Trasponer la entrada de Metrovisión
produce la sensación de haber viajado en el espacio y en el tiempo: desde
el barrio de Colegiales, donde se erigen sus más de 2.500 metros cuadrados,
hasta algún sofisticado reducto de Los Angeles, Nueva York o Londres,
y desde el presente cotidiano hacia el paisaje futurista de alguna película.
Justamente de películas va la historia, ya que en las múltiples
y diversas salas bautizadas con nombres como Shazzam, Diva,
o Moon y decoradas ad hoc se despliegan los equipos de posproducción
de video y cine más sofisticados del mundo. Y no se trata de una exageración:
la última adquisición, el Quantel Domino que incluye el
Domino Film Scanner, el Domino Double Four Workstation y el Domino Film Recorder
y permite manipular imágenes de muy alta resolución que llegan
a las 3.000 líneas es el primero de su tipo en Latinoamérica
y uno de los apenas 22 que hay en todo el planeta.
Pero ése es sólo el último chiche; una enumeración
exhaustiva del equipamiento tecnológico de esta posproductora llenaría
demasiadas páginas. Mucho también es el tiempo que lleva recorrerla
y, a lo largo de la visita guiada, no deja de llamar la atención el grado
de sofisticación y cuidado de los mínimos detalles en el confort
y decoración de sus instalaciones; “esto es fruto de la obsesividad de
Guillermo”, dice una de sus asistentes, “él eligió hasta el último
de los adornos”.
El señor high tech
El apellido del tal Guillermo es Otero, tiene 33 años y es el presidente
y fundador de la empresa. En su bunker del último piso, parco
y devoto del bajo perfil, cuenta que la historia empezó en el ´85, cuando
su padre y él pusieron un estudio de edición “con los instrumentos
de la época, dos máquinas, cortar y pegar”. Pero, a principios
de los ´90, el benjamín vio que la cosa venía por la posproducción
con la irrupción de la informática y toda la parafernalia
digital y que, para eso, había que invertir en equipamiento tecnológico
de punta. Otero padre no quiso arriesgar, lo que llevó a que Guillermo
le comprara su parte en la sociedad ”tuve que vender todo lo que tenía;
por suerte el departamento se lo vendí a él y aceptó alquilármelo,
para que no me tuviera que mudar”, recuerda y se lanzara a adquirir lo
último de lo último.
Su intuición no le falló. En 1995 inauguró el edificio
que hoy ocupa más de 2.500 metros cuadrados con suites,
salas, showroom y cabinas para clientes, en abril de este año
compró el Domino para la posproducción cinematográfica
y hace poco agregó un piso más, un cine con 100 butacas, y se
dio el gusto de estrenar su primera producción para la pantalla grande:
La sonámbula, “que tiene más de 90% de posproducción”,
señala.
Por ahora, de todas maneras, sus 50 empleados y la empresa que creó,
viven básicamente de los cortos publicitarios, que aportan 80% del trabajo.
“El problema es que somos el último eslabón de la cadena de producción”,
señala Otero. “Y muchas veces, cuando los presupuestos se achican, la
posproducción es la que más sufre. Las condiciones del negocio
sin duda empeoraron; hay más competencia y menos plata, y encima se compite
por precio y no tanto por calidad.”
A pesar de todo, este autodidacta está convencido de que más
allá del despliegue tecnológico “en algún momento
el valor diferencial es la gente”. Y sigue apostando al futuro: “empezamos a
dar cursos para estudiantes, profesionales y técnicos de todas las disciplinas
vinculadas. En esto, estamos obligados a mirar hacia adelante, porque el presente
siempre ya fue”.
V. R.