La hora de la verdad

    La crisis de Brasil ha llevado al centro de la escena dos temas de debate que, explícita o implícitamente, han estado presentes desde el lanzamiento del Mercosur.


    Por un lado, la conveniencia para la Argentina del proceso de integración comercial con Brasil. Por el otro, las dificultades para encontrar mecanismos macroeconómicos que reduzcan la incertidumbre y la volatilidad en los intercambios entre ambos países o, para ser más precisos, entre todos los países del Mercosur.


    A partir de ahora, después de la escena tan temida, se presentan, básicamente, cuatro alternativas:

    • salir del Mercosur y de la Convertibilidad;
    • salir de la Convertibilidad y preservar el Mercosur;
    • salir del Mercosur y preservar la Convertibilidad;
    • quedarse en la Convertibilidad y en el Mercosur.


    La primera opción corresponde a extremas posiciones nacionalistas y proteccionistas que no cuentan con mayor apoyo, por lo menos explícito.


    La segunda es la que proponen quienes privilegian la opción estratégica del Mercosur y contemplan al régimen cambiario como un elemento que debería ser subordinado al objetivo principal. En este caso, la idea sería abandonar la Convertibilidad y acompañar de alguna manera la política cambiaria brasileña.


    Quienes apoyan la tercera alternativa están convencidos de que la integración con Brasil es más un lastre que una ventaja y que el gigantesco vecino es impredecible, que sólo piensa en su beneficio y que, por lo tanto, convendría tratar de deshacer o diluir el Mercosur y buscar mejores socios (como Estados Unidos o Chile).


    Están, finalmente, quienes sostienen que el Mercosur y la Convertibilidad son las dos transformaciones más importantes de la economía argentina de la última década, y que deben ser mantenidas y adaptadas a la nueva situación.

    Esta la postura es la dominante entre la mayor parte de los analistas económicos,
    los hombres de negocios y los funcionarios de gobierno.

    Qué hacer

    Sin embargo, esta misma opción puede ser interpretada desde dos puntos
    de vista. El primero supone que la mejor decisión es no hacer nada; dejar
    que los agentes y los mercados se ajusten a la nueva situación, más
    allá del costo que ello implique.


    El segundo plantea que existe un margen para actuar, preservando los valores fundamentales. Esto requiere explorar las diferentes alternativas que ofrece la política económica.


    Durante los últimos cuatro años, desde que el Plan Real se mostró exitoso para combatir la inflación, pero a costa de un fuerte retraso del tipo de cambio, en la Argentina se venía especulando con la posibilidad de que en Brasil hubiera una maxidevaluación, lo que cambiaría súbitamente las reglas de juego. Se suponía que, si ocurría tal cosa, la Argentina debía enfrentar el nuevo escenario con alguna solución creativa y mucha flexibilidad.

    El problema, finalmente, se presentó. Es preciso tener en cuenta que
    el principal socio y aliado comercial de la Argentina está bailando el
    mismo baile que ya bailaron otros, y que existe una fuerte posibilidad de que
    también los argentinos sean invitados a moverse al compás de la
    misma música.

    La raíz del conflicto

    Esta indeseada invitación a la danza pone en juego las dos principales
    transformaciones estructurales que llevó a cabo el país en la
    última década, pero también muestra que existe un punto
    de conflicto entre ambas.


    La contradicción proviene de dos decisiones estratégicas asumidas por los argentinos. Por una parte, la de integrarse con su principal vecino, partiendo de la idea de que esa relación es valiosa para enfrentar un mundo complejo.


    La segunda ­orientada a superar décadas de inestabilidad macroeconómica­ fue la adopción del dólar como patrón monetario, lo que significó abandonar la idea de una política monetaria independiente.


    Estas dos decisiones condujeron, por lo tanto, a una asociación comercial y productiva con Brasil y a una vinculación monetaria con Estados Unidos. De allí nace el conflicto que hoy se hace manifiesto.


    Durante los últimos años, esta contradicción permaneció oculta porque Brasil adoptó, primero, un tipo de cambio fijo con respecto al dólar y, luego, una política cambiaria previsible, que llevó a una devaluación progresiva pero moderada del real.

    La novedad es que, súbitamente, esta regla cambió y con ella
    se alteró, junto con las paridades relativas, el mundo en el que vivieron
    los argentinos durante los últimos cuatro años.

    Lo que va de ayer a hoy

    Sin embargo, hay que reconocer que esta situación no es del todo nueva.
    Durante 1990 y 1991 Brasil enfrentó una seria recesión. A fines
    de 1991, devaluó su moneda en 20%, en términos reales, lo que
    produjo un explosivo crecimiento de sus exportaciones a la Argentina (más
    de 120%). La invasión brasileña disparó entonces
    un movimiento de opinión contrario a la integración y al Mercosur.


    Hoy, la situación es más compleja, porque las cifras del comercio son cuatro veces superiores a las de entonces, y existen numerosas inversiones con objetivos regionales. Por lo tanto, el impacto absoluto de la combinación de recesión con devaluación puede ser más fuerte, salvo que la caída en el nivel de actividad local modere la demanda de productos brasileños.

    Si se parte del supuesto de que la Argentina mantiene la virtud de ser uno
    de los mejores mercados para Brasil, el resultado será que la amenaza
    de daño fortalecerá las posiciones de las tres primeras alternativas
    enumeradas al comienzo, y obligará a los partidarios de la última
    (preservar la Convertibilidad y el Mercosur) a hacer trabajar su imaginación.

    Las prioridades

    Una respuesta a este problema podría encontrarse en la historia del
    Mercosur. El bloque regional fue capaz de mostrar, desde sus inicios, la capacidad
    de encontrar en la política económica las soluciones a sus problemas.


    Como se sabe, la crisis cambiaria y productiva de Brasil se puede exportar a sus socios del Mercosur por el camino del comercio, afectando las cuentas externas y el nivel de actividad local, produciendo daños sobre sectores eficientes y definiendo una asignación de recursos no consistente con la eficiencia de largo plazo.


    La prioridad en una situación como ésta debería ser la creación de mecanismos que permitan neutralizar los efectos negativos de la crisis preservando el mercado común.

    Las posibilidades no son muy amplias y deben surgir de un proceso de negociación.
    Pero hay algunas experiencias en este terreno. En 1992, Brasil aceptó
    que la Argentina le aplicara la tasa de estadística para frenar las importaciones.
    Y la Argentina, por su parte, admitió que Brasil estableciera un régimen
    automotriz de una manera desprolija y a destiempo para evitar el desequilibrio
    en las inversiones sectoriales.

    Defender lo que hay

    Hoy, la tarea es preservar lo existente, y evitar que se produzca una competencia
    predatoria por los mercados regionales.


    Brasil debería ­aunque es difícil que piense en eso en este momento­ evitar el uso de instrumentos de promoción de exportaciones dentro del Mercosur (reintegros y financiamiento subsidiado, por ejemplo). Y, si la situación así lo exigiera, algunos sectores altamente concentrados podrían limitar voluntariamente sus ventas a la Argentina.


    Por otra parte, se podrían equilibrar hacia arriba los flujos comerciales, mediante el uso de un instrumento no formal aplicado en el pasado: la compra, por parte de empresas estatales brasileñas, de productos argentinos (por ejemplo, petróleo), o el bloqueo de la importación de productos agrícolas subsidiados.


    La Argentina, por su lado, podría proteger a los sectores productivos locales mediante salvaguardias amplias o específicas y mediante incentivos a sus exportaciones al Mercosur.


    La lista de opciones puede ser extensa; la condición es que mantenga el espíritu de la integración.


    El segundo problema, la ausencia de instrumentos estabilizadores de los flujos comerciales, persiste más allá de que la crisis sea una circunstancia pasajera, y se relaciona con la doble decisión estratégica.


    El ejemplo europeo muestra que es conveniente realizar la integración (monetaria y comercial) con el mismo socio. Las opciones en cuanto a cómo hacerlo son múltiples, pero ése será, sin duda, el resultado de un largo proceso en el que se construyan las bases para una moneda común o, por lo menos, de un régimen monetario ­cambiario­ común o similar.


    La fantasìa de la convertibilidad brasileña con que sueñan muchos argentinos está muy lejos; la probabilidad de que la Argentina abandone la convertibilidd es casi nula, por lo tanto la tarea está pendiente. En realidad, aún no ha comenzado.

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