La ilusión era que el pleno juego del libre mercado, la modernización y la apertura económica brindarían, en todas las latitudes del planeta, la fórmula adecuada para el pleno imperio de la democracia y el crecimiento económico sostenido.
En lo que se solía llamar el mundo industrializado esa idea utópica se ha confrontado con una crisis generalizada de las instituciones políticas, una desconfianza creciente de la opinión pública en los partidos políticos, en la clase dirigente y en las propias instituciones del Estado. Hay un desempleo
que no es pasajero, creciente violencia racial y religiosa, xenofobia y fractura social.
También en América latina tuvimos nuestra ilusión: era suficiente desmantelar las escleróticas estructuras del Estado industrial para que floreciera el potencial de libertad política y económica latente en nuestras sociedades. En esa cruzada modernizadora -tan necesaria y postergada- se perdieron los límites. La reformulación del Estado era vital para hacerlo más eficiente y menos abusivo, no para liquidarlo.
Para la mayoría de los países en desarrollo, las políticas de privatización y apertura económica han adquirido el estatus de dogma universal. Y en este romance de los gobiernos regionales con las fuerzas del mercado quien más ha perdido es el Estado, cuya anterior preeminencia en la toma de decisiones económicas ha quedado notablemente debilitada.
Un reciente y original libro, Las fuerzas del mercado y el desarrollo del mundo, centra su atención en el desgraciado destino del Estado en las últimas décadas. Buena parte de sus once ensayos intentan refutar el argumento según el cual el mercado necesariamente brinda los mejores resultados posibles para el desarrollo de los países. Algunos de los autores lo hacen apoyándose en la teoría económica; otros analizan algunos de los efectos secundarios indeseables del proceso de ajuste, con la idea de demostrar que algo debe estar mal con las políticas económicas que con frecuencia dejan a los grupos más desafortunados de una sociedad peor que antes.
El ensayo escrito por Peter Smith cuestiona la idea de que cualquier paso dado en dirección hacia una solución basada en el mercado debe ser mejor que nada. Uno de los mayores problemas que ve es que los argumentos a favor del mercado se formulan basándose en el ideal teórico de la competencia perfecta que, supuestamente, conduce a una situación óptima donde ninguna persona
puede estar mejor sin hacer que otra esté peor.
Desgraciadamente, como señala Smith, rara vez -si acaso- el mundo real es perfectamente competitivo, y los que diseñan las políticas pueden cometer graves equivocaciones al suponer que lo sea. Por cierto, la presencia de un obstáculo a la libre competencia y al intercambio exige la introducción de impuestos, regulaciones y normas en otras partes para recuperar el pretendido nivel óptimo. Curiosamente, hay veces en que los mercados funcionan mejor con más intervención estatal, y no con menos.
El texto de Dharam Ghai sobre ajuste estructural muestra cómo uno de los legados de los años ´80 fue el deterioro de la distribución del ingreso, tanto a nivel internacional como dentro mismo de los países en desarrollo.
Entre 1970 y 1989, los países con el tramo -20%- más rico de la población mundial aumentaron su participación en la riqueza del mundo de 74% a 83%, mientras que los países con el 20% más pobre de la población mundial vieron achicar su participación en el ingreso mundial a menos de 1,5%. Ghai se
preocupa por el efecto que tendrá esta evolución en la cohesión social de los países en desarrollo. La tesis central del libro es que vivimos en un mundo que pide a gritos no tanto menos gobierno sino mejor gobierno. Y numerosos países están comprendiendo esta necesidad.