Lo que importa es la lealtad

    Hace ocho años, quien iba a un supermercado esperaba
    encontrar en las góndolas los productos que iba a adquirir, y
    a buen precio. Desde 1995, si hace una compra de cierto volumen,
    aspira a que la cadena en cuestión se encargue de
    enviársela a su domicilio. Y en poco tiempo más
    pretenderá que con una simple llamada telefónica, o una
    conexión vía Internet, le ahorren el trabajo de
    recorrer pasillos, seleccionar productos y hacer cola frente a una
    caja.

    El ejemplo sirve para ilustrar los cambios en las expectativas
    -y las conductas- de los clientes que, a la hora de vincularse con
    sus proveedores, comienzan a exigir cada vez más, y a menor
    precio.

    “El cliente es rey” fue la consigna que en los ´80
    impulsó a las empresas a colocar en el centro de la escena a
    usuarios y consumidores, lo que requirió preparar a las
    organizaciones para responder a demandas siempre crecientes. Pero en
    los ´90, con competidores cada vez más dispuestos a incorporar
    beneficios para aumentar sus ventas, esas mismas empresas
    descubrieron que colmar las expectativas de los clientes ya no
    alcanzaba para garantizar su lealtad.

    “Antes, medir satisfacción suponía evaluar la
    actitud de los clientes frente a procesos concretos -producto,
    entrega, servicio postventa- que los vinculaban con sus proveedores.
    Pero cuando las compañías se propusieron indagar sobre
    la lealtad y la posibilidad de predecir la conducta de sus clientes,
    empezaron a ganar peso variables como las de imagen de marca y lo que
    se denomina value for money, es decir, si el consumidor está
    conforme con la relación que existe entre lo que paga y el
    producto o servicio que recibe a cambio”, señala Rosa
    Schapira, directora de la consultora Research/S.T & Asociados.

    Su socia, Irene Tussie, opina que el cambio en el enfoque
    surgió como respuesta a tres fenómenos: “El dinamismo
    de la competencia, las crecientes exigencias de los consumidores y la
    generación de estándares de satisfacción que
    anulan las diferencias entre las marcas, convirtiendo -gracias al
    avance tecnológico- los productos y servicios en commodities.
    Así, frente a una oferta imitable y consumidores con
    posibilidades de optar, había que lograr estudios más
    sensibles que permitieran monitorear dónde se produce la
    reasignación de valor de los clientes a la hora de decidir
    qué y a quién comprar”.

     

    Cómo crear valor

     

    El objetivo último de las empresas sigue siendo
    incrementar el volumen de ventas y generar utilidades que sostengan
    su capacidad competitiva. “Las compañías que trabajaron
    fuertemente en satisfacción no perdieron su dinero:
    está demostrado que lograron facturar más”, asegura
    María Lidia Maizlisz, presidenta de Total Research Argentina.

    Sin embargo, ahora la clave pasa por retener a sus clientes
    más que por halagarlos. “Una vez que logran que un cliente
    entre en su organización y esté satisfecho con el
    vínculo, apuestan a que permanezca, porque han gastado dinero
    en capturarlo. Si un cliente no se les va, evitan tener que invertir
    dinero en recapturarlo con publicidad, pero además disminuyen
    los costos administrativos por transacción y, con el tiempo,
    logran que comience a hacer cada vez más negocios con la
    empresa. Y también consiguen que los recomiende. De esa forma,
    los leales les permiten aumentar sus ingresos y su
    participación en el mercado, al crear valor para su marca y
    ayudar -sin costo alguno- a sumar nuevos clientes”, explica Maizlisz.

    Norah Schmeichel, directora de la consultora Sygnos, coincide
    en que “quienes se preocuparon por satisfacer a sus clientes no
    malgastaron su dinero. A lo sumo, pueden haber perdido la inocencia
    de creer que sólo con halagarlos lograrían garantizarse
    su lealtad para toda la vida”.

    Para Schmeichel, el desafío de las empresas “reside en
    construir, a los ojos de sus consumidores, una permanente
    superioridad, virtudes más fuertes que las de las otras
    compañías que compiten en el mercado. Pero en un
    escenario cambiante, la creación de ese valor agregado no es
    una definición absoluta: para algunos clientes puede pasar por
    excelencia en la calidad; para otros, por el precio. No existe un
    factor único de satisfacción de un cliente no
    único”.

    Mary Teahan, directora comercial de Whirlpool Argentina,
    señala que las encuestas de satisfacción,
    históricamente, olvidaban incluir el costo del producto o
    servicio, “que en el caso de los electrodomésticos es el
    precio, pero también el consumo de energía, la
    incidencia de preparaciones, el empleo de detergente, todo el gasto
    que se requiere para operar cada máquina. También se
    dejaba de lado qué estaba haciendo la competencia. Alguien
    podía tener a sus clientes satisfechos, pero los competidores
    tal vez habían logrado que estuvieran muy satisfechos”.

    Whirlpool adoptó un modelo de medición que,
    desarrollado por la telefónica estadounidense AT&T, se
    propone cuantificar el customer value added, “es decir, el valor de
    la oferta percibido por los clientes, pero en relación con el
    valor que le adjudican a la oferta de los competidores. En este
    mercado las variables que determinan la elección de la gente
    son, en primer lugar, los productos y sus funciones -calidad,
    durabilidad, características del diseño- que deben
    responder a las necesidades de lo que la gente sale a comprar. Y
    después el precio, aunque no siempre inciden en
    idéntica medida. De nuestros estudios se desprende que, en el
    caso de las heladeras con freezer, 90% del valor se conforma por
    factores relacionados con la calidad del producto, y el resto lo
    define el precio. Pero en los hornos a microondas la ecuación
    se invierte: los factores vinculados con el precio constituyen dos
    tercios del valor, y sólo 33% tiene que ver con la calidad del
    producto”.

     

    Aprender del error

     

    Las encuestas de satisfacción son la herramienta
    más apta para descubrir cómo se desplaza el deseo de
    los consumidores y a qué le atribuyen valor en cada momento.
    “En ese punto, los estudios sensibles a las demandas cambiantes de
    los consumidores ayudan a que las empresas afinen su puntería,
    porque pueden estar invirtiendo mucho dinero en mejorar algo que
    quizá no está siendo valorado por sus clientes y, por
    lo tanto, no contribuye a lograr su lealtad”, dice Tussie.

    En opinión de Maizlisz, hay dos enfoques básicos
    para estudiar la satisfacción: “Uno es cosmético:
    encarar una medición sólo porque todos mis competidores
    lo hacen, pero sin prestar demasiada atención a los
    resultados. En ese caso, la encuesta debe contabilizarse como un
    gasto. En cambio, las compañías que evalúan sus
    notas, que buscan mejorar sus procesos internos a partir de las
    fallas detectadas por sus clientes, están invirtiendo. Porque
    con esas mejoras no sólo demuestran su intención de
    atender el deseo del cliente, sino la voluntad de subsanar las
    situaciones conflictivas para perfeccionar el vínculo
    comercial que los une. Al introducir los cambios dictados por la voz
    del consumidor, las empresas logran que crezcan los estímulos
    para sus clientes y aumenten las oportunidades de negocios para ellas
    mismas”.

    En la búsqueda de la lealtad, la apuesta de las
    organizaciones pasa por garantizar que todos sus elementos apunten al
    objetivo de cuidar al cliente. “No es posible pretender que quienes
    compran en un supermercado estén radiantes si las cajeras
    están molestas porque las amontonan en un espacio reducido. La
    satisfacción y la lealtad deben ganar primero el interior de
    las empresas, porque los empleados contribuyen en gran medida a
    construir la imagen de la organización, que constituye una
    variable importante en las decisiones del cliente”, apunta
    Schmeichel.

    Otro objetivo de las empresas al evaluar la satisfacción
    es identificar las causas que las llevaron a perder clientes. “Y eso
    -agrega Schmeichel- no significa solamente analizar los libros de
    quejas: supone preparar a la organización para poder responder
    velozmente a los reclamos que recibe.”

    Para Héctor Sambucetti, director de Calidad y
    Satisfacción de Clientes de Xerox Argentina, “las empresas son
    dueñas de fijar las expectativas en el mercado, pero una vez
    que lo hicieron, deben responder con un delivery adecuado. Al
    establecer los límites, lo que la empresa en realidad hace es
    fijar el costo futuro que le demandará no entregar a sus
    clientes lo que les prometió”.

    En ese contexto, cobran importancia las interrelaciones que se
    establecen entre los clientes, los procesos de la organización
    y los empleados: “Una queja se puede resolver rápido. Ahora,
    tener procesos montados para evitar tropezarse dos veces con la misma
    piedra implica otras cosas. Si uno no corrige dentro del proceso la
    falla que dio origen a que surgiera un problema con un cliente, esa
    situación va a repetirse, y no van a alcanzar las manos para
    tapar los agujeros provocados por múltiples reclamos”,
    advierte Sambucetti. “Las empresas necesitan que el personal se
    pregunte permanentemente si lo que está haciendo le agrega o
    no valor al cliente. Y demostrar un espíritu de mejora
    continua para adaptar los procesos a los requerimientos del cliente,
    ya que con eso se logra no sólo aumentar las posibilidades de
    favorecer la lealtad, sino ahorrar costos.”

     

    Millas, puntos, premios

     

    En la Argentina la apuesta por conseguir la lealtad de los
    clientes tomó la forma inicial de los programas de
    fidelización. Las aerolíneas, con sus programas de
    millaje, fueron las encargadas de abrir el juego. Pronto siguieron el
    ejemplo las operadoras de tarjetas de crédito, las
    expendedoras de combustible, algunas cadenas de supermercados y,
    últimamente, un centro comercial.

    Para American Express, la estrategia de premiar a sus clientes
    por los consumos que realizan con la tarjeta llegó de la mano
    del programa Membership Rewards, “que nació hace seis
    años en Estados Unidos como una herramienta destinada a
    fidelizar a los viajeros frecuentes que, según nuestras
    investigaciones, eran en ese momento los clientes más
    rentables”, explica Nadine Pavlovsky, gerenta del programa en la
    Argentina.

    Más tarde, relata Pavlovsky, “Amex se dio cuenta de que
    debía fidelizar no sólo a esos clientes, sino a los que
    eligen a la tarjeta como medio de pago en sus gastos en restaurantes
    o en compras en general, ya que ellos constituían el target al
    que también apuntaban nuestros competidores. Así, el
    programa pasó de ofrecer únicamente puntos en hoteles y
    aerolíneas a brindar todo tipo de recompensas que
    también sirvieran para satisfacer a esos clientes y lograr
    que, al momento de pagar, eligieran nuestra tarjeta”.

    Según Marcelo Campos, gerente de Marketing de Socios de
    Amex, “trabajar sobre satisfacción, y ahora sobre lealtad,
    llevó a que las empresas y los clientes aprendiéramos a
    vincularnos. Debimos determinar el enfoque y los valores que
    teníamos que poner en juego en esa relación. Al estar
    completamente orientada hacia el mercado, American Express
    logró generar una capacidad de respuesta a las necesidades de
    sus clientes que, por ejemplo, se materializó recientemente en
    el desarrollo de un nuevo producto -la tarjeta de crédito-, un
    instrumento de pago que el mercado estaba reclamando”.

    La experiencia del Buenos Aires Sheraton Hotel en estrategias
    de fidelización de sus huéspedes “se remonta a
    programas como el Sheraton Guest Satisfaction, que tienen más
    de una década de vigencia. La herramienta involucra a toda la
    organización, y supone una serie de normas de funcionamiento
    que el personal debe cumplir, ya sea en el estándar del
    servicio como en la calidad del producto que ofrecemos”, sostiene
    María Fernanda Rodríguez, gerenta de Relaciones
    Públicas de la cadena.

    Sin embargo, Rodríguez marca diferencias entre los
    huéspedes individuales y los clientes corporativos, que
    generan 70% del total de reservas del hotel. “Sabemos que ese
    segmento del mercado es foco de atención de todos los
    competidores. Para lograr la lealtad de esos clientes -actualmente
    trabajamos con más de mil empresas- enfocamos nuestros
    esfuerzos hacia los decision makers, las dos o tres personas que en
    cada empresa deciden hacia qué hotel derivar a los ejecutivos
    que reciben desde el exterior. Como quienes generalmente toman esas
    decisiones son las secretarias, diseñamos un programa -Choice-
    especialmente orientado a ellas, con organización de eventos y
    cursos de capacitación.”

     

    Granjeros, antes que cazadores

     

    Uno de los mercados en el que la satisfacción del
    cliente sigue siendo, de algún modo, una asignatura pendiente,
    es el de los bancos. “Por años fuimos cazadores:
    tratábamos a los clientes como presas, y para conseguirlos
    estábamos dispuestos a hacer cualquier cosa. Muchas entidades,
    en la carrera por captar nuevos clientes, lanzaron productos sin
    cargo para quienes comenzaban a operar con el banco. De esa forma,
    provocaron que el cliente que llevaba años junto a ellos se
    preguntara dónde residía el beneficio de haber sido
    fiel durante tanto tiempo”, reconoce Rafael Soria, gerente de
    Satisfacción de Clientes y Calidad del Banco de Boston.

    Pero la tendencia, en su opinión, comienza a revertirse:

    “Desde hace tres o cuatro años descubrimos que
    teníamos que comenzar a ser granjeros, a cultivar la
    relación que nos une a nuestros clientes. Las entidades vamos
    en camino de empezar a otorgar beneficios a los clientes por su
    lealtad. Y para lograrlo debemos saber qué piden esos clientes
    que nos evalúan con 9 o 10 puntos, porque ellos son los que
    nos recomiendan, los que hacen comentarios favorables, los que
    acercan nuevos clientes”.

    En el rubro de la medicina prepaga, al igual que en el del
    mercado bancario, los clientes suelen permanecer junto a determinadas
    empresas más por las barreras que les impiden moverse
    libremente hacia otros servicios que por una cuestión de
    fidelidad. Juan Carlos Martínez Casas, gerente comercial de
    Qualitas, señala que “la baja movilidad generada por el temor
    al cambio es un aspecto a considerar en nuestro mercado. No hay que
    confundir lealtad con la permanencia de clientes que, en muchos
    casos, más que satisfechos se sienten rehenes”.

    Martínez Casas viene trabajando en un programa de
    Calidad Total en el que la satisfacción de los clientes juega
    un rol importante: “En nuestro mercado las variables que suman valor
    para los clientes son la calidad del cuerpo médico, la
    eficiencia y la rapidez de atención en situaciones de
    emergencia. Por eso, en Qualitas nos preocupamos por hacer una
    encuesta anual entre nuestros 30.000 asociados que nos permita
    determinar qué rumbo toman sus verdaderas necesidades. Eso nos
    permite saber que nuestro índice de bajas es mínimo
    porque los clientes están satisfechos con el servicio que
    reciben, y no porque no tienen la posibilidad de optar por una oferta
    superadora”.

     

     

    Mario Benechi

     

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