La preocupación por la competitividad de la Argentina se instaló con fuerza en el debate público a partir de la oleada de devaluaciones que se produjo durante los últimos dos años en los países emergentes.
La recesión brasileña y la posterior devaluación del real, sumadas al clima de incertidumbre en torno a las economías emergentes (con su correlato de aumento de las tasas de interés), y la caída de los precios de sus principales productos de exportación, generaron condiciones extremadamente desfavorables para el desempeño externo.
El impacto de estas variables sobre el nivel de actividad y, en especial, la retracción de las exportaciones, revelaron la vulnerabilidad de la economía argentina frente a las fluctuaciones del mercado internacional, la escasa diversificación de su estructura exportadora y la concentración de los destinos de las exportaciones.
“La Argentina, después de las crisis de Asia, Rusia y Brasil, la caída de los precios de los commodities y la desaceleración de la tasa de crecimiento mundial, tiene claramente un problema: no puede crecer sin incurrir en un déficit de cuenta corriente muy alto”, afirma Pablo Gerchunoff, director de la Fundación Argentina para el Desarrollo con Equidad (Fade). “Esto se percibe como riesgoso y aumenta la prima de riesgo país. En consecuencia, con las condiciones macroeconómicas actuales, el país tiene hoy un problema de competitividad”.
El rumbo del cambio
El paso de una economía fundamentalmente orientada hacia el mercado interno y con fuertes regulaciones en términos de comercio exterior a un modelo más abierto y desregulado generó un fuerte cambio en el dinamismo exportador del país.
Durante los años ´90 las exportaciones argentinas mostraron un sostenido crecimiento. En 1998 alcanzaron valores que duplican holgadamente a los de principios de la década.
Desde el punto de vista de la participación relativa en el comercio
mundial (uno de los indicadores más habituales para medir la competitividad),
la Argentina mejoró notoriamente su posición en los últimos
años (ver gráfico 1).
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Sin embargo, el saldo de la balanza comercial ha sido en general negativo.
Las exportaciones exhibieron un comportamiento moderadamente creciente, mientras
las importaciones mantuvieron una fuerte vinculación con el nivel de
actividad interno. El saldo comercial, por lo tanto, fue deficitario a excepción
de los períodos de caída del producto, en especial luego de la
crisis mexicana de 1994 (gráfico 2). En este año, a pesar
de que el PBI muestra una retracción, cayeron no sólo las importaciones,
sino también las exportaciones.
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Ahora bien, desde una perspectiva tradicional, esta década representa
un período de fortalecimiento de la competitividad, debido a que la estructura
de costos se adaptó a las condiciones de competencia internacionales.
Para Eduardo Hecker, del Centro de Estudios para la Producción (CEP)
de la Secretaría de Industria, “en este aspecto, sobresale el proceso
de reforma estructural, que permitió a la economía argentina ganar
competitividad (en particular a través de las privatizaciones de las
empresas públicas), no sólo en términos de una mejor eficiencia
de los recursos, sino también por las inversiones que se realizaron y
el desarrollo de sectores de infraestructura”.
Hecker destaca, además, la desregulación de la actividad económica que permitió eliminar trabas burocráticas y costos artificiales, y la apertura, que trajo consigo un abaratamiento de los bienes de capital y obligó, además, a las empresas a adaptar sus estructuras de costos para poder competir en una economía más interdependiente.
Avances en productividad
El fuerte incremento de la inversión redundó en un importante aumento de la productividad. Osvaldo Kacef, investigador del Instituto para el Desarrollo Industrial (IDI) de la Fundación de la Unión Industrial Argentina, destaca el fenómeno, y lo coloca en perspectiva.
“Entre 1991 y 1999 la productividad de la industria aumentó cerca de 80%. Este es un índice muy significativo en comparación con los otros países con los que la Argentina comercia, como los de la Unión Europea, el Nafta o Japón. No tanto con respecto a Brasil. Si uno compara la productividad de la industria argentina con la brasileña, el aumento fue bastante similar”.
Este proceso permitió, a su vez, achicar la brecha de productividad relativa con los países de mayor desarrollo industrial. Jorge Katz, economista de la Cepal, demuestra en un reciente trabajo que la productividad laboral de la industria argentina, medida en comparación con la de Estados Unidos, pasó de 55% en 1990 a 67% en 1996.
Sin embargo, el aumento de la productividad por trabajador ocupado refleja no sólo un incremento de la eficiencia como consecuencia del proceso de inversiones y las mejoras de tipo organizacional, sino también el tránsito hacia un perfil productivo menos intensivo en la utilización de mano obra.
En este sentido, Chudnovsky sostiene: “Aunque los incrementos de productividad en esta década han sido considerables, se deben fundamentalmente a incorporación de maquinaria y reducción de personal. La pobre performance (y la alta variabilidad) exportadora argentina, en consecuencia, se explica por el desempeño de las variables sistémicas”.
Dentro de ese enfoque más integral, Kosacoff señala: “En general, y considerando todos los sectores de la economía, la estabilidad de precios tuvo un impacto positivo, al reducir los costos de transacción, y también hubo avances en términos de infraestructura, principalmente en la calidad de los puertos, caminos y telecomunicaciones. Pero al observar el desempeño del sistema financiero, de la asistencia técnica, de la creación de un sistema innovativo nacional, de calificación de recursos humanos, y de ciertas falencias del sistema legal (por ejemplo, la ley de quiebras), es evidente que aún queda un largo camino por recorrer”.
La estructura de las exportaciones
Desde una visión de largo plazo, las principales preocupaciones en torno de la competitividad argentina se vinculan con la escasa diversificación y la concentración de los destinos de las exportaciones.
Uno de los motivos de inquietud más frecuentemente citados es la dependencia de las exportaciones a Brasil, que absorbe 30% del total.
Los principales sectores afectados por la Brasil-dependencia son la industria automotriz (93% de sus exportaciones se destinan a ese mercado), los lácteos (84%) y el arroz (85%), según datos oficiales.
Si se contempla la competitividad como un fenómeno dinámico, la estructura de las exportaciones está reflejando un fenómeno de primarización, y de crecimiento en mercados en los que se prevé un lento crecimiento en el futuro.
Al analizar las exportaciones por tipo de producto, sobresale el fuerte peso
relativo de los bienes intensivos en la utilización de recursos naturales.
En 1998, los productos primarios, las manufacturas de origen agropecuario, los
combustibles y la energía, aportaban 67% del total de exportaciones (gráficos
4 y 5).
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“La experiencia argentina durante esta década, en materia de competitividad,
con la excepción de algunos sectores intensivos en recursos naturales,
o integrados a la cadena de producción global, es bastante frustante”,
opina Héctor Valle, presidente de la Fundación de Investigaciones
para el Desarrollo (Fide).
“Un reciente trabajo de Flacso demuestra que los sectores más rentables son los de aquellos servicios que fueron privatizados. Y en un contexto en el que los precios relativos (no sólo el tipo de cambio, sino también las tarifas de los servicios públicos y el costo financiero) no estimulan la inversión en sectores transables, de alta tecnología y alta calificación de recursos humanos, es natural que se acentúe la tendencia hacia la reprimarización de la producción”, señala Valle.
Diferencias significativas
La evolución de la competitividad en el país en esta última década no ha sido homogénea. Según Kosacoff, “se estima que en el sector industrial hay alrededor de 100.000 empresas y, de ellas, sólo 500 se acercaron a la frontera de las mejores prácticas internacionales. Los sectores a los que pertenecen estas empresas reflejan un patrón de especialización vigente en toda Latinoamérica: aquellos intensivos en recursos naturales, que en la Argentina no sólo abarcan la actividad puramente extractiva, sino que también incluyen la última fase de procesamiento, como los aceites vegetales, y también vinos, lácteos y frigoríficos. También hubo avances notables en actividades industriales como la siderurgia, el aluminio y la petroquímica, en general núcleos manufactureros capital intensivos que fueron beneficiados con fuertes regímenes de promoción. Otro sector en el que se experimentó un fuerte progreso competitivo es el de productos diferenciados destinados al mercado local: artículos de limpieza, telefonía, cerveza, galletitas, electrodomésticos, algunos autopartistas y la industria gráfica. Actividades, todas ellas, que se desarrollaron fundamentalmente al calor del boom de consumo de la primera mitad de la década”.
Roberto Bisang, investigador de la Universidad Nacional de General Sarmiento, analiza la evolución de la producción primaria y destaca algunas áreas que tuvieron un buen desempeño: “Por ejemplo en oleaginosas, la actividad es fuertemente competitiva y no sólo en la primera etapa productiva. En lácteos también, a pesar de las fuertes restricciones comerciales. Hay un mito alrededor del sector cárnico: con la excepción de unos pocos frigoríficos, en su conjunto la producción argentina de carnes no es competitiva a escala internacional. El sector vitivinícola ha experimentado una fenomenal reconversión, lo mismo que la producción de cítricos y de miel. Estos son sectores en los que hay encadenamientos productivos desde la producción hasta la comercialización de envergadura”.
Con respecto al sector industrial, Bisang señala: “Hay cierta competitividad en la producción de alimentos, en pasta de papel, confitura, azúcar, alcohol. El sector textil no es competitivo. Hablar de la competitividad del sector automotor es un problema, y no sólo en la Argentina. Los mismos niveles de intervención existen en la industria estadounidense y la japonesa. En cuanto a la electrónica, sencillamente no figuramos. En fármaco-química los desarrollos son muy escasos, al igual que en comunicaciones, donde nos destacamos por ser muy buenos consumidores, pero no productores”.
Cuestión de tamaño
Según un estudio del Indec, entre 1993 y 1997 se produjo un proceso de fuerte concentración de las empresas exportadoras. Mientras en 1993 las 500 empresas más grandes representaban 55% del total, cuatro años más tarde la proporción se elevó a 65%.
“En términos generales, la situación de las Pymes no es buena. Este es un universo muy heterogéneo. Puede decirse que existe allí un reducido número de empresas, que no supera 5% del total, que pueden llegar a estar a un buen nivel competitivo”, sostiene Virginia Moori-Koenig, economista de Fundes Argentina, una institución privada de origen suizo, dedicada al fomento de la iniciativa y las capacidades de las Pymes.
“Estas son empresas competitivas que de alguna manera se han podido adaptar a las nuevas condiciones vigentes a partir de los años ´90. Por supuesto que algunas están exportando, han logrado hacer los cambios necesarios para adaptarse y responder a las mayores presiones competitivas. Pero es un número muy reducido. El resto tiene un gran desafío por delante”.
Desde el punto de vista de su competitividad, las Pymes que en la última década han alcanzado un desempeño exitoso comparten algunas características comunes. “Sobre todo, tienen una gestión más moderna, en la que la actividad exportadora forma parte de la estrategia global del negocio. Son empresas que no actúan en forma aislada, se vinculan con los centros o las instituciones que brindan servicios, aprovechan las políticas públicas, cooperan o tienen alianzas con otras firmas del exterior, han salido al mercado y han tratado de incorporar las mejores prácticas. Han mejorado sus productos. Es decir, su gestión no está enfocada exclusivamente en cuestiones de costo o calidad de producto, sino que también son competitivas en factores no relacionados con el precio”, explica Moori-Koenig.
Claro que la crisis brasileña tuvo un impacto significativo en las Pymes, que suelen operar en sectores de mayor vulnerabilidad, como autopartes, textiles y calzados. Además, los pequeños exportadores dependen en mayor medida del mercado regional (Mercosur, Chile y Bolivia), que concentra algo más de 63% de sus ventas al exterior. Para los grandes exportadores, en cambio, estos mercados absorben sólo 35% de sus colocaciones externas.
¿Los salarios argentinos son demasiado altos?
A partir de la preocupación por los problemas de competitividad de la economía argentina, tomaron fuerza las iniciativas destinadas a flexibilizar el mercado de trabajo. Lo que está por detrás de esta idea es, por un lado, el argumento de la modernización: puesto que la estructura de la producción se flexibilizó en los últimos años, las leyes laborales deben actualizarse para que las empresas puedan responder al nuevo entorno competitivo.
Por otra parte, está el argumento vinculado con la reducción de costos: dada la rigidez cambiaria, el único camino para que las empresas sean competitivas es una gradual reducción de precios y salarios.
Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo,
el costo salarial argentino (gráfico 6) se sitúa por encima
del de la mayoría de los países de Latinoamérica. Sin embargo,
si se hace la comparación con los países más avanzados,
el índice argentino es más bajo que el de Corea, equivale a apenas
un tercio del que se registra en Estados Unidos y a menos de una cuarta parte
del vigente en Alemania.
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Según Kacef, la cuestión de la competitividad argentina no pasa
por la reducción de salarios. “A largo plazo, lo importante es reorientar
la producción hacia algún tipo de producto que utilice mano de
obra un poco más calificada que la de otros países que tienen
mayor oferta de fuerza laboral y donde se pagan salarios mucho más bajos”.
En el marco del debate acerca de los costos laborales y la competitividad, el caso de China suele ser un punto de referencia inevitable. El país más poblado del mundo, con niveles salariales situados en la escala más baja del contexto internacional, logró incrementar de manera permanente sus exportaciones.
Para Chudnovsky, un análisis superficial de este tipo de experiencias
puede conducir a conclusiones equivocadas. “En primer lugar, tanto los sectores
de bajos salarios como los intensivos en recursos naturales, no son precisamente
los más dinámicos en el comercio internacional, de modo que los
incrementos en términos de volumen de producción tienen un techo
sustancialmente más bajo que en los productos de mayor valor agregado
y mayor diferenciación. A largo plazo, se torna necesario desplazar los
esfuerzos hacia este tipo de sectores para elevar la competitividad del país,
y eso es lo que está haciendo China”.
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