Es asombroso. En pocas semanas el panorama se complicó de manera imprevista. Es cierto que hubo un déficit fiscal en el tercer trimestre, que están los juicios de los jubilados contra el Estado, que se percibe un sofisticado aumento en la evasión, que el gasto público tiende al alza. Pero ninguna de
estas situaciones alcanza para justificar la zozobra que ha recorrido el país.
A menos que se crea lo contrario. Que la situación es extremadamente grave y que el desenlace es inminente. Pero ni siquiera la oposición política ha recurrido a esta línea de argumentación. En verdad -y es lo que hace más difícil de entender la situación- toda la alarma proviene del equipo económico. Alarma que a su vez es multiplicada por los más fervorosos defensores del actual
programa de convertibilidad.
Tanto empeño de cruzado en sostener la necesidad de superávit fiscal, en jurar que no habría un peso de déficit, que el rojo de las cuentas fiscales quedaba definitivamente proscripto, que ahora un simple desequilibrio en el trimestre sacude todo el edificio. Claro que se puede argumentar que el problema no es el trimestre, y que lo que inquieta es la tendencia.
Otra vez: ¿a qué viene tanta alharaca? Desde que se conoció el proyecto de presupuesto 1995 estaba en claro para quien sabe leer que ese ejercicio cerraría con un déficit de US$ 2.500 millones. Es decir, más o menos 1% del PBI (ver edición anterior, MERCADO Nº 923, página 61).
En este punto aparece otra línea conocida de razonamiento: no es lo mismo tomar una copa de alcohol cuando se es abstemio que cuando se es un alcohólico recuperado. En el segundo caso, se afirma, es la receta segura para deslizarse por una pendiente sin retorno.
Esta es una discusión que puede ser interminable y se agravará a fin de año cuando se conozca el monto definitivo del déficit comercial. ¿Qué se observa cuando uno deja de mirarse el ombligo? Hay países industrializados donde el déficit fiscal oscila entre 2 y 6% del PBI -y también Italia, donde suele ser de dos dígitos- y hay países en desarrollo, como muchos en América latina que tienen un déficit sistemático. De eso no se deduce que es bueno tener déficit ni que sea una práctica a imitar. Pero sí que es posible sobrevivir sin sobresaltos, siempre que el déficit esté dentro de magnitudes controlables, como es el caso de 1% del PBI.
Lo verdaderamente preocupante de esta inédita situación es el costo que tendrá este desgarrarse las vestiduras. A nadie se le escapa que el mejor aliado del plan de convertibilidad fue una excepcional coyuntura internacional favorable -bajas tasas de interés y escasas posibilidades de inversión en el mundo industrializado-. Ese panorama ha cambiado y no de la manera más conveniente para nuestra economía.
En todo caso, después de décadas de inestabilidad y de figurar en los libros de texto de enseñanza económica por nuestras siderales tasas de inflación, la imagen externa del país tuvo una importante revalorización durante -al menos- los dos últimos años.
Uno se pregunta si tantos elogios de la prensa especializada internacional no reflejaban más la satisfacción de los inversionistas extranjeros por la oportunidad de buenos negocios que la genuina bonanza de la economía local. Pero lo relevante es que esos elogios tuvieron un efecto altamente positivo sobre el flujo de inversiones externas que ayudó a la balanza de pagos.
Esos mismos medios están reaccionando con extrema velocidad. Y creen al pie de la letra que, si Cavallo dice que la situación es seria, hay que estar prevenido y tal vez con una nueva prudencia desde ahora. No les interesa el razonamiento de algunos expertos locales que creen que Cavallo está forzando la mano y agrandando la crisis para obtener herramientas más poderosas y para preparar el ajuste posteleccionario del año próximo.
A nadie se le ocurre en el exterior que se puedan hacer estrategias y juegos arriesgados con estos temas. Si el ministro de Economía dice que viene el lobo, es seguramente porque viene.
PARA ENTENDER LA ECONOMIA GLOGAL.
Las inversiones extranjeras realizadas masivamente por empresas fueron una de las principales fuerzas que internacionalizaron la economía mundial en la década de los ´80. Ya sea que se instalen nuevas plantas en el país destino de la inversión o que se compre el paquete accionario de plantas existentes, la operación tiene sentido si el comprador adquiere una participación significativa en el mercado local o si puede mejorar el funcionamiento de la compañía.
Para el inversor extranjero hay un claro propósito: se reemplazan exportaciones con producción local (lo que permite bajar costos y ponerse a cubierto de eventuales medidas proteccionistas).
Lo interesante del fenómeno es que las ganancias están cada vez menos en el proceso de manufactura, y cada vez más en el diseño, el uso de las marcas y la calidad del marketing.
Las viejas multinacionales son hoy transnacionales. Tienen fábricas, plantas, oficinas y subsidiarias en todo el mundo, así como accionistas extranjeros, pero el control ejecutivo se queda en el país que originó el negocio.
Cuando las empresas siguen siendo propiedad de los nacionales del país donde están registradas (como IBM, por ejemplo) no hay problema de identidad nacional. Pero cuando la propiedad accionaria es diversa, la idea de si es estadounidense, francesa, británica o japonesa pierde toda relevancia.
Una transnacional no está muy ligada a las condiciones que le imponga el país anfitrión. Ni tampoco a las condiciones del mercado de capitales local ni a las limitaciones de recursos humanos; puede traer gente de cualquier parte. Es cierto que el principal capital de una empresa son las personas que
trabajan en ella. Pero en buena medida las habilidades humanas se pueden comprar ahora en el mercado, como cualquier otro recurso.
Es fácil ver que los países pueden desarrollar ventajas competitivas educando a su gente para desarrollar habilidades que otros países tendrán dificultad en igualar. ¿Pero qué constituye una ventaja competitiva en un mundo en que hasta el talento se vende?
La respuesta parece ser: alentar el desarrollo de un fuerte espíritu de iniciativa empresarial. Todo parece indicar que el mundo entero va a jugar por largo tiempo con las mismas reglas económicas.
Los premios serán para los que mejor entiendan esas reglas, para los que descubran que el ahorro es la clave del éxito en una economía de mercado y para los que aprendan a desplegar esos ahorros en su país y en el extranjero.
LA CALIDAD DE LA REGULACION.
Las funciones del Estado o la tarea de los gobiernos están cambiando y van a seguir haciéndolo.
Desde una perspectiva histórica se puede decir que el punto más alto de la intervención estatal acaba de pasar. En los países desarrollados -y también en otros en vías de desarrollo- el Estado ha comenzado a desligarse de las actividades industriales y comerciales.
Dado el éxito de la privatización, la gente tiende naturalmente a suponer que hay otras funciones del Estado que pueden realizarse más eficientemente fuera del sector público. Sin embargo, no está claro si tareas como la de la administración pública pueden separarse sin dañar los intereses de
aquellos en la sociedad que menos pueden protegerse, en particular los muy jóvenes y los muy viejos.
Privatizar las industrias nacionalizadas fue fácil. La batalla intelectual se ha ganado: el Estado ha demostrado que no es un buen propietario o gerente de operaciones comerciales. ¿Pero qué pasa con el resto de los servicios que brinda el sector público? ¿Cómo se puede mejorar su eficiencia? Para
contestar estas preguntas, hay que distinguir tres tendencias:
* Las ideas sobre el tamaño adecuado del sector público van a seguir cambiando, de modo que se esperará que los gobiernos hagan menos, y no más.
* Se esperará que los gobiernos logren sus objetivos por regulación, y no por provisión de servicios.
* Lo que quede dentro del sector público estará mucho más sujeto a la disciplina del mercado que en la actualidad.
¿Qué quedará y qué se irá? Todo lo relacionado con defensa seguirá siendo responsabilidad primaria del Estado. Pero han aparecido firmas de seguridad privada. En infraestructura y comunicaciones, nada parece ser sagrado. Mientras el Estado sigue siendo el principal proveedor de caminos, hay
países que están experimentando con autopistas financiadas privadamente.
En educación, que ha sido una responsabilidad pública durante más de cien años, ya se observa un marcado giro hacia la provisión privada del servicio. Mientras el Estado retiene la responsabilidad de la escolaridad básica en todas partes, el gasto en ese tramo del proceso educativo ha bajado en proporción al gasto total en escolaridad con el crecimiento de la educación superior y la educación del adulto. Estas dos últimas no van a ser territorio exclusivo del Estado. Lo mismo va a ocurrir con el sector salud. El Estado se va a retraer, como financista y como proveedor.
Los políticos del mundo industrializado han comenzado a darse cuenta de que pueden controlar la calidad de los servicios con más efectividad y asegurar mejores niveles de responsabilidad si el Estado no es proveedor sino regulador. Si el Estado provee el servicio los políticos son, en teoría,
responsables por la calidad y la eficiencia. Como resultado, siempre son criticados por cosas que están más allá de su control. La respuesta de Reagan y Thatcher en los ´80 fue distanciarse del funcionamiento de la burocracia estatal.
Pero si el Estado regula mal puede hacer tanto daño como si provee mal. En un mundo competitivo, la mala regulación pone a un país en seria desventaja económica. A menudo, la regulación mal concebida es resultado de incompetencia o de la renuencia a derogar leyes anticuadas.
Hay dos conceptos a tener en cuenta: 1) la regulación se ha vuelto tan vital para la vida diaria que hacerla bien importa mucho más que antes, y 2) como tanto la gente como las empresas pueden migrar con mayor facilidad, los países pueden desarrollar ventajas competitivas si regulan bien.
DEMOGRAFIA, GRAN AGENTE DEL CAMBIO.
De todas las fuerzas que cambiarán el mundo en la próxima generación, la demografía puede resultar la más importante. La población mundial creció 93 millones (a 5.500 millones) en 1992. Esto es más que la población total de Alemania unificada, y casi pasa inadvertido. Sin embargo, un cambio poblacional tiene un efecto profundo no sólo en la economía mundial sino en las sociedades ricas y pobres. Afecta los niveles de vida, la política, el medio ambiente y la forma en que la gente se relaciona entre sí.
La ONU calcula que para el 2020 habrá en el mundo 8.000 millones de habitantes. El panorama que presenta la predicción tiene dos aspectos. En primer lugar, el crecimiento poblacional ahora está concentrado casi totalmente en el mundo en desarrollo. Ya hace varias décadas que a los países más
pobres les corresponde una proporción cada vez más grande de habitantes.
El segundo aspecto de la predicción es que la tasa de nacimientos disminuye en la mayoría de los países ricos. Por ende, la población del mundo desarrollado será más vieja.
Un mundo industrializado más viejo será un mundo de crecimiento más lento. Las economías con una mayor proporción de gente vieja tienen menor capacidad para el crecimiento que los países “jóvenes”. Esto no significa que necesariamente crezcan más lentamente en términos de ingreso per cápita.
La gente del mundo industrializado querrá mejorar su nivel de vida y, si no lo logra, los países tendrán que introducir una serie de cambios en la forma en que utilizan el trabajo disponible. Si disminuye la proporción de personas en edad de trabajar, tendrán que elevar la edad del retiro, aumentar la participación femenina, incrementar el trabajo de medio tiempo, hacer trabajar a los estudiantes universitarios, recurrir a la educación continua, o sea el reentrenamiento repetido durante una carrera laboral, apelar al trabajo voluntario.
Si hay menos jóvenes es lógico suponer que la educación debería tener menos demanda, pero la práctica demuestra lo contrario. Se mantiene la demanda de especializaciones, aun cuando
disminuye el número de niños. Por lo tanto hay que cambiar el énfasis: no tanto enseñar lo básico a los jóvenes, sino enseñar lo más específico a los no tan jóvenes.
El negocio de la salud sabe que en el futuro habrá necesidad de más geriátricos, y el negocio de la educación advierte que el crecimiento se dará en áreas más relacionadas con las necesidades comerciales.
El resultado puede ser peligroso: un mundo de ricos, más viejos y conformistas. En los bordes de este mundo rico aparecerán cantidades de jóvenes viviendo en ciudades atestadas y observando niveles de vida que les serán inaccesibles. Aunque en el mundo en desarrollo habrá ricos, aumentará
el resentimiento. Habrá movimientos poblacionales y la inmigración será tema clave del próximo siglo. Los pobres querrán entrar al mundo de los ricos. Con la inmigración los países ricos obtienen mano de obra y los inmigrantes mejores ganancias.
En el próximo siglo el mundo industrial estará preocupado, asustado, y tratará de usar su tecnología para mantener su nivel de vida y protegerse del aumento poblacional en otras partes. En el mundo en desarrollo, las ciudades crecerán llenas de jóvenes y pobres, y sin buena infraestructura. En el medio habrá un puñado de países, o regiones, que darán el gran salto y lograrán estatus industrial.
Pero para ello necesitarán muchos recursos naturales, planteando así problemas que afectan un área crecientemente sensibilizada: la protección del medio ambiente.