Joaquín V. González publicó en 1910 su Juicio del siglo, reeditado en 1945 por la Editorial Rosario, con un prólogo inolvidable de su hijo, Julio V. González, presidente de la Federación Universitaria Argentina en 1919, cuando apenas había cumplido veinte años y, en los años siguientes, un defensor y difusor de la Reforma Universitaria.
Ministro de Roca en su segunda presidencia, Joaquín V. González había abogado como pocos por la transparencia electoral y puede y debe considerárselo un precursor de Roque Sáenz Peña. Luego fundó y dirigió la Universidad de La Plata, hasta 1918.
En aquel ensayo González divide su siglo en dos grandes períodos que abarcaban casi medio siglo cada uno: la lucha por la independencia y la institucionalización que culminaba en 1853 con la sanción de la Constitución y el período constitucional que incluía su propia vida y estaba en curso.
De este segundo período, González no perdonaba la práctica del fraude electoral. Por eso mismo juzgaba duramente a la clase dirigente de la cual era sin duda un miembro respetado y respetable. El Juicio del Siglo no absolvía a quienes habían detentado el poder no siempre legítimamente.
Para pensarlo y escribirlo hacía falta un gran coraje. Ambos González lo tenían.
Cuando cumplamos doscientos años deberíamos revisar nuestro pasado inmediato con inteligencia, coraje y, sobre todo, desprejuicio.
Diez años es poco tiempo para fortalecer al Estado consolidando su legitimidad, pero las condiciones institucionales están dadas. El país tiene desde 1994 y festejará sus doscientos años con la constitución más legítima que haya tenido jamás; también la más contemporánea, la más democrática, la más federal.
Han sido 53 años de corporativismo abierto o disimulado: corporativo el Estado, corporativa la sociedad civil y escaso mercado. Entre 1930 y 1983 el país vivió entre golpes corporativos y reacciones ciudadanas; pensó que la autarquía, el ensimismamiento, el chauvinismo ideológico, eran caminos de crecimiento. No lo fueron.
En 1983 comenzó una etapa diferente que probablemente querría se consolidara en las próximas décadas.
Tenemos un Estado todavía frágil porque son escasas las políticas de Estado. El mercado es más una promesa que una realidad. Esa fragilidad no permite asegurar su transparencia, evitar las formas monopólicas, oligopólicas y otras deformaciones que impiden su vigencia.
Nuestra sociedad civil está aún condicionada y replegada por intereses corporativos, es decir intereses particulares que se presentan como intereses particulares. Nuestro juicio del siglo no podrá ser sino un juicio, como el de hace 100 años, de las elites que no siempre estuvieron a la altura de las circunstancias.
Pero tal vez el 2010 nos sorprenda con la continuidad del esfuerzo comenzado en 1983. El resultado no sería despreciable.
Francisco Delich es Director de la Biblioteca Nacional, profesor de Sociología Económica en la Universidad Nacional de Córdoba, presidente de la Flacso (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales).