Por venir

    Invertir en un Sueño

    Pocos han oído hablar de la compañía Dreamworks. Y sin embargo, Paul G. Allen uno de los dos fundadores de Microsoft

    acaba de apostar allí US$ 500 millones para adquirir apenas 18,3% del paquete accionario.

    Esto coloca el valor de mercado de la empresa en US$ 2.700 millones. Lo que es bastante, si se considera que, como su

    nombre lo indica, Dreamworks se especializa, básicamente, en soñar con un futuro de medios interactivos en el que

    desaparecerán las actuales fronteras entre la informática, las comunicaciones, el cine y la televisión.

    El capital más importante de Dreamworks es, en realidad, la nómina de sus tres socios fundadores (quienes ahora pasaron a

    controlar dos tercios del capital): David Geffen, Jeffrey Katzenberg y Steven Spielberg.

    En sus declaraciones acerca de su decisión de comprar una participación en Dreamworks, Allen no ocultó que su interés

    principal es sumarse a ese equipo de notables para explorar juntos las posibilidades y oportunidades de la nueva tecnología.

    La vida de Allen (quien ahora tiene 42 años) serviría, por cierto, como un fascinante argumento para una película de su flamante

    socio Spielberg. Después de haber fundado Microsoft en 1975, decidió retirarse de la compañía en 1983, cuando descubrió que

    padecía una grave enfermedad. Desde entonces, ha incursionado en los más diversos negocios con un declarado espíritu de

    aventura. Compró, por ejemplo, un equipo profesional de básquet (los Trail Blazers de Portland), una empresa de venta electrónica

    de entradas para espectáculos y varias pequeñas firmas dedicadas a la investigación tecnológica.

    Vía Satélite

    La corporación Hughes Aircraft, integrante del grupo General Motors y más conocida, hasta ahora, por sus actividades en la

    industria aeroespacial, acaba de hacer una fuerte apuesta para asegurarse un puesto de privilegio en el negocio de las

    telecomunicaciones en América latina.

    Con ese propósito en vista, buscó en la región tres socios de dominante presencia en los medios de comunicación: el holding

    familiar Cisneros, de Venezuela (dueño, entre otras cosas, del principal canal privado de televisión del país), la mexicana

    MVS Multivisión y Televisão Abril, perteneciente al poderoso emporio editorial brasileño del mismo nombre.

    Entre los cuatro reunieron US$ 300 millones para un proyecto al que bautizaron Galaxy, y que se propone ofrecer un servicio de

    144 canales de televisión vía satélite a los 75 millones de hogares que conforman la actual audiencia televisiva de la región

    latinoamericana.

    Hughes cuenta ya con una experiencia importante en este terreno en el mercado norteamericano, donde atrajo a algo más de medio

    millón de suscriptores a su red DirecTv y espera llegar al año 2000 con 10 millones de usuarios.

    La meta para América latina es también ambiciosa: 5 millones de hogares conectados, mediante un decodificador y una

    antena satelital, al sistema Galaxy. En la fase inicial, el consorcio necesitaría alrededor de un millón de clientes en toda la

    región para que el negocio funcione.

    Pero la mayor urgencia del proyecto es, sobre todo, salir primeros en la carrera por el naciente mercado latinoamericano, en

    la que ya están anotados sistemas satelitales regionales como Panamsat.

    Revistas Globales

    Este año, la revista norteamericana Cosmopolitan comenzará a editarse en la Argentina, Tailandia y la India. Aparecerá

    una versión rusa de Good Housekeeping y Harpers Bazaar. Y la legendaria Mecánica Popular se publicará en Turquía.

    Todo esto es sólo una parte de los ambiciosos planes del grupo editorial Hearst, que en su estrategia de internacionalización

    cuenta ya con ediciones en 64 idiomas de sus ocho principales revistas.

    La idea del mercado global, que hasta no hace mucho parecía difícil de implantar en el negocio de la prensa escrita (con sus

    peculiares códigos y su natural vinculación con las realidades locales) está siendo adoptada fervorosamente por las grandes

    editoriales estadounidenses.

    Hearst se enorgullece, por ejemplo, del fulminante éxito del lanzamiento de Cosmopolitan en Rusia, donde, desde hace un

    año, viene agotando ediciones.

    Otros grupos editoriales de Estados Unidos han visto crecer recientemente sus ingresos de ultramar. Entre los más activos

    en este terreno se cuentan Readers Digest, Condé Nast y Playboy.

    Las recetas para ingresar en los mercados foráneos son variadas, pero siguen, en general, dos fórmulas básicas. La más tradicional

    es el acuerdo de licencia, por el cual el grupo editorial cobra un royalty por el uso de los nombres de sus revistas y el derecho a

    reproducir una cantidad de los artículos publicados en la versión original. Crecientemente, sin embargo, comienza a imponerse la

    modalidad del joint venture: el editor norteamericano busca un socio local, preferentemente una empresa periodística ya

    establecida, que aporta el contenido nacional de las revistas, y ambos comparten riesgos y ganancias.