Laboratorios: de la guerra a la revolución

    Los métodos tradicionales para el desarrollo de
    medicamentos son costosos y lentos: la mayoría no llega nunca
    al mercado, y sólo tres de cada diez nuevos productos logran
    recuperar la inversión. La llamada química
    robótica ya permite reducir el período de desarrollo de
    cuatro años a dos. Y el proceso se acelerará aún
    más cuando todo el laboratorio químico quede reducido a
    un solo chip.

    En Durham, Carolina del Norte, en el interior del laboratorio de
    Eli Lilly, docenas de gabinetes del tamaño de un horno
    eléctrico vibran sobre las mesadas. Por encima de cada uno de
    ellos, un brazo robótico vierte gotas de líquido en los
    96 orificios de una bandeja. Los compuestos químicos
    reaccionan y sus productos quedan debidamente registrados en una
    computadora próxima. Lilly termina el día con cientos
    de componentes hasta hoy desconocidos para el hombre. Cualquiera de
    ellos podría ser útil para salvar una vida.

    La medicina ha cambiado desde aquellos tiempos no tan remotos en
    los que los investigadores, de guardapolvo blanco, ceño
    fruncido y espalda encorvada, mezclaban y combinaban productos
    químicos en un matraz. “Alguien tenía que agitar el
    tubo; era como mirar la ropa mientras giraba en el secador
    eléctrico”, dice Dale Pfost, presidente de Orchid
    Biocomputers, empresa que está desarrollando herramientas
    aún más pequeñas para reemplazar los brazos
    robóticos de la planta de Lilly.

    El método es prueba y error. No puede sorprender, entonces,
    que a Lilly le haya llevado 15 años desarrollar el Prozac, su
    antidepresivo de mayor venta. “Demasiados dólares se
    están invirtiendo en hipótesis equivocadas”, dice
    Richard DiMarchi, vicepresidente de Eli Lilly para tecnologías
    de descubrimiento. “Un análisis más veloz de las
    posibles drogas ayuda a desarrollar nuevas hipótesis.”

    Cualquiera de los gigantes de la industria farmacéutica,
    con cientos de investigadores, se consideraría afortunado si
    combinara 50 moléculas al año con posibilidades de
    convertirse en una droga potencial. Hoy, los ejecutivos de esta
    industria hablan abiertamente de combinar miles &emdash;y hasta
    millones&emdash; de moléculas de prueba.

    Al igual que antes, sólo algunas lograrán
    convertirse en productos médicamente útiles, pero
    pronto serán muchos más, llegarán más
    rápido y a menor costo. Esto derivará en más y
    mejores tratamientos para enfermedades como el mal de Alzheimer, el
    cáncer, la artritis, la osteoporosis, las complicaciones de la
    diabetes, la jaqueca y la depresión.

    ¿Puede algo tan simple y mecánico como un tubo de
    ensayo robótico competir con el antiguo ingenio? Sí, si
    se lo puede miniaturizar y estampar en silicio. Basta con observar lo
    que la miniaturización hizo por la computación. Un
    transistor es un objeto bobo. Pero si se compactan varios millones de
    ellos en un solo chip se obtiene la luz de la inteligencia: un chip
    que puede derrotar al ser humano jugando al ajedrez.

     

    El comienzo de una era

    La química robótica, que consiste en aplicar la
    computación en gran escala a la investigación de las
    drogas moleculares, está en la misma etapa en la que estaba la
    computación cuando IBM lanzó su calculadora equipada
    con transistores en 1957. La medicina acaba de ingresar a una nueva
    era.

    Aunque el laboratorio de drogas de hoy podría parecer
    miniaturizado, no está muy lejos de donde estaban los
    fabricantes de electrónica hace 40 años cuando lanzaron
    los tableros de circuitos integrados. Pero, para el año
    próximo, ya no se verán los brazos robóticos
    porque las diminutas gotitas de fluido circularán a
    través de canales del tamaño de un cable estampado en
    silicio. “Será como el flujo de los electrones en el interior
    de un procesador Pentium”, dice Pfost.

    Cuando se habla de investigación médica, lo
    común es hacer hincapié en los grandes descubrimientos
    &emdash;las vacunas de Pasteur, la antisepsia de Lister, la
    penicilina de Fleming. Ese enfoque pierde de vista el objetivo
    principal de la química robótica, que no busca generar
    un único momento para gritar Eureka, sino miles sobre miles de
    avances. La prueba de todo esto estará precisamente en el
    número resultante. Ford no inventó el automóvil,
    sino que lo produjo masivamente, y ésa fue la diferencia que
    convirtió al juguete de una persona adinerada en una
    revolución social y económica.

    La producción masiva de ideas llega justo a tiempo para
    este negocio de US$ 93.000 millones anuales (la suma de las ventas
    que genera la industria farmacéutica en Estados Unidos)
    sacudido por incrementos en los costos y limitaciones impuestas por
    el sistema de salud pública.

    Los antiguos métodos para el desarrollo de las drogas son
    demasiado costosos para la nueva era: la mayoría de las drogas
    potenciales no llega nunca al mercado, y sólo tres de cada
    diez logran recuperar lo invertido en investigación y
    desarrollo.

    Estos obstáculos han desalentado el desarrollo de terapias
    novedosas. Por el contrario, la industria ha trabajado sobre lo que
    irónicamente se conoce como drogas esencialmente iguales.
    Cuando Bristol-Myers lanzó su Captopril para el tratamiento de
    la hipertensión, por lo menos otras diez empresas lo copiaron.
    Los nuevos productos son ligeramente más potentes, pero todos
    bloquean la misma enzima.

    Al reducir los costos, la química robótica
    alentará estrategias más audaces para la
    creación de nuevas drogas. Ya ha recortado el plazo
    típico de desarrollo de cuatro años a dos. Y el trabajo
    se acelerará aún más cuando todo el laboratorio
    químico quede reducido a un solo chip. No sólo
    aumentará la cantidad de drogas potenciales sino que
    también mejorará su calidad. Al multiplicar la cantidad
    de candidatos a una droga, la química robótica
    debería poner a disposición de los investigadores el
    lujo de la selección, de modo tal de someter a ensayo
    sólo aquellos con posibilidades de éxito.

     

    Una de cada cuatro

    “Hoy nos sentimos complacidos si uno de cada cuatro productos que
    lanzamos al mercado es exitoso”, dice Martin Haslanger, presidente de
    Sphinx Pharmaceuticals, subsidiaria de Lilly que está
    implementando la química robótica. “¿Pero
    cómo haría Compaq para sobrevivir si sólo una de
    cada cinco computadoras que lanzara al mercado tuviera éxito?”

    Ahora bien, ¿por qué no se ha escuchado hablar mucho
    más sobre la investigación automatizada de nuevas
    drogas? Aunque es un tema candente en todas las empresas
    farmacéuticas actuales, la mayoría habla poco por temor
    a que alguien conozca sus secretos. Lilly menciona una sola droga
    descubierta con este método: un medicamento contra la jaqueca
    que ha pasado a la etapa de los ensayos en seres humanos.

    Pero ésta es sólo la punta del iceberg.
    Wyeth-Ayerst, Abbot, Merck, SmithKline Beecham y Pfizer han invertido
    mucho dinero en este campo, ya sea por cuenta propia o mediante la
    compra o asociación con equipos de investigación de
    menor envergadura. La cantidad de joint ventures y alianzas entre las
    pequeñas empresas de biotecnología y los grandes
    laboratorios ha crecido de 58 en 1993 a 327 el año pasado,
    señala Mark Leschly, de la empresa de capital de riesgo
    HealthCare Ventures, con sede en Princeton, Nueva Jersey.

    La moderna investigación de las drogas comienza con un gen.
    Podría tratarse de un gen que, por un determinado defecto,
    predispone a una persona a una determinada enfermedad. En ocasiones
    es un gen normal que dirige la producción de una hormona como
    la insulina, o del mecanismo celular estimulado por esa hormona, como
    el receptor de insulina.

    Hace diez años, la única forma de analizar los genes
    era rastrear grandes y bien documentados árboles
    genealógicos, tales como los de los mormones, o de poblaciones
    relativamente endogámicas. Esas búsquedas
    genealógicas llevan años.

    Los seres humanos tienen alrededor de 100.000 genes, cada uno de
    los cuales lleva codificado en su ADN la receta de una
    proteína única. Un gen dirige la producción de
    hemoglobina; otro es responsable de la insulina. El Human Genome
    Project se ha propuesto recopilar toda la detallada
    planificación genética del hombre. Pero los datos son
    una cosa, y el conocimiento, otra. Es posible conocer el
    código de ADN de un gen, pero eso no significa que sepamos
    cuánto controla de esa proteína, o lo que hace, o
    incluso si está presente en los individuos maduros.

    Para identificar la función de los genes las empresas
    farmacéuticas están formando asociaciones con las
    nuevas compañías dedicadas a la genómica.

    Cuando un laboratorio farmacéutico se siente razonablemente
    seguro de que tiene un gen objetivo, la próxima etapa consiste
    en utilizar ese gen para fabricar masivamente la proteína
    correspondiente. Para ello, sólo hace falta insertar el gen en
    las células, cultivar las células en cubas de
    fermentación y filtrar la proteína del caldo. Con una
    provisión de proteínas es posible compararla con
    cientos o miles &emdash;y, con el tiempo, probablemente
    millones&emdash; de compuestos químicos.

    Después de analizar una droga prometedora, con la
    asistencia de la robótica, los químicos componen miles
    de variaciones sobre el tema original, y así producen una
    familia de moléculas relacionadas con el candidato original.
    Se somete a toda la familia al análisis, se elige al mejor
    candidato de segunda generación y se vuelve a repetir el
    proceso.

    Hace cuatro años SmithKline sólo tenía dos
    expertos en bioinformática. Hoy tiene 70. No parece un mal
    campo de trabajo para los jóvenes talentosos en
    computación: los ingresos anuales de seis cifras son la norma.

     

    Como la banca y el ajederez

    ¿Hará la automatización por la industria
    farmacéutica lo mismo que hizo por la contabilidad, la banca y
    el ajedrez? Sin duda. ¿Está cerca el día en el que
    la bioquímica extienda el período de vida de los seres
    humanos y mejore su salud y su productividad? Claro que sí.

    Por supuesto que la química robótica sólo
    recorta los costos de desarrollo de las drogas. Pero nada hace por la
    etapa posterior porque, después de siete años de
    denodados esfuerzos a través de ensayos clínicos en
    seres humanos todo termina, si se es afortunado, con la
    aprobación de la Administración de Drogas y Alimentos
    de Estados Unidos. Esa conquista devora un promedio de US$ 100
    millones por droga, suma que no habrá de reducirse en el
    futuro próximo.

    Sin embargo, la tecnología tiene recursos suficientes como
    para abrirse paso en medio de supuestos cuellos de botella. No existe
    una sola clave que pueda explicar la duplicación de los
    transistores de un chip que se produce cada 18 meses aproximadamente,
    tal como dicta la Ley de Moore. Se necesitan cientos de claves, en
    cada una de las etapas del proceso de fabricación de un chip,
    y la mayoría de ellas se concentran precisamente en el cuello
    de botella.

    Esta misma lógica debería aplicarse a la nueva
    ciencia de la farmacología. Si se puede acelerar y economizar
    el desarrollo de las drogas en cada etapa de su proceso con
    excepción de la última &emdash;los ensayos en
    humanos&emdash;, habrá un enorme incentivo por remover
    también ese obstáculo.

    Edison probó 1.600 materiales para elaborar el filamento
    de su lámpara eléctrica. Y eso lo llevó a decir
    que el talento está compuesto por 1% de inspiración y
    99% de transpiración. Un equipo de asistentes robóticos
    le habría ahorrado a Edison mucha transpiración y
    habría acelerado el advenimiento de la era de la electricidad.

    Zina Moukheiber

    © Forbes/MERCADO