¿Ya pasó lo peor?

    El cambio de clima que comenzó a insinuarse desde fines de septiembre
    en el escenario económico internacional responde a una diversidad de
    factores:

    • la favorable evolución reciente de las variables económicas
      en los principales países del sudeste asiático;
    • la decisión del gobierno y del parlamento japonés de
      poner en marcha un duro programa de saneamiento del sistema bancario;
    • las sucesivas reducciones en las tasas de interés ejecutadas
      por la Reserva Federal de Estados Unidos (una decisión que fue seguida
      por algunos de los principales bancos europeos y los de Canadá y Japón);
    • la presentación, en Brasil, de un programa de ajuste fiscal
      destinado a lograr un amplio paquete de ayuda financiera, que se concretó
      en el anuncio del acuerdo con el FMI y los US$ 41.500 millones que lo acompañaron;
    • la puesta en práctica de la recapitalización del Fondo
      Monetario y la aprobación de una nueva línea de crédito
      contingente para atender las necesidades de los países que enfrentan
      graves dificultades financieras (siempre y cuando encaren políticas
      que sean consistentes con los postulados del FMI); línea que Brasil
      es el primer país en utilizar;
    • el respaldo a la actual administración que surgió del
      resultado de las elecciones parlamentarias en Estados Unidos.

    Ahora bien, ¿las novedades en la economía mundial son suficientes
    para asegurar que la crisis ha terminado? Una lista, por cierto incompleta,
    de algunos de los problemas pendientes advierte sobre la necesidad de mantener
    prudencia en los juicios y en las decisiones.

    Horizonte inestable

    Varias razones hacen suponer que continuarán, todavía por algún
    tiempo, los vaivenes en los mercados financieros. Por un lado, la mayor parte
    de los inversores todavía se está acomodando a un escenario futuro
    de baja inflación y reducido crecimiento del PBI. En ese marco, los actuales
    rendimientos de los bonos podrían resultar más atractivos que
    los de las acciones. Si esto se traduce en cotizaciones excesivas de los títulos
    públicos, el retorno a una posición de equilibrio con las acciones
    podría originar volatilidad.

    Al mismo tiempo, la valuación actual de las acciones podría
    quedar bajo la presión de un escenario de desaceleración en el
    ritmo de actividad. Aunque los datos más recientes sobre el estado de
    la economía norteamericana son un claro indicador de su fortaleza, también
    es cierto que todavía no se han completado, en el sector real, los ajustes
    originados por la crisis.

    La rentabilidad de las empresas, por otra parte, está siendo afectada
    por la crisis. Datos preliminares del índice Standard & Poor exhiben
    una caída superior a 4% en el tercer trimestre; la primera reducción
    en siete años.

    No pueden descartarse, por lo tanto, turbulencias adicionales que introduzcan
    más volatilidad en los mercados financieros. Más aún, la
    aparente disminución de la aversión al riesgo no debería
    ser sobreestimada. Por lo pronto, las tasas de retorno de los bonos son todavía
    reducidas y las condiciones de crédito se mantienen relativamente duras.

    También es preciso tomar en cuenta dos cuestiones relacionadas con
    la situación de Rusia: por un lado, la confirmación de que no
    se honrarán, en lo que resta del año, los compromisos de pagos
    externos. Por el otro, la persistencia de un áspero debate interno entre
    quienes quieren volver a imponer controles en las actividades económicas
    y aquellos que propugnan un rápido acercamiento y respeto a las demandas
    de los países desarrollados y del FMI.

    Todos miran a Brasil

    Pero las derivaciones del problema ruso serían menos graves que las
    que se presentarían si el programa de ajuste anunciado por las autoridades
    brasileñas y el apoyo que le debería brindar el paquete de ayuda
    financiera mundial resultan insuficientes para revertir la actual crisis.

    En el caso de Brasil, hay que tener en cuenta la reticencia que se estaría
    generando entre los bancos ­en especial, de Estados Unidos­ a participar
    en el paquete de ayuda financiera que está gestionando el FMI.

    Aunque las autoridades del Fondo señalaron que la ausencia del sector
    privado en el paquete anunciado el 13 de noviembre fue una decisión de
    las autoridades brasileñas, no es menos cierto que la magnitud de la
    ayuda ofrecida apunta, también, a recrear la confianza de los bancos
    en la evolución futura de Brasil.

    La naturaleza del problema

    La reticencia de los bancos se relaciona con la necesidad de empezar a reconocer
    que la naturaleza de la crisis es financiera y que su resolución pasa
    por el mediano o largo plazo.

    Por una parte, como señaló recientemente el director gerente
    del FMI, Michel Camdessus, “ahora se presenta una buena oportunidad para avanzar
    hacia reformas fundamentales”. De ahí los anuncios del G-7 y los aparentes
    fuertes compromisos que se habrían adoptado para llevarlos adelante.

    Por otro lado, advierten algunos observadores, habría que tratar de
    evitar una reiteración de los errores cometidos durante la crisis de
    la deuda en los ´80. La economía mundial esperó siete años
    hasta que la propuesta Brady ofreciera un alivio.

    Los líderes de la economía mundial se han pronunciado, hasta
    ahora, en favor de la reestructuración de las deudas. Sin embargo, parece
    cada vez más evidente que, por la naturaleza de la crisis, se requiere,
    además, disminuir el elevado peso de la deuda sobre las economías.
    Claro que los organismos financieros internacionales y los bancos reclamarán
    que los países adopten medidas de política económica que
    sean consistentes con sus postulados; más allá de los incipientes
    movimientos de revisión de algunos de ellos.

    Aunque el mercado sigue siendo considerado como el mejor asignador de los
    recursos, algunos enfoques han cambiado. Ya no se encuentran defensores acérrimos
    de la doctrina de que la mejor regulación es la que no existe. Ahora
    es más frecuente escuchar argumentos en favor de controles de entrada
    de capitales a la chilena.

    Por último, comienza a instalarse la noción de que no es posible
    continuar con la práctica de salvar la ropa de quienes se han
    equivocado en sus políticas de inversión y crédito, haciendo
    recaer el peso del salvataje en los contribuyentes y consumidores. De ahí
    que se insista, con particular énfasis, en la necesidad de que el sector
    privado cumpla un papel central en los procesos de rescate de las economías
    afectadas.

     

    El camino de la polémica

    El ciclo de la ilusión
    y el desencanto

    Un siglo de políticas económicas argentinas
    Por Pablo Gerchunoff y Lucas Llach
    Ariel Sociedad Económica
    490 páginas

    “Sólo el tiempo podrá confirmar lo que hacia 1998 era una
    sospecha con buenos fundamentos: que las reformas económicas de
    los ´90, contemporáneas a lo que también parece ser una
    ruptura en la economía mundial, definen el comienzo de una nueva
    etapa ­con sus propios interrogantes y demandas sociales­ en
    la historia económica argentina”, dicen los autores en el epílogo
    de El ciclo de la ilusión y el desencanto.

    En
    esa frase, acaso sin proponérselo, Gerchunoff y Llach encierran
    la justificación de la obra, original y necesaria. Original, porque
    ­a diferencia de las historias económicas convencionales que,
    por lo general, ponen el acento en la descripción de los hechos
    ocurridos­ enfoca la reseña de los sucesos desde el punto
    de vista del margen contextual en el que se tomaron las decisiones.

    Y necesaria, porque es imposible aproximarse al entendimiento de los
    hechos ­sean las devaluaciones de Pinedo, la tregua de Gelbard,
    el rodrigazo, la tablita de Martínez de Hoz, el Plan
    Austral o el Plan de Convertibilidad­ sin entender la intrincada
    maraña de causas y efectos, sin comprender el siempre complicado
    devenir previo. Invariablemente, una política económica
    responde, o intenta responder, a una realidad preexistente.

    Con ese enfoque, los autores eligieron transitar el camino más
    fértil posible para la polémica. Y, por cierto, comenzaron
    a cosecharla apenas el trabajo llegó a las librerías. Lo
    cual debe ser bienvenido. De hecho, que Gerchunoff y Llach expongan cuáles
    fueron las razones que impulsaron a un gobierno o a un ministro a tomar
    determinada medida no significa que esa medida fuera la única posible.
    Ni, siquiera, que las razones hayan sido las que ellos interpretaron.

    Que haya margen para la discusión motivará a quienes quieran
    ejercerla a extremar la investigación y el rigor. Y, así,
    será posible aproximarse cada vez más a la verdad, un valor
    siempre abstracto y mucho más cuando se trata de hechos del pasado.
    Si la obra de Gerchunoff y Llach se convierte en el disparador de ese
    debate, seguramente devolverá con creces el esfuerzo y la expectativa
    de sus autores.

    A. J. L.

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