La Argentina deseada

    Lo que sigue es una expresión de deseos más que una predicción. Se basa en el supuesto de que la Argentina será próspera durante la próxima década. Que en los próximos años la economía de este país se reactivará, crecerán sus exportaciones en volumen y valor agregado, bajará su tasa de desocupación y subirán los salarios y recibirá un flujo sin interrupciones de inversiones productivas. También, que logrará conservar la paz social en los próximos meses.


    Si todo lo anterior ocurriera, hacia el 2010, el sistema político argentino presentaría la siguiente configuración:


    Debido a la situación económica imperante, los debates políticos se desplazarán desde las grandes opciones a problemas que ahora nos resultarían menores, o de detalle.


    Por ejemplo, qué nuevos medicamentos debe subsidiar el Pami, si es mejor rebajar impuestos o incrementar la asistencia social, si deben destinarse más recursos a la educación o a la infraestructura y otros por el estilo.


    A cambio de las disputas actuales sobre el modelo ­que en este momento giran en torno al terrible dilema de la devaluación versus la dolarización­ pasarán a primer plano otras, para las cuales los partidos políticos están poco o nada preparados. Me refiero a asuntos tales como la condición social y política del género femenino, la salud reproductiva, la paternidad responsable, o la incorporación de la tecnología informática a las escuelas de nivel primario y secundario.


    También será un problema a resolver el de la integración cultural del país con respecto a sus vecinos del Mercosur, especialmente con el Brasil.


    Hacia el 2010 también se discutirá obsesivamente qué hacer con toda una generación de argentinos, en ese momento con edades comprendidas entre los 35 y los 45 años, que todavía no pueden ingresar al mercado de trabajo por carencia de experiencia y de educación formal.


    Ellos plantearán problemas de seguridad, enfermedad mental y adicción a las drogas muy difíciles de resolver.


    La bonanza traerá aparejada una cierta apatía o indiferencia por la política. Las elecciones locales, de intendentes o gobernadores, despertarán más interés y pasión en la ciudadanía que la del presidente.


    Además, los electores tenderán a premiar a los dirigentes políticos que hayan demostrado no sólo ser honestos sino también capaces de modernizar las estructuras burocráticas y atraer inversiones a su distrito.


    Como consecuencia de lo anterior, los dirigentes parlamentarios prestarán más atención al desarrollo económico y social de la región que representan que a los dictados de los jefes de sus respectivos partidos.


    Prácticas electorales tales como el corte de boleta, la elección de un gobernador perteneciente a un partido diferente del partido del presidente de la Nación, o la elección de intendentes correspondientes a listas vecinales, serán endémicas.


    En general, la vida política será más compleja y, por lo tanto, menos comprensible y apasionante para la mayoría de los ciudadanos. Aumentará el número de temas que serán considerados sujetos a acuerdos interpartidarios más o menos explícitos. Como cuestiones de Estado relativamente neutralizadas.


    Otra consecuencia de la mencionada complejización de la vida política, y del menor interés que ella provocará entre los ciudadanos, será que el periodismo deberá afilar sus instrumentos de investigación y análisis. Salvo casos resonantes, las denuncias de corrupción tendrán poca audiencia.


    Si bien la bonanza económica promoverá un mejoramiento del nivel de vida de la mayoría de la gente y la disminución del conflicto social, ella estará asociada a una creciente desigualdad en cuanto a la distribución del ingreso.


    Se conversará mucho al respecto, especialmente sobre cómo equiparar la calidad de la educación pública con la privada o cómo democratizar la justicia.


    Pero esos temas quedarán sin solución; quedarán reservados, por así decirlo, para ser enfrentados con mayor seriedad por los dirigentes partidarios y de movimientos sociales de la década siguiente.


    Repito: todo lo dicho supone una Argentina integrada a un mundo globalizado en mejores condiciones que las actuales. ¿Será posible? ¿O no?


    Heriberto Muraro es Sociólogo, especialista en marketing político. Actualmente se desempeña en Telesurvey, consultora especializada en comunicaciones políticas.