El huracán Pinky

    No es, ni remotamente, la primera figura del mundo del espectáculo que se dedica a la actividad política. Sin embargo, el caso de Pinky es sustantivamente diferente del resto. En primer término, porque no se instaló con la ayuda de un aparato partidario sino, precisamente, contra él: le ganó la candidatura a intendente de La Matanza por la Alianza a la sindicalista Mary Sánchez ante la expresa oposición del Frepaso y la indiferencia de la Unión Cívica Radical.


    Luego, porque ese triunfo no es en modo alguno atribuible a su poder mediático, dado que en las últimas dos décadas ha espaciado bastante su presencia en la televisión ­otrora permanente­ y, cuando la tiene, como ahora, no tiene un perfil demasiado alto.


    Naturalmente, eso no quiere decir que la gente no sepa de quién se trata. Precisamente por allí habrá que buscar las razones de una instalación contra viento y marea: en la personalidad de la candidata.


    La Matanza, vale recordarlo, es el partido de la provincia de Buenos Aires con mayor concentración de habitantes ­más de 1,5 millón, sólo superado en significación electoral en todo el país por los distritos de Santa Fe, Córdoba y la ciudad de Buenos Aires, además de la provincia que lo contiene­, con fuerte preponderancia de las clases media y baja, y un histórico dominio político del Partido Justicialista, al que representaron todos los intendentes elegidos desde 1983.


    Tomando nota


    Todos estos datos no resultaron inadvertidos para el semanario británico The Economist ­acaso la publicación más influyente entre políticos y empresarios de todo el mundo­, que en su edición del 17 de julio pasado basó en la probabilidad de éxito de Pinky en La Matanza su diagnóstico sobre el futuro político de la Argentina.


    Tampoco fueron indiferentes para el comando de la campaña presidencial de la Alianza, que a principios de septiembre le encargó a la consultora Analogías una encuesta sobre intención de voto en el partido de La Matanza. Los resultados le daban a Pinky una ventaja de 19 puntos sobre el candidato justicialista a la intendencia, mientras el candidato presidencial de la Alianza, Fernando de la Rúa, aparecía nueve puntos por debajo de su oponente justicialista, Eduardo Duhalde (más sorprendentes aún eran las cifras para la gobernación bonaerense: Graciela Fernández Meijide, de la Alianza, sumaba 33%; Carlos Ruckauf, del PJ, 22%, y Luis Patti, independiente filoperonista, 21%). Dado que, históricamente, en las elecciones de verdad suele haber mucho menos corte de boletas que lo que sugieren algunas encuestas, probablemente Pinky arrastre votos a favor de De la Rúa y de Fernández Meijide.


    Por supuesto, tampoco para Pinky pasó inadvertida toda esa información. Y, fiel a la impronta sumamente personal con que perfiló su campaña proselitista, procesó todo ello en una plataforma de 15 puntos a la que llamó Mis compromisos.


    En ella, además de prometer transparencia administrativa, lucha contra la corrupción, obras públicas, creación de empleo y una red integrada de salud ­algo que, aun con sus propios matices, como cuando dice que ella misma será “la defensora del pueblo”, no la diferenciaría demasiado del resto de la oferta política­, afirma que se propone “imponer el made in La Matanza“, a través de la creación de “una estación incubadora de pequeñas industrias”.


    Y, tras citar la nota de The Economist, asegura: “Voy a aprovechar ese interés y voy a ir a Washington, a Bruselas y a donde sea, a pedir asistencia técnica y créditos para desarrollar la industria y crear empleo”.


    Si pudo instalarse contra el aparato del Frepaso y la indiferencia radical, y si, según las encuestas, el domingo 24 podría contra la historia justicialista de La Matanza, acaso convenga admitir la posibilidad de incluir a ese partido bonaerense en el mapa industrial de la Argentina de los próximos años y luego, a partir de ello, en el mercado de capitales internacional.