado por el alem&aacute;n Josef Schumpeter?&hellip; En otras palabras &iquest;deber&aacute; eludirse la exuberancia irracional o, por el contrario, es un factor fundamental de crecimiento?<br />
Probablemente, la respuesta sea que la exuberancia irracional tiene un impacto rupturista inicial pero, a la larga, resulta neutra. La desregulaci&oacute;n depar&oacute; a consumidores y usuarios &ndash;en las econom&iacute;as industriales, al menos&ndash; amplias ventajas en cuanto a disponibilidad de productos o servicios y precios en baja. Esto pese a fuertes trastornos sociolaborales y el deterioro de valores en manos de accionistas. Por otra parte, el reflujo actual y el proceso de concentraci&oacute;n en ciernes &ndash;previsto por Lawrence Ellison, de Oracle, o Michael Capellas, de MCI&ndash; enfr&iacute;an el entusiasmo de y hacia las telcos. La mayor parte de las transacciones financieras se orienta a reestructuraci&oacute;n y venta de activos depreciados. Pronto, el foco pasar&aacute; a F&amp;A. Todo esto retardar&aacute; el ritmo de crecimiento y el desarrollo de empresas. Por ende, la destrucci&oacute;n no ser&aacute; creativa.&rdquo;

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