Toda cultura desarrolla su propio mito de la creación. El mito
de Silicon Valley comienza con el descubrimiento del transistor. Avanza
de acuerdo con la lógica irresistible de la Ley de Moore: el tamaño
y el costo de un transistor se reducen a la mitad cada 18 a 24 meses. Igual
que todos los mitos, éste nos cuenta una historia muy simple: “Antes
de que existieran los transistores, había muy pocas computadoras.
Una vez inventado el transistor, el poder y la potencia de la computadora
crecieron muy rápidamente, transformando nuestras vidas”.
Los mitos contienen algunas verdades, pero en ellos los acontecimientos
sólo tienen sentido si se ocultan muchos detalles importantes. La
revolución de la computadora va mucho más allá del
desarrollo de transistores más pequeños y económicos.
Por ejemplo, ¿por qué aumentó tanto la capacidad de
almacenamiento en el disco rígido si no existen transistores en
la superficie del disco? Los pronósticos sobre los efectos de la
revolución digital dependen de la respuesta a esta pregunta.
El mito identifica correctamente el descubrimiento de los transistores
como el acontecimiento fundacional de la revolución digital. Charles
Babbage elaboró los principios básicos de la computadora
para propósitos generales en la década de 1840. En los 100
años posteriores a ese descubrimiento no hubo prácticamente
ningún avance en la creación de un modelo operativo. Sin
embargo, a partir del descubrimiento del transistor el poder de la computadora
ha crecido exponencialmente. El contraste entre estos hechos no podría
ser mayor.
En consecuencia, no sería exagerado decir que el descubrimiento
del transistor y su desarrollo subsiguiente determinaron el ritmo de avance
de la revolución digital. Sin embargo, el mito sugiere que los avances
en el transistor son suficientes para explicar el crecimiento de la capacidad
de la computadora. Y ésa es una afirmación que confunde mucho.
Fue necesario desarrollar muchas tecnologías de soporte para crear
una computadora funcional. Algunas de ellas &endash;las unidades de
disco magnético, las redes de datos de fibra óptica, las
interfaces gráficas con el usuario&endash; explotaron principios
tecnológicos muy diferentes de los que sirvieron de sustento al
transistor.
Sin embargo, la mayoría de los analistas coloca al transistor
como centro de su historia y de ese modo crean un mito en el determinismo
tecnológico. Gracias a la buena suerte se descubre un nuevo proceso
de producción innovador, que con el tiempo evoluciona a lo largo
de una trayectoria tecnológica predeterminada. El surgimiento de
la tecnología se utiliza entonces para explicar cambios coincidentes
en la vida social, política y económica. Así es como
leemos que la máquina a vapor provocó la Revolución
Industrial y la división de la sociedad en trabajadores y capitalistas.
Ahora nos toca escuchar que el transistor está provocando la revolución
digital, la globalización y el surgimiento de la economía
basada en el conocimiento.
En estos acontecimientos, sin embargo, la causalidad circula por un
solo camino. Una vez que se inventa una tecnología importante, ésta
avanza según su propia lógica, independientemente de los
acontecimientos que la rodean.
Como individuos, en ocasiones nos sentimos indefensos para influir en
el devenir del cambio tecnológico. Por lo tanto, el determinismo
tecnológico apela a nuestra intuición. En cambio, cuando
nos proponemos estudiar los mercados, la intuición no nos sirve
de mucho. La gente generalmente cree que el aumento del precio de un producto
básico como la leche tiene un efecto mínimo en la cantidad
que individualmente compramos. Sin embargo, las pruebas son contundentes.
En general, cuando aumenta el precio, la cantidad comprada disminuye. Los
incentivos tienen efectos sutiles pero invasivos en el comportamiento humano,
efectos que quizá no veamos o no comprendamos.
Del mismo modo, cuando el desarrollo de un nuevo tipo de tecnología
genera mayores ganancias, la gente responde desarrollando la tecnología
con mayor rapidez. Por ejemplo, los científicos comprendieron los
principios en los que se basaba el almacenamiento magnético de datos
mucho antes de que se inventara el transistor, pero a principios de 1900
había muy poca demanda. Con el advenimiento del transistor y el
desarrollo subsiguiente de la unidad central de procesamiento (CPU) creció
la demanda del almacenamiento permanente de datos, generando importantes
innovaciones en este terreno. En lugar de utilizar la cinta plástica,
los ingenieros pusieron el medio magnético sobre una superficie
móvil, primero en la parte externa de un cilindro y luego en la
superficie de un disco. Antes de la década de los ´50, innovaciones
como ésas eran técnicamente factibles, pero la ausencia de
incentivos limitó su desarrollo.
Como ya sugiere el ejemplo del almacenamiento en el disco rígido,
la existencia de transistores más económicos continuará
alentando la innovación en tecnologías complementarias. Los
avances en un terreno elevan nuestro nivel de impaciencia, y esto crea
cuellos de botella que nos impiden disfrutar de los avances tecnológicos
de otro terreno. Quienes sepan eliminar esos escollos serán capaces
de amasar enormes fortunas.
En la actualidad los transistores más económicos son la
fuerza más importante que motoriza el cambio tecnológico
en los campos relacionados. Cuando se produce un descubrimiento de vanguardia,
es posible que surja un motor de crecimiento diferente. Por ejemplo, los
transistores económicos han promovido el desarrollo de las aplicaciones
gráficas de banda ancha, las que a la vez han generado usuarios
impacientes frente a la lenta velocidad de la transmisión de datos.
Como resultado, habrá de mejorar sin duda el desempeño de
las tecnologías relacionadas con las comunicaciones.
Los pronósticos sobre el futuro de la revolución digital
dependen del potencial de la innovación inducida. En algún
momento durante las próximas dos décadas, las barreras físicas
limitarán nuestra capacidad para fabricar transistores todavía
más pequeños. Si los deterministas están en lo correcto,
no podemos hacer otra cosa que esperar hasta que surja una nueva fuente
de cambio tecnológico. Si son los economistas los que tienen razón
&endash;es decir, si los incentivos todavía importan&endash;
la revolución digital continuará alimentando la innovación
mucho tiempo después de la muerte de la Ley de Moore.
Los investigadores responden no sólo a las recompensas sino también
a los costos. Esto crea otro canal a través del cual la informática
digital puede alentar el cambio tecnológico. Nuestro mundo físico
tiene para ofrecernos una cantidad relativamente pequeña de materiales
de construcción &endash;los elementos de la Tabla Periódica&endash;
que pueden disponerse en una cantidad casi infinita de formas. Los costos
de la búsqueda limitan las posibilidades de descubrir nuevos ordenamientos
valiosos. Con el tiempo hemos descubierto algunas combinaciones útiles.
Si mezclamos el hierro con el carbono y con pequeñas cantidades
de manganeso, cromo, níquel, molibdeno, cobre, tungsteno, cobalto
o silicio, podremos obtener una gran variedad de diferentes aleaciones
de acero. Si ordenamos el silicio, algunas impurezas y algunos metales
de la manera correcta, obtendremos un microprocesador.
Pero la naturaleza nos demuestra que hemos recorrido un largo camino.
Aplicando el método de prueba y error, la evolución descubrió
la manera de mezclar el carbono, el oxígeno, el hidrógeno
y algunos otros elementos en la semilla que da origen a un árbol.
Piense en esta semilla como el software y el hardware necesarios para construir
una fábrica alimentada a energía solar. Absorbe materias
primas del suelo y del aire. Dependiendo del software codificado en su
ADN, el árbol convertirá esas materias primas en material
para construcción o en frutos. Si se lo compara con el árbol,
los actuales sistemas de fabricación controlados por software no
parecen muy sofisticados.
Por supuesto que la gran mayoría de las posibles disposiciones
u ordenamientos no sirve para mucho. La clave que genera el cambio tecnológico
y el crecimiento económico está en analizar rápidamente
y a bajo costo las distintas posibilidades para poder encontrar fórmulas
valiosas.
Esa búsqueda implica, en esencia, el procesamiento de información.
Podemos comenzar con bases de conocimiento reconocidas y predeterminar
un orden que puede generar algo valioso. O, por el contrario, podemos crear
muchos ordenamientos diferentes y probarlos, hasta encontrar así
los que resulten más valiosos. En la industria farmacéutica,
estas técnicas se conocen con el nombre de diseño racional
y análisis masivo. En la mayoría de los procesos de búsqueda
interviene una combinación de ambos. Los chips, por ejemplo, requieren
un exhaustivo trabajo de diseño en las etapas iniciales y muchas
rondas de análisis de prueba y error cuando el chip avanza hacia
el proceso de producción.
Desde un principio, todos esperamos que las computadoras colaboraran
con el proceso de diseño racional. Para productos tan disímiles
como las líneas aéreas y las herramientas eléctricas,
el diseño asistido por computadora y las metodologías de
simulación ya han permitido reducir el ciclo de producción
y dado origen a mejores productos. Pero lo sorprendente es que los sistemas
automatizados por computadora también han logrado eficientizar el
proceso de análisis y de selección. Utilizando métodos
como la química combinatoria y la maquinaria automatizada, podemos
sintetizar y analizar muchos compuestos diferentes con rapidez y a bajo
costo.
Por lo tanto, y aun cuando se detuviera el ritmo de desarrollo tecnológico
de las computadoras en sí, la revolución digital nos permitiría
seguir contando en el futuro con valiosas herramientas para el procesamiento
de la información. Dado que la búsqueda será más
económica, los incentivos del mercado nos alentarán a buscar
más. En consecuencia, el cambio tecnológico y el crecimiento
económico serán más acelerados.
Los mitos pueden ser reconfortantes, pero la ciencia está plagada
de emociones. De acuerdo con el mito de los deterministas, la revolución
digital ha sido un largo viaje por la ruta tecnológica que conduce
a transistores más pequeños. Ellos sugieren que hemos tenido
la suerte de tropezar con ella. Dicho con términos más precisos,
el largo recorrido de la historia humana demuestra que cuanto más
aprendemos y descubrimos, mejores somos a la hora de aprender y descubrir.
Hemos cambiado y crecido más en los últimos 100 años
que en los 900 anteriores. Nuevos métodos para el procesamiento
de la información &endash;el lenguaje oral, la escritura y la
imprenta con caracteres móviles&endash; fueron avances fundamentales
para el crecimiento acelerado del conocimiento y del nivel de vida. Todo
parece indicar que la revolución digital tendrá el mismo
efecto y que generará en el próximo siglo un cambio tecnológico
aun más sorprendente que el que ha producido en el actual.
Por supuesto que los seres humanos somos capaces de mezclar todas las
cosas. Los chinos habían fundido el hierro 15 siglos antes que los
occidentales y creado los caracteres móviles 400 años antes
de que apareciera Gutenberg. Sin embargo, el sistema político y
social de China asfixió cualquier incentivo para los descubrimientos
posteriores y el progreso en ese país virtualmente se paralizó.
Siempre es posible que le ocurra lo mismo a toda la raza humana en su conjunto.
Entonces, los deterministas tecnológicos nos dirán que la
culpa la tiene la tecnología. Pero lo cierto es que si el progreso
llega a su fin tendremos que haber sido nosotros los causantes.
© Forbes ASAP / MERCADO
(*) Paul Romer es un firme defensor de la Teoría del Nuevo Crecimiento
y uno de los pensadores económicos más importantes de Estados
Unidos. Es profesor de la Escuela de Negocios para Graduados de la Universidad
de Stanford y fellow de la Hoover Institution.