En estos días se cumplen 81 años de la
Revolución de Octubre, que barrió con un gobierno
democrático, débil e ineficaz, para reemplazarlo por un
régimen autoritario.
Hoy, Rusia está lista para otra revolución. El
gobierno actual, débil y corrupto, llegó al poder por
la vía democrática pero está lejos de ser
democrático. Con el comunismo, el pueblo tenía rublos
pero nada para comprar. Ahora sucede lo contrario: los comercios
están llenos, pero las billeteras vacías.
Si esto es el capitalismo, los rusos no están seguros de
quererlo. Para ellos, esta situación confirma aquello de que
“el capitalismo es la explotación del hombre por el hombre y
el comunismo es lo opuesto”.
Decenas de millones de rusos no cobran sus ínfimos
salarios. En señal de protesta, los trabajadores de las minas
de carbón bloquearon el ferrocarril transiberiano durante
semanas. Los soldados venden armas, uniformes (y hasta tanques) a
quien los quiera comprar; situación aterradora en un
país que todavía conserva un enorme arsenal nuclear.
A 150 kilómetros de Moscú se ve gente vestida con
harapos que se alimenta exclusivamente de pan y papas.
El heredero
En la helada región siberiana de Krasnoyarsk (con una
población de 3 millones de habitantes cuyo salario promedio es
inferior a US$ 300 mensuales) el gobernador elegido por una
abrumadora mayoría de votos es Alexander Lebed, el duro y
disciplinado general que ganó fama al poner fin a la guerra de
Chechenia. Más allá de que el gobierno de Yeltsin dure
unos pocos meses más o llegue, tambaleante, a sobrevivir a
1999, Lebed es su más probable sucesor.
Expulsado del gobierno actual por su enorme popularidad, Lebed ha
salido relativamente ileso de los escándalos de
corrupción. No es un nacionalista a ultranza, pero
podría llegar al poder con su apoyo y como parte de una
alianza con Viktor Chernomyrdin, el ex candidato a primer ministro
que mantiene estrechas relaciones con los líderes de la era
comunista.
Cuando a fines del año pasado Forbes le preguntó
qué factores podrían desencadenar un golpe de estado,
Lebed respondió: “una mujer que salga a la calle llevando en
brazos a un hijo muerto de hambre o de frío podría ser
motivo suficiente para provocar un estallido popular. La
situación es imprevisible”.
De algún modo, la situación se parece a la de
octubre y noviembre de 1917. El gobierno democrático de
Kerensky se caía solo. El escritor Alan Moorehead lo
describió así: “Era como un cuerpo sin huesos, como una
mente sin voluntad”. Lo mismo podría decirse del gobierno de
Yeltsin. “Los bolcheviques”, relata Moorehead, “ocuparon un trono
vacío”.
En esta oportunidad seguramente no serán los bolcheviques
los que ocupen el trono vacante, porque el comunismo está
demasiado desacreditado.
Es más probable que Yeltsin renuncie y que Lebed llegue al
poder por la vía de elecciones. Pero, sea cual fuere la forma
en la que cambie el gobierno, éste tratará de imponer
las reformas económicas y sociales que Yeltsin no puede o no
está preparado para instaurar.
Incapaz de aceptar estos hechos, el FMI, bajo fuerte
presión de Washington, sigue otorgando grandes
préstamos al gobierno de Yeltsin, presumiblemente para salvar
a la democracia rusa y mantener las armas nucleares en manos
relativamente seguras. Pero ninguna de las dos cosas es posible.
De Moscú a Suiza
¿Dónde han ido a parar los US$ 50.000 millones que ya
se le entregaron a Rusia? (hay otros US$ 17.000 millones
comprometidos, más US$ 100.000 millones en deuda congelada de
la era soviética). ¿Terminará el dinero fresco del
FMI en las cuentas suizas de los magnates? Esta gente ya se
apoderó de muchos de los bienes que pertenecían al
estado soviético y ha desviado a cuentas bancarias del
exterior una buena parte de las divisas que Rusia obtiene de las
exportaciones. Una prioridad de cualquier gobierno que suceda a
Yeltsin será recuperar el dinero que está afuera y dar
marcha atrás con el espurio proceso de privatizaciones.
Se calcula que los burócratas rusos devenidos en
empresarios se han apoderado de activos por un valor de US$ 150.000
millones desde que comenzaron las privatizaciones de Yeltsin en 1992.
Los magnates y sus amigos hicieron gala de su nuevo status en Cannes
y Niza. El año pasado, esos dos balnearios de la Riviera
francesa albergaron a 100.000 turistas rusos, tres veces más
que en 1994. Llegaban cargados con tanto dinero en efectivo que casi
todas las tiendas de lujo anunciaban en las vidrieras la tasa de
cambio entre el franco y el rublo.
El agujero negro
Como ruso, me duele decir esto, pero creo que el nuevo gobierno,
que seguramente será autoritario, gobernará mejor y
será un mejor socio para las naciones de Occidente que el
actual gobierno democrático. Lamentablemente, Mijail Gorbachov
tenía razón cuando dijo que Yeltsin engendraría
una corrupción generalizada.
El gobierno de Yeltsin financió el déficit
público de la manera más elemental: dejó de
pagar las cuentas. Según PlanEcon, una consultora de
Washington especializada en analizar las economías del ex
bloque soviético, el estado ruso le debe a sus trabajadores
77.000 millones de rublos, lo que equivale a un tercio de todos los
rublos en circulación. El sector privado le debe a sus
empleados otros 70.000 millones.
La agricultura es un desastre: durante los últimos cinco
años, la ganadería declinó, en términos
absolutos, a los valores que tenía en 1953, año de la
muerte de Stalin. ¿Por qué? Porque el costo de los
insumos creció a un ritmo más acelerado que el precio
de los alimentos.
Este año, Rusia exhibirá un déficit comercial
por primera vez desde la desintegración de la URSS. Los
partidarios de Yeltsin prefieren responsabilizar de esta crisis a los
bajos precios internacionales del petróleo y de las
demás materias primas, pero ésa es sólo parte de
la historia.
En una situación como ésta, los préstamos del
FMI son inútiles. Pueden permitirle a Rusia cubrir sus
obligaciones en divisas, pero no resolverán los problemas
económicos de fondo.
Una vez que las industrias básicas pasaron a manos
privadas, se les permitió a los nuevos dueños elevar
los precios en la medida que quisieran. Fue una terapia de shock que
no logró el objetivo buscado porque de las ganancias de los
monopolios muy poco se reinvirtió en la economía y la
mayor parte fue a parar a lugares como la Riviera francesa y los
bancos suizos.
Yeltsin está tan sospechado de asociación con los
nuevos magnates que ha perdido legitimidad a los ojos de los rusos.
El año pasado, su yerno, Valery Okulov, fue designado
presidente del directorio de Aeroflot, que pertenece a uno de los
nuevos y más ricos capitalistas de Rusia, Boris Berezovsky.
¿Cuáles eran los antecedentes profesionales de Okulov
para ocupar ese cargo? Había sido piloto de Aeroflot. Sin
embargo, pocos se sorprendieron con su designación: Berezovsky
había financiado la campaña de Yeltsin por la
reelección.
Final abierto
¿Cómo sobrevendrá el final? Estamos hablando de
Rusia, y cualquier cosa puede pasar. La posibilidad de un golpe de
estado existe, pero el final podría sobrevenir también
de otras maneras. Yeltsin podría llegar a un acuerdo que le
permita dejar el poder (no está bien de salud) antes de las
próximas elecciones, programadas para junio del año
2000. En el caso de un retiro anticipado, el poder quedaría
por un lapso breve en manos del primer ministro en funciones,
después de lo cual se convocaría a nuevas elecciones.
Boris Berezovsky, desesperado por resguardar su fortuna,
quizás esté tratando de mediar en un acuerdo entre
Yeltsin y Lebed. La idea sería que Lebed llegue al poder a
través de las urnas y Berezovsky conserve al menos buena parte
de su capital. Pero es probable que se esté engañando a
sí mismo. Lebed es un hombre duro y sabe que sólo puede
suceder a Yeltsin si logra recuperar los bienes que el gobierno
regaló.
Entonces, será mejor olvidarse de los préstamos del
FMI, porque son casi irrelevantes. Igualmente inútil es el
consejo del financista George Soros de que el Fondo y los
países del G-7 deberían imponer un régimen de
caja de conversión en Rusia. A diferencia de la Argentina,
Rusia no es un país con instituciones capitalistas. Por lo
tanto la convertibilidad no cambiaría nada porque no
resolvería los problemas económicos básicos.
¿Qué pasaría si se dolarizara la
economía? Esto tampoco serviría. Rusia tiene ya
más de US$ 40.000 millones en circulación, más
que cualquier otro país, a excepción de Estados Unidos.
Pero esos dólares están en relativamente pocas manos.
Dolarizar la economía haría todavía más
difícil la vida de quienes no los tienen.
Olfateando un final cercano, muchos oportunistas menores
están buscando un pasaporte extranjero: cientos de rusos han
comprado ya la residencia en Bahamas y otros lugares del Caribe.
Canadá es otro de los destinos favoritos.
Con su huida, es probable que los nuevos ricos puedan salvar su
pellejo, aunque no su fortuna. Cualquier gobierno futuro, surgido de
las elecciones o de un golpe de estado, seguramente iniciará
acciones legales contra los grandes magnates y exigirá la
repatriación de sus capitales. Hay antecedentes en ese
sentido: Suiza devolvió el dinero que Ferdinando Marcos se
llevó de Filipinas y congeló los fondos provenientes
del narcotráfico de México.
Todo indica que habrá una renacionalización de gran
parte de las industrias rusas y que se volverán a imponer
controles, al menos temporarios. El futuro de la Rusia post Yeltsin
no será el modelo norteamericano de capitalismo. Así y
todo, los bienes que sean propiedad genuina de los extranjeros no
serán expropiados, dado que cualquier gobierno ruso
necesitará atraer capital extranjero. Tampoco se tocará
a los pequeños inversores que no participaron en las
privatizaciones.
Rusia podría seguir el camino de Taiwán y Chile: un
período de autoritarismo previo a la instauración de la
democracia. Pero no vale la pena llorar cuando caiga el gobierno de
Yeltsin: no es ni democrático ni capitalista, es sencillamente
incompetente.