Es casi un lugar común decir que, en materia de
pronósticos económicos, pueden presentarse dos tipos de
errores. Uno ocurre cuando se considera que todo marcha sobre rieles
y, a poco andar, se produce una crisis que da por tierra con las
proyecciones optimistas. En el caso del Fondo Monetario Internacional
se suele decir, sin mucho conocimiento de la materia, que ante el
colapso de la economía mexicana en diciembre de 1994 y el de
los países del sudeste asiático a partir de mediados de
1997, el FMI incurrió en sendos errores de esta naturaleza.
Otro tipo de errores se presenta cuando los pronósticos
auguran una crisis poco menos que a la vuelta de la esquina y
ésta nunca se produce o tarda mucho en manifestarse. Esta es
la clase de falla que el gobierno argentino le atribuye al Fondo en
estas circunstancias de la economía local.
Pero lo que parece desconocer el gobierno es otro lugar
común de los analistas económicos. Cuando el FMI
presenta un pronóstico optimista sobre el desempeño
futuro de la economía de un país, es habitual que la
mayoría de los consultores revise cuidadosamente esas
estimaciones.
En cambio, cuando el Fondo señala que la economía de
un país o de una región puede encaminarse hacia una
zona de riesgo, los operadores económicos toman nota de las
advertencias y las incorporan a su esquema de decisiones; esto es, no
aumentan su exposición, o la reducen, o exigen nuevas y
más onerosas garantías de cumplimiento para sostener la
composición actual de su cartera. En todo caso, es muy
difícil que estén demasiado dispuestos a incrementarla.
En este sentido, el reciente anuncio de Goldman Sachs (una de las
más grandes compañías de inversión
internacional) de que había decidido bajar la
calificación de los activos argentinos, de recomendados a
neutrales, para realizar inversiones de portafolio, constituye un
indicador de que los últimos sucesos políticos, y las
apreciaciones del staff del FMI &endash;que contaría con el
visto bueno del board de la institución&endash; acerca del
estado de la economía nacional pueden estar influyendo
negativamente sobre las expectativas de los agentes locales e
internacionales.
El tamaño de la brecha
Ahora bien, ¿en qué consisten, realmente, las
advertencias del FMI? En primer lugar, el organismo expresa su
preocupación no sólo por el alto nivel del
déficit comercial sino, además, porque la brecha se
produce en el marco de una fuerte caída en el valor de las
ventas externas y de un importante incremento en el valor de las
importaciones.
El desequilibrio acumulado en los últimos doce meses,
incluido febrero, alcanzó a US$ 5.659 millones. Las
exportaciones se contrajeron en el primer bimestre del año,
con respecto a igual lapso de 1997, en casi 11%, mientras que las
compras externas aumentaron en alrededor de 10%.
La preocupación se acentúa cuando se toma en cuenta
que el déficit en la cuenta corriente del balance de pagos
podría alcanzar, según los cálculos del FMI, a
alrededor de US$ 16.500 millones.
En el recientemente difundido World Economic Outlook del Fondo
Monetario, la Argentina aparece en el 4º lugar entre los
países en vías de desarrollo con mayor déficit
en la cuenta corriente con respecto al PBI en 1998. En el listado
general de 94 naciones seleccionadas para este estudio, ocupa la
7ª posición. Peor aún, el FMI estima que durante
1999 el país ascenderá un peldaño más en
esta escala.
Cabe advertir que, de acuerdo con los valores estimados por el
Fondo, difícilmente algo más de un tercio de ese
desequilibrio se financiaría con inversión directa
extranjera: apenas 5.500 millones.
Esto significa que se necesitarían, para cerrar el resto de
la brecha, flujos netos de capitales privados y provenientes de los
organismos internacionales por US$ 11.000 millones.
A esto hay que sumar las necesidades financieras derivadas de la
amortización de la deuda externa pública
&endash;alrededor de US$ 5.200 millones durante 1998&endash; y otros
2.000 millones originados en el endeudamiento del sector privado (una
suma que excluye los montos correspondientes a la deuda financiera y
comercial directa cuyos valores se desconocen pero que, en el caso de
la comercial, debería ser elevada por las fuertes
importaciones).
Escenario complicado
En suma, se trataría de obtener recursos de capital por
cerca de US$ 18.000 millones &endash;además de los 5.500
millones de inversión directa extranjera&endash; en el marco
de una situación externa muy compleja. Porque, aunque la
evolución de la crisis del sudeste asiático muestra
señales de que se estaría en camino de superar las
dificultades financieras, no se han disipado todavía los
impactos sobre los sectores reales de la economía y sobre el
comercio y los precios internacionales.
Más aún, la complejidad se profundiza cuando se
considera que la economía japonesa enfrenta dificultades que
podrían confluir en serias perturbaciones en los mercados
externos, una de cuyas derivaciones podría ser que los flujos
netos de capital privado tiendan a orientarse hacia plazas donde los
rendimientos son altos y los riesgos bajos.
En tal sentido, debe tenerse en cuenta que un elevado nivel de
déficit comercial, en un contexto de estancamiento o
caída de las exportaciones y de aumento de las importaciones,
sumado a un también fuerte saldo negativo en la cuenta
corriente, y a un peso creciente de los servicios de la deuda en
relación con las exportaciones, constituyen indicadores de que
la solidez externa de una economía presenta algunas fisuras.
Este cuadro de situación es considerado, casi siempre, de
manera escrupulosa por los inversores externos.
La reticencia aumenta si el país en cuestión exhibe,
a su vez, un nivel de conflictividad política interna
creciente. En este sentido, la decisión de Goldman Sachs de
reducir la calificación de los activos argentinos como objeto
de inversión y la caída que se registra en las reservas
brutas del Banco Central estarían indicando que los mercados
habrían iniciado, por sí solos, el proceso de ajuste de
la economía que el FMI reclama.
Situación que, por lo demás, confirma Carlos
Rodríguez, mano derecha del ministro de Economía,
cuando señala que en el último mes se produjo una menor
entrada de capitales y que el enfriamiento de la economía ya
se inició. El problema está en que esos procesos de
deterioro de la confianza en una economía no se dan de manera
paulatina: en general, son súbitos y rápidos.