Las alas del deseo

    En su versión número 12 el festival de Londres
    repartió criteriosamente sus estatuillas y mostró un
    nivel de calidad bastante parejo en todas las categorías. Por
    primera vez hubo seminarios dictados por especialistas, y los
    argentinos volvieron contentos con sus tres hombres pájaro
    bajo el brazo.

    Una vez difuminado el fulgor que alguna vez exhibió la
    avenida Madison, en Nueva York, como espacio geográfico donde
    se concentraba la mayor proporción de creatividad por metro
    cuadrado (hoy los big teams se esparcen por todo el mapa
    estadounidense), Londres sigue sosteniendo su cualidad de ciudad
    fetiche de la publicidad mundial.

    Así, el London International Advertising Awards &emdash;que
    acaba de transitar su duodécima versión&emdash; ha
    visto crecer sostenidamente su poder de convocatoria. Este año
    la inscripción en las distintas categorías
    arañó las 16.000 piezas, provenientes de más de
    70 países, contra las casi 14.000 que registró en 1996.
    Pero hay algo singular: este dato se enfrenta a la actitud de los top
    creatives británicos, que lo consideran un festival para
    extranjeros, en tanto siguen asumiendo como propio el que se celebra
    en Cannes, el cual, para cerrar dignamente la paradoja, es regenteado
    por un francés pero tiene su sede organizativa a orillas del
    Támesis.

    Como de extranjeros va la cosa, los argentinos han seguido el
    crescendo de este certamen. En esta ocasión, 41 agencias
    anotaron 346 piezas, distribuidas en 219 de gráfica, 113 de
    fílmica y 14 de radio, con el packaging ausente sin aviso.

    Otro de los caracteres distintivos de este concurso es que
    desdeña democráticamente la discriminación
    habitual entre oros, platas y bronces. Hay un único premio por
    categoría (de producto o técnica); así, pues,
    que el que gana, gana. Y el que no, tiene la chance de acceder a la
    calidad de finalista, una short list que &emdash;por esta
    causa&emdash; deviene mucho más meritoria. En este rango la
    Argentina obtuvo 41 lugares en gráfica, 25 en fílmica y
    4 en radio. Pero, claro, el plato fuerte lo siguen constituyendo las
    estatuillas aladas con su elegante pátina de oro viejo.

     

    Seminaristas irreverentes

    Como en las anteriores ocasiones, el marco del festival lo
    constituyeron los salones del Royal Lancaster Hotel, remozado en su
    mullida elegancia y siempre con la desestresante vista de los
    jardines de Kensington, en uno de los varios rincones distinguidos de
    una ciudad que histórica &emdash;y merecidamente&emdash; ha
    presumido precisamente de su distinción.

    Esta vez, en una línea que parece apuntar a desplegarse con
    mayor amplitud en el futuro, se desarrollaron cuatro seminarios que
    contaron con una concurrencia no demasiado nutrida y
    predominantemente asiática. El primero, a cargo de Robyn
    Putter &emdash;chairman del jurado y CEO de Ogilvy & Mather
    Africa&emdash;, tenía un título prometedor: “Fuego,
    listos, apunten. Una historia de errores en el manejo de marcas”.
    Putter, un apasionado del brand building, planteó de movida
    que las marcas están sustancialmente hechas de intangibles y
    apeló a los elementos de la inteligencia emocional hoy tan en
    boga. “Marlboro, Coca-Cola, Nike, Sony, ¿por qué valen
    más?”, se preguntó. “No es por nada que salga de una
    fábrica sino por lo que está en las mentes de los
    consumidores”, sostuvo. Interrogado por MERCADO con respecto a la
    relación de este concepto con las crecientes técnicas
    del marketing uno a uno, concluyó que cuando todas las
    compañías las empleen el valor de la marca será
    decisivo.

    Bert Berdis, titular de una de las productoras de avisos radiales
    más importantes del mundo, asumió que lo suyo era el
    humor y la comedia

    &emdash;ámbitos en los que fue guionista y desde los cuales
    llegó al quehacer publicitario&emdash; y denominó a su
    charla “Bombas, el cliente no pensó que era gracioso”. A
    partir de allí, efectivamente bombardeó a la audiencia
    con una serie de comerciales que, aunque en su mayoría eran
    realmente desopilantes, pecaban de excesiva audacia y abundantes
    referencias un tanto escatológicas que de algún modo
    explicaban la renuencia de los clientes a involucrar sus productos
    con semejantes boutades radiofónicas. Berdis asumió que
    su humor era algo lanzado, pero se mantuvo firme en su
    convicción de que los anunciantes eran conscientes de lo que
    podían esperar de su empresa cuando acudían a ella, y
    aceptó que para muchos publicitarios la radio sigue siendo el
    patito feo de los medios, y de ahí que no apliquen a ella toda
    su creatividad.

    Frente a tanto público asiático, la charla de Jim
    Aitchinson &emdash;quien acaba de dejar su puesto de director general
    creativo de Batey Ads, el grupo independiente más grande de la
    región&emdash; debe haber sonado como música para los
    oídos. Profundo conocedor del área (anteriormente se
    desempeñó en puestos similares en Ketchum Singapur y
    Leo Burnett Sidney & Singapur) y acostumbrado a codearse con los
    galardones por su tarea &emdash;en los últimos seis
    años ganó más de 550 premios
    internacionales&emdash;, se ocupó de explicar que Asia no es
    un solo mercado y se preguntó si las sofisticadas
    técnicas occidentales funcionan realmente cuando se lo
    entiende como tal, para terminar con una paradoja humorística
    aun más inquietante: “Si la cola asiática va a mover al
    perro occidental, ¿cómo van a responder los marketineros
    globales a ese desafío?”.

    El último disertante fue el crítico y columnista de
    la revista Advertis-ing Age Bob Garfield, quien se ha ganado merecida
    fama de ácido, impiadoso e iconoclasta. El nombre de su
    exposición lo decía todo: “Advertrocities, una
    revisión de los peores avisos televisivos que he visto en los
    últimos 12 años y mi especulación de cómo
    en el nombre de Dios pudieron haberse realizado”. Su humor corrosivo
    cautivó rápidamente a los asistentes, a la vez que
    buena parte &emdash;no todos, por cierto&emdash; de los comerciales
    exhibidos justificó su inclusión en esa tiendita de los
    horrores.

    Desde un cantante country gorgojeando loas a un laxante hasta un
    viejo eslogan de Swissair (“la aerolínea más
    refrescante del mundo”), todo cayó bajo la flamígera
    espada de Garfield. Pero el broche de oro fue un aviso de papel
    higiénico que mostraba a un bañista, de espaldas, con
    un persistente moscardón que perseveraba en posarse en su
    trasero. Garfield planteó que allí había tres
    sorpresas que enunció de menor a mayor en términos de
    gravedad: “Tercera: ¿cómo el creativo se plantó
    frente al cliente con ese storyboard, lo mostró y le dijeron:
    ´Adelante´?; segunda: ¿cómo es que ese aviso se
    inscribió en Cannes?, y primera y principal: ¿cómo
    diablos ganó un León?”.

     

    La hora de la verdad

    La noche del 17 de noviembre el gran salón de los Nueve
    Reyes lucía su máximo esplendor; era la gala de la
    entrega de premios y todo era brillos y champagne. El desfile de las
    143 piezas premiadas en las distintas categorías
    exhibió un nivel de calidad razonablemente parejo, acorde con
    lo que se espera de un certamen de este nivel, y hubo poco lugar para
    la sorpresa.

    Los argentinos se alzaron con tres estatuillas: en gráfica,
    una fue para Agulla & Baccetti por su campaña para la
    revista Mujeres y Cía. y otra para Ratto/BBDO y su aviso de
    Nike; en fílmica, las alas se las puso Fernando
    Fernández por su comercial de Plasticola. Para completar la
    satisfacción del ego nacional, las tres piezas fueron
    fuertemente aplaudidas por toda la concurrencia.

    Luego de más de tres horas de ceremonia &emdash;cuando, a
    decir verdad, el cansancio comenzaba a menguar el entusiasmo hasta de
    los mismos ganadores&emdash;, llegó el turno de los Grand
    Prizes y, con ellos, el momento de los impactos. El primero fue que
    el correspondiente a packaging lo obtuviera una bellísima
    pieza diseñada por una editorial de El Líbano,
    país que por primera vez accedió a un galardón
    de esta envergadura. El de radio (que había quedado vacante el
    año pasado) fue para Batey Ads de Singapur, con una
    sobrecogedora serie de avisos destinados a evitar la crueldad hacia
    los animales, que jugaba dramáticamente con canciones, poemas
    y fábulas para niños.

    El Grand Prize de Gráfica era al mismo tiempo una suerte de
    reivindicación para los copywriters (frente a tanta imagen
    desnuda de texto que campea últimamente) y un nuevo round en
    la eterna guerra de las colas: sobre un fondo negro, sólo tres
    frases: “No a la droga, No a la heroína, No a coca”. Era de
    Pepsi, claro, y lo firmaba Ogilvy & Mather de Filipinas. Por fin,
    en fílmica, se dio el gusto la joven y exitosa agencia inglesa
    Howell Henry Chaldecott Lury con su celebrado aviso de la gaseosa
    Tango, que peleó el premio mayor en Cannes y se quedó
    con las ganas.

    La fiesta terminó; the dream is over. Pero sólo
    hasta el año próximo, cuando todos volverán a
    soñar con estas doradas alas del deseo.

    (En Londres)



     

     

    volver al índice