Hasta hace no mucho tiempo atrás, el home working estaba considerado entre los beneficios que las empresas otorgaban a sus colaboradores.

21 julio, 2021

Por: Sofía Vago directora ejecutiva de Utilities en Accenture Argentina

Se la consideraba una jornada en la que no debían trasladarse, en la que podían completar sus tareas en ropa de entrecasa y, tal vez lo mejor, esa sensación única de disfrutar de la tranquilidad del hogar, mientras todos los otros miembros cumplían con sus tareas en sus respectivos trabajos, en sus escuelas o en sus universidades.

Pero desde el mismo momento en que el trabajo remoto se convirtió en la norma en lugar de la excepción, el paradigma cambió de raíz y el “beneficio” se transformó a su vez en “desafío”. La conferencia virtual con ese importante cliente de una empresa radicada en el otro rincón del mundo comenzó a competir, al menos en términos de ancho de banda, con el Zoom de la escuela de uno de nuestros hijos y con el videojuego con que otro de los chicos intenta paliar el aburrimiento mientras espera su siguiente tarea.

En simultáneo, algunas tareas domésticas quedan supeditadas a la finalización simultánea de todas las call. ¿O a alguien se le ocurriría pasar una aspiradora o hacerse un licuado justo en medio de una entrevista por un nuevo proyecto o de una clase de matemática? Y las preocupaciones se apilan y superponen: entregar un informe, preparar el almuerzo, recibir la compra de la farmacia y ayudar al menor para su prueba de Lengua son todas actividades que parecen tener el mismo nivel de prioridad.

Los “espacios”, tal como los conocíamos en la oficina, desaparecen. No hay un lugar específico para hacer reuniones ni una cafetera alrededor de la cual juntarse a comentar los pormenores del fin de semana con los compañeros.

Esta dinámica nueva necesita una etiqueta también nueva, tanto al interior de las familias como con los colegas del trabajo. Por lo pronto, el respeto de cada miembro de la casa por las actividades del otro debe ser absoluto. En ese mismo sentido, es imprescindible buscar un equilibrio en las tareas hogareñas. No es un tema menor: Unicef detectó que la sobrecarga relacionada con tareas domésticas y de cuidado de la familia recayó mayormente sobre las mujeres desde el inicio de la pandemia. Para revertir esta situación, todos deben aportar su grano de arena para una mejor convivencia.

Por otra parte, hay que lidiar con la que es tal vez la mayor exigencia que implica el trabajo 100% remoto: el hecho de que las agendas no tienen pausa. Por eso, es fundamental tomarse un tiempo entre reuniones, para poder “bajar a la tierra”, evaluar que la logística hogareña funcione sobre rieles y arrancar con más energía el siguiente encuentro virtual.

La empatía es otro bien preciado: no hay que disimular ante un cliente o un colega que nada sucede. ¡Precisamente es una época en la que no dejan de suceder cosas! ¿Ladra un perro, pasa una motocicleta de fondo o llora un bebé? Son simples signos de los tiempos. En lo personal, me gusta iniciar las reuniones consultando cómo están los otros participantes. Pero no como una pregunta vacía para que me digan un “bien” mecánico y pasar a otro tema, sino para alcanzar una conexión emocional, siempre respetando el espacio del otro.

“Trabajar desde casa” no es sinónimo, como ocurría en el ideario general hasta hace apenas un año, de estar tirado en el sillón, con unas pantuflas, la notebook sobre el regazo y el televisor encendido de fondo. Hoy es un desafío enorme que parece consolidarse para el largo plazo e independientemente de la pandemia -al menos como un blend con la actividad presencial- y que nos obliga a replantearnos los modelos de equilibrio entre la vida personal y la profesional. Este desafío interpela no solo a los individuos, sino también -y tal vez fundamentalmente- a las organizaciones: la búsqueda de los balances en este nuevo escenario reconfigura desde la productividad de los colaboradores hasta la misma forma de hacer negocios, pasando por supuesto por la necesidad de encontrar la combinación entre trabajo presencial y remoto para seguir conectando y generando cultura organizacional.

Si alcanzamos los acuerdos, los comportamientos y las conexiones para disminuir el estrés que todos estos cambios traen aparejado y entendemos este proceso como una oportunidad para abrazar la innovación y enfocar en el talento sin que existan restricciones geográficas ni barreras físicas, seremos todos bienvenidos a esta nueva normalidad.

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