¿Por qué estamos donde estamos?

    Las características estructurales de la economía argentina, la falta de adecuados incentivos e instituciones para fomentar el desempeño externo, la ausencia de una clase empresaria con una clara visión estratégica, la convertibilidad y la apreciación cambiaria, el exceso de gasto público y protección arancelaria, aparecen como las principales causas del insatisfactorio desempeño del sector externo durante las últimas décadas.


    “La consecuencia, en los últimos 25 años, ha sido una fuerte primarización de las exportaciones. La Argentina ha ido especializándose cada vez más como productor de bienes primarios y en los últimos años se ha convertido en un exportador crecientemente importante de energía (petróleo, gas y, ahora, hidroelectricidad). Desde mi punto de vista, ese patrón de crecimiento, de especialización internacional, no es compatible con un desarrollo sustentable de la economía, con una mayor equidad distributiva y niveles razonables de empleo. Es un patrón que nos llevó a la situación actual”, afirma Héctor Valle, de Fide.


    Según el economista Fernando Porta, las principales restricciones para avanzar hacia un mejor desempeño externo tienen que ver con que “la competitividad económica argentina está muy afectada por costos de servicios, financieros y logísticos altos, ausencia de inversiones significativas en sectores donde la escala de producción puede ser importante y por la ausencia de inversiones que permitan seguir un sendero de innovación que acompañe la evolución de determinados mercados”.


    Gerardo Della Paolera, rector de la Universidad Di Tella, aporta una visión distinta de lo ocurrido durante la última década. “No hay ninguna duda de que, con la administración Menem y el plan de convertibilidad, se dio un tremendo proceso de reforma comercial. Obviamente, quedaron algunos sectores excluidos de ese sistema. Pero, por lo pronto, yo diría que la Argentina tuvo, con ese sistema, una importante multiplicación de transacciones con el resto del mundo durante el comienzo de los ´90, que no sólo es explicable por el crecimiento económico, sino porque se bajaron las distorsiones para generar condiciones para el intercambio con el resto del mundo”.


    En cambio, para Enrique Martínez, diputado de la Alianza, la valoración del desempeño externo de los últimos años no debe limitarse “a mirar los bienes aislados sino las cadenas de valor, como expresión de nuestra forma de integrarnos al mundo. Y nos estamos integrando en todas las cadenas de valor ocupando los segmentos de menor jerarquía técnica”.


    Martínez sostiene que existe una distorsión a la hora de evaluar el impacto competitivo del proceso de reformas, ya que la productividad, factor central de la competitividad, tiende a medirse en términos monetarios y no físicos. “En la Argentina no se mide productividad física más que en el sector de la siderúrgica y algo en el sector del armado de automóviles. Y es el valor central que hay que tener en cuenta para medir la modernización de una economía. Nos ponemos contentos cuando despedimos gente, a pesar de que la productividad de los desocupados es cero. Somos el único país donde, cuando se bajan los sueldos, se dice que aumenta la productividad”.


    Desde una posición más ortodoxa, Jorge Avila, del Cema, afirma que “la opinión generalizada asegura que la agenda de la reforma estructural de la Argentina está agotada. Yo creo, en cambio, que está incompleta. No se puede decir que terminó la reforma estructural cuando la Argentina exporta, siendo un país chico (1% de la economía mundial), 8% de su producto. En un ranking donde se ordenan las exportaciones sobre producto, la Argentina es el último país, con la excepción de Brasil y de Indonesia. Es absurdo. Tendría que exportar 25% de su producto”.


    Los límites de la convertibilidad


    Otro aspecto central que divide aguas en torno al desempeño competitivo de la economía argentina en los últimos años se refiere al esquema de precios relativos e incentivos para exportar, derivados de una política comercial más abierta pero con un tipo de cambio fijo y notoriamente apreciado con respecto a las principales monedas del mundo.


    “Yo creo que el conjunto de incentivos explícitos o implícitos en la mezcla convertibilidad-reformas estructurales tiene, en líneas generales, un sesgo negativo para los sectores transables”, señala Porta. “En ese marco, resulta difícil resolver problemas de competitividad de sectores particulares. Y además, hay una estructura institucional poco consistente con la búsqueda de nuevos mercados, con el seguimiento de innovaciones, con la búsqueda de nuevos productos y con el apoyo del despliegue internacional de las firmas locales.”


    “Sí hay un aspecto donde quizá las reformas estructurales facilitaron cierta tendencia exportadora, que tiene que ver con el rediseño de las estrategias de las compañías multinacionales. Es decir, la apertura y el Mercosur han alentado ciertas estrategias de comercio intrafirma y eso tiene hoy una entidad mayor que la que exhibía hace diez años.”


    Desde una perspectiva similar, Mario Damill, economista del Cedes, afirma: “Si uno analiza el conjunto de la década, las exportaciones crecen a un ritmo importante, debido a la fuerte expansión de Brasil. Si se mira desde una perspectiva más larga, el desempeño exportador de la Argentina no es para entusiasmarse. En parte porque las políticas no se orientaron a favorecer la exportación. Pero también la apreciación cambiaria jugó un papel contrario, en especial en las actividades más sensibles al tipo de cambio, como los productos con contenido tecnológico, y no tanto en los commodities“.


    “A mí no me cabe duda, aunque lo diga en soledad, de que la cuestión cambiaria es crucial”, sostiene Valle. “En el tema de la convertibilidad, yo creo que es mayoritaria la opinión de que es un sistema insostenible, aunque nadie lo diga. El hecho de que sea difícil salir no es una prueba de virtud.”


    “En los últimos 25 años la Argentina ha producido una regresión notable y esto está muy vinculado con el esquema de precios relativos que se ha armado. No es arbitrario. Nadie invierte en sectores o negocios en los cuales la tasa de beneficio que se espera es menor que el costo de encarar la inversión. Es una regla básica”, sostiene Valle.


    Della Paolera prefiere destacar, en cambio, que las reformas de la última década han servido para estimular el comercio. “La convertibilidad ayuda a la inserción internacional porque brinda una estabilidad macroeconómica que permite hacer un cálculo económico de contratos de largo plazo para la colocación de productos. La convertibilidad es fundamental para conseguir líneas de crédito en el exterior, para tener contratos en moneda extranjera, para la pre y posfinanciación”.


    La perspectiva histórica


    Según la interpretación de Avila, el débil desempeño externo argentino de las últimas décadas se explica a partir de las limitaciones de la clase dirigente: “Es una dirigencia mercantilista que ni siquiera leyó a Adam Smith. Quieren exportar mucho e importar poco. Pero esto es desafiar la ley de la gravedad. Para exportar mucho hay que importar mucho. Pero, para importar mucho, se tienen que eliminar los aranceles y así abaratar la importación. De este modo, automáticamente, van a fluir las exportaciones del país”.


    “La Argentina es un país ridículamente proteccionista. Hasta el agro, el sector que más ganaría con la libre importación, es proteccionista. Es absurdo. Y después uno se pregunta por qué el atraso argentino. El atraso argentino se debe a que la dirigencia tiene la cabeza llena de telarañas y de prejuicios e intereses meramente sectoriales.”


    Para Roberto Bouzas, en cambio, el eje está en otro tipo de cuestiones: “Hay una tradición empresaria de mirar hacia adentro, de no ver a la economía mundial como una oportunidad, lo cual tiene que ver con una experiencia histórica de la Argentina: durante décadas fue mucho más rentable dedicarse al mercado interno que aventurarse al ámbito internacional. Además, hay otro problema: nos hemos pasado las últimas dos décadas y media tan obsesionados por la macroeconomía que no desarrollamos la capacidad de crear instituciones para pensar a largo plazo”.


    “La Argentina ha sido un país que, básicamente, se ha dedicado a exportar aquello que produce con ventajas muy claras o aquello que sobra en momentos recesivos del ciclo económico, pero hay muy pocas firmas, cuando uno analiza la estructura empresaria en la Argentina, que realmente hacen de la inserción en el mercado mundial un aspecto fundamental de su actividad productiva cotidiana.”