China pretende volver a ser aquella que inventó la pólvora

China no se conforma con haberse convertido en fábrica del mundo. Ahora busca respeto internacional para sus empresas de alta tecnología. La primera es Huawei, fabricante de equipos de telecomunicaciones con importante expansión en el exterior.

26 enero, 2005

Algunos vaticinan que en diez años podría lanzarse a disputar el
liderazgo estadounidense en tecnología informática. Stephen Minger,
especializado en células madre que estuvo en China el año pasado
en misión investigadora, dice que en ciencia sus logros son impresionantes,
y que lo sorprendió el nivel de la investigación médica y
el equipamiento de los laboratorios.

El gasto que ese país destina a investigación y desarrollo, aunque
muy inferior al de Estados Unidos, aumenta a una velocidad cinco veces mayor.
Según la OCDE, sus mayores exportaciones son ahora productos de alta tecnología.
Pero esos números tan impresionantes esconden una realidad más terrenal:
la mayor parte de esas exportaciones son productos ensamblados con componentes
importados, como PC y reproductores de DVD.

A diferencia del auténtico negocio tecnológico de Japón o
Corea del Sur, más de dos tercios de esas exportaciones se producen en
plantas extranjeras. Las empresas estatales chinas gastan relativamente poco en
I&D y carecen de marcas internacionales o redes de distribución.

La alta calidad de sus ingenieros y los bajos costos de producción atrajeron
a empresas occidentales como General Electric e IBM,
que instalaron allí sus laboratorios. Según la consultora McKinsey,
la actual producción china de software, con una estructura muy fragmentada
y pobre nivel de gestión empresarial, le va muy en zaga a la india. Eso
podría cambiar a medida que vuelven al país cada vez más
ingenieros chinos especializados en el extranjero.

De todos modos, persisten innumerables obstáculos para la difusión
de tecnología en todos los sectores. Por empezar, las empresas extranjeras
que operan en China se cuidan muy bien de mantener en secreto sus tecnologías
centrales. Además, las empresas chinas no cooperan entre sí ni con
las universidades. El sistema legal de propiedad intelectual no favorece la innovación.
Y aunque abundan las “start-up”, esas empresas no cuentan con un buen
sistema financiero que las respalde.

O sea que todavía tiene que correr mucha agua bajo el puente. El país
que hace 500 años inventara la pólvora pasó los últimos
siglos aislado del mundo de las inversiones, el comercio y la tecnología.
Ahora está recuperando terreno a pasos agigantados, pero queda por ver
si podrá instalarse, en el corto o mediano plazo, como una usina tecnológica
para el mundo.

Algunos vaticinan que en diez años podría lanzarse a disputar el
liderazgo estadounidense en tecnología informática. Stephen Minger,
especializado en células madre que estuvo en China el año pasado
en misión investigadora, dice que en ciencia sus logros son impresionantes,
y que lo sorprendió el nivel de la investigación médica y
el equipamiento de los laboratorios.

El gasto que ese país destina a investigación y desarrollo, aunque
muy inferior al de Estados Unidos, aumenta a una velocidad cinco veces mayor.
Según la OCDE, sus mayores exportaciones son ahora productos de alta tecnología.
Pero esos números tan impresionantes esconden una realidad más terrenal:
la mayor parte de esas exportaciones son productos ensamblados con componentes
importados, como PC y reproductores de DVD.

A diferencia del auténtico negocio tecnológico de Japón o
Corea del Sur, más de dos tercios de esas exportaciones se producen en
plantas extranjeras. Las empresas estatales chinas gastan relativamente poco en
I&D y carecen de marcas internacionales o redes de distribución.

La alta calidad de sus ingenieros y los bajos costos de producción atrajeron
a empresas occidentales como General Electric e IBM,
que instalaron allí sus laboratorios. Según la consultora McKinsey,
la actual producción china de software, con una estructura muy fragmentada
y pobre nivel de gestión empresarial, le va muy en zaga a la india. Eso
podría cambiar a medida que vuelven al país cada vez más
ingenieros chinos especializados en el extranjero.

De todos modos, persisten innumerables obstáculos para la difusión
de tecnología en todos los sectores. Por empezar, las empresas extranjeras
que operan en China se cuidan muy bien de mantener en secreto sus tecnologías
centrales. Además, las empresas chinas no cooperan entre sí ni con
las universidades. El sistema legal de propiedad intelectual no favorece la innovación.
Y aunque abundan las “start-up”, esas empresas no cuentan con un buen
sistema financiero que las respalde.

O sea que todavía tiene que correr mucha agua bajo el puente. El país
que hace 500 años inventara la pólvora pasó los últimos
siglos aislado del mundo de las inversiones, el comercio y la tecnología.
Ahora está recuperando terreno a pasos agigantados, pero queda por ver
si podrá instalarse, en el corto o mediano plazo, como una usina tecnológica
para el mundo.

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