Esta década será recordada como la que protagonizó la
más drástica recomposición del capitalismo argentino. El
tránsito de un escenario dominado por fuertes grupos nacionales en una
economía cerrada, a otro donde la desregulación y la apertura
definen el perfil con el que ingresamos al nuevo siglo y donde la hegemonía
de los grandes jugadores globales será casi absoluta.
En este contexto, de significativa reducción del peso específico
que exhibe el empresariado nacional, queda por ver cuál es la vocación
de sobrevivencia de lo que parece ser esta rara avis el empresario
local y cuáles son sus estrategias para mantener o acrecentar posiciones
en el mercado interno y, mucho más importante, para crecer en el mercado
regional o global.
Pero entre los jugadores internacionales de primera línea y los peso
pesado nacionales que se resisten a ser actores de reparto, hay otros protagonistas:
los fondos de inversión.
Mientras en Europa y en Estados Unidos los grandes conglomerados se concentran
en sus capacidades básicas y se desprenden de otros activos proceso
imitado por algunos grupos nacionales en la Argentina, los fondos de inversión,
alimentados con el ahorro de los centros financieros internacionales, tienen
otro modelo. El resultado en los llamados mercados emergentes son
vastos conglomerados de industrias y servicios que actúan en rubros muy
disímiles y que, en el proceso, crean ganancias sustanciales para los
accionistas-inversores.
En general, la lógica del modelo impone que, una vez producidas las
sinergias iniciales, saneada la casa y equipada con un plan estratégico,
cada unidad de negocios sea vendida a uno de los grandes jugadores globales
que quiera reforzar su presencia en un mercado atractivo. Este no es un proceso
con plazos fijos, pero la experiencia internacional indica que se desarrolla
a lo largo de cinco a siete años.
Desde esta perspectiva, y si se toma en cuenta la reciente venta parcial de
Norte a capitales franceses, todo indicaría que el grupo Exxel actuaría
según las reglas del juego. En este caso, la presencia dominante de esta
marca en la economía local tenderá a transformarse, y probablemente
a reducir su gravitación como empleador y como líder en facturación
en distintos campos de actividad.
Hay, sin embargo, una incógnita. ¿Y si Juan Navarro, el armador
de este notable andamiaje, resulta tentado y pasa de inversionista a empresario?
No es una hipótesis descartable sin más consideración.
Pero si Navarro se convirtiera en capitán de industria, en jefe de un
grupo económico con aspiraciones, hay otras condiciones que deberían
darse, ninguna de ellas fácil.
En primer lugar, sería preciso recomponer el capital. En lugar de inversionistas
de corto o mediano plazo, habría que conseguir accionistas de largo plazo.
Luego tendría que enfrentar las mismas opciones que tienen los grupos
nacionales que sobreviven:
- construir una presencia global en un segmento del mercado donde se exhibe
una capacidad indiscutible (como el grupo Techint en tubos de acero sin costura); - desarrollar una presencia regional en áreas
de negocios con insuficiente atractivo para ser globales en el futuro inmediato,
como Perez Companc en América latina o Macri en Brasil; - reproducir una posición de privilegio
en el mercado local en algunos países cercanos, como Roggio en el manejo
de residuos urbanos.