Cuando, a fines del año pasado, Brasil se comprometió a llevar adelante un duro programa de ajuste fiscal y de reformas estructurales a cambio de un paquete de ayuda financiera que le permitiera sostener una política de gradual corrección del tipo de cambio y de reducción de las insostenibles tasas de interés, la mayoría de los economistas coincidieron en que esa estrategia estaba destinada, básicamente, a comprar tiempo.
Prevalecía, ya entonces, la certeza de que los desequilibrios acumulados en materia de tipo de cambio, déficit fiscal y externo, nivel de endeudamiento interno y perfil de los vencimientos difícilmente podrían corregirse con una política de ajustes graduales.
La estrategia gubernamental tendría que sortear, además, otro
formidable obstáculo: la resistencia del parlamento y de las autoridades
estaduales y municipales a poner en marcha los programas de ajuste fiscal.
Dos vías de contagio para la Argentina La Argentina recibirá el impacto de la crisis brasileña Brasil es, como se sabe, el país de mayor importancia para las En vista de los cambios que se han producido en la política económica Claro que el eventual descarrilamiento de la locomotora brasileña ¿Podría la Argentina colocar en otros mercados una porción Pero también cuenta, y mucho, el impacto sobre las importaciones. En cuanto a las finanzas, el impacto viene por el lado de la retracción Por último, en el peor de los escenarios imaginables – el fracaso |
Por otra parte, el ajuste en las cuentas públicas dependía, en
gran medida, de medidas destinadas a incrementar los ingresos tributarios. En
un contexto de fuerte desaceleración del ritmo de producción y
de caída en el nivel de actividad, parecía difícil, entonces,
lograr la corrección del déficit fiscal, y, con ello, hacer descender
las tasas de interés y alcanzar la estabilidad del régimen de
ajuste del tipo de cambio.
Moneda bajo asedio
Los temores estaban justificados. El nuevo mandato del reelecto presidente
Fernando Henrique Cardoso se inició en un contexto de creciente desconfianza,
lo que se tradujo en un renovado ataque especulativo sobre la moneda.
En los primeros días de enero, un informe de la embajada de Estados Unidos en Brasil indicaba que las reservas internacionales core esto es, excluidos los montos recibidos por el paquete de ayuda financiera habían llegado a fines de diciembre a US$ 36.000 millones sobre base caja.
Es preciso tener en cuenta, en este punto, que el acuerdo firmado con el FMI incluía una cláusula gatillo que establecía que, si las reservas perforaban el piso de los US$ 20.000 millones, el Banco Central de Brasil debería iniciar una agresiva política monetaria con aumento delas tasas de interés.
El informe señalaba, también, que a fines de noviembre el monto total de la deuda del gobierno federal atada al dólar equivalía a 134% de las reservas, y, peor aún, las obligaciones de corto plazo representaban casi 68%.
En ese contexto, al que se sumaban las dificultades del gobierno para llevar adelante el ajuste fiscal con rechazos de iniciativas del Ejecutivo por parte del Congreso y una virtual rebelión de algunos mandatarios estaduales no pudo sorprender a nadie el comportamiento del mercado de divisas en los primeros días de 1999: un proceso de creciente salida de capitales e ingreso nulo de divisas.
En realidad, no podía esperarse otra cosa. El departamento de investigaciones
del Deutsche Bank había realizado un ejercicio numérico que llamó
la aritmética de una corrida cambiaria en que se revelaba que,
si se consideraban los pagos netos a realizar durante enero por amortización
de la deuda interna y externa, el déficit en la cuenta corriente del
balance de pagos y en las cuentas públicas, y bajo el supuesto de que
los montos de la deuda externa no se podían refinanciar y el roll-over
de los pagos de la deuda interna alcanzaban a 50% del total, a fines de enero
las reservas core se ubicarían por debajo de los US$ 20.000 millones.
Líneas en la arena
El gobierno decidió hacer frente a la nueva corrida con una inesperada
modificación de la política de tipo de cambio: no sólo
elevó el techo de la nueva banda sino que, además, estableció
un complejo sistema de alteración de sus límites inferiores y
superiores cada tres días hábiles.
El nuevo régimen, que apuntaba a conducir ordenadamente un proceso de aceleración del ritmo de depreciación del tipo de cambio lo que en la literatura económica se conoce como monitoring band resultó insuficiente para contener el ataque sobre la moneda. Ya en el primer día de operaciones, el Banco Central tuvo que intervenir activamente con fuerte pérdida de reservas para sostener ese nivel. “Esto es como dibujar líneas en la arena”, dijo entonces un analista de un importante banco de inversión.
Las autoridades optaron, finalmente, por dejar flotar la moneda sin intervención del Banco Central. Al mismo tiempo, los principales miembros del equipo económico volaron a Estados Unidos para conversar con los funcionarios del Tesoro y del FMI y más allá de las reiteradas negativas a tratar de acelerar el desembolso del segundo tramo de US$ 9.000 millones del paquete de ayuda financiera.
La actitud inicial de Estados Unidos y del FMI fue condicionar el desembolso a que las autoridades brasileñas se comprometieran a profundizar y acelerar el ajuste fiscal, y a sostener una política monetaria que contenga las presiones inflacionarias y evite bruscas fluctuaciones en el tipo de cambio (es decir, tasas de interés altas).
Todo indica aunque nada se dijo al respecto que la recomendación
en materia de tipo de cambio apuntó a una política de flotación
sucia; esto es, con intervención del Banco Central cuando la cotización
se desvíe fuertemente de un valor que, en principio, sólo conoce
la autoridad monetaria.
La única opción
Aunque parece evidente que la política de flotación del tipo
de cambio en los países menos desarrollados está determinada por
el comportamiento de manada, más que por las expectativas racionales,
no es menos cierto que a Brasil no le quedaban otras opciones.
Abandonada la política de crawling band vigente desde el lanzamiento del Plan Real, fracasado el intento de monitoring band, y sin condiciones para establecer con éxito un régimen de tipo de cambio fijo, la opción por la flotación parecía, en lo inmediato, la única alternativa.
Sin embargo, los analistas anticipan un período de fuertes perturbaciones en el escenario económico si los ajustes en la política económica se limitaran sólo al régimen de tipo de cambio. En realidad, la apuesta del gobierno brasileño, de Washington y del FMI es que, con la nueva política cambiaria, la profundización y aceleración del ajuste fiscal, en un contexto de tasas de interés elevadas que descienden gradualmente y contienen las presiones inflacionarias y devaluatorias, podrían generarse las condiciones para reducir el déficit fiscal y externo, atender los compromisos de la deuda, mejorar el perfil de los vencimientos a través de una renegociación voluntaria, y reducir la distorsión en los precios relativos.
En esas condiciones, debería restablecerse la confianza de los mercados
y, con ella, los flujos de capitales a Brasil y al resto de América latina.
Pero, aún así, esto no impediría una caída en el
nivel de actividad y en el empleo.