¿Nació otro Silicon Valley?

    Sin preocuparse por las reglas de etiqueta del tradicional almuerzo ejecutivo, Chuck Chen guarda cuidadosamente lo que quedó de la comida en un recipiente de plástico. En las mesas contiguas, hombres y mujeres hablan de negocios en mandarín o cantonés, mientras disfrutan de humeantes platos de arroz, tallarines y camarones fritos.


    ¿Esta escena transcurre en Taipei o en Hong Kong? Nada de eso; el lugar es Walnut, California, unos 30 kilómetros al este de Los Angeles.


    Chen, como la mayoría de los otros comensales, es un empresario de la industria de alta tecnología. Además, es chino, al igual que casi dos tercios de los habitantes de esta pequeña ciudad. En el valle de San Gabriel, la prosperidad de estos inmigrantes salta a la vista por doquier: nuevos y atractivos complejos de viviendas, almacenes con especialidades asiáticas que desbordan, y elegantes restaurantes chinos, como el de Walnut.


    En depósitos comunes y corrientes que se extienden a lo largo de 108 kilómetros de ruta por el desierto, crecen y se multiplican unas 500 compañías creadas por inmigrantes asiáticos (la mayoría, chinos) cuyas ventas de productos de computación rondan los US$ 4.000 millones por año. Poca cosa, si se piensa en los números que maneja Silicon Valley, pero suficiente para colocar a esta zona entre los principales centros de alta tecnología de Estados Unidos.


    A diferencia de su famoso vecino del norte, este Silicon Valley no inventa nuevos chips ni diseña programas, sino que importa de Asia componentes de bajo costo, les cambia el packaging y los revende en Estados Unidos.


    Estas empresas actúan, en definitiva, como intermediarias de compañías asiáticas que quieren vender en Estados Unidos pero sin hacerse cargo de los gastos y los trámites que acarrean este tipo de operaciones.

    Es una especie de alta tecnología a la moda. Una semana venden
    unidades de disco, la siguiente, clones de PC. “Estas compañías
    se manejan con un estilo parecido al de una feria callejera”, dice Thomas Lieser,
    director ejecutivo de Ucla Anderson Forecast, un grupo de investigación
    de la Anderson School of Management de la Ucla.

    El mercado en el barrio

    ViewSonic, de Walnut, es la empresa de tecnología más grande
    del valle de San Gabriel. Fue creada por el taiwanés James Chu, que abandonó
    la universidad antes de graduarse, y vende monitores para PC y proyectores fabricados
    en Asia. El año pasado facturó US$ 835 millones. ¿Por qué
    Walnut? “Vinimos a este lugar porque había muchas compañías
    de computación”, responde. “Ni siquiera tenía que salir del barrio
    para encontrar un mercado.”


    Hay cientos de empresas mucho más pequeñas, como la de Chen. Este empresario de 43 años trabaja en una pequeña oficina cerca de la Ciudad de la Industria, donde monta unidades de CD Rom y placas de circuito impreso con piezas de origen taiwanés. Su mujer se encarga de llevar las cuentas.


    Chen llegó a Estados Unidos en 1979 para hacer un posgrado en ingeniería en la Universidad Metodista del Sur en Texas.


    Después de trabajar como ingeniero de planta en Los Angeles, fundó su empresa, Ocean Interface, con los US$ 2.000 que tenía ahorrados. Comenzó en un departamento de dos ambientes en Monterrey Park, la zona elegida por los chinos que prosperan lo suficiente para mudarse de la superpoblada Chinatown.


    Su primer paso fue viajar a Taiwán para conseguir proveedores. Un amigo le presentó a un fabricante a quien prometió enviarle US$ 50.000 por chips y otras piezas. No se firmó ningún contrato y el dinero no cambió de manos hasta que Chen concretó la primera venta.


    Este año Ocean venderá alrededor de US$ 12 millones en periféricos a pequeñas empresas de California del Sur, que prefieren sus productos a los más caros de marcas conocidas, como Seagate Technology.

    Chen no aspira a convertirse en un émulo asiático de Steve Jobs.
    “Quiero manejar una buena compañía, no necesariamente una compañía
    grande”, dice. El negocio quedará en manos de la familia.

    Del mito a la realidad

    Los bancos chinos comenzaron a abrir sucursales en la Chinatown de Los Angeles
    a fines de los años ´50 y después se expandieron hacia el este
    a medida que la población migraba del centro a los suburbios. En el pasado,
    los bancos de Taiwán, Hong Kong y China continental, solían financiar
    comercios de venta de bebidas alcohólicas, rotiserías y restaurantes.
    Actualmente, es más probable que financien una empresa ensambladora de
    placas de circuito impreso o una fábrica de clones de PC.


    “Existe el mito de que los inmigrantes que llegan a este país sin un centavo alcanzan el éxito después de trabajar muy duro”, explica Timothy Fong, profesor de Holy Names College de Oakland, California, y autor de The First Suburban Chinatown: The Remaking of Monterrey Park, California (“La primera Chinatown suburbana: la transformación de Monterrey Park”).


    “Estas personas cuentan con una buena educación y buenos contactos. Además, tienen mucho empuje. Lo que les falta, por lo general, para conseguir un buen empleo es el dominio del idioma inglés”, señala Fong. “Por eso crean sus propios empresas.”

    ¿De qué manera los afectará la crisis financiera asiática?
    En realidad, podría beneficiarlos, ya que son pocos los que venden a
    Asia, y las persistentes caídas en los precios de los componentes de
    origen asiático podrían ayudarlos a superar aún más
    a sus competidores norteamericanos.

    Julie Pitta
    © Forbes Global/MERCADO

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