Aunque ningún analista sensato se atrevería a pronosticar que
los tramos finales del actual gobierno transcurrirán en un clima similar
al que debió enfrentar, en su último período, la administración
Alfonsín, es inocultable el deterioro que viene exhibiendo, en los pasados
tres meses, el escenario político y económico.
Las secuelas de la dura contienda que se disputó dentro del partido gobernante, entre los promotores del intento reeleccionista de Carlos Menem y las huestes del gobernador Eduardo Duhalde, no sólo enrarecieron el clima político, al involucrar en el conflicto a la coalición opositora y a extensos segmentos de la sociedad. También afectaron lo cual no es menos grave el funcionamiento del propio gobierno.
La sensación predominante es que el enfrentamiento produjo, en su momento de mayor virulencia, una significativa pérdida de rumbo en la administración, y resulta difícil anticipar si el gobierno podrá recuperar la iniciativa.
A partir de que Menem se vio en la obligación de desistir de sus ambiciones reeleccionistas, superado por la fuerza de los hechos que impulsaron la Alianza y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, la lucha interna quedó definida a favor de Duhalde, y comenzó a tornarse evidente una merma progresiva del poder real del Presidente, con la consiguiente parálisis en la acción de gobierno.
Ahora, los representantes de los más diversos sectores sociales acuden en peregrinación a los reductos de los candidatos con mayores posibilidades de triunfar en las próximas elecciones, en búsqueda de compromisos o, al menos, promesas de futuras soluciones a sus problemas y reclamos. Cuestiones sobre las cuales, a juicio de los demandantes, el actual gobierno no está en condiciones de brindar una alternativa.
El recurso de la protesta
Lo curioso e inquietante es que las expectativas de cambio no parecen suficientes para poner paños fríos al descontento. En las últimas semanas, el país asistió a masivas movilizaciones en defensa del presupuesto educativo; paros con cortes de rutas por parte de los productores agropecuarios; medidas de fuerza de camioneros y taxistas para ser eximidos del pago del impuesto a los automotores con destino a los docentes; y crecientes manifestaciones de protesta en el interior del país, originadas en su mayoría por los recortes a los gastos de las provincias.
Es probable que muchos de estos reclamos no logren su propósito, o que obtengan satisfacciones provisorias y parciales, o que reciban, como respuesta, iniciativas que constituyen una suerte de fuga hacia adelante, como los proyectos de dolarización de la economía o de convertibilidad fiscal.
Pero lo cierto es que estos episodios dejan instalada una clara sensación en los cuarteles centrales de las principales fuerzas políticas, en la percepción de los agentes económicos locales y externos, y en el ánimo colectivo: la incertidumbre será el signo de los tiempos que restan hasta la transmisión del mando, y dominará, incluso, los primeros tramos del futuro gobierno.
Sin embargo, sería por lo menos ingenuo suponer que los conflictos políticos y sociales constituyen la única razón de ser de este creciente clima de insatisfacción y protesta. También están presentes no pocas dificultades económicas.
Los números de la discordia
Por lo pronto, los nuevos datos referidos a la evolución de los componentes de la oferta y demanda global revelan que la caída en el nivel de actividad se ha ido acentuando a partir de que se inició la actual recesión. A la vez, el ajuste de la metodología de cálculo del PBI, anunciado oficialmente a mediados de junio, también puso al descubierto que el tamaño de la economía es menor que el que se estimaba hasta entonces.
Cuando se despoja a la evolución del PBI de los factores estacionales se observa que, desde que comenzó la fase recesiva, la caída se ha ido acentuando con respecto al trimestre inmediato anterior.
Más aún, a juzgar por el comportamiento de los indicadores disponibles durante el período abril-junio, la actual recesión será más larga que la provocada por el efecto tequila: se extendería a cuatro trimestres sucesivos de contracción del producto.
No resultan, por lo tanto, sorprendentes los datos preliminares sobre la tasa de desempleo que surgen de la reciente encuesta oficial: según trascendió, el índice se habría elevado hasta superar 14% de la fuerza de trabajo.
Por otra parte, los analistas coinciden en pronosticar que, ante el actual clima de incertidumbre política y económica, tenderán a postergarse las decisiones de gasto en materia de consumo e inversión. Lo que los lleva a vaticinar que la recesión podría extenderse, por lo menos, hasta que se sepa quién es el triunfador en las elecciones de octubre y se conozcan sus planes para enfrentar la coyuntura.
En definitiva, si no se presentan cambios sustantivos en el escenario internacional
y regional, el candidato que se alce con la victoria podría iniciar su
gestión en el marco del comienzo de salida de la actual fase de recesión.
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Una torta más chica
El malhumor social también fue convalidado, de alguna manera, por los nuevos datos acerca del comportamiento de la oferta y de la demanda global. Más allá de los graves problemas previos de distribución del ingreso que se fueron acentuando en los últimos años, el nuevo cálculo del PBI pone de relieve que la cantidad de bienes y servicios disponibles por habitante es significativamente más reducida.
Los nuevos cómputos también sirvieron para confirmar que continúan vigentes y en algunos casos agravados algunos de los viejos problemas que arrastra la economía argentina. En el caso del déficit en la cuenta corriente del balance de pagos, poco tiempo atrás se dieron a conocer nuevos datos que elevaron, fuertemente, los anteriores niveles de desequilibrio. Ahora, con la corrección del valor del PBI, se sabe que el déficit como porcentaje del producto casi alcanzó 5% en 1998 y seguramente superará ese índice durante este año.
En este punto, vale la pena recordar que Stanley Fischer (número dos del FMI y representante de Estados Unidos en el organismo) sostiene que un déficit en la cuenta corriente superior a 4% del PBI coloca a cualquier país en la antesala de problemas de financiamiento.
Las cifras sobre la evolución de las reservas computables en el balance de pagos de la Argentina otorgan validez a la advertencia: entre fines de 1998 y mediados de junio de este año cayeron en casi US$ 2.100 millones.
Los problemas de financiamiento tienden a empeorar si, al mismo tiempo, se acentúa el déficit fiscal, aumenta el nivel de endeudamiento público y privado, y el resultado de las cuentas externas revela serios problemas de competitividad.
Con respecto a la cuestión fiscal, si se cumplieran las metas de déficit comprometidas con el FMI y la caída del producto se ajustara a lo previsto en el convenio con el Fondo, el quebranto como porcentaje del PBI se situaría en un nivel ligeramente superior a 2,4%.
Pero pocos creen que lleguen a cumplirse estas proyecciones. Por lo pronto,
la mayoría de los analistas anticipa que el déficit será
más elevado: no menos de US$ 8.000 millones, en lugar de los 6.800 millones
establecidos en el acuerdo con el FMI; y que también será mayor
la caída del PBI. En ese marco, estiman que la Argentina registrará
un quebranto en las cuentas públicas superior a 3% del producto (lo que,
por cierto, supera la mítica meta del acuerdo de Maastrich).
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Para empezar, otro ajuste
De todo ello surge la convicción imperante tanto en los despachos oficiales como en el ámbito privado de que, inevitablemente, el nuevo gobierno deberá inaugurar su gestión con un ajuste en las cuentas fiscales; lo que, a la vez, podría poner en peligro la salida de la fase recesiva.
El carácter inexorable del ajuste se confirma con sólo contemplar el ritmo de incremento que muestra el nivel de endeudamiento público y privado. Si se toman como referencia los nuevos números del PBI, la deuda externa total equivalió a casi 47% del producto en 1998. Un índice preocupante, comparado con el de 1993, que no llegaba a 30%. Y las proyecciones indican que se superará la marca de 50% durante este año.
Finalmente, hay que considerar las dificultades competitivas que exhibe la mayoría de las actividades productoras de bienes transables, los ruidos alrededor de la sobrevaluación del peso, las innecesariamente alarmantes señales en torno a la dolarización total de la economía (un proceso que difícilmente podría llevarse a cabo de manera ordenada, con anuncios previos y debates de por medio) y la escasa relevancia del proyecto de convertibilidad fiscal como mecanismo destinado a fortalecer las expectativas de los agentes económicos.
Es inevitable llegar, así, a la conclusión de que tanto el período que resta hasta el cambio de autoridades como los primeros tramos del nuevo gobierno estarán impregnados por un agobiante clima de incertidumbre.
Adónde va la locomotora
Los signos que envía el escenario económico mundial no contribuyen a despejar el panorama. Los ministros de finanzas del G-7 advirtieron, después de su reunión a mediados de junio, que los auspiciosos y sorprendentes indicadores de recuperación económica que mostraron Japón y Alemania debían ser considerados con cautela.
Más aún, el saliente secretario del Tesoro de Estados Unidos admitió, al referirse a los datos de Japón, que “hay mucha incertidumbre acerca de lo que significan exactamente estos números”, y que los datos de Alemania “no representan un cambio sustancial” para las expectativas del mercado. Y remató: “Por el momento, el mundo parece en calma; al menos en la superficie”.
La frase pareció aludir a la enorme dificultad para interpretar adecuadamente los más recientes datos de la economía norteamericana. Los indicadores muestran que el ritmo de crecimiento de Estados Unidos se mantiene robusto y que las otras grandes economías no parecen estar en condiciones de reemplazar a la norteamericana en su papel de locomotora de la expansión mundial. Pero, al mismo tiempo, las presiones inflacionarias que estarían emergiendo en Estados Unidos podrían ser contrarrestadas con un alza en las tasas de interés.
Esta posibilidad parece estar siendo anticipada por el comportamiento de Wall Street. Durante la primera mitad de junio hubo caídas en el mercado de acciones y, en el caso de los bonos, un aumento de la tasa de interés a 30 años que superó, después de mucho tiempo, el techo de 6% anual.
Si ambas tendencias se consolidan, el proceso de transición política
de la Argentina y los primeros tiempos del nuevo gobierno estarán signados
por un escenario aún más adverso que el actual.
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“Producción industrial: el primer cuatrimestre cayó 10,6%”. Informe elaborado por Fiel, 24/5/99. “El “El “Argentina |
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