El Grupo de los 7 se reunió recientemente en Bruselas para deliberar sobre la denominada sociedad de la información.
Fue ése uno más de los muchos encuentros oficiales y extraoficiales que anuncian la transformación fundamental de la
economía mundial. Y sin embargo, a pesar de la profusión de acontecimientos semejantes y de la difusión de conceptos
como el de sociedad de la información, todavía no se comprende bien esta transformación.
Tanto el establishment académico como el político contemplan a la economía de la información/conocimiento con una
mezcla de recelo y desconfianza. Y eso ocurre porque mientras la teoría económica creció notablemente desde Adam Smith,
sus supuestos fundamentales sobre la producción de bienes materiales como primera fuente de crecimiento y riqueza no han
cambiado.
El resultado es que los datos macroeconómicos no siguen adecuadamente la huella de las principales tendencias, como el
impacto de la informática en la productividad y el empleo. Se necesita con urgencia un nuevo marco conceptual. Charles
Goldfinger, autor de varios libros sobre el tema, y consultor de la Comisión Europea, propone una visión alternativa: está
surgiendo la economía de los intangibles. La principal fuente de valor y riqueza en las economías desarrolladas ya no es la
producción de bienes materiales sino la creación y manejo de contenido inmaterial. Información, entretenimiento y ocio
compiten por el título del mayor negocio global. Los flujos intangibles finanzas, imágenes y mensajes forman el
corazón de la economía mundial. Solamente el valor de las transacciones financieras internacionales es 700% mayor que el
del comercio físico.
Para comprender este nuevo fenómeno conviene observarlo desde tres perspectivas diferentes: artefactos intangibles, activos
intangibles y la lógica de la desmaterialización. Los términos pueden sonar exageradamente técnicos, pero es importante
comprender su significado.
Los artefactos intangibles comprenden una gama de cosas desde medios audiovisuales y entretenimiento hasta finanzas.
Todos requieren un soporte físico, ya sea una cinta magnética para una canción o un terreno para un parque de diversiones.
Pero la tecnología multimedia ha liberado la asociación entre soporte y contenido: el mismo contenido puede ahora estar
alojado en varias formas físicas. El consumo de intangibles presenta características perticulares: no es exclusivo (todos
pueden consumir simultáneamente el mismo programa de televisión) y no es destructivo (el consumo de un programa de
televisión no lo hace desaparecer).
La importancia de los activos intangibles en el desenvolvimiento de los negocios es ampliamente conocida. Las empresas
productoras de bienes de consumo masivo ya no son las únicas que consideran a las marcas como su activo más valioso.
Ahora, productores de alta tecnología como Intel o Microsoft gastan sumas importantes en cultivar sus marcas. En software,
microprocesadores y biotecnología, la propiedad intelectual (patentes, marcas comerciales y know-how tecnológico) es
contemplada como una estratégica arma competitiva, hasta el punto de que la cuestión suele estar en el centro de grandes
litigios.
La desmaterialización (como podría llamarse al alejamiento de los productos físicos) hace a un lado las limitaciones de la
geografía y la disponibilidad de los recursos físicos y transforma radicalmente todas las actividades económicas. La nueva
economía es impulsada no por la escasez, sino por la abundancia. Los bienes intangibles pueden multiplicarse ad infinitum
y almacenarse para siempre.
Grandes Ajustes
La economía intangible exige grandes y a veces dolorosos ajustes en las estrategias comerciales y políticas económicas.
Desaparecen las fronteras entre la empresa y su medio ambiente, y se desdibujan las tradicionales distinciones entre
producción y consumo, clientes y proveedores, competidores y aliados.
Las respuestas de las empresas a los desafíos de la economía intangible están marcadas por una paradójica dicotomía. Las
industrias persiguen la especialización y el redimensionamiento, en tanto que los medios de comunicación y entretenimiento
buscan masa crítica y exaltan las virtudes de la sinergia y de la integración vertical. Quienes operan redes buscan controlar
el contenido. Aquellas que tienen contenido se dedican a construir redes.
Sin embargo, las experiencias de Sony y Matsushita en Hollywood, o de los operadores de telecomunicaciones en el negocio
del software, muestran que esos caminos tienen altos costos y resultados inciertos. La obsesión con el tamaño y la
integración vertical conduce a errores, porque la capacidad de generar ideas y creatividad nunca dependió del tamaño. El
proceso de desmaterialización ha terminado con la relación entre el tamaño de una firma y su proyección global y capacidad
de despliegue.
La economía intangible representa un importante desafío a los responsables de las políticas públicas. Tradicionalmente, se
consideró a los intangibles como económicamente marginales pero políticamente importantes. Por eso se regularon
cuidadosamente actividades como las finanzas, los medios de información y las telecomunicaciones. En una economía
abierta, sin embargo, la habilidad para regular intangibles está severamente limitada. Los flujos de datos e imágenes no
pueden ser contenidos dentro de las fronteras nacionales. La proliferación de nuevas tecnologías elimina cualquier
justificación para el monopolio de las redes audiovisuales y de telecomunicaciones. Por lo tanto, los sectores intangibles han
sido los principales blancos de la desregulación.
Pero existen otros peligros. Las actuales maniobras que se desarrollan alrededor del libre curso de la información levantan
el fantasma de la concentración y el monopolio. En los mercados de productos los monopolios generan ineficiencias; pero
en el ámbito de las ideas y de las imágenes, amenazan las mismas bases de una sociedad libre. Por lo tanto, la diversidad es
vital y sólo puede ser preservada a través de la competencia. Las autoridades públicas necesitan definir reglas innovadoras y
caminos para asegurar esa diversidad.