El acto de ayer en el Teatro Colón fue, como era previsible, bastante cursi, pero, en el fondo, emotivo. Los ex presidentes Alfonsín, Menem, De la Rúa y Cavallo, muy achacosos algunos de ellos, se abrazaron ante las cámaras. Alvarez se veía muy envejecido desde la época en que lo conocí en el siglo pasado, y su vice, Duhalde, hacía esfuerzos por aparentar tranquilidad, seguramente pensando en la campaña ya iniciada para las internas del año próximo.
La verdad es que las cosas han mejorado bastante, aunque el optimismo ya no es tan ingenuo como en el primer centenario. Ahora ya sabemos que Dios no es argentino, y que nuestra modesta prosperidad está basada en una industria moderna, enraizada en el mercado interno del Mercosur, que ya incluye a los diez países del subcontinente (más Guyana y Surinam, que son asociados, y la casi segura incorporación plena de Sudáfrica). Es cierto que una buena parte de la industria es de propiedad extranjera, pero lo importante es que hay trabajo en el país, y la desocupación es ya de un solo dígito.
Lo raro para una persona como yo, que recién se despierta de un profundo sueño en el que entró a fines del siglo pasado, es ver cómo cambió el panorama económico internacional. Los Estados Unidos están irreconocibles, muy latinoamericanizados (como la Argentina) y lo único que falta es que adopten el español como idioma oficial. Desde que llegó a la presidencia una alianza entre el Partido Reformista de Ross Perot y lo que quedaba del Partido Demócrata (muy basado en los sindicatos), hace ya un lustro, el país se retiró de la Organización Mundial del Comercio y dio un parate a la globalización. Es algo parecido a lo que le ocurrió al Commonwealth cuando los acuerdos de Ottawa, a inicios de los años ´30, pusieron fin a su tradicional culto del libre cambio. Ahora le tocó a Estados Unidos asumir ese rol. Keynes está de nuevo a la moda, aunque sigue habiendo think tanks liberales que pronostican guerras entre bloques como consecuencia de ese proteccionismo.
El comercio internacional está más regulado. Estados Unidos tiene su propio bloque, que incluye desde Panamá para arriba y todo el Caribe, con liberalización interna del comercio pero, por supuesto, sin movilidad de la mano de obra, y con una asociación especial con Nueva Zelanda y Australia. Los europeos ya han incorporado gran parte de Africa como proveedora privilegiada de ciertas materias primas y alimentos que no compiten con los suyos. Japón tiene un vínculo especial con gran parte de Asia, pero no con China, donde la reciente revolución comunista es un fenómeno realmente extraño. Es que la división entre las dos Chinas era excesiva, y la cantidad de desocupados y subocupados espantaba al más endurecido observador.
En cuanto a Rusia, la reciente victoria del Partido Comunista es una mera alternancia en el juego democrático, a pesar de las alarmas de algunos.
Cavallo puso fin a la convertibilidad
En este panorama internacional, la Argentina, como principal motor, junto a San Pablo, del Mercosur, se ha posicionado muy bien. La exportación agropecuaria y minera se ha dirigido principalmente a China, y no creo que los nuevos gobernantes de ese país cambien eso. Más bien lo van a usar contra sus rivales rusos y norteamericanos, a quienes ya no les compran productos agrícolas, como represalia a que ellos no dejan entrar sus manufacturas baratas hechas con trabajo casi esclavo.
La nueva orientación industrialista de la Argentina se dio, extrañamente, durante la presidencia de Cavallo (2003-2007), quien se vio obligado a reorientar una vez más toda su filosofía económica. Entusiasmado por su éxito en nuclear una nueva fuerza de derecha, con amplio apoyo empresarial, tuvo que dar cabida a las demandas de estímulo manufacturero, siguiendo el ejemplo de los propios Estados Unidos. También fue Cavallo el que terminó con la convertibilidad, en un acto de dudosa constitucionalidad, pero que fue muy bien recibido por los mercados y la opinión pública. Esto lo hizo justo antes de adoptar la nueva moneda única regional, el bolívar, lo que exigió una compatibilización de las políticas económicas de los diversos países. Seguramente, el ejemplo de la famosa devaluación brasileña de fines del siglo pasado, que no fue acompañada de inflación, lo decidió a intentar el riesgoso paso.
El aumento de las exportaciones de todo tipo que siguió fue la base de la actual relativa prosperidad que se nota en el país, aunque Buenos Aires y otras ciudades tienen altos índices de criminalidad e inseguridad en las calles. Lamentablemente se ha creado un apartheid étnico y social, obligando a los blancos a encerrarse en sus countries. El gobierno del Chacho ha tratado de revertir esto, pero aun con poco éxito.
En el campo educativo, los progresos han sido lentos. Las escuelas secundarias son el talón de Aquiles del sistema, como en Estados Unidos, porque sus títulos no sirven para nada, y por lo tanto la motivación de los estudiantes es muy baja. La Universidad de Buenos Aires se ha divido en cinco unidades autónomas, como la de París hace años, y eso facilita la búsqueda de soluciones nuevas en cada una de ellas. Como profesor que yo era del Ciclo Básico, me gustó saber que éste sigue existiendo, pero ahora para pasar a las facultades hay que tener más de una cierta nota, y en algunos casos hay cupos.
Los sindicatos han sufrido una completa transformación, después de los años de violencia de comienzos de siglo. Las varias corrientes peronistas (lo que en esa época eran la CGT y el MTA) pasaron por un tiempo de profundo enfrentamiento por el control no sólo de la central sindical sino de cada gremio, dando lugar, sin proponérselo, a una mayor democratización, y campo de acción para una izquierda bastante radicalizada.
El sistema partidario, por supuesto, está irreconocible. Cavallo consiguió aglutinar a varios grupos de derecha y provinciales, y al menemismo, si no al mismo Menem, sin descuidar algunos desprendimientos radicales. Por el otro lado, lo que quedaba del radicalismo implementó con éxito la política transversal promovida por Alfonsín, e integró al sector duhaldista del justicialismo en la Nueva Alianza, que frenó por escaso margen la reelección de Cavallo en el 2007.
Lo que sí se nota en la gente, a pesar de los claroscuros, es una mayor confianza en el futuro. Esto, en parte, resulta de que con la mayor disponibilidad de fondos, y la existencia de varias estaciones de televisión y radio de servicio público, los intelectuales y aun los periodistas encuentran trabajo mejor remunerado, lo que les permite ver el futuro con más optimismo y transmitírselo a los demás. Espero que esta vez no se nos pinche, como hace un siglo.
Torcuato S. Di Tella es Sociólogo, profesor de la Universidad de Buenos Aires, especializado en el estudio comparativo de la sociedad y la política de América latina.