La guerra por las ideas, los archivos y las agendas

    El reciente enfrentamiento entre las editoriales Clarín y
    Atlántida en torno de los derechos de propiedad sobre un
    proyecto para una revista infantil reactualiza la espinosa
    cuestión de lo que se llevan (en su portafolio o en su cabeza)
    los ejecutivos que renuncian a una empresa. El siguiente informe de
    la revista Forbes examina los aspectos éticos y legales del
    tema y ofrece recomendaciones prácticas a
    compañías y empleados.

    William Redmond, gerente de ventas de la compañía
    Pepsi en California, decidió, en 1994, aceptar la oferta de un
    puesto similar en la división internacional de Gatorade,
    perteneciente a Quaker Oats. En lugar de desearle buena suerte, Pepsi
    lo demandó, invocando el acuerdo de confidencialidad que
    había firmado. La empresa argumentó que Redmond
    tenía información sobre su plan de marketing de
    gaseosas, y que era preciso evitar que estos datos cayeran en manos
    de la competencia. La sentencia judicial no sólo lo
    obligó a Redmond a permanecer inactivo durante seis meses,
    sino que además le prohibió revelar detalle alguno del
    plan de Pepsi a sus nuevos empleadores.

    A medida que el conocimiento y la propiedad intelectual se vuelven
    más importantes que el capital físico, las empresas
    están cada vez más inclinadas a hacer lo que sea para
    proteger su capital intelectual. Pero esta tendencia plantea una
    contradicción con la reconocida tradición
    norteamericana de movilidad en el empleo.

    En muchos casos, los tribunales toman partido por los empleadores.
    “Los jueces se inclinan a dejar al empleado fuera del juego por un
    tiempo hasta que la información que tiene pierda vigencia”,
    dice Theodore Rogers Jr., uno de los socios del prestigioso estudio
    de abogados Sullivan & Cromwell. “Creen que los empleados que
    poseen información estratégica y competitiva de un
    anterior empleador, a la larga la utilizarán en cualquier
    nuevo puesto, ya sea de buena fe o no. Esto se denomina doctrina de
    la divulgación inevitable”, explica Rogers.

    La ley es clara: casi todo lo que un empleado cree, desarrolle o
    construya durante el tiempo en que forme parte del plantel de una
    empresa puede considerarse como producto de un trabajo contratado. “A
    menos que se pueda probar que la idea fue desarrollada por el
    empleado personalmente, y no como parte de su labor en la empresa, le
    pertenece a la compañía”, dice Jerome Kauff, socio del
    estudio de abogados Kauff, McClain & McGuire.

    Cuando se cambia de empleo, hay que tener mucho cuidado al tratar
    con los antiguos clientes. Lloyd Perry y Carl Bowersmith, ex
    ejecutivos de Morlife, dejaron su trabajo para fundar su propia
    empresa competidora en el rubro de reparación de techos. En
    agosto del año pasado un tribunal de California les
    prohibió utilizar un fichero de tarjetas de sus antiguos
    clientes. En el fallo judicial se argumentó que estas tarjetas
    representaban entre 75% y 80% de la base de clientes de Morlife y,
    por lo tanto, representaban un secreto comercial.

    El fichero de tarjetas, por lo tanto, puede pertenecerle tanto al
    empleador como al empleado. Lo mismo pasa con lo que hay dentro de la
    computadora y también dentro de las cabezas de los empleados.

    “Hace sólo seis años, en muchos casos bastaba con un
    apretón de manos para aceptar un nuevo empleo”, dice Michael
    Sirkin, socio de Proskauer Rose LLP, un estudio jurídico de
    Nueva York. “Ahora se requiere una especie de contrato prenupcial que
    prevea todos los problemas que puedan surgir.” Según Sirkin,
    estos acuerdos no están destinados sólo a cubrir al
    empleado contra despidos injustificados, sino también a
    protegerlo si renuncia con razones fundadas.

    ¿Los empleadores ganan siempre? No. El año pasado un
    fabricante de productos para techos, Bridgestone/Firestone,
    intentó sin éxito evitar que J. R. Lockhart, su antiguo
    vicepresidente de ventas, trabajara durante los siguientes 18 meses
    para un competidor. Un tribunal federal falló en su contra.
    ¿Qué lo salvó a Lockhart? Una oscura ley
    sancionada 1889, que prohíbe las listas negras, es decir, que
    una empresa intente evitar que un ex empleado obtenga trabajo.
    Lockhart logró mantener su nuevo puesto de vicepresidente en
    Building Materials Corp. of America, y recibió US$ 50.000 como
    indemnización compensatoria para cubrir los honorarios de sus
    abogados.

    Robert Lenzner y Carrie Shook

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