El capitalismo llegó al campo

    La eliminación de las retenciones a las exportaciones y la limitación
    de los subsidios en Europa obraron como disparadores. Las eternas ventajas
    competitivas de la pampa húmeda y un contexto favorable de precios
    internacionales aportaron lo suyo. La tierra argentina vale 30% menos que
    la australiana y 50% menos que la norteamericana, y la rentabilidad promedio
    es varias veces más alta. George Soros (600.000 hectáreas,
    170.000 bovinos, 200.000 toneladas anuales de granos y 15 millones de kilos
    de carne) y Luciano Benetton (900.000 hectáreas, 120.000 ovinos),
    hoy los mayores terratenientes del país, lideran un proceso de incorporación
    de capitales extranjeros – y también locales –
    que parece incesante. La producción creció más de
    50% en siete años. De la mano de la tecnología, la profesionalización
    y la concentración, el agro volvió a florecer.

     

    Acostumbrado a producir granos y carnes de manera tradicional, no puede
    decirse que Jorge Srodek, con 4.000 hectáreas en Tres Arroyos, sea
    un recién llegado. Pero hoy se siente en un nuevo escenario. Lo
    que la apertura de la economía – con el auge las importaciones,
    la llegada de grandes actores internacionales y la furia competitiva –
    provocó en la industria, ya alcanzó con fuerza al agro. La
    globalización tiñe ahora con sus reglas al más conservador
    de los sectores económicos. Los principales terratenientes tienen
    apellidos que no son patricios y sistemas de trabajo calcados de las organizaciones
    industriales.

    La canasta de Srodek incluye trigo, soja, girasol, carne y hasta lana,
    que produce en campos alquilados en la Patagonia. Los cambios le trajeron
    también un management profesional y variados y complejos métodos
    para que sus granos, novillos y ovinos rindan más del doble y le
    quede un 15% promedio de pura ganancia.

    Con una participación de 40% a 60% de las exportaciones totales,
    según se incluyan o no los alimentos, el campo argentino siempre
    estuvo conectado al mundo. Pero la globalización se vivía
    del puerto hacia fuera, y ahora se la vive tranqueras adentro. Como ya
    sucedió con la industria, si se levanta el telón se ven en
    el agro actores distintos que responden a otras directivas. “A una lógica
    capitalista”, según la contundente síntesis del secretario
    de Agricultura, Pesca y Alimentación, Felipe Solá.

    En la nueva escenografía hay productores desgarrados por no tener
    escala ni dinero para invertir y producir en este contexto. Como en la
    industria, también en este caso se cierran explotaciones. Según
    el último censo, 49% de las 378.000 empresas agropecuarias tiene
    menos de 50 hectáreas y apenas aporta en conjunto 10% del valor
    de la producción. El resto está distribuido entre medianos
    y grandes propietarios.

    Pero, aun en ese núcleo, los que vivían confortablemente
    de un solo establecimiento, como lo hacían sus padres, saben que
    para conservar alguna tajada de aquella prosperidad deben arriesgar dinero
    en un paquete tecnológico que reúna elementos de diversa
    procedencia y abarque desde la semilla hasta el riego.

    “Antes el campo era como un seguro de vida, consistente en tener tierra
    para producir, o era tomado como un hobby”, dice Srodek. Pero él
    siente, sin embargo, que vive una oportunidad única. “Del avance
    tecnológico no se baja nadie”, añade entusiasmado. Sus campos
    son hoy una versión muy diferente de lo que eran hace cuatro años:
    “Tuve que asumir – explica – que ser el dueño
    de la tierra no significa saber más de la explotación. Cada
    explotación es una fábrica de comida, en la que la tecnología
    redujo el riesgo sólo al factor climático”.

    En la misma línea, Pablo Holmberg, de Madero, Lanusse, Beláustegui
    y Cía., machaca: “El sector necesita profesionalizarse cada vez
    más. La empresa agrícola moderna requiere mayores esfuerzos
    en la comercialización y un management sofisticado”. Holmberg armó
    una consultora para atender ese nicho. “Nuesta tarea es ayudar a la empresas
    a aumentar su productividad, que es vital para la supervivencia, porque
    el hombre del campo ya no compite con sus vecinos sino con los productores
    de todo el mundo”, señala.

     

    Las nuevas estrellas

    Las indiscutibles estrellas de esta etapa no son ni Ted Turner y su
    tanto o más célebre esposa, o Jane Fonda, Sylvester Stallone,
    Christopher Lambert o el ex dueño del Hard Rock Café, Charles
    Lewis, que compraron estancias en los pintorescos valles de la Patagonia.
    Los top players son, en realidad, actores desconocidos para Hollywood y
    para muchos argentinos: se trata de Cresud, una de las firmas que administra
    los capitales del financista húngaro-estadounidense George Soros,
    y el magnate italiano Luciano Benetton. En ambos casos la inversión
    tiene dos facetas complementarias: la inmobiliaria y la productiva.

    Soros y Benetton ocupan hoy los lugares que durante más de un
    siglo pertenecieron a los Martínez de Hoz, los Pereyra Iraola, los
    descendientes de Julio Argentino Roca, los Menéndez Hume, los Paz
    y los Ochoa. Todos ellos se vieron perjudicados por las repetidas sucesiones
    que fueron dividiendo sus extensísimas estancias hasta convertirlas
    en improductivas.

    Según Enrique Gobbée, quien fue secretario de Agricultura
    y Ganadería durante el último gobierno militar, el precio
    de la tierra en la Argentina fue el imán para las inversiones extranjeras:
    el valor de la hectárea, que va de US$ 1.500 a US$ 3.000 según
    qué se produzca, es 30% más barato que el de Australia y
    la mitad del de Estados Unidos.

    La presencia del capital internacional no es un fenómeno nuevo.
    Desde principios de siglo hay familias belgas, como las de las estancias
    Pilagá, o alemanas, como los Thyssen. Pero ese tipo de presencia
    ha tomado mayores bríos. “A los empresarios extranjeros los seduce
    la posibilidad de comprar una hectárea en US$ 2.000 y sacar cinco
    toneladas de trigo que equivalen a US$ 600, con lo que en tres años
    se paga el campo”, explica Gobbée.

     

    Los números de las estrellas

    Soros y Benetton se convirtieron, cada uno en su rubro, en los principales
    productores de lo que hacen. Y en cantidad de hectáreas compiten
    por ser los principales terratenientes. Pero su presencia trasciende la
    estadística: hay un verdadero efecto contagio. Las estancias de
    Benetton, que suman 900.000 hectáreas en el sur, son visitadas por
    los técnicos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria
    (Inta), que propagan sus métodos entre los criadores de ovinos.

    Lo mismo ocurre con las de Cresud. “Somos agentes de cambio”, asegura
    el principal ejecutivo local de las compañías de Soros, Alejandro
    Elsztain, y agrega: “Hasta ahora no había un approach capitalista
    en el campo; hoy la actividad es de capital y de conocimiento intensivo,
    un hecho que paradójicamente relega la tierra a un segundo plano”.

    Cresud se anticipó a la compra de campos en 1994, cuando esta
    revolución productiva no había elevado aún el precio
    de la hectárea. Cuenta con 25 establecimientos concentrados en el
    corazón de la pampa húmeda. Con US$ 30 millones más
    para seguir invirtiendo, se propone crecer en las zonas marginales, en
    el sur de Brasil y en Bolivia. Su niña mimada es el feed lot de
    7.000 hectáreas que desarrolla en la provincia de San Luis con la
    estadounidense Cactus. Esa especie de engorde a corral introduce en la
    Argentina el hotel de vacas, al que los invernadores pueden enviar su hacienda
    para engordarla a gran velocidad.

    De las 400.000 hectáreas propias más las 200.000 que alquila,
    Cresud cosecha 200.000 toneladas de granos y 15 millones de kilos de carne.
    Concentra, con 170.000 cabezas, la mayor cantidad de hacienda bovina. Con
    semejantes cantidades vende directamente a los principales exportadores
    de granos y carne. Y es uno de los mayores proveedores individuales de
    leche de La Serenísima y Nestlé. Emplea a 400 técnicos
    y obtiene 10% de rentabilidad.

    En Benetton contrataron a recién egresados de la Universidad
    de Buenos Aires para un programa único en su tipo: con imágenes
    satelitales siguieron los hábitos de consumo de los animales y según
    lo que las ovejas eligieron armaron un esquema de rotación de pastos.
    Poseen 120.000 ovinos y Leleque, una cabaña de mejoramiento genético
    de la raza Merino con fama de figurar en el firmamento mundial. La lana
    Merino, como se sabe, es la más fina de todas. La Argentina aporta
    a Benetton 10% (un millón de kilos por año) de lo que necesita
    en lana Merino para su producción mundial de ropa.

    Por la calidad de esa lana que se destina a Italia y los estándares
    de calificación que utiliza Benetton, desembarcaron en la Patagonia
    otros grandes compradores mundiales de lana, que formalizaron contratos
    con productores de la zona. Es el caso del grupo Marzotto, que adquiere
    por el globo unos 30 millones de kilos por año, y cuya presencia
    también motoriza los cambios en el sur de la Argentina. Este año
    llegó Schneider, con idénticas intenciones.

    Benetton, que en la Argentina vive más de sus campos que de la
    venta de ropa, está impulsando nuevas producciones en la Patagonia.
    La forestación, en la que suma 2.650 hectáreas en la cordillera
    y con la que planea avanzar en Misiones, está siendo imitada por
    otros grupos.

    Y acaba de convertir en último grito de la moda a la multiplicación
    de bulbos de tulipanes que trae desde Holanda para después enviarlos
    nuevamente, como en un clásico cultivo de contraestación.
    Ya importó 400.000 bulbos y hay 20 productores de la zona en el
    mismo camino.

    Carlos Vivoli, el administrador de la Compañía de Tierras
    del Sud, que agrupa los campos de Benetton, confía en que los procedimientos
    que desarrollaron para el cultivo de papa y la ganadería en los
    campos que compraron en la rica Balcarce se expandirán por la zona.

     

    Ola de inversiones

    “El sector – afirma Héctor Huergo, ex presidente del
    Inta – atraviesa un momento excepcional, con una ola incesante
    de inversiones y la llegada de nuevos jugadores de la Argentina y el extranjero.
    El nuevo esquema se tradujo en un cambio del perfil del productor rural,
    que se aleja cada vez más de la figura del terrateniente para comenzar
    a acercarse a la del ejecutivo de empresa. Eso impulsó un aumento
    espectacular de la productividad.”

    Su opinión se sustenta en datos concretos: este año se
    alcanzarán 61 millones de toneladas de granos. Es la cosecha del
    siglo, pese a que en esta campaña se espera que el área sembrada
    se reduzca 4% como resultado de menores precios internacionales y los efectos
    de la Corriente del Niño.

    Así las cosas, en los últimos siete años la producción
    agrícola pasó de 40 millones a 61 millones de toneladas y
    el consumo de fertilizantes creció de 200.000 toneladas a 1,6 millón,
    lo que representa una inversión de US$ 600 millones. En el mismo
    período, el gasto en agroquímicos pegó un salto desde
    US$ 150 millones a US$ 850 millones, y el de semillas, de US$ 250 millones
    a US$ 700 millones.

    En materia de utilización de equipos el crecimiento también
    fue vertiginoso: entre 1991 y 1996 el número de tractores utilizados
    creció de 3.400 a 7.660, y el de cosechadoras, de 762 a 1.276. Durante
    1997 las inversiones en el campo alcanzaron a US$ 9.196 millones, encabezando
    el ranking entre los distintos sectores productivos.

    “Con la estabilidad, y por primera vez en la historia, el productor
    está en condiciones de planificar a largo plazo”, señala
    Eduardo Ambrosetti, el economista jefe del Instituto de Estudios Económicos
    de la Sociedad Rural Argentina.

    Gobbée no duda en calificar como histórico este momento:
    “En los 27 años que llevo en el sector nunca vi una situación
    tan floreciente tanto en la pradera pampeana como en las producciones regionales”.
    ¿A qué lo atribuye? A una coyuntura de precios internacionales
    favorables para determinados productos, como el algodón, la soja,
    la carne y la leche, y al cambio en el marco local de referencia, con fuertes
    inversiones en activos, que revalorizaron todo el patrimonio agropecuario.

     

    Las ventajas de la pampa

    Esas inversiones obedecen al mito que aún se mantiene en pie
    en la Argentina: las ventajas competitivas de esa enorme planicie de 70
    millones de hectáreas que aquí y afuera se conoce como pampa
    húmeda. Las tasas de rentabilidad son en la Argentina varias veces
    superiores a las de Estados Unidos. Allá los márgenes rara
    vez son superiores a 5%. Un factor que contribuye a la ecuación
    es el bajo costo de la mano de obra. En el corazón productivo, que
    es donde más se paga, el salario de los peones alcanza, con suerte,
    a US$ 800 dólares mensuales, en comparación con los US$ 2.500
    de Alemania.

    Según Huergo, “cuando desaparecieron las retenciones sobre las
    exportaciones agropecuarias, que inauguró (el ex presidente Juan
    Domingo) Perón como una manera de redistribuir ingresos, el campo
    se activó solo”.

    Pero en la Federación Agraria pintan otra realidad: “Con las
    nuevas reglas de juego – dice un directivo – , los productores
    se vieron obligados a profesionalizarse. Durante décadas el objetivo
    de cualquier productor rural era trabajar con los menores costos posibles
    y prácticamente de un día para el otro tuvieron que empezar
    a incorporar tecnología y a invertir en insecticidas y mejores semillas.
    Muchos no pudieron adaptarse a los cambios y el proceso de reconversión
    produjo una escalada en el nivel de endeudamiento que dejó a varios
    en el camino”.

    Para Huergo, el campo todavía está en pleno proceso de
    cambio. “Algunos producen como los farmers de Iowa y otros, como los chacareros
    de la Federación Agraria; lo que importa es que los productores
    incorporen la nueva tecnología, fungicidas, fertilizantes y semillas
    de mayor rendimiento”, señala.

     

    ¿Adónde van los precios?

    Como sea, la presencia de grandes inversores internacionales en el agro,
    lejos de detenerse, continúa. Firmas europeas, estadounidenses y
    japonesas no dejan de rondar las inmobiliarias especializadas en ventas
    de campo.

    Ramón Zorraquín, director del grupo Garovaglio y Zorraquín,
    que acaba de incursionar en la industria de la carne a través de
    la compra del frigorífico Cepa, sospecha que los precios de los
    campos van a subir en algún momento. “Vamos a tener un período
    de estabilidad en el corto y el mediano plazos, pero todavía seguimos
    atrasados 40% respecto de los países con los que podemos compararnos”,
    dice.

    En cambio, Horacio Madero, de Madero, Lanusse, Beláustegui y
    Cía., una de las operadoras inmobiliarias más fuertes en
    compra y venta de campos, cree que “no hay razones” para que los precios
    aumenten y opina que “a partir del ´96 se vivió un gran triunfalismo
    que llevó a algunos inversores a pagar de más en muchos casos”,
    pero “lo que hoy se valora es lo que está puesto en el campo, desde
    los equipos de riego al estado de la tierra”.

    Para Madero, el punto de inflexión que posibilitó la llegada
    de capitales extranjeros fue la decisión de la Unión Europea
    de comprometerse a limitar su política de subsidios, como se acordó
    en la ronda del GATT. “Hasta ese momento, los subsidios estaban en una
    escalada”, recuerda, y afirma que “la primera consecuencia” del cambio
    de actitud de los europeos fue la apertura del mercado argentino. Agrega
    que entonces “Soros empezó a mirar a la Argentina, porque, al haber
    un mercado abierto, apostó a una revalorización de la tierra”.

    La ola de inversiones – de origen tanto local como internacional –
    que vive el campo también impulsa “un proceso de concentración
    en la tenencia de la tierra”, según Ambrosetti. El economista explica
    que se trata de “una tendencia que ya se afianzó en la mayoría
    de los países desarrollados y parece inevitable, en la medida en
    que se presenta como la única forma que tienen los productores argentinos
    de trabajar en escala y reducir sus costos para poder competir en los mercados
    internacionales”.

    Ambrosetti advierte que del proceso de concentración “sólo
    estamos viendo la punta del iceberg en un sector que se encuentra muy atomizado”,
    dado que “la concentración es un proceso largo e inexorable”. Y
    cita el ejemplo de Dinamarca, donde “en 1976 había 125.000 productores
    y 20 años después sólo quedaban 64.400”.

    “La concentración va a seguir por un problema de escala”, dice
    Zorraquín, y calcula: “Si se trabaja con pequeños campos
    se sale hecho o se corre el riesgo de perder plata. Una familia, para vivir
    bien, necesita por lo menos 700 hectáreas, y una empresa, 5.000”.

     

    Los nuevos actores

    Entre los nuevos actores que pusieron un pie en el negocio se encuentran
    empresarios que vienen de la industria y vendieron sus compañías
    a firmas internacionales, como Carlos Reyes Terrabusi y Gilberto Montagna
    Terrabusi – ex propietarios de la alimentaria que lleva como
    nombre el segundo apellido de ambos – , o Jorge Blanco Villegas,
    ex dueño de Philco y anterior presidente de la Unión Industrial
    Argentina (UIA).

    También están el empresario de medios Eduardo Eurnekián,
    quien destinó a la compra de campos productores de jojoba, algodón
    y arroz gran parte de lo que recaudó al vender Cablevisión
    a la norteamericana TCI; el banquero Raúl Moneta, número
    uno del grupo República, quien sumó a su cabaña de
    Luján un aserradero en Misiones, y el abogado y ex banquero Luis
    Roque Otero Monsegur, quien tras la venta del Banco Francés al español
    Bilbao Vizcaya adquirió campos en Daireaux, provincia de Buenos
    Aires.

    Por otra parte, hay bancos y boutiques financieras que armaron los llamados
    fondos de inversión agrícolas: arriendan grandes extensiones
    de tierra que manejan centralizadamente, realizando compras de volumen
    a los proveedores de insumos y contratos de venta de sus productos en forma
    directa a frigoríficos y exportadores. El sistema les permite ahorrar
    costos. En la última campaña esos fondos obtuvieron una rentabilidad
    promedio de 14%.

    “Pese a que vive en Washington y no conoce la pampa húmeda (el
    presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos), Alan Greenspan es
    uno de los grandes aliados del campo argentino: su política de bajas
    tasas de interés alienta a buscar alternativas de inversión
    que rindan más”, sostiene un analista de J.P. Morgan.

    De los fondos agrícolas, el más importante es el Faid
    (Fondo Agrícola de Inversión Directa), regenteado por el
    estudio Cazenave & Asociados, que maneja una cartera de 50.000 hectáreas.
    Lo sigue otro del grupo Fortabat. Y en escala descendente por número
    de hectáreas se cuentan los de los bancos Santander y Quilmes, que
    construyeron los fondos a pedido de sus clientes y crearon sus propios
    departamentos, con ingenieros agrónomos que alquilan campos y venden
    cuotas partes de sus siembras.

    “La modalidad de alquilar campos de terceros estaba muy poco institucionalizada
    en la Argentina; antes lo hacían ingenieros agrónomos que
    trabajaban de modo muy informal”, explica un consultor de Cazenave &
    Asociados. “Sólo en los últimos cinco años la actividad
    se profesionalizó y hay una gran competencia por conseguir campos”,
    agrega.

     

    Cómo se trabaja hoy

    En el arrendamiento de campos se trabaja con sumas fijas por hectárea
    (que rondan 10% del valor del terreno) o con el sistema de aparcería
    (con un porcentaje para el dueño), aunque esta última modalidad
    es muy difícil de lograr, porque los hacendados generalmente prefieren
    trabajar con una cifra preestablecida para despreocuparse del negocio.

    “Alquilar es mejor negocio que comprar, porque a la larga resulta más
    barato”, afirma Zorraquín, y explica: “Lo que se paga en concepto
    de alquiler es menos que los gastos fijos que ocasiona ser dueño
    de un campo, y además otorga la flexibilidad para salir, entrar,
    crecer o achicarse cuando se quiere”.

    El empresario descarta que la ola de inversiones que vive el sector
    responda a una moda. “A diferencia de otras corrientes que hubo en las
    últimas décadas, ésta es más seria”, porque
    el campo “es hoy una de las pocas inversiones disponibles para los que
    tienen liquidez: para los que quieren producir es una actividad rentable
    y también es atractiva para los que quieren hacer un negocio inmobiliario”.

    Además, se sincera Zorraquín, poseer tierra en la Argentina
    tiene un encanto extra: “Da prestigio y otorga seguridad”. Por otra parte,
    agrega, “hoy los portfolios destinan un porcentaje a la inversión
    agrícola o ganadera”.

    Para Huergo, en la base del boom que vive el campo está la producción
    de aceites: “Las mejores perspectivas están en oleaginosas y pellets
    de soja”, dice. En cambio, a su juicio, los granos forrajeros “integran
    un capítulo aparte: son la Ferrari del campo argentino, ya que la
    demanda energética mundial crece exponencialmente con el PBI”. Según
    el ex titular del Inta, en los pueblos en desarrollo aumenta el consumo
    de proteínas vegetales, principalmente carne, y baja el de calorías,
    porque se come menos arroz y pan.

     

    Representatividad en crisis

    Esta nueva fotografía del agro excede el marco de las explotaciones.
    Y ha trascendido hacia las entidades que agrupan a los productores agropecuarios,
    que hoy están en plena modificación de sus roles.

    En el campo existió, desde siempre, la doble y hasta la triple
    afiliación a las organizaciones gremiales. En el esquema tradicional,
    el productor era socio de la Confederación Intercooperativa Agropecuaria
    (Coninagro) porque que le vendían los granos a la Asociación
    de Cooperativas Argentinas (ACA) o la leche de su tambo a Sancor.

    Si se trataba del propietario de una extensión mediana, también
    estaba afiliado a Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), que es una
    especie de liga de las sociedades rurales del interior del país.
    En muchos casos, y por una cuestión de status, también se
    adherían a la Sociedad Rural Argentina. Las Pymes del campo, en
    tanto, se nucleaban en la Federación Agraria Argentina (FAA).

    De las cuatro entidades, las dos que representan a las puntas opuestas
    se encuentran en las posiciones más débiles. La Sociedad
    Rural se puede sostener hoy gracias a sus negocios en el predio de Palermo,
    que en 1993 le compraron, y por buen precio, al Estado. Los registros de
    pedigrée o las cuotas de sus asociados están en baja. Para
    la explotación de Palermo, la Rural se asoció a la norteamericana
    Ogden, la misma que resultó ganadora con Eduardo Eurnekián
    en la licitación de aeropuertos: construyen un hotel cinco estrellas
    y el que será el centro de convenciones más grande del cono
    sur.

    La Federación Agraria perdió fuerza simultáneamente
    con la merma del poder gremial. Su actividad estuvo tradicionalmente unida
    al reclamo. Actualmente, sus movilizaciones contra el aumento de las tarifas
    de peaje, un hecho que afecta los bolsillos de los productores porque incrementa
    sus costos de flete, apenas logra juntar a un centenar de manifestantes.

     

    El poder de los Crea

    “Hoy hay una nueva mentalidad, más pragmática, menos careta
    y con abundante mística”, dice Srodek. Para este productor mediano,
    el protagonismo que durante décadas tuvieron las organizaciones
    gremiales pasó ahora a manos de los grupos Crea (sigla correspondiente
    a Consorcio Regional de Experimentación Agrícola).

    Estas entidades, que nacieron en los ´60, fueron un semillero de difusión
    de nuevas tecnologías entre los productores de medianos para arriba.
    Hoy ampliaron la base social y las zonas que abarcan. Y pese a que uno
    de sus inspiradores y mayor soporte es Gregorio Perez Companc, alientan
    formas cooperativas de organización con ventas y compras conjuntas,
    impulsando verdaderos consorcios productivos.

    Un ejemplo es el Crea de la Cuenca del Salado, las ocho millones de
    hectáreas menos productivas de la pampa húmeda: organizó
    a los productores de modo tal que están logrando para sus carnes
    y granos rentabilidades que parecían inalcanzables hace un par de
    años.

    Pero el avance de los Crea deja huérfanas a entidades tradicionales
    como la Sociedad Rural. “Los productores son más racionales a la
    hora de decidir sus gastos y ya no quieren pagar una cuota por una entidad
    que les da pocos servicios”, explica un directivo gremial.

    La Rural maneja los registros de pedigrée, indispensables para
    las cabañas que se dedican a la producción de reproductores.
    Pero con la libre importación de pastillas de semen, las cabañas
    argentinas están siendo reemplazadas por las de Estados Unidos o
    Australia. “Es una actividad que no deja rédito”, dicen en Cresud.

    La Rural, sin embargo, contraatacó impulsando su Centro de Investigaciones
    Económicas, que aconseja qué producir en función de
    proyecciones sobre la evolución de los mercados internacionales.
    También reforzó su departamento de asuntos legales, que asesora
    en materia de contratos laborales, de arrendamientos y de sucesiones.

    La Federación Agraria también está reaccionando.
    El retiro de la presidencia de Humberto Volando, quien luego de 20 años
    de férrea conducción se pasó al Frespaso, que lo ungió
    diputado nacional, posibilitó la asunción de René
    Bonetto. “Es un moderno”, admiten en la misma FAA. Bonetto tiene como obsesión
    desarrollar grupos Crea pero para Pymes.

    La que tiene su vida asegurada, al menos por ahora, es Coninagro: concentra
    los afiliados de las cooperativas comercializadoras. A la ACA, la globalización
    ni siquiera la rozó. Continúa como la principal exportadora
    de granos y pelea los primeros puestos en el caso de aceites; no tuvo conflicto
    de identidad en el momento de las privatizaciones, y cuenta con puertos
    y silos propios. Lo mismo sucede con Sancor, que es la número uno
    en producción de lácteos.

    CRA, que tampoco quiere salir de pista, acaba de contratar al estudio
    de Manuel Mora y Araujo para que le diseñe un plan estratégico
    acerca de cómo transformarse en un vehículo de asesoramiento
    a los productores. La posición de la consultora es convertir a CRA
    en un agente intermediario de gestión de préstamos de organismos
    internacionales como el BID y el Banco Mundial.

     

    Las economías regionales

    La tecnología está impulsando una especie de conquista
    del oeste. Las economías regionales, consideradas inviables hace
    siete años, tienen nuevos protagonistas en empresas que, gracias
    a diferimientos impostivos, han instalado tambos, olivares y vides en la
    región cordillerana. En la Mesopotamia, los brasileños mandan
    en el cultivo de arroz y están comprando campos de algodón.

    Pero la inversión más trascendente en tierra y dinero
    es la que acaba de concretar la petrolera Shell, con el fin de cultivar
    en el noreste argetino y parte de Uruguay y Brasil unos dos millones de
    hectáreas con pinos y eucaliptos. En planes similares, pero menos
    pretenciosos, están avanzado los chilenos de Masisa y el grupo Angellini.

    Apuntando a ese nicho, Madero, Lanusse, Beláustegui y Cía.
    crearon en 1993 una nueva empresa, MLB Servicios. Su objetivo es la promoción
    y administración de negocios relacionados con el campo. Originalmente,
    la firma surgió para llevar adelante emprendimientos dentro del
    marco de la Ley de Reparación Histórica que permite, en algunas
    provincias del noroeste argentino, financiar emprendimientos agrícolas
    difiriendo el pago de impuestos nacionales.

    Sin embargo, ahora amplió su cartera y maneja proyectos en todo
    el país. “Lo que buscamos son procesos productivos con alto valor
    agregado, con destino a la exportación”, explica Holmberg. MLB Servicios
    ya maneja una cartera de entre 35.000 y 40.000 hectáreas que incluyen
    todo tipo de emprendimientos, como frutas, hortalizas y carne vacuna.

    Pero la vida en las regiones está lejos de ser rosa. “Las fallas
    se notan en la infraestructura: hay que mejorar las rutas y el transporte
    ferroviario”, advierte Huergo, para quien “tranqueras afuera todavía
    hay asignaturas pendientes”.

    Como le ocurre a buena parte de la industria, uno de los peligros que
    se ciernen sobre el campo viene desde Brasil. “El destino principal de
    las exportaciones de materias primas, como jugos, frutas, hortalizas o
    trigo, es Brasil; por lo tanto, cualquier crisis en ese país puede
    afectar a los productores locales”, teme un directivo de la Rural.

    En la Secretaría de Agricultura creen que no existe tal brasildependencia:
    “En menos de tres años duplicamos de 30 a 60 la cantidad de países
    importadores de trigo; en 1995 Brasil representaba 66% de las ventas de
    trigo argentino, y en 1997 ese porcentaje se redujo a 32%”, asegura un
    vocero.

    Para los funcionarios, la crisis asiática y la Corriente del
    Niño son dos caras de una misma moneda. Y como en el campo es fácil
    que se dé vuelta la taba, temen inundaciones que impidan la buena
    recolección de la cosecha gruesa, que se inicia este mes, y la desaparición
    de los compradores asiáticos. “Pero ninguna mala noticia puede torcer
    el rumbo de esta revolución verde”, dice con determinismo Solá.

     

    Epoca de vacas gordas

    La mejor noticia del ´97 pasó casi inadvertida. Después
    de un siglo, la Argentina fue declarada libre de aftosa y pudo dar vuelta
    varios capítulos negros de la historia de su ganadería. Que
    Estados Unidos haya reconocido que la Argentina había eliminado
    la aftosa es el mejor icono de la nueva situación que vive el campo.

    Cresud ya se anticipó al boom ganadero que todos vaticinan: se
    unió a la estadounidense Cactus, que engorda 750.000 novillos por
    año. Paul Engler, el presidente de Cactus, recorrió las 7.500
    hectáreas que Cresud compró en Villa Mercedes, San Luis,
    para el engorde intensivo de novillos, a un ritmo promedio de 1,5 kilo
    por día, el doble de lo que se logra en el campo. Para el primer
    año piensa producir unas 100.000 cabezas.

    Para Ernesto Ambrosetti, economista de la Sociedad Rural Argentina,
    el sector que presenta hoy el mejor panorama es el ganadero. Según
    estudios internacionales, en los próximos 10 años va a aumentar
    29% el consumo mundial de carne vacuna, avícola y porcina. Será
    resultado del crecimiento de la población y la mejora de los ingresos
    en el sudeste asiático.

    “En productos cárnicos – afirma Ambrosetti –
    tenemos ventajas. La Argentina tiene una producción extensiva a
    campo, lo que permite obtener mejor carne, sin colesterol. Además
    no tenemos el síndrome de la vaca loca y contamos con la ventaja
    de que nuestras tierras no están intoxicadas con fungicidas. En
    el país hay mucho terreno para productos naturales y ecológicos.”

    Pero el mercado de la carne es aun más competitivo que el de
    los granos, y la desventaja que tiene la Argentina para colocar su producción
    en los mercados mundiales es su ubicación geográfica. “Estamos
    a tres días más de navegación de los principales consumidores
    que cualquier otro gran productor”, advierte Ambrosetti.

    Paradójicamente, esta situación beneficiosa para la ganadería
    encuentra al país con pocas vacas. Con cinco años de bajos
    precios se fue liquidando el stock bovino, hoy en magras 50 millones de
    cabezas. Si la exportación comienza a pesar, los argentinos volverán
    a las viejas épocas en las que faltaba carne en el mercado interno,
    o la poca que había se ofrecía a un precio altísimo.

     

    El factor tecnológico

    En los ´70 el cultivo de la soja, que significó por primera vez
    la incorporación de la semilla junto al herbicida y a un manejo
    especial de la tierra, representó una revolución comparable
    a la que en los ´90 produjo la llegada de la computadora al campo. La soja
    permitió la doble cosecha – después del trigo podía
    implantarse la oleaginosa – y produjo el salto del volumen de
    la cosecha, que se situó en los 40 millones de toneladas.

    Este nuevo salto a los 61 millones de toneladas también se basa
    en otro paquete tecnológico, en cuya base se encuentra una transformación
    de las semillas, que ahora se consiguen como un traje a medida de acuerdo
    con el tipo de suelo y el clima que hay donde se van a implantar.

    “Estamos comprobando la potencialidad de la biotecnología aplicada
    al agro, que va a permitir globalmente más que duplicar la producción
    de alimentos, por lo que no habrá que preocuparse por el crecimiento
    de la población mundial”, se esperanza el experto Fernando Monckeberg.

    El último grito de la moda son las plantas transgénicas.
    Por diversas metodologías se han introducido genes extraños
    en el interior de las células vegetales que las vuelven resistentes
    al calor, la sequía, la humedad, los insectos y las malezas, según
    lo que se requiera.

    Durante los últimos 10 años se lograron modificar 60 especies
    diferentes de plantas. A la vez, con estas plantas transgénicas
    ya se han realizado 3.000 ensayos en distintos predios experimentales en
    el mundo. Las ventas de este tipo de semillas ya representan 25% del volumen
    total en la Argentina. De allí que se esté hablando en el
    país de la biorrevolución.

    El otro factor tecnológico es el cambio del manejo del suelo.
    Es lo que los expertos llaman labranza cero. Significa sembrar sin arar
    previamente y sobre los rastrojos del cultivo anterior. La ventaja es doble:
    la conservación del suelo y la protección contra la humedad
    y el viento que brinda el rastrojo.

    Diego White, socio del estudio Mora y Araujo, Noguera & Asociados,
    sondeó la disposición de los productores al uso de estas
    nuevas tecnologías. Y lo ató a una ecuación de precio
    y beneficios. Concluyó: “El productor argentino es permeable a la
    aplicación de tecnología en la medida en que el ingreso marginal
    que obtiene por la aplicación de la nueva tecnología sea
    mayor que el costo marginal que significa”.

     

    Volver a las fuentes

    Las posibilidades que ofrece el agrobusiness impulsaron al grupo Garovaglio
    y Zorraquín a volver a apostar al campo. El holding tuvo su origen
    a fines del siglo pasado, como consignatario de azúcar, y en la
    década de los ´30 ingresó en el negocio agrícola,
    con la compra de 20.000 hectáreas. Después llegó a
    tener 80.000. En los ´70 inició su diversificación hacia
    la industria y los servicios, con la adquisición de Rheem (termotanques),
    Ipako (petroquímica) y el Banco Comercial del Norte.

    Veinte años más tarde tuvo que replegarse por el aumento
    de la competencia. Así, ya entrados los ´90 se deshizo de Polisur
    y Petroquímica Bahía Blanca, lo que la dotó de dinero
    para volver a la estancia. En ese momento contaba con sólo 5.000
    hectáreas; hoy ya controla 15.000.

    “Decidimos volver al campo porque es uno de los pocos sectores que todavía
    no está maduro, como la energía o las telecomunicaciones”,
    explica Ramón Zorraquín, director de Garovaglio y Zorraquín
    y presidente de los negocios agropecuarios del grupo. Y agrega otra razón:
    “El agrobusiness aún ofrece ventajas competitivas para los argentinos
    frente a los extranjeros; para una persona nacida en el país es
    más fácil este negocio, porque conoce la indiosincrasia de
    la gente de campo y su forma de trabajar”.

    Además de los campos propios, el grupo también siembra
    en terrenos de terceros (alquila 10.000 hectáreas). “Estamos cómodos
    con nuestras 15.000 hectáreas; para una explotación de este
    tipo hay un límite de tierras que se pueden operar en forma eficiente,
    y superado ese tope se ingresa en una des-economía de escala, al
    perderse el control del negocio”, explica Zorraquín.