Según pasan los modelos

    Al analizar el desempeño externo del país durante los últimos 25 años se percibe una marcada debilidad para superar el tradicional perfil primario exportador y escasa penetración en los mercados internacionales. Los principales indicadores de la balanza comercial dan cuenta de esta realidad:


     • A pesar de los breves booms exportadores a mediados de los años ´80 y principios de los ´90, la incidencia de las exportaciones en el producto bruto interno sigue siendo sustancialmente baja (en torno a 10%).


     • Durante todo este período, pero particularmente en la última década, se advierte una tendencia constante: un permanente y creciente superávit comercial en los productos primarios, junto con un déficit, cada vez mayor, en los productos industriales.


     • La composición de las exportaciones sigue reflejando una alta incidencia de productos primarios y agroindustriales. Entre 1965 y 1980, las exportaciones de bienes industriales crecieron a un ritmo mayor que las de origen primario. Sin embargo, a partir de los años ´90 esta tendencia se revirtió, y tendió a consolidarse el patrón de especialización tradicional del país.


     • La balanza comercial de bienes industriales exhibe un comportamiento deficitario durante este período, una tendencia que se acentúa de manera crítica durante la última década. Sólo los bienes industriales tradicionales, como los alimentos, las bebidas y el tabaco, han mostrado un desempeño favorable y creciente.


     • La balanza comercial de bienes primarios refleja un superávit permanente y creciente, en particular en el sector agrícola, con un desempeño muy favorable en los últimos diez años. Sin embargo, el hecho más destacado de la década pasada es la notable performance de los productos energéticos y en particular del petróleo.


    Distinto, pero igual


    “Desde el punto de vista de los flujos y de la estructura del comercio, cuando se compara la situación actual con la de los últimos 25 años, se advierte que la Argentina sigue siendo, básicamente, lo que era a mediados de la década de los ´70: un país que exporta muy poco, esencialmente, productos intensivos en recursos naturales con relativamente bajo nivel de valor agregado. Esos dos rasgos estructurales no han cambiado”, sostiene Roberto Bouzas, investigador de Flacso.


    Un documento de la Cepal, elaborado por los economistas Bernardo Kosacoff y Roberto Bisang (Tres etapas en la búsqueda de una especialización sustentable) establece etapas diferenciadas en la relación causal entre perfil y nivel de inserción internacional y estructura productiva local.


    La primera etapa corresponde al período de madurez del modelo sustitutivo, hasta mediados de los años ´70. En aquella época, a pesar de la inestabilidad macroeconómica, y de la ausencia de un tejido industrial que completara toda la cadena de valor (en particular insumos intermedios y bienes de capital), las exportaciones industriales, impulsadas por los sistemas de promoción, crecían a un ritmo superior al de las de origen primario.


    Aunque el perfil exportador era predominantemente primario o agroindustrial, durante ese período las exportaciones de productos industriales, ubicados al final de la cadena de valor agregado, aparecían como las más dinámicas.


    “Hasta los años ´73-´74, el funcionamiento de las economías latinoamericanas, sobre todo las de desarrollo intermedio, se describía con el modelo stop and go: estas economías se expandían y cuando lo hacían aumentaban las importaciones, con lo cual se llegaba a un déficit de balanza de pagos que no se podía financiar. Para solucionarlo, había que ajustar los balances de pagos con recesión y devaluación. Entonces, con esa dinámica, la economía se expandía y retrocedía porque chocaba contra la limitación en su capacidad de financiación de divisas”, explica Mario Damill, economista del Cedes.


    Etapa de transición


    El modelo experimentó un importante cambio a mediados de los años ´70. Tanto por cuestiones vinculadas con los cambios económicos de la época como por decisiones de política interna, en los siguientes quince años la estructura productiva interna se transformó visiblemente.


    Algunos sectores que habían sido los más importantes en el período anterior perdieron relevancia, como la industria metalmecánica, los textiles y la química. Otros, como la industria de insumos básicos de uso difundido o productos agroindustriales ­por ejemplo, el aceite vegetal, los productos de la pesca o la pasta de papel­ registraron una evolución muy favorable.


    A la luz de esos cambios en la estructura productiva, en un contexto macroeconómico local de fuerte inestabilidad y a partir de condiciones internacionales favorables, las exportaciones cobraron fuerte impulso. Este transitorio boom exportador se basó en algunos productos primarios ­en particular, se destaca el caso de los aceites vegetales­, los insumos intermedios de uso difundido que habían ingresado al mercado durante los años ´80 y, finalmente, un conjunto de actividades tradicionales del período anterior, como la industria automotriz y otras metalmecánicas, que gozaron de un régimen especial y tuvieron una mayor apertura hacia los mercados externos.


    Una década de reformas


    A partir de los años ´90, se produjo otro importante cambio de escenario económico. La estabilización, la apertura del comercio exterior, la privatización de las empresas públicas y la desregulación de la actividad económica, junto con la profundización de la integración regional, generaron importantes cambios en el ámbito productivo.


    El crecimiento de la demanda interna indujo, por un lado, un fuerte crecimiento de las importaciones, que desplazaron a parte de la industria tradicional, como la de bienes de capital o los textiles, lo que a su vez se reflejó en un marcado crecimiento del déficit comercial. En otros sectores, como el automotor o los alimentos, se produjo un significativo crecimiento.


    Otro hecho característico de la época fue la creciente gravitación de empresas transnacionales que, en el contexto del mercado ampliado por el proceso de integración regional, incrementaron sus inversiones en el país.


    “Ese gran aumento en el nivel de las importaciones es típico de un país que crece. Cuando Estados Unidos pasó a convertirse en una potencia prometedora llevaba 50 años con déficit comercial, por la gran entrada de capitales que permitió ir armando la gran nación. Por eso creo que, mientras la Argentina prometía proyectos de inversión interesantes, el déficit comercial no era un problema, porque en el fondo era una promesa de futuras realizaciones”, señala Gerardo Della Paolera, rector de la Universidad Di Tella.


    “En ese momento no se dio un auge tan grande a nivel del volumen total del valor de las exportaciones, pero sí un cambio estructural que se empezaba a notar hacia las exportaciones no tradicionales y un gran auge de las importaciones de los bienes de capital que se importaban para, de alguna manera, cambiarle la cara a algunos sectores de la economía argentina. La apertura comercial fue un complemento fundamental para un plan de estabilidad económica.”


    El nuevo perfil


    Estos cambios macroeconómicos y en la estructura productiva tuvieron un fuerte impacto sobre el perfil y el nivel de la inserción económica internacional de la Argentina. En particular, las áreas más dinámicas fueron algunas producciones primarias ­como el petróleo y los aceites vegetales­ y el sector automotor, a partir de un régimen específico.


    “Un hecho importante de la década está ligado, desde el punto de vista sectorial, con la extensión de la frontera energética, lo que supone la emergencia de un sector exportador muy dinámico vinculado con el petróleo, el combustible, la electricidad y el gas. Y por el otro lado, la industria automotriz. Es decir, lo que uno advierte son transformaciones puntuales y significativas, que introducen algún cambio importante en la canasta de productos de exportación. Esto último está bastante vinculado con la alteración del patrón de socios comerciales, donde el Mercosur ­y Brasil en particular­ emerge como un socio comercial significativo”, afirma el economista Fernando Porta, investigador de la Universidad de Quilmes.


    “En la Argentina hay una estructura productiva industrial donde unos pocos y escasos nichos se han integrado a ciclos internacionales de producción ­agroindustria, siderurgia, petroquímica, papel, aluminio­ y esos son los que están exportando bien. Por el contrario, hay un derrumbe del viejo sector industrial, en gran parte motivado por el tipo de apertura, el deterioro del mercado interno y la caída de la inversión”, opina Héctor Valle, presidente de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (Fide).


    Otro rasgo importante del proceso de reformas que acentuó el desequilibrio externo se vincula con las privatizaciones de las empresas públicas y la extranjerización de la economía, que quebró el antiguo entramado productivo de proveedores locales y, en parte, fue reemplazado por insumos importados.


    El peso creciente que fueron adquiriendo las empresas transnacionales en el contexto nacional ­de las 100 empresas que más importan en el país, 80 son transnacionales­ implicó una nueva lógica productiva, asociada a las estrategias de las casas matrices, que desarrollan estrategias globales para cada uno de los insumos de acuerdo con las ventajas que obtienen en los diferentes países. Según un estudio del Indec, mientras las empresas nacionales importan 12% de sus insumos, la proporción se eleva a 25% entre las filiales locales de las empresas transnacionales.


    Después del tequila


    Luego de la crisis mexicana, que se propagó por toda América latina, el país entró en una nueva etapa de incertidumbre macroeconómica y de agudización de los problemas de empleo. Luego de una rápida recuperación en el período 96/97, las nuevas crisis financieras internacionales, comenzando por el sudeste asiático, Rusia y, luego, Brasil, desnudaron la vulnerabilidad de la economía argentina, repitiendo, en parte, el tradicional esquema de stop and go, que vincula el crecimiento económico con el ingreso de capitales.


    “La tasa de crecimiento en el período 1995-2000 se situó en torno a 2%. No creo que esa detención del crecimiento sea la consecuencia de reformas estructurales no concluidas. Más bien responde a un cambio muy fuerte de las condiciones exógenas, sobre todo a partir de 1998, cuando bajan los precios internacionales, aumentan las tasas de interés y se cae Brasil. Ese cambio en las condiciones exógenas desnuda la fragilidad del modelo”, sostiene Valle.


    Problemas viejos, nuevos desafíos


    Los principales desafíos relacionados con la estructura productiva de la economía argentina y, consecuentemente, su inserción en el contexto internacional, tienen que ver con restricciones financieras de corto plazo, por un lado, y con las perspectivas de crecimiento sostenido en el mediano y largo plazo, por el otro.


    Una primera restricción se vincula con la necesidad de superar la asfixia financiera que generan, entre otros factores, los crecientes requerimientos de pagos externos, originados por el espectacular crecimiento de la deuda. En este sentido, y a pesar de que durante los primeros años de la década hubo un marcado crecimiento de las exportaciones, el nivel de endeudamiento, tanto público como privado, creció a tasas superiores.


    Los indicadores que comparan el desempeño exportador con los pagos externos reflejan una tendencia crecientemente negativa. Por ejemplo, si se examina la relación entre los intereses y las exportaciones, la Argentina muestra el peor desempeño en toda América latina: duplica holgadamente el promedio de la región.


    “La Argentina necesita cinco años de exportaciones para pagar su deuda externa, es un ratio muy elevado. El déficit de cuenta corriente equivale a 4% del producto, y no se financia enteramente con inversión extranjera directa, sino que en parte se cubre con capitales de corto plazo. Esto habla de un problema de precios relativos y baja competitividad de la economía argentina que no se ha resuelto en esta década”, señala Carlos Pérez, de la Fundación Capital.


    “El país tiene un gravísimo problema de restricción externa. Con el nivel de endeudamiento y la carga que los servicios de la deuda y la remisión de utilidades implican para la cuenta corriente, si no hay un mejor desempeño de las exportaciones vamos a tener una trayectoria de endeudamiento explosivo o, de otro modo, estancamiento en el nivel de producción y, por lo tanto, en el nivel de vida de la población. De forma tal que la expansión de las exportaciones es un requisito fundamental para crecer”, sostiene Bouzas.


    Un camino inestable


    El perfil de inserción internacional enfrenta desafíos de mayor alcance. Por ejemplo, cómo reducir la inestabilidad originada por una estructura exportadora sustentada sobre productos cuyos precios suelen ser altamente volátiles y con mercados de destino enfrentados a situaciones de excesiva inestabilidad. De esta forma, las crisis recurrentes a escala internacional, como la de 1997, que modificó tres variables externas fundamentales para el desempeño externo (la recesión de Brasil, la revaluación del dólar y la caída de los precios internacionales) dejan al país en una situación de peligrosa vulnerabilidad.


    “La inserción internacional argentina arrastra varios problemas. Está muy atada a mercados inestables desde el punto de vista de precios y, por lo tanto, en relación con el valor de las exportaciones, tiene una fragilidad que no ha cambiado significativamente en los últimos años”, observa Porta. “En la última década, su vinculación fuerte con el Mercosur ­que implica un cambio de calidad en el sentido de que hay un mayor componente manufacturero y de productos diferenciados en las exportaciones­ implica también una vinculación muy fuerte con mercados de demanda inestable, sujetos a shocks externos y, por lo tanto, esa menor dependencia de un problema de precios en algunos productos o sectores es compensada, para mal, por una mayor dependencia de mercados inestables desde el punto de vista de su crecimiento y volumen de absorción.”


    La especialización productiva del país en commodities, o productos de escasa diferenciación, enfrenta nuevos desafíos a la luz del comportamiento de esos mercados. En particular, el comercio mundial agroalimentario, en el que la Argentina concentra buena parte de sus exportaciones, enfrenta una situación particularmente compleja.


    Es que, a pesar de que en los últimos años la economía mundial ha tendido a avanzar hacia la liberalización del comercio mundial, en este caso en particular, los países más desarrollados mantuvieron una fuerte política de protección ­vía aranceles y subsidios­ que restringió, de manera considerable, la colocación de esos productos en los mercados de mayor ingreso.


    Según un documento reciente del Ieral, de la Fundación Mediterránea, si se eliminaran todas esas barreras, la economía argentina podría crecer 0,5% más rápido cada año y sus exportaciones serían 25% mayores, lo que representaría un incremento anual de US$ 6.000 a 7.000 millones. El estudio destaca, además, que los productores agropecuarios de los países de la Ocde ­las naciones más desarrolladas del mundo­ recibieron en 1999 alrededor de US$ 360.000 millones en subsidios.

    ¿Cómo
    están los vecinos?

    Si se compara
    el desempeño exterior de la economía argentina con la de
    otros países de la región surgen algunas semejanzas y diferencias
    significativas. En primer lugar, el patrón productivo predominantemente
    primario es similar en la mayoría de los países de una región
    dotada de una gran riqueza en recursos naturales, tanto agrícolas
    como mineros y energéticos. Sin embargo, algunos países
    lograron consolidar un perfil más sofisticado, a partir de la diferenciación
    de algunos de sus productos tradicionales y del desarrollo de otros propiamente
    industriales.

    Si se comparan
    los diez principales productos de exportación, durante los últimos
    20 años, de la Argentina, Brasil y Chile, surgen las siguientes
    conclusiones:

     •
    Los tres países tienen una fuerte concentración de exportaciones
    en pocos productos, en su mayoría de bajo valor agregado. Chile
    se destaca por la participación de los productos derivados del
    cobre que, para 1999, representaban casi 35% del total de sus exportaciones.

     •
    Brasil presenta una mayor diversificación y sus exportaciones
    reflejan un perfil más heterogéneo. Mientras productos como
    el mineral de hierro, el café, la soja, los aceites vegetales y
    el azúcar sin refinar representan una proporción superior
    a 21% del total de sus exportaciones, otros productos de mayor valor agregado
    tienen una incidencia importante en las ventas externas, como el calzado,
    los automóviles y autopartes y la industria de aeronaves.

     •
    La Argentina, al igual que Chile, presenta un fuerte dinamismo en
    productos sin elaborar. Sin embargo, Chile ha tendido a evolucionar hacia
    una estructura exportadora de bienes primarios con cierta diferenciación.