Atraídos por la promesa de las “indiscreciones discretas”, millones de personas se anotaron en Ashley Madison, el sitio web que ofrece encuentros extramatrimoniales. Luego largas listas de esas personas encontraron sus nombres publicados en Internet junto con datos personales y preferencias íntimas. El incidente tuvo ribetes espectaculares pues se sumó a la lista de hackeos y filtraciones de alto vuelo.
Dio la pauta, además, de hasta qué punto un mundo donde big data evoluciona a toda velocidad, está transformando también la vida personal y las relaciones. El primer gran escándalo se produjo en 2010, cuando WikiLeaks subió a Internet el Diario de la Guerra Afgana, con 900.000 documentos que revelaban datos secretos de la historia militar norteamericana. Tres años más tarde llegaron los documentos publicados por Edward Snowden, 20 veces más numerosos que los anteriores. . El escándalo fue mayúsculo pues reveló que el gobierno estadounidense vigilaba los gobiernos de los demás países.
Pero no solo cuestiones de Estado corren peligro. En 2013 robaron a Target los datos bancarios de 110 millones de clientes. En 2014 aparecieron en Internet millones de fotos no autorizadas de celebridades mundiales , luego hackearon a Sony Pictures y ahora el sitio de encuentros extramaritales en Internet, primera vez que el daño no es ocasionado a grandes instituciones sino a personas del común.
Big data quiere decir muchos datos, y muchos datos quieren decir muchos problemas también. El problema de la privacidad es urgente porque está en el corazón de la modernidad democrática. La privacidad debe preservarse. Cada vez depositamos más información delicada en manos de grandes organizaciones que las requieren para la prestación de sus respectivos servicios.
Pero los gigantes digitales deberán adoptar sus propios medios auto regulatorios en cuanto, por ejemplo, a seguridad, destrucción y anonimización de los datos. De lo contrario todos le tendremos mucho miedo a Big Data y se anularán las enormes posibilidades positivas que prometen.