Cómo recuperar el tiempo perdido

    A fines de 1985, Sun Microsystems, responsable de la existencia de las estaciones de trabajo, buscó en todos los bancos de inversión de Wall Street una posibilidad para comenzar a ofrecer sus acciones. Los que participaron de la expedición, incluyendo a su CEO de 30 años, Scott McNealy, visitaron a todas las grandes casas, incluyendo a Goldman Sachs y Morgan Stanley.


    Pero los banqueros de sangre azul no se mostraron interesados. Las ofertas públicas iniciales para las empresas de tecnología se consideraban demasiado riesgosas e irrelevantes, y un acuerdo con Sun fue considerado de poca importancia.


    Entonces, Sun, de Mountain View, California, utilizó las llamadas boutiques de alta tecnología ­Robertson Colman & Stephens (ahora BankBoston Robertson Stephens) y Alex.Brown & Sons­ para llegar al mercado de acciones. El acuerdo se completó al año siguiente, el 4 de marzo de 1986, a US$ 16 por acción. Sun reunió US$ 64 millones en la oferta inicial.


    Llega 1999 y Sun, por supuesto, es una usina que genera US$ 51.000 millones (capitalización de mercado), el proveedor más fuerte de Estados Unidos en estaciones de trabajo de alta potencia y el creador del lenguaje más importante de programación de Internet, Java. Sus acciones subieron más de 6.000% en los años posteriores a la oferta inicial. ¿Los banqueros de Sun? Su nuevo vecino de Silicon Valley, Goldman Sachs.


    La historia continúa con compañías de alto desarrollo tecnológico y telecomunicaciones. Una vez Wall Street las dejó de lado; ahora, las mismas venerables instituciones se babean por ellas, pilotean acuerdos y forcejean entre sí en busca de acción.


    Pero no hay trato. En 1998, la actividad combinada en los sectores de tecnología y telecomunicaciones produjo US$ 419.000 millones en acuerdos, más que cualquier otro sector de la economía. Para comparar, el siempre activo sector de petróleo y gas generó ese año sólo US$ 186.000 millones en acuerdos.


    Y el ´99 fue incluso mejor para los banqueros involucrados: US$ 7.500 millones de Excite y @Home, dos empresas de Internet; US$ 9.800 millones de la unión en Internet de las firmas de atención médica Healtheon y WebMD, y US$ 9.900 millones de la fusión de Netscape y America Online (AOL). Y se ven honorarios, muchos honorarios. El último de los tres acuerdos mencionados, que finalizó el 17 de marzo, dejó a los banqueros Morgan Stanley Dean Witter (que representan a Netscape) y a Goldman Sachs (por AOL) alrededor de US$ 10 millones en honorarios para cada uno. A propósito, los honorarios de Morgan fueron 10 veces mayores que los del estudio de abogados Wilson Sonsini Goodrich & Rosati.


    Hiperactividad


    Por supuesto, la hiperactividad en tecnología y telecomunicaciones no impulsó a los bancos de inversión de la vieja línea a abandonar sus negocios de Wall Street… todavía. Pero si la reciente mudanza de Goldman Sachs a Silicon Valley es una señal, hay por lo menos una especie de reestructuración en el mundo de la banca de inversión. Y no en Wall Street, sino en todas partes.


    En febrero, Goldman abrió una oficina de 4.300 metros cuadrados en Menlo Park, California, en una espaciosa área verde cerca de la Stamford University. Es uno de los bancos más grandes de Silicon Valley y las oficinas más grandes de la banca Goldman fuera de Wall Street. Hace más de una década que Goldman tiene un puesto de avanzada en San Francisco, pero los oficiales de la compañía se dieron cuenta de que la City estaba demasiado lejos ­alrededor de 15 kilómetros­ de Silicon Valley y decidieron mudarse más al sur.


    El banco espera que su nueva cabeza de playa en Menlo Park esté a tono con sus oficinas de Tokio, que tienen 25 años de antigüedad, y con las de Londres, de 29 años. Más de la mitad de los banqueros expertos en alta tecnología de Goldman están en Menlo Park. “En 1999, nuestros negocios de tecnología superaron en cinco veces el lugar que ocupaban tres o cuatro años antes”, dice Brad Koenig, de Goldman. Y agrega: “La tecnología, como sector, se ha convertido en el foco central para todo Wall Street”.


    No es broma. Goldman es lo máximo entre los bancos de inversión que decidieron establecerse en el lejano oeste. Morgan Stanley ocupó la delantera en 1994, cuando abrió una oficina en Silicon Valley. Ese primer puesto de frontera ahora aloja a la mitad de su equipo de fusiones y adquisiciones. Donaldson, Lufkin & Jenrette (DLJ) y Merrill Lynch lo siguieron en 1996 y 1997, respectivamente. Ambos bancos mantienen abiertas sus oficinas de San Francisco y en conjunto agregaron más de 100 empleados al valle.


    Mientras tanto, los bancos comerciales, liberados por la flexibilización de las reglamentaciones Glass-Steagall de 1997, se fortalecieron en la acción. Ese año, BankAmerica pagó US$ 540 millones por Robertson Stephens, el antiguo suscriptor de Sun. Mientras tanto, NationsBank invirtió US$ 1.200 millones en el rival de Robertson, Montgomery Securities. Cuando BankAmerica se fusionó con NationsBank, en 1998, vendió Robertson a BankBoston por US$ 800 millones. Hoy en día, solamente un banco de inversión con una significativa presencia en alta tecnología ­Hambrecht & Quist­ está libre de lazos con la costa este.


    Quizá el mejor ejemplo de la sed de tecnología de los grandes bancos es el desarrollo de carrera de Frank Quattrone, alguna vez el banquero más importante de Morgan Stanley en Silicon Valley. Muy bien considerado y trabajador duro, Quattrone, ahora de 43 años, comenzó a crear el grupo de tecnología de Morgan en 1981. En muchos aspectos estableció la banca de inversión en el valle y fue el hombre que derrotó los shows que montaban los bancos de inversión para acaparar las ofertas públicas iniciales.


    En un ataque espectacular, en 1996, el Deutsche Morgan Grenfell de Francfort (ahora Deutsche Bank) robó a Quattrone de Morgan. Su precio: alrededor de US$ 20 millones por tres años, según trascendió (Quattrone rehusó efectuar comentarios al respecto). En los dos años siguientes, Quattrone y su equipo trabajaron en operaciones por valor de US$ 30.000 millones.


    Esto llamó la atención del Credit Suisse First Boston, que en 1998 se abalanzó sobre Quattrone y su equipo con un paquete estimado en US$ 1.000 millones (las versiones ubican al paquete de Quattrone en US$ 250 millones, pero él tampoco realizó comentarios). Gracias a esta adquisición, el Credit Suisse ahora es un jugador de la industria con más de US$ 47.000 millones en acuerdos de tecnología y telecomunicaciones durante 1998 solamente.


    Cuellos flojos


    Tal vez se podría decir que los cuellos de las camisas de Wall Street se aflojaron un poco con respecto a la tecnología y a las telecomunicaciones, pero el hecho es que no tuvieron otra opción sino abrazar a estos sectores, y rápidamente. Cortesía de Internet, que ha reescrito las antiquísimas reglas de la banca de inversión en solamente cinco años.


    Gracias a la Red, los benchmarks tradicionales ­calcular múltiplos de rentabilidad para valuar una empresa­ ahora parecen irrelevantes. La locura del mercado por las acciones de empresas de Internet permitió a varias compañías sin rentabilidad ­o hasta sin expectativas de rentabilidad­ llegar a valores de miles de millones de dólares.


    A la vez, los líderes de los segmentos de tecnología y telecomunicaciones ­es decir, cualquiera con un negocio real­ pueden experimentar mayores alzas que les permiten utilizar sus acciones como divisa para engullir a pequeñas empresas de Internet. Craig Johnson, presidente de Venture Law Group, de Menlo Park, dice: “No hay una métrica conocida para el hombre o para Wall Street que pueda colocar un valor a estas transacciones”.


    En su entorno tan abierto, los banqueros de inversión tuvieron que pensar todo tipo de artilugios para ser más estratégicos ­léase salvajemente creativos­ a la hora de cerrar acuerdos. El viejo estilo ya no sirve: hay que olvidar el clásico acuerdo financiero, consistente en pensar en la línea de resultados, recortar costos y mejorar las operaciones.


    Las fusiones de hoy están impulsadas por una mentalidad cruelmente terrenal: comprar enloquecidamente tantos rivales como sea posible, tan pronto como sea posible. “No había este tipo de transacciones hace 10 años”, confiesa el gerente general de Morgan Stanley, Michael Grimes. Y añade: “Ya no se trata de un acuerdo financiero y un viaje de un día desde Nueva York hacia la otra costa. Simplemente no alcanza”.


    Como resultado, cada regla fundamental de la banca de inversión se ve cuestionada, incluso hasta los acuerdos de caballeros. Ya no existen los días en que un almuerzo en el Union Club iniciaba un laborioso trabajo de seis a 12 meses de transacciones. En la actualidad, la fusión de US$ 3.700 millones para un portal de Yahoo y la comunidad de la Web GeoCities que se cerró en mayo último es lo usual. Fue negociado en menos de dos meses, casi durante el receso de Navidad, y los banqueros completaron los estudios de due dilligence en solamente dos días. Los honorarios de Goldman Sachs sumaron US$ 23 millones por representar a GeoGities y Thomas Weisel Partners cobraron a Yahoo unos US$ 4 millones solamente por consultoría.


    Luego de estas cifras, se dice que los US$ 5.700 millones que pagó Yahoo para comprar Webcaster Broadcast.com fueron negociados en dos semanas. Esta vez, Morgan Stanley cobró a Broadcast.com entre US$ 8 millones y US$ 10 millones, aproximadamente.


    Sandy Robertson, experto en banca de inversión, agrega: “Las fusiones y las adquisiciones siempre han sido los negocios bancarios de mayores márgenes, pero cualquier banquero odia tener que incluir honorarios a valor hora en los acuerdos de sus clientes”.


    Burbuja en peligro


    Por supuesto, la burbuja puede explotar. Obsérvese, si no, qué sucedió cuando la empresa farmacéutica McKesson trató de ingresar al negocio de software para la salud, comprando HBO & Company (HBOC), de Atlanta, en enero de 1999. El acuerdo reunió intereses muy importantes a primera vista, pero en HBOC existían aparentemente grandes irregularidades financieras que la due dilligence de los banqueros no había visto. Desde principios del año pasado, la compañía combinada tuvo que volver a declarar millones de dólares en ingresos inadecuadamente registrados y se expuso a alrededor de 30 juicios de sus accionistas.


    “Ese acuerdo hará pensar sobre el tipo de fusiones rápidas que hemos visto y también la justificación de los asesores financieros involucrados”, advierte Steve Sidener, abogado de San Francisco de Gold Bennett & Cera que ha demandado a McKesson en nombre de los accionistas. Sidener dice que el apuro para llegar de McKesson permitió ignorar la ahora discutida contabilidad. “Me pregunto si realmente se puede utilizar el término due dilligence en casos como éste”, se queja.


    Ese tipo de casos es la razón por la cual la SEC (Securities Exchange Commission) y el FASB (Financial Accounting Standards Board) ajustaron las clavijas sobre los acuerdos de pool de intereses para el método contable de las fusiones y las adquisiciones de empresas de alta tecnología. Las prácticas contables han facilitado gran parte de la actividad de fusiones permitiendo que las empresas mantuvieran bajo el precio de compra en los libros, aun cuando la compañía adquiriente pagara mucho más por las acciones. En fusiones de tecnología ­las empresas con mucho más capital intelectual que activos fijos­, esa diferencia puede ser muy grande, casi US$ 3.000 millones en el caso de Yahoo/GeoCities y alrededor de US$ 4.000 millones en el acuerdo de Yahoo/Broadcast.com.


    Sin el método de pool, los gastos relacionados con el acuerdo se pasarían a incobrables con el tiempo, disminuyendo la rentabilidad y los precios de las acciones en el futuro. En abril, el FASB votó para eliminar el pooling y se espera que este fallo tenga efecto en la primavera del 2000, para enfriar la locura actual de fusiones y adquisiciones de empresas de tecnología.


    Puede ser. Pero el pooling no es la única forma de combinar compañías y los banqueros de inversión no van a abandonar este tipo de fusiones en tecnología y telecomunicaciones porque, si no, no pueden hacerle frente. En 1998, Morgan Stanley Dean Witter, por ejemplo, trabajó en 28 acuerdos de fusiones y adquisiciones por un valor total de US$ 59.000 millones. Con honorarios en el rango de 0,5% a 3%, llegaría a un mínimo de US$ 300 millones en honorarios.


    Morgan también colocó 12 ofertas públicas iniciales en 1998 a un valor total de US$ 1.500 millones, que a honorarios de 7% le redituó otros US$ 105 millones provenientes de sus negocios con las ofertas iniciales. A fines de mayo, el Departamento de Justicia comenzó a investigar a los grandes bancos de inversión para fijar 7% como precio posible en el caso de honorarios por colocaciones. Nadie sabe qué descubrirá esa estrategia, pero la mayoría de los banqueros de inversión coincide en que los honorarios se reducirán.


    Sin embargo, cualquier presión de precios no llevará a los bancos de inversión a Nueva York. El hecho claro y simple es éste: el sector de tecnología representa 11% del PBI, solamente por debajo de los sectores inmobiliario y de atención médica. Esa cifra es, por cierto, suficiente masa crítica como para abandonar Wall Street y, de hecho, así ha sucedido. “No ha habido banqueros de inversión en tecnología con mucho éxito fuera de Silicon Valley”, dice el experto en banca de inversión para alta tecnología Roger McNamee. Y agrega: “El concepto de que Nueva York es el único lugar donde se cierran los grandes acuerdos ya no se sostiene”.


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