La joya de la Costa Esmeralda

    El comienzo del juego en el Pevero Golf Club parecía sacado de las páginas de sociales de Harpers & Queen. Como recortado desde las suaves colinas de Cerdeña, en la Costa Esmeralda, el Mediterráneo luce todo su esplendor desde cada hoyo.


    Mi compañero de juego es el director del club, Paul Dellanzo, un ex policía de tráfico canadiense que abandonó su patrullero para probar suerte en el circuito de golf profesional.


    Hoy, juega con los jeques árabes, las estrellas de cine y la realeza europea, asesorándolos cuidadosamente en sus swings.


    Durante décadas, las familias ricas y famosas de Europa pasaron sus vacaciones en las exclusivas playas de la Costa Esmeralda.


    Durante la alta temporada estival, en el cielo se cruzan los helicópteros que recogen a los privilegiados visitantes en sus enormes yates, anclados en bahías y ensenadas. Los jets privados forman fila frente a los hangares del aeropuerto de Oliva, el tráfico se mueve a paso de tortuga y, hasta al atardecer, los sinuosos caminos desbordan de limusinas que recogen a los trasnochados en costosos night clubs.


    Para ver y ser visto


    En la década de 1960, el Aga Khan descubrió las ensenadas color esmeralda y las desiertas playas y bahías en esta costa de poco más de 50 kilómetros de extensión.


    Tras la llegada de los amigos y parientes del Aga Khan, la zona quedó definida como un lugar chic para ver y ser visto, entre familias de la alta sociedad europea.


    En poco tiempo, surgió una cadena de lujosas residencias y pequeños hoteles de un solo piso en lugares paradisíacos, marinas, canchas de tenis y links de golf para campeonatos. El Aga Khan creó una aerolínea, Meridiana, para asegurar que, incluso quienes no tuvieran su propio avión, pudieran visitar el lugar.


    Los visitantes vuelven puntualmente a la Costa Esmeralda; muchos alquilan la misma residencia o piden la misma suite de hotel. Las mesas en los restaurantes y los lugares para tomar sol se reservan con varios años de anticipación.


    Michael Caine, Rod Stewart y Naomi Campbell son huéspedes habituales, junto con numerosas caras familiares de la hermandad deportiva internacional. Allí, Diana, la princesa de Gales, y Dodi Fayed pasaron sus últimos días juntos antes del fatal viaje a París.


    Como una mariposa


    El norteamericano Robert Trent Jones diseñó la cancha de golf de 18 hoyos en 1972. Vista desde la terraza del club house, la cancha parece tener la forma de una gran mariposa. Una de las alas de nueve hoyos se abre hacia las colinas y las playas de arena blanca, mientras la otra bordea la bahía de Cala di Volpe.


    En medio de las amplias pistas bordeadas de flores silvestres, vistas espectaculares y un límpido cielo azul, comencé a pensar que Pevero era la cancha de golf ideal para unas vacaciones en el Mediterráneo. Hasta que salí al campo. Allí entendí por qué me habían sugerido que llevara varias cajas de pelotas.


    Con 6.700 metros desde la salida, lagunas, 70 bunkers y una brisa marina fuerte, Pevero es un desafío mucho mayor de lo que parece en un principio.


    Por eso los organizadores del campeonato PGA europeo eligieron organizar su evento anual en Pevero durante octubre, por segundo año consecutivo.


    En un día claro, desde el cuarto tee, los jugadores pueden ver las colinas distantes de la isla francesa de Córcega.


    Una pista estrecha, cuesta arriba, lleva a un green en elevación, y convierte el hoyo 18 de 530 yardas de Pevero en el más difícil.


    Burbuja del tiempo


    Ya era tiempo de visitar la terraza del club house para probar la pasta especial del chef, preparada con salsa de tomates secados al sol y acompañada por un excelente vino local de Cerdeña.


    Lejos de la cancha de golf, la mayoría de las actividades se desarrolla en el agua. Los románticos pueden descansar en poderosos cruceros, hacer picnics en playas desiertas o buscar entradas protegidas para practicar snorkel o buceo.


    A la noche, las parejas pasean por las quietas playas a la luz de la luna o cenan al fresco bajo las estrellas.


    Quienes dispongan, realmente, de mucha energía, pueden hacer windsurf, esquí acuático, jet-ski e incluso aprender a navegar. Y si todavía quedan fuerzas, bicicleta en la montaña, karting y cabalgatas.


    Llegar a la Costa Esmeralda por primera vez fue como entrar en una burbuja del tiempo. En muchos aspectos, parece estar aferrada a las glorias de décadas pasadas, con hoteles que no aceptan ingresar al siglo XXI.


    En el lobby art decó del Hotel Cala di Volpe, personal formalmente ataviado se enorgullece de haber recibido a generaciones de familias que vuelven lealmente cada año.


    Para un hotel con tarifa de cinco estrellas, los cuartos y los baños son bastante chicos, con mínimo mobiliario y un ambiente que decididamente pertenece a la década de los ´60. El aire acondicionado no funcionó muy bien durante mi estadía, por lo que los cuartos y el gimnasio en el subsuelo me parecieron incómodamente húmedos.


    Sin embargo, el servicio es exquisitamente tradicional, con extensas listas de vinos, suntuosos buffets para el desayuno y pescado fresco asado y servido al lado de la piscina de agua salada.


    Los cócteles al atardecer hacen que el piano bar del Hotel Cala di Volpe se convierta en el lugar donde la beautiful people se reúne para posar mientras bebe las mejores cosechas de champagne. Con soberbias vistas de la bahía, el bar fue uno de los escenarios de filmación de la película de James Bond The spy who loved me.


    Sentado discretamente detrás de una columna, esperé ansiosamente descubrir una cita entre un multimillonario y una aspirante a estrella. Elegí la noche equivocada. Mis únicos compañeros pertenecían a un estridente grupo de banqueros irlandeses que habían jugado 36 hoyos de golf y tenían toda la intención de secar el bar.


    © The Financial Times / MERCADO