Entre la euforia y la incertidumbre

    Desde que se puso en marcha el programa de convertibilidad, hace cuatro años, las exportaciones ocuparon un lugar central

    en el debate económico. El fortalecimiento del peso y la ausencia inicial de incentivos en la materia conspiraron, sin

    embargo, contra el objetivo de avanzar hacia los mercados externos.

    Durante 1991, el primer año del plan, las exportaciones totales de la Argentina se redujeron en 3%, y apenas se

    recuperaron, con un incremento de 2%, en 1992. El cuadro fue aún más desalentador para las exportaciones industriales,

    que cayeron 11% en 1991 y volvieron a descender, en 3%, al año siguiente.

    Así las cosas, la imagen de un modelo económico abierto al mundo y dentro del cual las exportaciones actuarían como

    motor del crecimiento parecía desvanecerse.

    Consciente de esto, la conducción económica reconoció que debía hacer algo para evitar que el creciente desequilibrio de la

    balanza comercial pusiera en peligro la consistencia macroeconómica del programa. Puso en marcha entonces un conjunto

    de medidas orientadas a restablecer la rentabilidad de las exportaciones, en particular las originadas en el sector industrial.

    Reaparecieron los reembolsos y comenzaron a reducirse impuestos (en particular los aportes patronales).

    Todo ello, sumado a los incrementos de productividad generados por las mejoras en la eficiencia del sector privado,

    representó un estímulo a los exportadores equivalente al que habría logrado una devaluación de 10%.

    Escenario Favorable

    No era mucho, pero al fin y al cabo significó un cambio. Y, por otra parte, el interrogante acerca de si la política oficial en

    favor de las exportaciones sería suficiente para corregir los desequilibrios del programa de convertibilidad quedó superado

    por varias modificaciones en el escenario económico internacional que marcaron un vuelco favorable para las perspectivas

    de la economía argentina en materia de comercio exterior.

    La primera de ellas fue el acelerado crecimiento de la demanda brasileña y la apreciación del real frente al peso. En 1993,

    las exportaciones argentinas a Brasil habían aumentado 68%. Este notable incremento se registró, además, en todos los

    sectores. Las ventas a Brasil de manufacturas de origen industrial se elevaron en 82% si se consideran las exportaciones de

    la industria automotriz (si se excluyen éstas, la tasa fue de 46%).

    De este modo, parecía refutarse la difundida noción de que la puesta en marcha del Mercosur impondría un modelo en el

    que a la Argentina le correspondería especializarse en productos primarios, en tanto que Brasil se vería favorecido como

    proveedor de productos de alto valor agregado.

    Las exportaciones argentinas a Brasil siguieron aumentando durante el año pasado y el impulso se mantuvo durante los

    primeros meses de 1995. Por otra parte, Chile también se fue convirtiendo en los últimos tiempos en un comprador

    importante de productos argentinos, y se advirtió una tendencia similar en otros países de la región.

    En 1994, Brasil llegó a convertirse en el principal mercado para la economía argentina, con una participación de 25%. Se

    había producido, así, un fenomenal salto histórico en las relaciones del comercio bilateral, si se considera que apenas diez

    años antes las exportaciones al gigantesco vecino representaban 6% del total.

    El fenómeno se extendió al comercio con el resto de la región. El conjunto de América latina tuvo en 1994 una

    participación de 42% en las ventas de la Argentina al exterior. Una década atrás, la proporción sólo llegaba a 15%.

    Se produjo, en suma, una de las transformaciones más profundas registradas en el comercio exterior argentino desde la

    posguerra.

    Con el Dólar a Favor

    El segundo factor determinante en la expansión de las exportaciones argentinas fue la pérdida de valor del dólar frente a

    otras monedas y el incremento de los precios de los commodities durante 1994.

    De este modo, aunque el atraso del tipo de cambio del peso contra el dólar sigue siendo alto, si se toma como referencia una

    canasta de monedas que incluya el marco alemán y el yen, se registra una apreciación de sólo 10% de la moneda argentina

    en el período que va desde 1986 hasta ahora.

    Por otra parte, la reactivación de la demanda internacional principalmente de los países desarrollados durante 1993 y

    1994 derivó en un aumento de precios en segmentos como la celulosa, el papel, los productos de la petroquímica y la

    siderurgia. Algunos de ellos tienen, como se sabe, una fuerte gravitación en la composición de las exportaciones industriales

    argentinas.

    Asignaturas Pendientes

    Estas son, a grandes rasgos, las razones que explican la aceleración de las exportaciones argentinas entre 1993 y 1995, lo

    que a su vez determinó la tendencia al equilibrio del comercio exterior que viene anunciándose en el horizonte económico.

    Sin embargo, esta notable mejoría no significa que los problemas del sector externo estén resueltos. En primer lugar, porque

    la Argentina va a necesitar equilibrio o superávit comercial durante los próximos años, debido a que el balance de servicios

    financieros (intereses, utilidades, regalías) será crecientemente deficitario.

    Además, no es seguro que los factores que hoy están jugando a favor de las exportaciones sean perdurables. Nadie puede

    afirmar, por ejemplo, que la actual paridad del dólar con el marco o el yen haya alcanzado un valor de equilibrio. Ni que la

    tendencia ascendente del precio internacional de los commodities se mantenga indefinidamente.

    Y, sobre todo, está la cuestión brasileña. La conmoción provocada durante las últimas semanas por las decisiones

    (anunciadas, reformuladas o sugeridas) de la administración Cardoso refleja hasta qué punto influye en el sector externo

    argentino lo que suceda en Brasil.

    Según las últimas cifras proporcionadas por el Indec, las exportaciones del primer bimestre de 1995 sumaron US$ 2.678,7

    millones, lo que representó un aumento de 38,9% con respecto al mismo período del año anterior y permitió reducir el

    déficit de la balanza comercial de US$ 1.136,4 millones a 607,1 millones (comparando, también, ambos lapsos).

    Ahora bien, si se analiza el destino de las exportaciones y se discriminan los resultados comerciales por áreas, se

    advierte que las ventas al Mercosur exhibieron un incremento de 74,2%, con un espectacular comportamiento de las

    manufacturas industriales (80,8% de aumento). El saldo de la balanza argentina con los países miembros del acuerdo

    registró en enero-febrero de este año un superávit de US$ 275,5 millones, mientras que en esos mismos meses de

    1994 había mostrado un déficit de US$ 114,4 millones.

    En las relaciones con el Nafta las cosas no marcharon tan bien. Las exportaciones argentinas disminuyeron 1,3% (en gran

    parte por la recesión mexicana, pero también por el escaso crecimiento de las ventas a Estados Unidos, que sólo se

    incrementaron en 2,2%). Y las colocaciones de bienes de origen industrial cayeron 3,7%. El déficit comercial de la

    Argentina con el bloque norteamericano es ahora mayor: sumó US$ 628,7 millones, frente a los US$ 552,8 millones del

    primer bimestre de 1994.

    Tampoco la Unión Europea deparó satisfacciones. Las ventas de productos argentinos subieron apenas 1,4% (con un

    predominio de manufacturas de origen agropecuario) y, también en este caso, se acentuó el déficit, que pasó de US$ 213,8

    millones a US$ 361,0 millones.

    Así las cosas, es natural que cualquier indicio de opacamiento en el horizonte hasta no hace mucho rutilante del

    Mercosur provoque incertidumbre. La sorpresa, en cambio, no se justifica tanto si se analiza la escalada de medidas

    que, sin pausa pero cada vez con más prisa, ha ido adoptando el gobierno brasileño para frenar el desequilibrio de la

    cuenta comercial y las presiones inflacionarias. La primera corrección de la banda cambiaria, el incremento

    negociado con Argentina de los aranceles extrazona y el establecimiento de una dura política monetaria y crediticia

    orientada a enfriar el consumo interno fueron los peldaños previos a las más recientes decisiones de limitar las

    importaciones de automóviles (los electrodomésticos parecen seguir en la lista) y proceder a una corrección más

    acentuada de la paridad del real.

    El período de negociaciones que acordaron argentinos y brasileños, tras las borrascas diplomáticas iniciales, para dirimir la

    cuestión automotriz abre, ciertamente, el camino hacia una solución aceptable y hacia el establecimiento de mecanismos de

    discusión que tornen más previsible el funcionamiento del mercado común.

    Pero la inquietud suscitada por estos tropiezos iniciales y la perspectiva de una declinación en la demanda brasileña son

    signos de que los logros en el terreno del comercio exterior necesitarán fundarse, en el futuro, en factores menos

    dependientes de situaciones exógenas.